Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Orar

26-Marzo-2008    Frei Betto
    Todos sabemos lo que significa Frei Betto como impulsor de políticas de liberación, de la izquierda más radical, amigo de Castro (escribió un libro “Castro y la religión”, tras una larga entrevista con él) y amigo de Lula cuando aún no era presidente. Ahora es muy crítico con él por hacer excesivas cesiones al sistema capitalista. Por eso está bien que quien “da tanto con el mazo” nos hable también de oración.

Orar es entrar en sintonía con Dios. Hay muchas maneras de hacerlo, y no se puede decir que ésta sea mejor que aquélla. Hay oraciones individuales y comunitarias, basadas en fórmulas hechas y espontáneas, cantadas y recitadas. Los salmos, por ejemplo, son oraciones poéticas, de las que casi un centenar expresan lamentación y/o denuncia, y otras cincuenta, alabanza.

Los occidentales tenemos dificultad para orar debido a nuestro racionalismo. En general, quedamos en el umbral de la puerta, entregados a la oración que se apoya en los sentidos (música, danza, mirar vitrales o paisajes, etc.) o en la razón (fórmulas, lecturas, reflexiones, etc.).

Orar es entrar en relación de amor. Como sucede en una pareja, hay niveles de profundización entre el fiel y Dios. Unos oran como el enamorado que le habla al oído a la enamorada. Como si Dios fuera sordo y distraído. Se parecen a esa tía que llama y habla tanto, tanto, que mi madre suelta el teléfono, sirve la comida y regresa, sin que su ausencia haya sido notada.

Jesús sugirió no multiplicar las palabras. Dios conoce nuestros anhelos y necesidades. El mismo Jesús, según cuenta el evangelio, prefería retirarse a lugares solitarios para entrar en oración. “Jesús se retiró a la montaña para orar. Y pasó toda la noche en oración a Dios” (Lucas 6,12).

En la oración es necesario entregarse a Dios. Dejar que él ore en nosotros. Si tenemos resistencia a la oración es porque muchas veces tememos las exigencias de conversión que ella encierra. Ponerse ante Dios es ponerse ante uno mismo. Como en un espejo, al orar vemos nuestro verdadero perfil, los dobleces del egoísmo realzados, congojas acumuladas, envidia enraizada, apegos anquilosados… De ahí la tendencia a no orar o a hacer oraciones que no lleguen a mostrar el reverso de nuestra subjetividad.

Los místicos, maestros de oración, sugieren que aprendamos a meditar. Vaciar la mente de todas las fantasías e ideas, y dejar fluir el soplo del Espíritu en el silencio del corazón. Es un ejercicio cuyo método enseña la literatura mística. Pero es necesario, como Jesús, reservar tiempo para ello. Así como la relación de una pareja se enfría si no hay momentos de intimidad, del mismo modo la fe se debilita si no nos recogemos en oración.

Oramos para aprender a amar como Jesús amaba. Sólo la fuerza del Espíritu ensancha el corazón. Por lo tanto, una vida de oración obtiene garantía no por los momentos que nos entregamos a ella, sino por los frutos en la vida cotidiana: los valores reseñados como bienaventuranzas en el sermón del monte (Mateo 5,1-12). O sea, pureza de corazón, desprendimiento, hambre de justicia, compasión, fortaleza en las persecuciones, etc.

Orar es dejarse amar por Dios. Es dejar que el silencio de Dios resuene en nuestro espíritu. Es permitirle que él haga su morada en nosotros. Sin caer en el fariseísmo de creer que mi oración es mejor que la de los otros, como el caso de aquel fariseo frente al publicano (Lucas 18,9-14). Quien ora trata de actuar como Jesús actuaría. Sin temer los conflictos derivados de actitudes que contradicen los antivalores de la sociedad consumista e individualista en que vivimos.

Orar es cuestionarse a sí mismo. Centrado en Dios, el orante se descentra en los otros, e imprime a su vida la felicidad de amar porque se sabe amado. Parafraseando a Job, antes de orar se conoce a Dios por oír hablar de él; después, por experimentarlo. Esto llevó a Jung a exclamar: “Yo no creo, yo sé”.

[Frei Betto es autor de Entre todos los hombres, biografía novelada de Jesús. Traducción de J.L.Burguet]
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