Obispo y Presidente
21-Abril-2008 Atrio- Parece que por primera vez en la historia, un obispo es elegido presidente de una República. Se llama Fernando Armindo Lugo Méndez y asumirá la presidencia del Paraguay, el próximo 15 de agosto, fiesta de la Asunción. Linda fecha para un suspendido a divinis.
Colorados (conservadores nacionalistas), liberales y dictaduras militares se sucedieron en los últimos ciento dieciocho años profundizando cada vez más la brecha entre pobres y ricos.
Con una población que no llega a los cinco millones de habitantes, cerca de la mitad vive bajo la pobreza. Cerca de un millón y medio de paraguayos viven en Argentina. Prácticamente todos abandonaron su país acosados por la hambruna que en los últimos sesenta y un años, el partido colorado no supo, no quiso o no pudo superar. En más de medio siglo, la oposición instalada –el partido liberal- no consiguió destronar al colorado.
Ayer, el (¿ex?) obispo católico Fernando Lugo, al frente de la Alianza Patriótica para el Cambio, logró lo inesperado.
Fernando Lugo (59 años), sacerdote misionero del Verbo Divino, ordenado obispo en 1994 y conocido en su diócesis como “el cura de los pobres”, solicitó la dispensa ministerial al Vaticano para dedicarse a la actividad política. No le fue concedida y debido a su decisión de continuar en carrera presidencial, el 4 de enero de 2007, la Congregatio pro Episcopis, lo notificó de su “suspensión a divinis” (de las cosas divinas).
Más allá de si esta sanción se ajusta o no a derecho (canónico), me parece que vale el hacerse esta pregunta: ¿qué es lo que hace legítima o ilegítima su decisión: su anterior compromiso episcopal (según la ICAR, ese compromiso previo la convierte en ilegítima) o su actual voluntad por colaborar desde la presidencia del país en la recuperación del Paraguay? ¿Es posible afirmar que una de las dos opciones sea más ‘cristiana’ que la otra?
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