Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Contra dogmatismo, hermenéutica. 1

09-Diciembre-2007    Juan Masiá
    Juan Masiá, a la vista del debate suscitado en ATRIO por su últimos artículos, empieza hoy una reflexión sobre la necesidad de hermenéutica, es decir sobre lo que hay detrás de unas palabras o unos textos con el fin de aclarar lo que se quiere decir con ellos, evitando el dogmatismo que es pretender dar un carácter absoluto e irreformable a unas palabras o unos textos. Ojalá esta nuevas entregas ayuden a encontrar mayor diálogo fructuoso en Atrio y no mayor crispación.

Contra el vicio del autoritarismo desmesurado, la virtud del disentir razonable. Contra la inflación del magisterio eclesiástico, la virtud del ahorro de palabras en teología. Contra el fanatismo, interpretación. Contra el fundamentalismo, la sana relatividad. Aclaremos malentendidos en torno a enseñanzas de la iglesia, para evitar que exageraciones de política “eclesiástica” desgasten la comunidad “eclesial”.

En comentarios a mis posts sobre “Eva y Ave” se adujeron citas de Catecismo y Concilios. Pero, si hasta los dogmas definidos están condicionadas históricamente, con mayor razón el Catecismo requiere hermenéutica para evitar fundamentalismos de citas al pie de letra. Cundo debatimos sobre dogmas o sobre ética, a menudo el problema no está ni en los dogmas ni en la ética, sino en que presuponemos diferentes maneras de pensar, diferentes, epistemologías y diferentes hermenéuticas.

Un ejemplo, corrieron ríos de tinta para debatir, en la década de los setenta, sobre el tema de los anticponceptivos (hoy debería estar archisuperado). Pero no era un problema de fe ni de ética, no era cuestión dogmática, ni cuestión de normas, sino de deshacer los malentendidos que había sobre lo mal llamado natural y lo mal llaado artificial: una cuestión de interpretación. Hoy día abundan cuestiones parecidas. Se produce la impresión de “dos iglesias”, ultraizquierda y ultraderecha. En realidad, son un “cebtro izquierda” (en el que me sitúo) y un “centro derecha”, que no dialogasn entre sí sobre sus diferentes presupuestos a la hora de reinterpretar, rearticular, reformular sus creencias.

Un ejemplo. El Catecismo del 92, presumiendo de “interpretar el simbolismo del lenguaje bíblico de modo auténtico”, habla de Adán y Eva (n.375) como si fueran personajes que hayan existido históricamente y habla del pecado original (a pesar de reconocer que es un lenguaje figurativo) como si efectivamente hubiese sido cometdo históricamente por los primeros progenitores (n.390). Sin embargo, el mismo Catecismo, al hablar de la creación, usa una hermenéutica más amplia y dice que “muchos estudios científicos han enriquecido nuestro conocimiento sobre la edad del universo y sus dimensiones, el desarrollo de las formas de vida y la aparición del género humano”. (n.283). Hay en el texto del catecismo al menos dos hermenéuticas diferentes, forzadamente consensuadas, pero sin integración. Por eso el resultado es, con perdón de Juan Pablo, un mosaico mal construido. Con razón dijo el Cardenal Martini, al publicarse el “Catecismo del 92” (insisto en llamarlo así, para relativizarlo) que un catecismo, por definición, es un libro que, si no se reescribe cada varios años, se queda obsoleto. Lo que tenemos en el Catecismo del 92 es un museo de formulaciones, no una norma absolutamente irreformable, con la que juzgar ortodoxias y condenar opiniones…

Ya el Concilio Vat. II describió la evolución del dogma, en la que juega un papel importante el estudio y la meditación por parte del pueblo creyente (al que se compara con María) de las verdades reveladas: “la tradición apostólica va creciendo en la iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cf. Lc 2, 19 y 51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, y cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad”. (Dei Verbum, n. 8) . Pero, para que este último carisma se ejerza bien, habrá que “ leer e interpretar la escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita (id. n.12) y sin olvidar que “el magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio” (id. n.10).

Como se decía en Mysterium ecclesiae (CDF, 1973, cap. 5) acerca de la condición histórica de las formulaciones dogmáticas, el sentido contenido en los enunciados de la fe depende en parte del alcance semántico de la lengua empleada en una determinada época y circunstancias. Un dogma se expresa de forma incompleta y, más tarde, en un nuevo contexto de fe y de conocimientos humanos más amplios, requiere expresarse mejor. Se aclara así lo que antes se había recogido de la Escritura y de expresiones anteriores de la fe. La iglesia, al formular dogmas, no pretende identificarse con maneras de pensar de una época determinada, pero es inevitable que, por la manera de formularlas eventualmente, las expresiones dogmáticas lleven las huellas de dichas maneras de pensar. Por eso, con el paso del tiempo, habrá que reinterpretarlas.

Pero los malentendidos en este terreno son tan abundantes que merecerá la pena dedicar unas cuantas columnas a aclarar confusiones sobre el magisterio eclesiástico.

(Continuará).

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