Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El cuarto atrevimiento

29-Diciembre-2007    Juan Masiá

Mientras leía el libro de Juan Luis Herrero del Pozo, Religión sin magia, ed.El Almendro, Córdoba, 2006, empecé a redactar una recensión, que se convirtió en carta abierta al autor y ha desembocado en este ensayo sintonizando con el subtítulo de Juan Luis: Testimonio y reflexión de un cristiano libre. Precisamente por esa sintonía, deja de ser recensión, por no ser crítica.

¿Recuerdan la escena final del film 2001, aquellos restos de la estatua de la libertad emergiendo de las arenas solitarias entre los restos de la catástrofe? Pues proyecten la imagen en la pantalla de su computadora y jueguen a hacer variaciones con la portada del libro de Juan Luis: esa fachada de san Pedro desplazada y a punto de ser tragada por el seísmo. Con esa imagen ya tenemos la composición de lugar para meditar sobre cómo desintoxicarnos de la magia y respirar a pleno pulmón paradigmas nuevos. Esperando, eso sí, que del derrumbamiento de Pedro, resucite la Roca de Jesús.

La teología ha tardado en hincar el diente a la Ilustración. Cuando por fin se animó a probar unos bocaditos, le pilló con desmayo, la digirió mal y le produjo diarrea. Se asustó tanto que se medicó en exceso y sobrevino el contrafecto del estreñimiento, la actual involución eclesiástica que congela la fe eclesial.

Atrévete a pensar, decía Kant recomendando adultez. No es cosa fácil. Atreverse a creer, sin dejar de pensar y dejando la magia. Es cosa aún más difícil. Pero cuando agnósticos y creyentes se atreven a pensar dialogando juntos, caminan de la mano la parresía de la fe y la audacia del pensamiento.

Titulo este ensayo “El cuarto atrevimiento”. Describiré brevemente las cuatro audacias, reconociendo que, a pesar de que aspiro a situarme con Juan Luis en la cuarta, hay mucho de la primera en mis propios escritos.

  • Primera audacia: nos atrevimos en los años 60, animados por el legado de Juan XXIII, a explorar nuevas rutas (aún no usábamos la palabra “paradigma”), pero nos curábamos en salud. Antes de cada reinterpretación teológica desestabilizadora, poníamos un prólogo que rezaba así: “Como ya dijo santo Tomás…” Si era sobre espiritualidad, por ejemplo, de los jesuitas, el prefacio consistía en apostillar: “Como ya estaba en germen en los Ejercicios de san Ignacio…” Y con esa muletilla estábamos a salvo del ojo inquisidor. Era como cuando un papa dice lo contrario del anterior, pero empieza la frase insistiendo: “Como atinadamente dijo mi ilustre predecesor…” (Confieso mi pecado, ya que sigo haciendo esto de vez en cuando, por pasarme de benévolo al usar el lenguaje de paradigmas superados. Es una ingenua intención de tender puentes a los fundamentalistas; pero esta gente, en vez de cruzar por ellos, los usan como trampolín para apedrear).
  • Segunda audacia: Vislumbrábamos, a comienzos de los setenta, que había que ir más lejos. Animados por Arrupe, cambiamos el modo de dar la nota al coro: “Esto no lo dijo santo Tomás, ni lo dijo san Ignacio, pero lo dirían si vivieran hoy; digámoslo, por tanto, siguiendo su espíritu…”.
  • Tercera audacia: nuevos paradigmas de pensamiento. Era insuficiente la segunda audacia y vino la tercera, esta vez animados por Hans Küng a cambiar el paradigma. “Lo que os voy a decir no lo dijo santo Tomás, ni probablemente lo diría si viviera hoy; pero quienes vivimos en la situación actual tenemos que decirlo, hay que cambiar el paradigma”.
  • Cuarta audacia: por el camino de la praxis, en busca de un paradigma todavía no encontrado Se parece este cuarto atrevimiento al tercero, pero con tres matizaciones: a) no tenemos claro cien por cien lo que hay que decir, ni cómo expresar los nuevos paradigmas; 2) tenemos más claro lo que hay que dejar decir, el abandono de la magia; 3) y lo que cada vez está más claro es que tenemos, antes de decirlo, o al menos a la vez que lo balbuceamos, hacerlo y practicarlo: la praxis de “lo de Jesús” (y en ese énfasis neutro del “lo” está la fuerza de su Pneuma para realizarlo). “El molde mágico hace sospechosa cualquier ortodoxia. Lo específico de Jesús fue la ortopraxis” (p.256). Subrayando esa frase al final de la lectura, me acordaba del Buda ante el herido por una flecha.”No aguardéis a averiguar quién es el herido o quién disparó o por qué. Lo urgente es curarlo”.

    Bueno, reconozco que, mientras releía a Juan Luis (a quien veo situado, si mi interpretación no está desenfocada, en la vanguardia del cuarto atrevimiento), he ido llevando el agua a mi molino y me estoy repitiendo con mi manía de la “cuarta vía”. Pero creo que esa es la razón de mi sintonía con Juan Luis cuando dice que creyentes y agnósticos se necesitan mutuamente. He percibido a menudo entre líneas de sus reflexiones, si me permitís la pedantería, el “interplay” de esos dos puntos de vista que los antropólogos llaman “emic” y “etic”. Algo se ve desde fuera que no se ve desde dentro, y viceversa. Y el “dentro” está ya fuera y el”fuera” está ya dentro nos enseñó hace años Husserl… Hay que conjugar el punto de vista de dentro con el de fuera. Ambos tienen alguna magia a la que renunciar y algún cambio de paradigma que adoptar. Cuando ambos descubren que el diálogo no es entre dos personas solamente, sino entre dos o más dentro de uno mismo (los muchos “yoes” de Unamuno), ambos se depuran: creencias e increencias se mantienen saludables cuando son, como diría Socrates, “vida pensada o examinada”.

