Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Puñeteros duros

14-Noviembre-2007    Imanol Zubero
    Agradecemos a Imanol que nos envíe sus artículos. Sus comentarios sobre los avatares en Euskadi demuestran siempre esa difícil conjunción de inmersión comprometida en la situación y ditanciamiento crítico. Sentido común en definitiva. Publicamos hoy el último y enlazamos, para el que lo quiera, con el penúltimo: Botón de muestra.

Hace algún tiempo el sociólogo Juan J. Linz, autor del libro Conflicto en Euskadi (1986), señalaba en una entrevista que el problema de conciliar la libertad de las colectividades (nacionalidades, autonomías o regiones) y de los individuos puede resolverse mediante fórmulas institucionales diversas, pero sólo con la condición de que cualquiera de esas fórmulas se sustente en un prerrequisito básico: una voluntad de convivencia y no de hostilidad. Tal requisito está en trance de tornarse un imposible entre nosotros. Tanto que en los próximos años seguiremos, sin duda, viviendo juntos, pero conviviendo poco; llevándonos más mal que bien, sobrellevándonos.

“No hay un puñetero duro para poner ningún mástil en ningún juzgado”. Esta fue la desabrida respuesta del consejero de Justicia, Joseba Azkarraga, a la pregunta de la parlamentaria del PP Esther Martínez sobre la ausencia en los Presupuestos para el 2008 de partida presupuestaria alguna para la colocación de mástiles y banderas en los Juzgados de Euskadi en cumplimiento de la Ley 39/1981, más conocida como Ley de Banderas. No es ni de lejos lo más fuerte que hemos escuchado en los últimos tiempos, pero si refleja un preocupante deterioro que las relaciones políticas vienen sufriendo por estos pagos. Parece que ya no sabemos hablarnos si no es para ofendernos. Es el tiempo político de los duros. De los puñeteros duros.

En Las cenizas de Ángela escribe Frank McCourt sobre los desencuentros cainitas existentes en las poblaciones irlandesas donde transcurre la historia: “Los miembros de las familias que viven en los callejones de Limerick tienen maneras propias de no hablarse y hacen falta años de práctica para dominarlas. En todos los callejones hay siempre alguien que no se habla con alguien, o bien hay alguien con quien no se habla nadie o alguien que no se habla con nadie”. Pero esta tradición, como todas, no es natural sino que se enseña y se aprende. De ahí que a los niños protagonistas del relato les cueste seguirla, a pesar del deseo de sus padres: “El tío Tom y Jane la de Galway tienen hijos, pero nosotros no debemos hablarnos con ellos porque nuestros padres no se hablan. Tienen un hijo y una hija y mamá nos gritará por hablarnos con ellos, pero nosotros no sabemos cómo no hablarnos con nuestros primos”.

Escribía Albert Camus en 1946: “Algo en nosotros se ha destruido por el espectáculo de los años que acabamos de vivir. Y ese algo es esa eterna confianza del hombre por la que siempre creía que podían obtenerse de otro hombre reacciones humanas hablándole con el lenguaje de la humanidad. Nos ahogamos entre esa gente que cree poseer la razón absoluta. Y para todos aquellos que no pueden vivir sino en el diálogo y la amistad de los hombres, ese silencio es el fin del mundo”. El siglo del miedo era el título del artículo en el que Camus incluyó estas líneas.

Miedo da pensar que estemos alimentando el fin de la confianza en el otro, es decir, el fin del mundo. Que estemos enseñando a nuestros hijos a no hablarse con sus primos. Y que a eso lo llamemos opinión o política. Puñeteros duros.

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