Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¡Bien por Monseñor Blázquez!

20-Noviembre-2007    Atrio
    El Presidente de la Conferencia Episcopal, Ricardo Blázquez, en el discurso inaugural de la 90ª Asamblea Plenaria, se ha distanciado considerablemente de la posición de otros destacados miembros de la cúpula episcopal, al comentar las recientes beatificaciones. Ha declarado que son los historiadores los que deben establecer “lo que aconteció en España en el decenio de los treinta… con sus datos, causas y consecuencias”. Y ha recuperado una olvidada actitud autocrítica: “sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos”. Finalmente ha elogiado la actuación del cardenal Tarancón.

Conviene leer completo este Discurso inaugural de la 90ª Asamblea. El discurso es moderado, como no podía ser menos. Pero Blázquez da esperanzas de que la Iglesia de España recobre al menos la sensatez que había tenido en los tiempos de la transición para no entrar en la refriega política y no convocar a una nueva cruzada, como otros hacen al declarar que la Iglesia está hoy más perseguida que nunca.

Alguno ha pensado que es un “discurso de despedida” ya que no volverá a ser elegido en marzo. Pero ¿quién sabe? El PP parece que está cambiando su estrategia de conflicto ante las elecciones de marzo porque se ha dado cuenta que le llevaba al desastre. También el realismo vaticano, al ver que en España no se puede manipular a los partidos incluso de centro izquierda, como Ruini hace sutilmente en Italia, impulse una mayor moderación en la jerarquía española, alejándola de esperanzas en cambios políticos. El tiempo dirá…

Entretanto esntresacamos aquí los párrafos más relevantes del discurso de Blázquez, sometiéndolos a comentario.

  • Sobre la memoria colectiva:
    • Cada grupo humano –una sociedad concreta, la Iglesia católica en un espacio geográfico, una congregación religiosa, un partido político, un sindicato, una institución académica- tienen derecho a rememorar su historia, a cultivar su memoria colectiva, ya que de esta manera profundizan también en su identidad. La Iglesia católica, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II buscó su reforma y renovación volviendo a las fuentes. Este conocimiento que actualiza el pasado, además de ensanchar la memoria compartida por el grupo, puede sugerir actuaciones de cara al futuro, ya que memoria y esperanza están íntimamente unidas. Pero no es acertado volver al pasado para reabrir heridas, atizar rencores y alimentar desavenencias. Miramos al pasado con el deseo de purificar la memoria, de corregir posibles fallos, de buscar la paz. Recordamos sin ira las etapas anteriores de nuestra historia, sin ánimo de revancha, sino con la disponibilidad de afirmar lo propio y de fomentar al mismo tiempo el respeto a lo diferente, ya que nadie tiene derecho a sofocar los legítimos sentimientos de otro ni a imponerle los propios. La búsqueda de la convivencia en la verdad, la justicia y la libertad debe guiar el ejercicio de la memoria. Con las siguientes palabras expresó lo que venimos diciendo Mons. Antonio Montero, Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, en su extraordinaria obra presentada en su momento como tesis doctoral en la Universidad Pontificia de Salamanca: “Que los hechos se conozcan bien, pero desprovistos en todo lo posible de cualquier fermento pasional” (Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, Madrid 1961, p. VIII). Y alguien, que perdió a sus padres profundamente católicos en aquella persecución, ha afirmado en manifestaciones recientes: “Un cristiano no puede dejarse llevar del odio, aunque sea en nombre de la justicia”.

      Al recordar la historia nos encontraremos seguramente con hechos que marcaron el tiempo y con personas relevantes. En muchas ocasiones tendremos motivos para dar gracias a Dios por lo que se hizo y por las personas que actuaron; y probablemente en otros momentos ante actuaciones concretas, sin erigirnos orgullosamente en jueces de los demás, debemos pedir perdón y reorientarnos, ya que la “purificación de la memoria”, a que nos invitó Juan Pablo II, implica tanto el reconocimiento de las limitaciones y de los pecados como el cambio de actitud y el propósito de la enmienda. No es casual coincidencia que entre las celebraciones del Año Jubilar adquirieran un sentido peculiar tanto la conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, en el marco incomparable del Coliseo de Roma, como la impresionante celebración del perdón el primer domingo de Cuaresma en la basílica de San Pedro, en que el Papa, abrazado a la cruz del Señor, pidió perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia. ….

