Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La Iglesia que no fue posible

19-Febrero-2008    Joaquin Garcia Roca
    El 29 de Enero, en el Aula Magna de la Universidad de Valencia, se presentaba el libro con el testimonio de 14 sacerdotes secularizados. Atrio está poblado de muchas historias semejantes de distintos tipos de salidas y disidencias. Para ellos y para todos valen las palabras que el autor, profesor de la universidad, sacerdote y amigo de casi todos los autores del libro, pronunció en esa ocasión.

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Mis primeras palabras quieren ser de agradecimiento personal; me considero un aprendiz de muchos de vosotros; con vosotros aprendimos a ser niños, llegamos a ser adolescentes y nos adentramos juntos en la adultez. Sin vosotros no hubiéramos construido nuestra identidad personal, ni tejido nuestros sueños y estuvisteis ahí en la etapa de la vida que sólo la amistad nos hace humanos.

Quiero también expresar aquello que deberían hacer personas más acreditadas que yo en la Iglesia: no sólo agradeceros por habernos ofrecido estos relatos, que están llenos de corajes, de autenticidades, de dudas, de búsquedas y desconciertos; ese mundo que compartimos muchos de los que se salieron del sistema clerical y muchos de los que nos quedamos; no es fácil abrir una decisión tan radical con la trasparencia y honestidad con lo que se ha hecho.

Junto al agradecimiento, en su momento, se deberá pronunciar una palabra de perdón por el sufrimiento inútil provocado injustamente; sobre todo lo que existe de humillación institucional a la hora de afrontar los procesos de secularización: las voces y los silencios que proceden del sufrimiento humano,

He de decir que estos relatos han producido en mi aquello que describe muy bien la novelista Ángeles Mastretta en su libro Mujeres de ojos grandes. La protagonista desesperada ante los límites de la medicina, logra salvar la vida de su hija recién nacida contándole entre susurros al oído las historias de sus antepasadas. Esas historias, para mí, han tenido un carácter curativo. Y han producido aquello que refiere Martin BUBER, que una vez la pidieron al abuelo de Martín BUBER que contara una historia de su maestro. Él relató cómo el santo Balseen solía saltar y danzar mientras rezaba. Mi abuelo, dice, se levantó y lo contó de tal manera que tuvo necesidad de saltar y danzar como hacía el maestro. En aquel momento, curó. Así se cuentan las historias .

¿Qué puedo aportar yo a este Foro en el contexto de la presentación de estos relatos?

Todas las historias tienen en común la imagen de la salida. ¿Por qué nos salimos? ¿De dónde nos salimos y hacia dónde nos salimos? Quiero entender que la salida es de un sistema clerical. Los que trabajamos con los inmigrantes –los que salieron de su país– la imagen de la salida encierra tres significados distintos: significa tanto una diáspora de esperanza hacia mayores oportunidades, como una diáspora de desesperanza que huye de una situación frustrante o una diáspora de terror que es expulsada de su hogar.

¿Qué hay de diáspora de la esperanza, qué de diáspora de la desesperanza, qué de diáspora del terror?

Al compartir la palabra con estos amigos de la mesa, me puedo permitir utilizar la estrategia de Javier Clemente. Ayer le preguntaban en una entrevista de la radio ante la propuesta de ir a entrenar a Irán. ¿Usted sabe que en Irán hay energía atómica? Y Clemente contestaba: Mire a mí eso no me interesa, me interesan las cosas reales.

A mí por el contrario me interesa la energía nuclear y dejo para mis amigos las cosas reales; la energía nuclear es que hubo una Iglesia que no fue posible, que hay las rutas que no se han navegado. ¿Cuales son las rutas que no se recorrieron o las opciones legítimas que no se activaron porque se perdieron o se silenciaron? Señalaré las tres bifurcaciones que considero más nucleares y los dilemas y rutas que no se han navegado desde la perspectiva teológica.

