Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Poder político versus poder religioso?

20-Marzo-2008    Ana Rodrigo
    Es trascendental esta cuestión sobre lo público y privado de la religión que plantea Ana María. En Francia Regis Debray y Frederic Lenoir están enzarzados en una discusión sobre si el cristianismo necesariamente se hizo político o se puede retornar a un Evangelio sin relevancia pública institucional. Daremos también cuenta de ello. Pero entretanto tomemos en serio las preguntas de Ana.

Ha sido una constante en la historia la conexión entre religión y política. Si nos centramos exclusivamente en el cristianismo no nos resultaría nada difícil darnos cuenta que, desde Constantino hasta nuestra época, no ha habido un solo momento en que esto no se haya producido. Claro que Constantino y, especialmente, Teodosio lo que hicieron fue sustituir una religión oficial por otra, cosa tan antigua como la humanidad. Pero este fenómeno ha seguido intacto hasta nuestros días.

Emperadores orientales y occidentales, reyes europeos de todas las épocas y lugares, hasta la consolidación del Papado como uno poder temporal más, -con el añadido de la autoridad moral universal–, han consolidado un maridaje entre el poder político y religión que con el paso de los siglos y de los años produce una cierta dificultad en separar ambos poderes desde su raíz más profunda. Por un lado, la legitimación moral de actuaciones políticas por parte del poder político, y la convicción, por parte del poder religioso, de que debe estar presente para la “salvación” y la salvaguardia de la moralidad en la sociedad.

Actualmente hay muy pocos expertos que vean bien esta simbiosis de poderes en épocas pasadas y hasta a la mayoría les supone sonrojo cómo la misión del Reino de Dios del Evangelio, se convirtió claramente en Reino de este mundo, con todos los atributos que conlleva el poder temporal y con todo el poder que conlleva manipular las conciencias de las personas y de los colectivos.

A partir de la Ilustración todo esto se comenzó a cuestionar, las teorías de la acción divina a través de los reyes absolutos, o las de que la Iglesia debía estar al lado de este poder para influir moralmente (dejemos otros intereses menos confesables), así como la puesta en práctica del ataque y destrucción directa de la Iglesia durante la Revolución Francesa, supuso un revulsivo del que la Iglesia todavía no se ha recuperado.

Aparece de forma viva y explícita el enfrentamiento entre poder político y poder religioso, la Iglesia comienza a sentirse perseguida y víctima, y, por tanto, comienza a defenderse y a atacar, a negociar en unas ocasiones y a estar condenada a desaparecer en otras, como el caso de los regímenes comunitas.

El Concilio Vaticano II quiso clarificar un poco esta relación en tanto en cuanto fuesen las/los laicos quienes se ocupasen de las tareas socio-políticas, pero, desde mi punto de vista, no dio soluciones a este problema secular. Lo vimos en la Teología de la Liberación que, intentando desde la misma teología, defender valores tan evangélicos como la defensa de los más débiles, se la politizó inmediatamente desde el Vaticano.

En cambio, cuando los cardenales y los obispos españoles recientemente han entrado directamente en política de forma partidista, han sido avalados por el mismo Papa.

Dejando claro que no he entrado en matices y datos históricos pormenorizados (no es el objeto de esta reflexión), y para no alargarme más, os propongo un debate abierto acerca de las siguiente preguntas y de otras que se puedan ir formulando en el curso del debate. Tengo que confesar que personalmente yo no tengo respuesta para algunas de estas preguntas.

¿Por qué para unos Tarancón no hizo política y por qué para otros Rouco tampoco hace política, sino que cumplieron o cumplen con su obligación de obispos? O mejor, ¿por qué para una parte de la sociedad –no necesariamente cristiana– les parece bien o mal la intervención de la Jerarquía en la política, dependiendo del signo político que sean quienes critican o aceptan esta cuestión?

La Jerarquía, como representante de todo el pueblo creyente, ¿Debe hablar explícitamente de cuestiones políticas de poder a poder?

¿Dónde está marcada la línea que separa la acción política y la acción pastoral?

¿Procede hacer política en nombre de la religión y quién debería hacerlo?

¿Debe quedarse la religión en el ámbito privado? En caso afirmativo, ¿dónde quedaría la acción revolucionaria de Jesús?

¿Debe ser la acción de cristianos/as anónimos quienes lleven a cabo la acción política en la sociedad como levadura en la masa?

Considero que si aclaramos estas preguntas, quizá las discusiones recientes que hay en la sociedad, en la Iglesia y en los foros, pudiese adquirir otro rumbo más razonado y menos crispado. De ahí que en este debate sea tan importante la argumentación a favor o en contra de lo que se afirme, sin que nadie, por ello, se dé por ofendido o atacado. No de trataría de personalizar, sino de clarificar.

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