Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Conocimiento de Dios y hombre de hoy

29-Noviembre-2007    José Luis Servera

Estas líneas han sido escritas como un servicio de reflexión para cualquier persona o comunidad cristiana que quiera profundizar la estrecha relación que existe entre el conocimiento de Dios, las relaciones humanas y la dinámica comunitaria.

  • Los teólogos de la secularidad en la mitad del siglo XX
  • Como afirma Paul Tillich: “Nuestra época ha optado por un mundo secular. Era una decisión importante y harto necesaria…Ha consagrado y ha santificado nuestra vida y nuestro trabajo cotidianos. Pero ha excluido aquellas profundidades debido a las cuales la religión perdura: el sentido del misterio insondable de la vida, la compresión de una significación última de la existencia y el poder invencible de una entrega incondicional. Estas cosas no pueden ser excluidas. Si intentamos expulsarlas en sus imágenes divinas, surgen de nuevo en imágenes demoníacas. Y es así como ahora, en la senectud de nuestro mundo secular, hemos asistido a las manifestaciones más horribles de estas imágenes demoníacas; hemos contemplado el misterio del mal a una profundidad mayor que la alcanzada por la mayor parte de las generaciones anteriores; hemos visto la dedicación incondicional de millones de hombres a una imagen satánica”.

    Sin embargo existen profundidades de revelación, vislumbres de eternidad, saberes de lo incondicional, de lo numinoso, de lo extático, que no pueden ser explicados por las categorías puramente naturalistas sin que sean reducidas a algo totalmente distinto. El naturalismo o el cientifismo no pueden dar cuenta del: ”Así habló el Señor”, que oyeron los profetas, los apóstoles y los mártires, como tampoco puede invalidarlo la mera constatación de que el “Señor” sea descrito en la Biblia en términos altamente mitológicos, como aquel que “habita en la eternidad” o que “se pasea por el paraíso al fresco del día” son modos culturales de expresar, sometidos a la pobreza del lenguaje, a la inmersión cultural desde donde se efectúan y al tener que hablar de Alguien que supera todas las categorías humanas de expresión, que siempre serán lejanas expresiones sobre Dios. Por ello, es imposible liberarnos por lo menos de un cierto antropomorfismo, al hablar de Dios, porque sólo a partir de lo humano podemos vislumbrar lo que es.

    Nos dice Bonhoeffer: “El hombre ha aprendido a componérselas solo en todas las cuestiones importantes sin recurrir a Dios como hipótesis de trabajo”. Hoy resulta obvio que “sin Dios”, todo marcha ahora tan bien como antes. Igual como en el campo científico, también en el dominio humano “Dios”va siendo rechazado cada vez más lejos y más fuera de la vida: en ella está perdiendo terreno. Esto a nivel de sociedad es constatable. Sin embargo, para los que seguimos creyendo también nos ha supuesto una gran reducción del espacio de Dios. Al admitir que Dios respeta las leyes naturales y no las interfiere, se nos ha caído el dios tapagujeros, el dios de los recados y hemos tenido que asumir al Dios de la cruz de Cristo, que es impotente ante nuestro dolor pero no ajeno, que sabemos que está sufriendo junto a nosotros y que a pesar de las apariencias externas nos ama más que nadie.

    Los historiadores protestantes y católicos coinciden en considerar esta evolución como la gran deserción que nos aleja de Dios y de Cristo, y constatan que cuanto más se recurre a un mayor uso de Dios y de Cristo para oponerse a ella, tanto más anticristiana se declara esta evolución irreversible desde que la ciencia va explicando y conociendo la naturaleza de los fenómenos naturales.

    El ataque que libra la apologética cristiana conservadora contra este mundo, que ha llegado a la edad adulta, parece según Robinson, en primer lugar absurdo, en segundo lugar innoble, y finalmente no cristiano. Absurdo, porque viene a ser un intento para retrotraer un hombre adulto al tiempo de su adolescencia, es decir, para volverlo a hacer dependiente de muchas cosas de las que, de hecho, ya se ha independizado y para enfrentarlo con unos problemas que, de hecho, han dejado de ser problemas para él. Innoble, porque así se intenta sacar provecho de la debilidad de un hombre para una finalidad que le es ajena y que no ha suscrito libremente. No cristiano, porque así se confunde a Cristo con un grado determinado de religiosidad del hombre. En el fondo, debemos admitir que Dios quiere dicha liberación porque son pasos hacia una mayor libertad y madurez.