I.- La era de la interpretación

O aceptamos la era de la interpretación o nos malogramos por la vía de lo único. Resulta hoy una obviedad que existen muchas interpretaciones legítimas y perspectivas acreditadas en la recepción de la Biblia; es un hecho evidente que el Concilio Vaticano II se construyó sobre el acuerdo y la negociación entre muchas sensibilidades. La diversidad de interpretaciones no vino después de la Biblia ni después del Concilio, sino que pertenece a la historia misma del Evangelio y del Concilio.

La existencia de Jerusalén y Antioquia significa según Pablo VI que es un peligro que la Iglesia “respire con un solo pulmón”. La iglesia empezó a hacerse católica el día que los judeohelenos se encontraban incómodos en la comunidad de Jerusalén, y se marcharon y se salieron de su disciplina. Porque algunos cristianos marcharon de Jerusalén, nació la catolicidad de la Iglesia. Nadie está acreditado para desautorizar la postura antioquena que pretende hacer creíble la fe ante la razón científica, ante la crítica histórica o ante la praxis liberadora.

Sin embargo esto que resulta obvio, nunca Jerusalén lo ha aceptado con gusto, más bien apostó por los caminos únicos. E incluso por empoderarse de Pedro, como así ha sucedido en la historia. El problema ya no es ignorar la existencia de muchos túneles que conducen a la piedra preciosa, sino que uno de ellos se impone a los demás y contra los demás hasta silenciarles y excluirles.

El último capitulo de esta aventura depredatoria (un único camino se come a los otros) se ha producido en el campo de la interpretación. En el discurso programático del actual pontificado, afirma ante la Curia que el problema hoy consiste en lograr la justa hermenéutica. “El problema es que dos interpretaciones contrarias se enfrentan entre sí y han litigado mutuamente: la discontinuidad y la continuidad”

O todo continúa igual (el camino único) o caemos en la discontinuidad que rompe la Iglesia. ¿Por qué se olvida una tercera vía que es la reforma: ecclesia semper reformanda? Para fortalecer el camino único se alude a la dictadura del relativismo. Los que pretenden la reforma se identifican con la ruptura y en consecuencia deben salirse, ya que de lo contrario, si se aceptan caminos plurales de realización de los carismas y del sacerdocio, caeremos en el relativismo.

O camino único o salida. Cuando estaba madura la pluralidad de modos de realización del sacerdocio –el sacerdocio de personas casadas, el sacerdocio de la mujer, la realización comunitaria de quien procura….– se impuso el camino único, que por cierto no fue el más significativo en el interior del Concilio. Dicho en la simbología bíblica, se ha producido la apropiación del sacerdocio por parte de Jerusalén y Antioquia quedó silenciada.

La Iglesia que nos enamoró, por el contrario, era una Iglesia sinodal, que necesitaba de todas las voces, de todos los pueblos, de todos los carismas: de las voces de los de dentro y de los de fuera; de los de la hora primera y los de la tercera; de los gestores y de los disidentes. La iglesia sinodal significa que nos necesitamos unos a otros y sólo aportando cada uno sus capacidades y sus voces construimos un futuro evangélico. Veníamos de una Iglesia en la que la jerarquía enseña y los creyentes aprenden; los sacerdotes pontifican y los laicos obedecen; los teólogos explican y los laicos se comprometen.

No haber incorporado este signo del tiempo (la postura antioquena) a nivel de organización y disciplina eclesiástica nos ha dejado sin musculatura ni competencia para afrontar lo que hoy es la gran cuestión: el pluralismo religioso, la diversidad de religiones, la diversidad de civilizaciones. Lo que ayer era una simple cuestión eclesiástica hoy es una cuestión dogmática.

Se silencia que “Dios tiene un camino virgen para cada persona” (León Felipe) o como escribió San Juan de la Cruz “¿Qué aprovecha dar tú a Dios una cosa si El te pide otra? Considera lo que Dios querrá y hazlo”.