    Ahora bien, este moverse entre dos polos (otra característica de las reflexiones de Juan Luis, vacunado contra toda clase de dualismos) y ese danzar por las curvas del ying y el yang sin detenerse a congelar vida, fe o pensamiento, conlleva tensión y acumula dosis de incertidumbres. Por eso se le tiene miedo. Tanto las personas como los colectivos reaccionan con miedo y agresividad cuando se les confronta con una dosis de ansiedad mayor de la que están preparados a soportar. Y el temor de la diarrea les hace pasarse de medicación que provoca estreñimiento: es el caso del fundamentalismo “ortodoxo made in Spain” tan frecuente en el episcopado del país y el rebaño neo-con de su entorno. Les recomendaría que, en vez del Kempis, lean unos días La venganza de Don Mendo: “o te pasas o no llegas”…

    Pero volvamos con el libro. Los dos primeros capítulos darán al lector las claves biográficas y de época para encuandrar el brote de una intuición central presentada en el tercero: Hay que abandonar el esquema mágico que distorsiona la relación Dios-cosmos-humanidad (p.55). Ayuda en ese momento tener presente la recapitulación de las páginas finales (p.255-257). Pero que no sustituyan a la lectura de los densos capítulos sobre el seísmo religioso de la ilustración, el reto de la auténtica secularidad y la recuperación de una nueva visión de la creación tras soltar todo lastre de magia y entrar por lo que he llamado el “cuarto atrevimiento”: caminar sintonizado y sincronizado con el intimior intimo meo, pero con la capacidad de vivir ut si Deus non daretur. A partir de ahí se esboza el nuevo paradigma: “una ortopraxis ecuménica y liberadora, ética universal, política solidaria, sensibilidad ecológica y espiritualidad contemplativa y mística incluso con parámetros de teoría agnóstica. Alborea el tiempo-eje” (p.82).

    El autor se reconoce inserto en una trayectoria concreta de vida. Por eso, aunque no haya en su voz resentimiento (como dirían los integristas), sí hay “enfado” por su solidaridad con tantas víctimas “en y por la insitutión eclesial” (yo prefiero decir “eclesiástica” y reservar “eclesial” para las “redes de lo de Jesús”). No hay tampoco academicismo farragoso (lo que a los afectados por la patología de las notas de pie de página les parecerá insuficiencia o “falta de rigor”, como dicen quienes clasifican ideas sin pensarlas); pero sí conserva el autor, a pesar de “los veinticinco años de alejamiento de lo académico profesional” todo el bagaje de su formación. Juan Luis suelta lastre sin miedo, pero cuando arroja por la borda toneladas de cargo tiene muy claro en su memoria el balance de lo que arroja.

    Una recomendación a lectoras y lectores. Leamos a Juan Luis como Unamuno quería que le leyesen. No citemos sus frases entrecomillando lo que dice. Porque él no dice la última palabra, no pone punto final a una frase. No dice, sino que empieza a decir una frase que ha de ser terminada por quien lee atreviéndose a pensar y atreviéndose, según los casos, a creer pensando.

    No puedo alargarme en este comentario y me limito a apuntar a modo de ejemplo, una lista de cabos sueltos que quedan pendientes tras la lectura para que nos animemos a agarrarlos y entrar al abordaje sin miedo a dar el salto. Los enumero telegráficamente a continuación.

    • –Desmontar el montaje mágico en torno a la noción de revelación.
    • –Tomar en serio la secularidad para actuar ut si Des non daretur.
    • -Descontaminar de magia la apertura a lo trascendente.
    • –Rearticular la noción de creación (tarea pendiente para la teología, salvo raras excepciones como los intentos de Torres Queiruga).
    • –Etcétera.
  • Pero en la segunda parte del libro (contra lo que podría creerse en una lectura superficial) nos aguardan temas fuertes., sobre todo el de su segundo capítulo “Jesús, ¿Hombre y Dios?”, que pienso sinceramente que no lo vamos a asimilar en las próximas décadas, quizás tarea para todo el siglo XXI. El encuentro a fondo tanto con las espiritualidades orientales y el pluralismo religioso como con los diversos agnosticismos, nos obligará (u obligará a quienes vengan detrás, pues nosotros quizás no lo veamos) a rearticulaciones mucho más radicales, a las que con razón teme la teología tradicional.

    Menos mal que, sin esperar a esas rearticulaciones teóricas, la praxis puede y debe comenzar (lo está haciendo ya) y a ello nos animan las propuestas concretas de los dos capítulos últimos que serán bien comprendidos por las redes cristianas de base que ya han comenzado a vivirlos.

    Pero me estoy alargando demasiado. Siento no haber cumplido mi propósito de una recensión crítica. Me he quedado en un comentario de sintonía, que ya es demasiado para un blog. Me limito a recomendar encarecidamente la lectura del libro de Juan Luis y dejo en el tintero el resto del iceberg. Ahora pondré aquí, no digo punto final, sino puntos suspensivos, que es manera más apropiada para concluir sin conclusiones, quedando emplazados para vernos en la cuarta vía y proseguir juntos el cuarto atrevimiento. Como Unamuno al final del Sentimiento trágico, con incertidumbre teórica y compromiso ético, nos animamos mutuamente a dos tareas: la poiesis de la metáfora y la praxis de la bondad…

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