    Bonhoeffer habla del Dios de la religión como de un “dios prefabricado”. Debe estar ahí para proporcionarnos respuestas y explicaciones en cuanto rebasemos el punto en que fallen nuestra compresión y nuestras capacidades. Pero semejante dios es rechazado constantemente y cada vez más lejos, a medida que asciende el nivel cultural. En ciencia, en política y en ética, ya nadie siente la necesidad de un suplefaltas o un parachoques así; ya no se le requiere para que garantice, para que resuelva, o para que venga a redimir nada en ningún sentido. Y de aquí que tomemos conciencia de que ya no podemos entender la salvación y la redención como antes. ¿Qué significado tiene hoy decir que Cristo nos salvó o redimió? ¿De quién o de qué?.

    De un mismo modo escribe Julian Huxley: >“La hipótesis de dios carece ya de todo valor pragmático para la interpretación o comprensión de la naturaleza. Muy pronto, a un hombre o a una mujer inteligentes y cultivados les será tan imposible creer en Dios como hoy día les resulta imposible creer que la tierra sea plana, que las moscas surjan por generación espontánea, que la enfermedad manifieste un castigo divino o que la muerte sea imputable a un pecado original. Sin duda los dioses sobrevivirán, pero bajo la protección de los intereses creados o al amparo de las mentes haraganas, como títeres manejados por los políticos o como refugios para las almas desgraciadas e ignorantes”.

    Y en esta última guarida, según Bonhoeffer, en el mundo privado de la necesidad individual, es donde conserva un “último lugar secreto” el Dios que a codazos ha sido arrojado de todas las demás esferas. Esta es la esfera de la “religión” y este el lugar donde actúan ahora las iglesias, cumpliendo su trabajo entre los que sienten o pueden ser inducidos a sentir esa necesidad.

    La respuesta de Bonhoeffer es que deberíamos ser lo bastante osados para descartar incluso “el a priori religioso”, igual que S. Pablo tuvo el valor de echar por la borda la circuncisión como una precondición del Evangelio, y para aceptar la llegada del mundo a la edad adulta como un hecho, dado por Dios. No podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo “como si Dios no existiese como solucionador de problemas”. Como los hijos que , al crecer, arrinconan por inservible la firme estructura religiosa, moral e intelectual de su hogar, en la que “papá”estaba siempre presto para acudir en su ayuda, así también “Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios”.¡El Dios que está con nosotros es el que nos abandona!. Aparentemente, sí.

    El Dios que nos deja vivir en el mundo, sin la hipótesis de trabajo Dios, es el mismo Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda…y sólo así Dios no es un ídolo.

    Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones. La religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo: así Dios es el dios prefabricado, construido según nuestras necesidades. Pero la Biblia lo remite a la debilidad y el sufrimiento de Dios; sólo el Dios sufriente puede ayudar. En este sentido podemos decir que la evolución del mundo hacia la edad adulta de la que antes hemos hablado, al ir rayendo toda falsa imagen de Dios, libera la mirada del hombre para encaminarlo al Dios de la Biblia, el cual adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su “impotencia”.

  • ¿Dónde se encuentra Dios?
  • Bonhoeffer, Tillic, Robinson, Buber, Kierkegaard etc, nos subrayan que el lugar donde se encuentra Dios, no es en el cielo y menos por allá arriba, sino en la profundidad de los seres sobre todo de las personas . Al hablar de la existencia de un Dios personal equivale a decir que la realidad es personal hasta en su más profundo nivel, que la personalidad es de una importancia última en la constitución del universo, que en las relaciones personales, como en ninguna otra parte, es donde entramos en contacto con el sentido final de la existencia. Creer que Dios es amor significa creer que en la pura relación personal encontramos no tan solo lo que debería ser, sino lo que es, la más profunda y mas exacta verdad acerca de la estructura de la realidad. Afirmar esto frente a toda evidencia, es un acto de fe enorme. Pero no tiene nada que ver con el hecho de persuadirnos de la existencia, más allá del mundo, de un super-ser dotado de unas cualidades personales. Creer en Dios es la confianza, la casi increíble confianza de que al darnos nosotros mismos al más grande amor, no seremos nunca decepcionados, sino ACEPTADOS, y de que el amor es el fondo de nuestro ser, al que en último término volveremos COMO SI REGRESÁSEMOS A NUESTRO HOGAR.

    La concepción específicamente cristiana del mundo, consiste en afirmar que la definición final de esta realidad de la que nada podrá separarnos, ya que es el fondo mismo de nuestro ser, es el amor de Dios que está en Cristo Jesús, Señor Nuestro. Rom.8,39

    El texto de Pablo nos dice: “Seguro estoy de que nada, ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni cualquier otra suerte de fuerzas sobrehumanas, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes sobrenaturales, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni criatura alguna existente, será capaz de arrebatarnos este amor que Dios nos ha demostrado por medio de Cristo Jesús, Señor Nuestro”.