Dios no canta en gregoriano, ni habla en latín sino también en Hip Hop, en música africana y en valenciano. Cuando esto sucede, hay que escuchar los mensajes que vienen de lejos y de otra parte. “Las Iglesias del Tercer Mundo nos envían impulsos renovadores que nosotros no recibimos y acogemos del todo, porque los subordinamos demasiado rápidamente a nuestras concepciones conocidas y frecuentemente gastadas” (J.B. METZ).

Por esto no hemos podido hacer la transición desde una iglesia eurocéntrica y centralista hacia una iglesia universal culturalmente policéntrica. De ahí viene el miedo actual hacia las iglesias no europeas, que ensayan otros modos de ejercer el ministerio.

II.- La emergencia del sujeto

La ruta más importante que no ha sido transitada, ha sido la emergencia del sujeto adulto, con conciencia propia y libertad personal, con cuerpo y con sentimientos, con género y con sexo. Y de este modo se nos escapa el mayor signo del tiempo del que vienen impulsos renovadores que no sabemos recibir: el surgimiento del individuo. El sujeto sexuado de carne y hueso ha llegado para quedarse.

El surgimiento del sujeto viene con un triple requerimiento y exigencia. La primera consiste en “profundizar en la dignidad y autoridad que el Concilio atribuyó a todos y cada uno de los creyentes” según propone el teólogo alemán J.B. METZ (p.67) Se trata de reconocer la mayoría de edad de los creyentes y sus capacidades; pasar de la situación de comunidades asistidas hacia el protagonismo de los creyentes.

El segundo requerimiento se propone superar en nombre de la individualidad el discurso eclesiástico que está enfermo de abstracción y de generalidades. Esta patología de lo abstracto se ha representado admirablemente en Mar adentro. “¿Por qué no quiere vivir? ¿Es que acaso los tetrapléjicos no pueden amar?” Le pregunta un clérigo a Ramón Sanpedro. La pregunta está hecha desde el reproche, desde el poseedor de la verdad y del saber a distancia. Ramón no contesta “Yo no hablo de los tetrapléjicos, hablo de mí”. El contrapunto lo pone una mujer, que se siente conmocionada, afectada y se deja hablar. “Porque no te puedo abrazar. La distancia entre la vida y la muerte es el abrazo.”

La tercera dirección conducía hacia la ruta de los afectos, de la iglesia cálida, del reconocimiento cordial, del espacio de misericordia, del sujeto que ama y siente corporalmente. Cuanto más frío e impasible, más sacerdotal; cuanto más distante, más fiel; cuanto más solitario, más virtuoso; cuanto más soltero, más casto. Algunas iglesias se han convertido en invernaderos de afectos: Comprenderemos que no hay dos divorcios iguales, que no hay una juventud como es debida, una familia como es debido, que no hay dos secularizaciones iguales, que no hay defensas genéricas de la vida. La Encarnación desactiva los mecanismos de abstracción y, en su lugar, activa el “hacerse carne”, que se despliega en compasión personal, en reconocimiento, en cercanía y amistad.

Lo cual tiene un alto precio para la evangelización, que ha sido subrayado recientemente por Marco Poleti, reconocido analista religioso de La Reppublica en Italia. Afirma en su último libro, sobre “El catolicismo italiano”, que la profunda diferencia entre Juan XXIII y Juan Pablo II ha sido la capacidad que tenia el primero de entender y hablar al individuo, frente a la capacidad de combatir ideologías abstractas por parte de Juan Pablo II. “¿Cómo están vuestros hijos…, no dejéis de darles un beso al llegar a casa… Sabéis que el Papa no se encuentra bien…, no me olvidéis en vuestras oraciones…”, decía frecuentemente Juan XXIII. “Europa no encuentra el camino del Evangelio… Los cristianos tienen que enfrentarse a la secularización… El orden moral es inviolable… La verdad es única…”, dice repetidamente Juan Pablo II. Y concluye Marco Poleti: cuando escuchaba a Juan XXIII, hablaba al alma y siempre sentía una corriente de conversión personal; nunca por el contrario he sentido nada en el corazón al escuchar a Juan Pablo II.

