Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El subterráneo río del feminismo

20-Junio-2008    Lidia Menapace
    Concluimos con éste la serie de testimonios que hemos entresacado del número 46 de ADISTA y que reflejan cómo vivieron el 68 quienes siguen siendo fieles al espíritu de renovación suscitado contemporáneamente por los mejor del Vaticano II.

Lidia Menapace es una de las voces mas autorizadas del feminismo italiano. Estafeta partisana, en la posguerra participa en la Democracia Cristiana. Se aproxima al movimiento comunista, en 1969 fue una de los promotores del manifesto y en 1973 de Cristianos por el Socialismo. En las elecciones políticas del 2006 fue elegida senadora independiente por las listas de Rifondazione Comunista.

En el interior del 68 se despertó la historia interrumpida de las mujeres, pero el 68 no fue demasiado acogedor del feminismo. Este podría ser el título. Y se destacaba claramente en una viñeta publicada en Rinascita en la que se veía a una mujer joven despelucada y agobiada con un niño en brazos, el teléfono apoyado entre el mentón y la mejilla, mirando de reojo el hervidor de leche, alejando con el pie al gato para que no caiga en la tina de lavar la ropa, que está diciendo: «No, mi compañero no esta aquí; está fuera luchando por los oprimidos». Rostagno enfurecido replicó «marxismo uterino».

A nuestro turno rechazábamos ser los ángeles de la copiadora en vez de los del hogar. Hubo preservativos llenos de agua lanzados en una reunión separatista en la universidad de La Sapienza, y hasta una puerta desfondada de una sede durante una reunión autoconvocada. Sin embargo, el movimiento fue grande, fuerte, sorprendente. Respecto a las organizaciones de la historia de la emancipación dirigidas preferentemente a obtener el reconocimiento de derechos negados, el feminismo del 68 descubre el cuerpo como sujeto político y la sexualidad como lugar de opresión, y el conocimiento de sí a través de la autoconciencia y el deseo de liberación. El movimiento se manifestó primero en la universidad, pero desde el otoño caliente entró también en las fábricas. Y cuando los metalmecánicos conquistaron las 150 horas (en el 1973 el nuevo contrato de categoría nacional preveía por primera vez un marco único para obreros-empleados en 7 niveles, aumentos salariales iguales para todos y el reconocimiento del derecho al estudio retribuido hasta 150 horas), éstas se usaron mucho para cursos sobre la salud de las mujeres y los métodos anticonceptivos, y siempre sobre la autodeterminación. Fue importantísimo reconocer autonomía a la sexualidad, que se separó de la reproducción, paso decisivo para la afirmación como persona entera y no dependiente, responsable de sí misma y provista del derecho a decidir modos, forma y tiempos de la sexualidad y de la reproducción. El debate tocó sobre todo a mujeres católicas que tomaron parte con gran viveza y generosidad en todo, sobre la base del Concilio Vaticano II y de las esperanzas de una Iglesia profundamente «aggiornata» en sentido antitemporal, pobre incluso culturalmente como dijo Pablo VI en la Octogesima adveniens, que debería haber sido la última encíclica «social», dado que la Iglesia había sido definida por Pablo solamente «experta en humanidad», no en economía política estética. Las esperanzas eran muchas y muy vivas. Muchos católicos y muchas católicas y evangélicas (sobre todo valdenses) se comprometieron en la lucha por el divorcio como derecho civil, dado que el matrimonio no sacramental es un contrato y, como todos los contratos, debe tener sus formulas de disolución. Pero todavía más por el aborto, que todas —catolicas, evangélicas, creyentes, dudosas, indiferentes, agnósticas y no creyentes— rechazábamos, pero al que queríamos encarar para disminuir el peso peligroso y humillante, las condiciones de subalternidad y clandestinidad, fuente de toda opresión y vergüenza. Fue una lucha de gran respiro ético y político y resultó comprensible y compartible, comprendida y compartida por la población, como puede comprobarse por el hecho de que los dos referéndums contra la ley 194 fueron rechazados.

¿Que ha quedado? Mucho y poco.

Mucho, en el sentido de tener derecho a una sexualidad libre; poco, porque es más consumida que vivida. Hemos asistido (no sólo sobre estos argumentos) a una verdadera revolución pasiva movida sobre todo por los medios y por la publicidad tendiente a hacer del sexo una mercancía como cualquier otra. Pero el feminismo es un río cárstico, corre por las vísceras de la madre Tierra, cuando los tiempos son infaustos, y emerge no se sabe donde ni cuando, y sale del silencio activo que ha recorrido. Si el río cárstico corre por las vísceras de la Tierra, en la superficie se ven y pesan otros escenarios. En la tendencia regresiva general, lo que queda de la gran momento del feminismo de la diferencia y de la liberación es sólo la emancipación imitativa, esta sí, tal vez de ahora en adelante enraízada en la historia, y mujeres admitiendo ser cooptadas y colocadas en posiciones decorativas y ancilares existirán siempre aunque, por fortuna, otras que luchan duramente alcanzarán posiciones inminentes en las profesiones, en la investigación, en las administraciones.

Queda inespugnada (y debo muy a mi pesar utilizar un lenguaje militar y bélico ya que de una guerra simbólica se trata) la ciudadela del poder político, que se defiende con absoluta determinación. Pero es una lucha de retaguardia. Basada en la inseguridad, y por eso mismo con caracteres persecutorios y negativos, produce una cultura reaccionaria y violenta. Será una lucha épica resistir a la violencia continua repetida contra las mujeres y detener los intentos de reducir y poner de nuevo en la oscuridad y en el silencio las conquistas civiles logradas. No se puede ciertamente pensar que una estructura cultural, política y jurídica, antigua y consolidada como el patriarcado pueda ser eliminada en pocos decenios. Es pues cuestión de tenacidad, resistencia y convicción; actitudes que no nos faltan.

[Traducción de MJG]

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