    Para S. Juan no cabe duda de que fuera de la relación de amor, no hay conocimiento de Dios: “El que no ama no conoce a Dios porque Dios es amor. El que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él”.1 Juan 4,8

  • Dios es amor
  • Nuestras convicciones sobre el amor y su ultimidad no son proyecciones del amor humano; antes bien nuestro sentido de la santidad del amor procede del hecho de que en esta relación, como en ninguna otra, se descubre y se revela en desnudez el Fondo Divino de todo nuestro ser.

    Afirmar que “Dios es amor” es creer que en el amor entramos en contacto con la realidad más fundamental del universo y que el ser mismo tiene últimamente este carácter. Y eso es decir, con Buber, que “cada tu particular es un vislumbre continuo del Tu Eterno y que de persona a persona es donde hallamos a Dios”. No obstante, como Bonhoeffer insiste “Dios está en el centro de nuestra vida, aún estando más allá de ella y el más allá no es lo que se halla infinitamente lejos, sino lo que está más cerca”. Ya que el Tu Eterno no se encuentra sino en, con y bajo el tú finito, tanto si es en el encuentro con otras personas, como en nuestra respuesta al orden natural.

    Freud afirma que las fantasías acerca de las fuerzas espirituales en el mundo oculto no son, en realidad, sino proyecciones o desplazamientos de ciertos elementos de nuestra experiencia en las relaciones personales. Admitido todo esto, resulta difícil comprender por qué las proyecciones habituales que efectúa la raza humana habrían de tener un carácter numinoso, trascendental, “a no ser que exista algo de numinoso y trascendental en la experiencia de nuestras relaciones personales mismas y que precisamente al percibirlo captemos algo de Dios y nos demos cuenta de ello”.

    Tillich afirma: “El problema de Dios es el problema de saber, si esta profundidad de ser que somos capaces de percibir, es una realidad o una ilusión. La apuesta por el sentido profundo de ello significa un acto profundo de fe y es una de las claves de nuestra creencia. Afirma la trascendencia de Dios el hombre que, en las relaciones condicionadas de la vida, reconoce lo incondicional y responde al mismo, con una relación incondicional.

    Decir que Dios es trascendente significa que en sí mismo, el mundo finito tiende al más allá de si mismo. En otras palabras, que el mundo es autotrascendente. Lo divino, tal como lo ve Tillich, no habita en un mundo trascendente, encima de la naturaleza; sino que se encuentra en el carácter extático de este mundo, como su Profundidad y su Fondo trascendentes.

    Siendo Dios el fondo, la fuente y la finalidad de nuestro ser es al mismo tiempo más próximo a nosotros que nosotros mismos.

    El ”Espíritu” representa el eslabón que enlaza las profundidades de nuestro ser individual, por superficial que sea, y el abismo insondable de todo ser en Dios. Dios no es exterior a nosotros, aunque sea profundamente trascendente. Puesto que Dios es amor, sólo podemos hallarlo con toda su plenitud “de persona a persona”. Dice la tradición profética: “Sólo en la respuesta y en la obediencia al prójimo es donde podemos descubrir y conocer a Dios”.Jeremías 22,15 y ss nos dice: “ ¿No comía y bebía tu padre, y hacía derecho y justicia?.Hacía derecho al pobre y al desvalido y entonces le iba bien. Esto es conocerme, Palabra de Yahvé”.

    Al Dios incondicional lo hallamos únicamente en, con y bajo las relaciones condicionadas de esta vida, ya que es su profundidad y significación última.

    El único camino en el que podemos realizar el hallazgo de Cristo, tanto si es para aceptarlo como para rechazarlo, es el que pasa por “uno de mis hermanos menores”. El Hijo del hombre sólo puede ser conocido en una relación incondicional con el hijo del hombre ( los otros, los más pequeños y necesitados, los que sufren).

    Solo la experiencia de las relaciones humanas profundas que por otra parte son comunes a todos los seres humanos que han aprendido a abrirse a los demás, nos puede ayudar a descubrir la profundidad que existe en toda relación humana, e incluso nos puede ayudar a intuir que detrás de dicha profundidad existe algo trascendente que nos posibilita el encuentro con el Trascendente. Evidentemente, con frecuencia, no somos conscientes de la plena significación de las relaciones humanas, no porque ellas no posean dicha profundidad sino porque nosotros no estamos lo suficiente sensibilizados para aprender a captarla. Para lograr, cada vez más, una mayor sensibilización nos hacen falta mediaciones que nos pueden venir de diferentes apoyos, como de ratos de profunda soledad, momentos de reflexión pausada, tiempos de silencio para poder profundizar en nosotros mismos y liberarnos de falsos entretenimientos o problemas, de oración que nos permita abrir los ojos del corazón y un contacto más íntimo con el Evangelio, de encuentros interpersonales con personas sensibles a estos aspectos, muy enriquecedores, reconfortantes y fortalecedores de nuestra fe y sobre todo, a través de la mediación de una comunidad cristiana de búsqueda, donde se desea encontrar la voluntad de Dios a través del análisis y reflexión sobre los signos de los tiempos y la lectura y meditación del Evangelio.