III.- La era de la disidencia.

Otro de los signos del tiempo es el valor de la disidencia. La necesaria disidencia y la necesaria unidad no son excluyentes sino complementarios. La disidencia significa no rendirse a las cosas tal como son y luchar por las cosas tal como debieran ser, pero sabiendo que después habrá que cambiar lo cambiado. Don Quijote, por si solo, sin Sancho sería penoso y peligroso, porque confunde el sueño con la realidad. D. Quijote necesita a Sancho “para percibir el olor a establo de Aldonza, los colores, los sabores, los alimentos, la sangre, el sudor y el placer sensual de la existencia, sin los cuales la utopía sería una prisión asfixiante” (Claudio MAGRIS).

Ninguna organización está legitimada para robarnos el derecho a la disidencia, que reivindica la búsqueda humilde y la inquietud permanente Este derecho no se puede cancelar con la existencia de un Catecismo ni con un Papa teólogo, ni con las manifestaciones de las Plaza Colón. La disidencia salvará el futuro.

Es otro de los signos del tiempo. Es imposible llevar una casa sin la opinión de los hijos disconformes; es imposible conducir una clase sin atender a los reclamos de los jóvenes, es imposible conducir una iglesia sin incorporar las periferias y los márgenes.

De momento, la obsesión contra los disidentes, hace que desfilemos hacia el gueto, que según advirtió RAHNER es el permanente peligro de la Iglesia. ¿Qué significa el gueto? Es la apuesta por el repliegue en grupos homogéneo, que practican la retirada defensiva ante la complejidad. Y se fijan en el ayer de la Iglesia y en la restauración en aquellas formas que tuvieron vigencia en algún momento.

Se abandona aquello que nos enamoró en el Concilio, ser una convocatoria de un pueblo que “camina hacia la ciudad futura” (LG) con el potencial profético, capaz de otear horizontes, el potencial curativo capaz de curar heridas y con el potencial cantor capaz de animar a los cansados y en solidaridad con los hijos de esta tierra.

La ciudad futura requiere confianza, el gueto reclama el miedo. La Iglesia que nos enamoró quiso exorcizar el miedo. Incluso se cambió el nombre del Esquema XIII propuesto a consideración del Concilio. De “Los gozo y los temores” de la propuesta, se pasó a los “Gozos y las esperanzas” . El concilio se interpretó como un nuevo Pentecostés para significar la eclosión del tiempo de la esperanza, del tiempo de libertad y creatividad. Pero sobre todo el tiempo del Dios siempre mayor: mayor que su Iglesia, e interesado también por el que está fuera.

Esta experiencia de libertad nos llevó a abrir puentes, túneles y pasarelas para acceder a la piedra preciosa. No daba miedo la razón, ni la investigación, ni las distintas espiritualidades. Sabíamos que sin esos puentes “la Iglesia no entrará de lleno en el siglo XXI” (LAIN ENTRALGO, p. 63)

Pronto llegó el miedo, que focaliza todas las energías hacia la defensa, que se despliega en muchos frentes: miedo a la libertad, miedo a abrir las puertas de los seminarios, a abandonar la disciplina y el orden. Miedo al contagio y al abandono: si no cerramos las filas se irá la gente. Se impuso el tuciorismo del miedo y se declaró a la razón y a la ciencia como enemigo, se temió al laboratorio y a la investigación.

El miedo produce dos consecuencias graves que han sido denunciadas por algunos relatos: la resistencia selectiva que lleva a unirse con aquel que pueda defendernos del miedo. (Me resisto ante estos pero me uno con aquellos)- Esta es la clave de las últimas alianzas y el papel de la vinculación de un cierto sector de la Iglesia con la COPE.

Y junto a la resistencia, la restauración que lleva a la iglesia como fortaleza sin puentes levadizos. Celebrar la identidad es llevar el hábito que separa y diferencia. De los muros eclesiásticos se espera que garanticen la identidad y defiendan de los ataques del exterior y de las convulsiones del interior.

