Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Quién desvelará a gritos la desnudez del emperador?

02-Febrero-2008    Joan Chittister

He aquí el problema de la vida: unas cosas son importantes y otras no. Distinguir cuál es cuál es lo difícil. Imagina, por ejemplo, que estás dando clase de religión en la parroquia local, o en un programa de educación religiosa, o en la sinagoga o en la mezquita del barrio. ¿Qué respuestas les darías hoy día a los niños sobre lo que está bien y lo que está mal?

Imagina que estás utilizando uno de esos libros de texto que empiezan cada capítulo con un par de párrafos sobre la verdad y la honestidad y luego ponen una serie de ejemplos. Les preguntas a los niños que te digan cuál de las siguientes personas son fieles a la ley de Dios teniendo en cuenta las ideas de los párrafos que acaban de leer.

  • La persona del primer ejemplo defiende la vida humana y la honestidad cívica. Arriesga su propia reputación pública y su posición social para llamar la atención de la gente hacia la brutalidad y la deshonestidad que le rodea. Se pone a merced del sistema, incluso a riesgo de perder su vida por hacerlo. Aunque tratan de silenciarle una y otra vez, sigue insistiendo, como el niño del cuento que pregona a voz en grito la desnudez del rey a la muchedumbre de adultos que le sigue al rey el juego del esplendor personal. “El emperador no lleva ninguna ropa”, grita hasta que a los adultos que le rodean no les queda más remedio que admitir que es así.
  • En el segundo ejemplo una figura pública muy importante se mofa de la inteligencia de los ciudadanos que le eligieron para el cargo dándoles informaciones falsas día tras día. Distorsiona los datos para promocionar programas que le producirán un gran beneficio pero que, si se ponen en marcha, llegarán a destruir su parte del estado. Cuando se le confronta con sus errores sencillamente los vuelve a afirmar con más fuerza. Y los ciudadanos, confusos, se inclinan ante su autoridad y muchos de ellos mueren como resultado de realizar sus planes.
  • “A ver”, les dices, “¿cuál de estas dos personas es la honesta? ¿Cuál de las dos debe ser castigada y cuál debe ser premiada?” Cosa sencilla, piensas. Los alumnos de primaria saben la respuesta a esta pregunta. Quizá la sepan también algunos de la escuela infantil que más de una vez han tenido que esquivar los controles de sus padres cuando han hecho algo mal en su pequeño mundo. Pero, ¿y los adultos? No estés tan seguro. En este país estamos ahora en titubeando entre estos dos ejemplos y parece que a los adultos les está costando mucho distinguir la diferencia entre los dos o identificar lo que es moralmente más correcto en cada caso.

    Por una parte, según el estudio hecho por una organización periodística sin ánimo de lucro (The Center for Public Integrity*), en los dos años después del ataque terrorista del 2001, el presidente Bush y altos cargos de su gobierno hicieron más de 900 declaraciones falsas en “al menos 532 ocasiones distintas” sobre la amenaza para la seguridad nacional que representaba Irak. Más de 900 mentiras; en 532 intervenciones. Esto no es ningún lapsus ni una equivocación involuntaria. Según estos datos, han matado a cientos de miles de civiles iraquíes. Hasta este momento hay casi 4.000 familias estadounidenses que han entregado sus cónyuges e hijos al ejército que combate en Irak y les han devuelto banderas americanas dobladas, en lugar de los cuerpos vivos de sus seres queridos.

    Nadie del gobierno ni de los tribunales de justicia ha dicho ni media palabra sobre la atrocidad de un gobierno que miente continuamente, un mandato después de otro. Nadie que tenga un poco de poder para hacerlo es capaz de decir que “el emperador no lleva ninguna ropa”.

    Por otra parte, un sacerdote jesuita ha sido detenido más de 75 veces por atreverse a enfrentarse al militarismo, la violencia y la deshonestidad del gobierno. Ha ido a la cárcel una y otra vez tratando de que se haga justicia a los pobres que han muerto como consecuencia de todas esas mentiras, o también, al menos, para llamar nuestra atención para ver si entre todos decimos algo sobre ello. Pero no. Sólo se oye el silencio de la muchedumbre.

    La semana pasada volvió, una vez más, a los tribunales. En septiembre de 2006, John Dear y un grupo de activistas pacifistas trató de entregar en propias manos un mensaje en el despacho del Senador de Nuevo Mexico Pete Domenici, pidiéndole que denunciara la guerra de Iraq. Los guardas de seguridad se negaron a dejar entrar al grupo al despacho del senador, en la 3ª planta, con la excusa de que podrían haber entregado la petición en la entrada del edificio federal. Dear y sus compañeros se quedaron en el ascensor 4 horas y al final les detuvieron. El día 24 de enero, en el juicio, el juez Don Svet calificó a John de “sacerdote sinvergüenza” y “cobarde”, le puso una multa de 500 dólares y le sentenció a 6 meses de libertad condicional en el estado de Nuevo Mexico y a 40 horas de trabajo al servicio de la comunidad. Como si toda su vida no fuera una vida de trabajo al servicio de la comunidad.

    Dear, quien recibió la sentencia más dura de todo el grupo, dice que no piensa acatar ninguno de sus términos y tiene previsto dar un retiro en Pennsylvania [en la costa este del país] en febrero. “Espero que me llegará una orden de arresto”, dice Dear.

    Aquí está el problema. ¿Cómo puede ser que un presidente pueda mentir a voluntad y sea re-elegido, y un sacerdote pueda decir la verdad y sea detenido? ¿Y cuál de los dos es realmente más moral, más honesto, más religioso? El P. John Dear, S.J., el sacerdote, también escribe una columna para el National Catholic Reporter Cafe**. Esta no es la razón por la que escribo este artículo. Lo escribo porque soy parte de esa muchedumbre y porque no estoy hablando lo suficiente.

    Desde mi punto de vista hay una cosa que está clara: puede ser hora de que dejemos el país en las manos de los alumnos de primaria. O si no, que otros den la clase de religión.

    Notas de la traductora:

      *El Centro para la Integridad Pública es una organización dedicada al periodismo de investigación que se centra en casos de interés público No está asociada a ningún partido político ni a ninguna ideología y se comprometen a informar de manera transparente y objetiva sobre asuntos relacionados tanto con Estados Unidos como con cualquier otro estado del mundo.

      **La autora de este articulo, Joan Chittister, escribe para el llamado ‘café’ de la revista electrónica National Catholic Reporter

      [La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter. Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

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