    La religión no es una función especial de la vida espiritual del hombre, sino la dimensión de profundidad en todas las funciones.

  • La verdadera liturgia del amor
  • La liturgia que etimológicamente significa “obras públicas”no debe ser para un cristiano, como ha sido, un “rito religioso”, sino la proclamación, el reconocimiento, la acogida, la adoración de lo sagrado en, con y debajo de lo común. El pan y el vino que están en el corazón de la acción litúrgica cristiana y forman su base, no son sino muestra de todas las cosas comunes y el punto de convergencia de todas las otras relaciones comunes. La comunión está unida a una correcta aceptación de lo común y a unas buenas relaciones con el prójimo.

    No nos retiramos del mundo y entramos en el templo, en lo sagrado, para volver al mundo para espiritualizarlo…Si hacemos esto, retrocedemos a la concepción sacerdotal judía acerca de la relación que existe entre lo sagrado y lo secular. Concepción que fue destruida por la encarnación, cuando Dios declaró sagradas todas las cosas y el velo del templo se rasgó de arriba abajo.

    Como hemos afirmado, para el cristiano lo sagrado es la “profundidad”de lo común, igual que lo secular no es una sección sin Dios de la vida, sino el mundo de Dios, el mundo por el que Cristo murió, escindido y alienado de su verdadera profundidad.

    La finalidad del culto no consiste en retirarse de lo secular a la zona de lo religioso, y menos aún en huir de este mundo para refugiarse en el mundo de la religión, sino en abrirse al encuentro de Cristo en lo común, abrirse a aquello que tiene el poder de atravesar su superficialidad y redimirlo de su alienación.

    La celebración eucarística, que como ya hemos dicho constituye el corazón del culto cristiano, es la afirmación del “más allá” en el centro de nuestra vida, de lo sagrado en lo común. La sagrada comunión es el punto donde lo común, lo comunal, se convierte en vehículo de lo incondicional, a semejanza de Cristo que se hizo reconocer cuando partió y distribuyó el pan. La sagrada comunión es comunión, vida de comunidad, en profundidad, al nivel “en que no nos hallamos” en la mera vinculación de la fraternidad humana sino “en Cristo”, en que no estamos simplemente con el amor sino en el AMOR: Unidos a Aquél que es el fondo y renovador de todo nuestro ser. Por lo menos, esto es lo que debiera ser la comunión. La comunión dejó de ser la comida sagrada, para convertirse en un servicio religioso en el que nos volvemos de espaldas a lo común y a la comunidad y, en devoción individualista, vamos a comulgar con “el Dios de fuera”.

  • La importancia de la comunidad
  • Sobre la importancia de la comunidad como mediación nos dice John Weren-Lewis: “Había comenzado a darse cuenta que lo que había encontrado en aquel grupo era en realidad un estilo de vida en relación, completamente distinto de todo cuanto se conocía en el mundo, un estilo redimido de las relaciones humanas personales, en las que aquella energía especial que Blake llamaba “el perdón mutuo” (comprensión-aceptación), actuaba de un modo tan liberador que, en comparación, trocaba en pálida sombra la “tolerancia profesional” que hallamos en los consultorios de los psicoterapeutas. Aquel grupo era naturalmente, una comunidad específicamente cristiana que ponía de manifiesto, lo que Tillich describe como, “el poder del nuevo ser.”

    Se abría camino hacia Dios, en tanto que fondo de toda relación personal y de todo ser, pero insistía en el hecho de que sólo puede conocerse este Amor, fuente y meta de nuestra propia vida, si es vencida en Cristo la alienación con respecto al fondo de su ser en que el hombre se halla”.

    En términos de la teología tradicional, aquel grupo declaraba que el camino que conduce al “Padre” – es el reconocimiento de la “ultimidad” de la relación puramente personal -, pasa únicamente por el “Hijo”- a través de el amor de aquel en quien lo humano se abre enteramente a lo divino- y sólo es posible en el “Espíritu”- en el seno de la fraternidad reconciliadora de la nueva comunidad-.

    De todo ello se deduce que la comunidad de base y la comunidad eucarística son el vehículo y un sitio privilegiado de encuentro entre el hombre y el DIOS PERSONAL, siempre abierto y transparente, pero que solamente con una sensibilidad trabajada puede ser encontrado con “los ojos del corazón” como diría Pablo.

    En ello está el sentido y la misión de toda comunidad cristiana, en ayudar a trabajar dicha sensibilidad para que cada día se renueve y crezca más nuestra APUESTA y nuestra FE en Cristo Jesús.

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