Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La mirada nos delata

16-Marzo-2008    Mario Cervera
    Empezamos la semana grande del Año Litúrgico. Sobre Liturgia en general habla esta reflexión de un nuevo colaborador, un joven marianista que está estudiando teología en Roma. Frente a las grandes celebraciones ritualizadas (acabamos de ver la del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro de Roma), él opta por los encuentros comunitarios en los que todos nos encontremos cara a cara para celebrar la fe cristiana.

La mirada nos delata. Dice mucho sobre las tendencias, obsesiones, gustos, rutinas adquiridas… de las personas. Nos delata nuestra manera de mirar o de esquivar la mirada, de mirar a los ojos cuando me saludan o no hacerlo. La mirada puede delatar la falta de sinceridad, el miedo, la sorpresa, la alegría, la preocupación. Nos delata el tiempo que estamos mirando las personas, las cosas, las partes de un conjunto. Podemos pensar en el tiempo que pasamos mirando la televisón, internet, los paisajes, a las personas. Pueden ser síntomas de nuestra manera de ser, de nuestra cultura, de nuestras tendencias, incluso de nuestras grandezas o manías sociales.

Creo que la mirada nos delata también en la dimensión religiosa. Últimamente me he estado fijando en la mirada de las personas en nuestras celebraciones eucarísticas. La mayor parte del tiempo lo pasamos mirando a un hombre vestido de romano que llamamos sacerdote, que tiene un absoluto protagonisto. Y este hombre vestido de romano pasa la mayor parte del tiempo mirando un libro llamado misal.

Creo que estas miradas nos delatan. Reflejan:

    - una mirada clerical de la Iglesia (miramos al sacerdote)
    - una mirada ritualista (el sacerdote mira el misal)
    - una mirada unidireccional (hacia el altar) y no multidireccional (hacia los presentes, verdaderos altares de Dios)
    - la falta de una mirada comunitaria, recíproca, festiva, expansiva (en muchas celebraciones ni siquiera los presentes se pueden mirar a los ojos, sólo ven el cogote de la persona que tien delante)

¿No es un poco desproporcionado? ¿No deberíamos sospechar de estas obsesiones que secuestran el mensaje cristiano? ¿No tendríamos que sospechar de una celebración tan des-celebrada? ¿Es la mejor celebración aquella en la que un hombre capta las miradas, sin ser, ni siquiera, el homenajeado, además de pasarse mirando casi todo el tiempo un “libro de instrucciones” de lo que nos dicen que es la “correcta” celebración?

No creo que refleje una manera “normal”, “encarnada” de celebrar una buena noticia, un encuentro alegre y festivo.

¿Dónde está el peso de la comunidad concreta? ¿Dónde el encuentro fraterno desde la expresividad de cada comunidad? ¿Dónde la normalidad y la frescura celebrativa? ¿Dónde las risas, la relajación, el encuentro festivo? ¿Por qué tanta ruptura con nuestra manera humana de celebrar nuestra vida, nuestro amor, nuestras buenas noticias? ¿No tendremos que sospechar de nuestros lenguajes que a muchos hace tiempo que les han dejado de decir? ¿Pensamos que los jóvenes, y tantos seglares, entienden esta manera de celebrar? ¿Cómo podemos recuperar el valor de las circunstancias concretas e inquietudes de la comunidad que celebra, en la que se hace presente Jesús? ¿No tendríamos que relativizar lo que es relativo, y dar más importancia a la que verdaderamente preside la celebración: la comunidad, en la que Jesús se hace presente? ¿Por qué el libro de instrucciones tiene más peso que la propia comunidad? ¿Está el sacerdote al servicio del manual de instrucciones o al servicio de la comunidad concreta? ¿No deberían preparar las celebraciones los que celebran, sin sentirse encorsetados por un manual de instrucciones que resulta rutinario y ritualista? ¿No tenemos la tendencia de confundir la unidad con la uniformidad?

Creo que la mirada nos delata.

Los que estudian artes saben la importancia de los espacios visuales, de los espacios en los que se desarrollan las escenas. Los cristianos hablamos de la belleza de la liturgia, pero no nos damos cuenta de que la estética que utilizamos no les dice nada a muchas personas. Son muchos los que ven que, en pleno siglo XXI, continúan las celebraciones de olor medieval. Los “expertos” están tan influenciados por la costumbre, el peso de la tradición, la “ortodoxia” y por una determinada manera de entender la revelación, que hay detalles de sentido común que se les escapan. Creo que ven lo sagrado como algo distinto y separado de lo humano. Hablamos de celebración, pero la hemos convertido en una celebración des-celebrada. Acabamos matando la celebración. El ritualismo es su verdugo, la rutina su ejecutor.

Creo que no tenemos que perder tiempo en formar a las personas en este tipo de celebración, en el que muchos se sienten “encorsetados”, y otros muchos ya han dejado de venir. Pienso, en cambio, que tenemos que recuperar la dimensión celebrativa en el sentido más humano y natural. Es hora de vivir el aspecto más festivo, espontáneo, expansivo de nuestras celebraciones cristianas. Hoy en día nuestras celebraciones tienen una apariencia de seriedad, de ritualismo, de falta de ilusión y alegría que no corresponde al mensaje cristiano. Creo que es uno de los motivos por los que la dimensión celebrativa de la Iglesia en Europa está cayendo en picado.

La mirada nos delata. ¿Por qué no atrevernos a miramos unos a otros y celebramos juntos nuestra fiesta cristiana?

Creo que hacen falta exploradores que se atrevan a vivir otro tipo de celebraciones, en las que se sonría, nos miremos unos a otros y celebremos como lo haríamos en otras dimensiones de la vida.
Y sobre todo, hace falta una mirada de unidad que no vea abusos por todas partes, y que no sienta que la unidad pasa por la uniformidad.

Me he centrado en las celebraciones, pero la reflexión es más profunda: lo que aquí comento no es sólo un detalle, sino que es síntoma de la mirada que se propone desde la jerarquía de la Iglesia: una mirada clerical y ritualista.

¡La mirada nos delata! Y nos seguirá delatando.

Ojalá en nuestras celebraciones (y en nuestra Iglesia) no haya miradas tristes, ritualistas, serias, ensimismadas, cabreadas, aburridas, rutinarias, somnolientas, normativas… que delatan la obsesión clerical y ritualista de la Iglesia, y haya, en su lugar, miradas tiernas, cómplices, alegres, pícaras, simpáticas, serenas, traviesas, solidarias, enamoradas… y sobre todo ¡RECÍPROCAS!

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