El último capitulo del miedo es la privatización de la razón en el interior de la Iglesia. Cada vez que alguien proclama una verdad ética o manifiesta el parecer de la comunidad de creyentes, se ha hecho costumbre invocar “Según la doctrina de la Iglesia…” “Así pensamos los cristianos…” Si se expresa la opinión sobre las células madres o sobre las parejas de hecho o sobre el origen del universo… se dirá que hablamos para los cristianos. Se debilita de este modo la voluntad de verdad y se consagra la razón sectaria, que sirve sólo para los miembros del propio grupo. Lo católico se acerca innecesariamente a lo sectario.

Pero sobre todo perdemos la riqueza del aprendizaje. Es más fácil para la Iglesia ser maestra que aprendiz; se maneja mejor cuando dicta máximas morales que cuando tiene que escuchar de la ciencia alguna indicación o de otras tradiciones religiosas algún enriquecimiento. Sin embargo no hay ninguna religión tan perfecta que no tenga nada que recibir, ni ninguna religión tan pobre que no pueda dar algo.

El momento supremo en la vida de Jesús de Nazareth, del que recibe esperanza, fue el encuentro con Simón de Cirene, porque ahí se dejó ayudar. Si Jerusalén fue la gran decepción, Simón de Cirene fue quien le brindó esperanza.

IV.- La voz y la salida

La disidencia no es un acto de infidelidad, sino que puede ser un ejercicio de lealtad. La ruta única entiende que fidelidad solo significa continuidad e inercia. Las historias abren otro concepto de fidelidad que permite comprender que la disidencia, por molesta que pueda parecer, no siempre es fruto de la mala voluntad, sino que puede ser fruto de una conciencia mejor o peor informada, a la que hay obligación de seguir.

Ya que estamos en un marco académico intentaré formularlo con categorías sociológicas. Cuando un organismo se deteriora, afirma Alfred HIRSCHMANN, descubre su deterioro por dos vías: unos abandonan el organismo, es la opción de la salida por la cual el número de miembros disminuye y los responsables se ven obligados a buscar maneras de corregir las faltas. Otros expresan su insatisfacción directamente a los responsables o mediante una protesta general dirigida a quienquiera que desee escucharla: esta es la opción de la voz.

En ambos casos se expresa una fidelidad orientada a buscar las causas y los remedios de la insatisfacción; ambas son mecanismos de recuperación. Hay condiciones en las que prevalece la opción de la salida o la de la voz. En ningún caso se puede ideologizar una u otra sin militar en el camino único.

V.- Amor y desamor

Por ello es un enorme error identificar, la secularización con la deslealtad o con el desamor. Quien se acerque a estas historias y lo haga descalzo y con humildad, sin espíritu inquisitorial observará que no sólo se ama a la Iglesia cuando se pertenece en ella como clérigo, sino cuando se sirve a los seres humanos en nombre de El.

Me recordaba el dialogo entre el zorro y la rosa del Pequeño Principe, de Saint-Exupery: “Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto”.

Y vió que la rosa era única, “porque yo la he regado, porque la abrigué, porque yo le maté los gusanos, porque le he oído quejarse, y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa.”

Y volvió a que el zorro le sirviera el secreto. “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible para los ojos. Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella”. No lo olvides: eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tu eres responsable de tu rosa”.

Estas historias nos han regalado un secreto. Quienes han regado el huerto, le han dedicado su tiempo…son parte para siempre de esta aventura evangélica o simplemente humana.

Me permito entonces desearos a los amigos que habéis escrito este libro las tres certezas de Fernando PESSOA:

    De todo quedaron tres cosas:
    la certeza de que estaba siempre comenzando
    la certeza de que había que seguir
    y la certeza de que sería interrumpido antes de terminar
    Hacer de la interrupción un camino nuevo
    Del miedo una escalera,
    Del sueño un puente,
    De la búsqueda un encuentro.

Enero 2008

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