  • Sobre el Cardenal Tarancón.
    • En una mirada retrospectiva, recapitulando el Cardenal Tarancón el decenio en que presidió la Conferencia Episcopal Española, manifestó la intención que le había guiado. “Me propuse dos objetivos: Aplicar a España las enseñanzas del Concilio Vaticano II en lo referente a la independencia de la Iglesia de todo poder político y económico, y procurar que la comunidad cristiana se convirtiese en instrumento eficaz de reconciliación para superar el enfrentamiento entre los españoles que había culminado en la guerra civil”. La Iglesia en el Concilio no sólo promovió una renovación profunda de sus actitudes y estructuras internas, sino también orientó de manera distinta las relaciones con el mundo, con la sociedad y con el hombre. Estos cambios eran más delicados, en nuestra Iglesia por la riqueza de la vida cristiana que estaba en cambio, y en la sociedad, a la que se debían evitar traumas innecesarios en la transición de un régimen personal a un régimen democrático con los numerosos y profundos cambios implicados. Fueron directrices para Tarancón tanto el amor a la Iglesia como el servicio a nuestro pueblo; fue consciente de la situación singular y de la alta responsabilidad que se le confiaba cuando pensó en él Pablo VI para liderar a la Iglesia en aquella delicada situación y cuando la Conferencia Episcopal lo eligió y reeligió como su Presidente.
      Actuando en sintonía con las directrices del Papa Pablo VI y expresando, además, lo que las nuevas generaciones de Obispos, sacerdotes, religiosos y seglares anhelaban, pudo cumplir el encargo con dedicación y acierto. Sus dotes humanas y experiencia pastoral lo hicieron apto para recibir tal misión en aquella hora histórica; con la desenvoltura que le caracterizó diría de sí mismo que era un hombre a quien pusieron en un puesto difícil en un momento difícil. De alguna manera era Don Vicente memoria viva de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad; hombre de espíritu abierto, avizor del futuro, sensible como un sismógrafo a los movimientos subterráneos de la sociedad, de natural optimista y decidido, hábil y sagaz. Fue una persona que, asumiendo el encargo otorgado y la responsabilidad real y simbólica que se le reconoció, contribuyó poderosamente a que nuestra Iglesia acometiera los cambios necesarios. Imprimió a la Iglesia un dinamismo que le permitió acompañar a la sociedad en una encrucijada de gran trascendencia para ambas, ya que debían tomar decisiones de largo alcance. El Cardenal Enrique y Tarancón buscó siempre la concordia, respetando la pluralidad y fomentando el diálogo; con buen instinto supo rodearse de valiosos colaboradores. Sin olvidar el pasado miraba al futuro, y por ello confiaba en las nuevas generaciones y les daba la palabra. Afirmaba abiertamente que la Iglesia veía con buenos ojos la llegada de la democracia y el pluralismo que le es inherente.

      Damos gracias a Dios porque a través del Cardenal Tarancón la Iglesia respondió con dignidad y clarividencia al desafío que le planteaban la aplicación del Concilio en aquella fase concreta y la transición de nuestra sociedad. A la distancia de varios decenios y con la perspectiva que nos proporciona el tiempo transcurrido, podemos reconocer que la Iglesia estuvo a la altura del momento histórico; y la sociedad española quedó en general satisfecha de la transición de un régimen a otro, por cuyo éxito felicitaron otros países al nuestro. La actitud con que fue aplicado el Concilio y con que se afrontaron los cambios sociales y políticos no fue sólo coyuntural; aunque la situación presente sea en muchos aspectos diversa, hay valores permanentes…

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