Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Jesús y la mujer

24-Febrero-2008    Ana Rodrigo
    La coincidencia del evangelio de hoy sobre la mujer samaritana con los preparativos del Día Internacional de la Mujer ha inspirado a nuestra colaboradora este comentario. Un ejemplo de la riqueza de los textos evangélicos cuando nos acercamos a ellos con espíritu abierto y realismo vital. ¡Gracias, Ana, por compartir tu meditación de mujer sin necesidad de más elucubraciones!

Nos acercamos a unas fechas en las que se nos recuerda cada año la lucha de las mujeres y de muchísimos hombres por la igualdad entre hombres y mujeres. Es por ello por lo que al coincidir la proximidad del Día de la mujer con el evangelio que nos ofrece la liturgia en el día de hoy, 24 de Febrero, me atrevo a poner en el aire una nueva reflexión acerca de lo que nuestros evangelios y nuestros evangelistas, ya hace muchos años, pusieron en la boca y en la praxis de Jesús, me estoy refiriendo en este caso a la mujer samaritana.

Independientemente de que el autor nos quiera transmitir un relato que pudo ser real en parte o haberse inspirado en un hecho real, lo que sí está claro es que el autor del pasaje de Juan, 4, 4-43, sobre el encuentro de Jesús con la Samaritana, está cargado de mensajes y símbolos. Un exegeta se centraría más en las reminiscencias veteretestamentarias de: el manantial de Jacob, la ley antigua, la Samaría prostituta, adúltera e infiel por haber abandonado el culto en Jerusalén y al Dios de los judíos, incluso el uso de la inferioridad de la mujer como símbolo de la inferioridad de Samaría con respecto a Israel. En fin, es un evangelio que siempre ha dado mucho de sí por la riqueza de sus imágenes y sobre el que personas más versadas que yo en exégesis pueden escribir libros muy sabrosos.
Pero no es menos cierto que este evangelio ha dado lugar a muchas sensiblerías por eso del morbo que se le ha querido dar al aparecer una mujer como protagonista, además de, obviamente, por lo entrañable del relato: un Jesús humano, cansado de andar, con sed, que se sienta al lado de un pozo, que se pone a charlar con una mujer con la que intima hasta límites de confesarse mutuamente cosas tan personales como la vida personal de la mujer o que Jesús le confiara el mayor de sus mensajes, que él era el Mesías.

Vamos a centrarnos en la mujer, una mujer, sin nombre, una mujer, símbolo de cualquier mujer de cualquier lugar y de cualquier tiempo, una persona degradada por la sociedad sólo por ser mujer; en aquella época, ni siquiera se le tenía en cuenta su testimonio, no eran de fiar, lo que valía era la palabra del hombre. Pues, aún en el caso de que se tratase de una ficción, el evangelista nos pone a esta mujer en conversación con Jesús, a pesar de que parece que no tenía una vida demasiado ejemplar. Y Jesús, como he dicho antes, la hace confidente de lo más grande, de que estaba hablando con el Mesías, la hace portadora de esta revelación para su pueblo y le ofrece el agua viva que le dará la vida no efímera, porque Él es la VIDA. (Parecido con la negación de la comunión por parte de la Iglesia a divorciados y divorciadas…!
Veamos la situación actual de la mujer en el mundo y en la Iglesia en contraste con el mensaje de este evangelio: campa la desigualdad de la mujer en todos los ámbitos, la pobreza en el mundo está feminizada, las mujeres son utilizadas como armas de guerra (ahí están la mujeres violadas en la guerra de los Balcanes), siguen siendo las que llevan la peor parte en la violencia doméstica, en definitiva son el objeto de la violencia machista pues todas estas y otras conductas contra las mujeres son fruto del machismo.

Tenemos dos niveles superpuestos y paralelos cuando no divergentes: por un lado los logros conseguidos por una legislación para la igualdad, unos derechos reconocidos como a todo ser humano o una mayor concienciación de que esta situación debe terminar. Pero tenemos otra estructura invisible incardinada en lo más hondo de la estructura interna de nuestra sociedad, estoy hablando de la escasa importancia que se le da a la situación de la mujer como preocupación prioritaria ya que afecta a la mitad de la población en el mundo, donde hay, creo, más de un millón niñas a las que se le ha practicado la ablación, millares de niñas puestas en el mercado del sexo y hasta del turismo del sexo, millones de mujeres de “usar y tirar” por parte de sus hombres, millones de mujeres soportando en soledad el sacar a la familia adelante, millones de mujeres en la máxima pobreza, mujeres sin acceso al trabajo remunerado, mujeres mal pagadas por su condición de mujer, mujeres maltratadas, humilladas, despreciadas, asesinadas, niñas a las que se les prohíbe ir a la escuela, burkas, casas sin ventanas al exterior, mujeres sometidas, contagiadas por el sida que, a su vez transmiten a sus hijos. En fin un panorama que parece no interpelar las conciencias lo suficiente como para poner políticas internacionales y nacionales para proteger a un sector de la humanidad tan amplio.

En lo que a la Iglesia se refiere, el panorama no es muy halagüeño. No se nos reconoce ni el primero de la Declaración UNIVERSAL de los DDHH, es decir la Igualdad: no podemos acceder al sacerdocio y lo que es más importantes, ni una sola mujer en los órganos de decisión de la Iglesia, sólo los hombres son los sucesores de los apóstoles. ¡Volvamos a la samaritana!, una mujer pecadora, no perteneciente al pueblo judío y, a pesar de ello, quizá la primera apóstol que nos ofrecen los Evangelios. Para los Jerarcas –hombres de la Iglesia– por lo visto este evangelio no existe, ni siquiera tienen en cuenta las aportaciones teológicas de las mujeres en clave feminista, ni les interesa que una nueva teología hable de la relación de Jesús con las mujeres.

Por otra parte, las mujeres en la Iglesia somos las “criadas” en las parroquias, las asistentas, las que limpian el templo, encienden y apagan las velas, hacen vestidos y mantos a las vírgenes, ponen las flores, leen las lecturas del día, dan las catequesis a los niños/as, (a los adultos suelen ser cosa de hombres), en las eucaristías no pueden tomar la palabra al público en las homilías, son unas subordinadas del cura, en definitiva, están a sus órdenes.

La iglesia insiste en poner como modelo de mujer a María como virgen y, a pesar de ello, madre, cosa, por, otra parte, antinatura (ahora que los obispos hablan tanto de la ley natural y de conductas antinatura). Tampoco aceptan los estudios exegéticos que teólogos y teólogas han hecho sobre la virginidad de María. Tenemos el caso reciente de la reacción contra el libro de Pagola especialmente, creo yo, porque Pagola repite lo que dice el Evangelio, de que Jesús tuvo hermanos y hermanas, y que éstos no eran primos, aunque también tuviese primos y primas.

Por lo menos, los seguidores y las seguidoras de Jesús, tengamos muy presente el encuentro de Jesús con la samaritana, amén de otros pasajes con otras tantas mujeres siempre en clave liberadora y de dignificación de la mujer de su época, con un mensaje que, como casi todos los del Evangelio, trascienden a su época. Pero en el caso del mensaje a favor de las mujeres, la Iglesia tiene un criterio muy selectivo, no interesa resalta y ni hablar en voz alta no vaya a ser que la gente se entere de que Jesús trataba a las mujeres igual que a los hombres e incluso fueron ellas las portadoras de que Jesús era el Mesías, como en el caso que nos ocupa o que había resucitados, los dos acontecimientos más importantes de la vida de Jesús.

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