Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¡A qué partido votaría Jesús?

02-Marzo-2008    José Arregi

Anoche, mientras volvía de Bilbao a Arantzazu, llovía mansamente, y cada gota era bienvenida y bendecida. ¡La echábamos tanto de menos! Cada gota merecía ser venerada y saludada, y ser reverentemente acogida como lo más sagrado de la tierra y del cielo.

Y yo pensaba que, en ese momento, hubieran debido interrumpirse todos los mítines, y que los apasionados líderes políticos hubieran debido suspender sus fogosas arengas, y respirar mansamente y decir a la gente mansamente: “Amigos, sólo hay dos cosas esenciales: el dolor y la belleza, y ambas requieren silencio, pues se compadece en silencio y se admira en silencio.

Callemos un momento para apiadarnos de las cuatro mujeres asesinadas hoy por sus parejas, y para apiadarnos incluso de sus asesinos. Y callemos otro momento, o el mismo, para admirar esta lluvia de gotas que vienen de la tierra a la tierra, de vuelta del cielo. Unámonos para aliviar el dolor como se unen las gotas de agua para aliviar la sed de toda la tierra. Unámonos para admirar con unción la belleza y creer en su hermosa promesa”.

Soy un simplificador, de acuerdo. Pero ¿es mucho pedir que nuestros líderes en campaña no olviden lo más humano, aunque deban olvidar para ello las urnas del día 9? Contra todos mis propósitos -pues además de un simplificador, soy un revoltijo de incoherencias-, el lunes pasado seguí en la tele media hora del debate Zapatero-Rajoy. Un poco de lluvia en medio del debate -o una vasija bonita de agua o una planta verde encima de aquella mesa desierta y triste, o una ventana para de vez en cuanto mirar en silencio la luna menguante, o qué sé yo, algo…- hubiese estado muy bien. O simplemente, dos personas humanas escuchándose y hablándose y aprendiendo la una de la otra, para que otros también aprendamos.

Total, ¿que a quién votamos? No lo tenemos fácil. La Nota de los obispos al respecto parecía decirlo claramente, pero esa claridad me ofusca y no me sirve. No hay ningún partido que nos guste del todo, ninguno que responda a lo que nos parece justo y posible y necesario. Lógico. Pero no consigo entender que, a la hora de decidir el voto, el matrimonio de homosexuales, la unidad de una nación (que además no es la nación de todos), la negociación con ETA, la asignatura de la Ciudadanía o incluso una ley ampliada de despenalización del aborto y de la eutanasia… hayan de ser criterios más importantes para un discípulo de Jesús que, por ejemplo, la acogida de los inmigrantes, la lucha contra la desigualdad económica (la más asesina) y contra el neoliberalismo económico multinacional (el más terrorista), la defensa del futuro de los países pobres, que es nuestro futuro, y la defensa de la naturaleza que somos y nos hace vivir a todos.

De modo que cada uno deberá decidir qué es lo más importante, qué lo más urgente. Cada uno deberá preguntarse dónde se juega el sueño y la gloria de Dios, la vida de sus criaturas sufrientes. Y también puede uno preguntarse qué haría Jesús en esta situación, y puede uno pensar incluso que Jesús excluiría el voto a los partidos que restringen los derechos de los inmigrantes o fomentan diferencias sociales o limitan la igualdad de género o impiden los derechos de los “diferentes” o amparan a los grandes poderes o sacralizan fronteras nacionales.

Sí, pero ni aun así podría uno decidir fácilmente su voto. Pues nadie puede saber con certeza a qué partido votaría Jesús, y tal vez ni siquiera a qué partido no votaría. Y es más: aunque pudiésemos saber a qué partido votaría Jesús, pienso que ni aun entonces todos los cristianos estarían obligados a votar a ese mismo partido, pues también Jesús podría tener sus preferencias políticas particulares no universalizables. Jesús no fundó un “partido cristiano” único.

En conclusión, persiste nuestra incertidumbre, y los debates, los mítines e incluso las notas episcopales no bastan para despejarla. ¿Qué nos queda como criterio? La compasión y la belleza en que se hace visible, sensible, y también inasible, el Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es libre como el aire, blando (o blanda) como el agua, cambiante como la luna que ahora está menguando para luego nacer de nuevo.

Un abrazo. ¡Paz y bien!

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