Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La liturgia cristiana debe siempre ser reactualizada

13-Julio-2008    José Luis Servera
    Cuando vemos a la cúspide jerárquica añorar el fijismo ritual y la estética de la liturgia tridentina, como un guiño inútil a los lefebvrianos, es necesario volver a pensar en serio, como hizo Bonhoeffer desde la cárcel, en el único culto que puede llamarse verdaderamente cristiano: la adoración en espíritu y en verdad en comunión con los necesitados de solidaridad en el mundo real de hoy.

Vamos a comentar unos textos del teólogo Bonhoeffer, asesinado por los nazis, que fueron desarrollados por el obispo protestante Robinson en su libro Sincero para con Dios, donde desnuda su alma ante Dios buscando encontrar una mayor autenticidad ante las exigencias evangélicas. El libro fue publicado en 1967, es decir, hace 41 años.

La palabra liturgia de origen griego significa “servicio público” y equivale a rito y también a culto. Se puede entender como “Orden y forma que ha aprobado la Iglesia para celebrar los oficios divinos, y especialmente la misa”. En toda liturgia cristiana está claro que “este orden y forma aprobada por la Iglesia” se debe adaptar en todo al mensaje evangélico y al tiempo en que vivimos, para que pueda ser vehículo de expresión de nuestras vivencias y para posibilitar su actualización y crecimiento.

¿Qué significan el culto y la plegaria en una sociedad de ausencia total de religión? Esta pregunta de Bonhoeffer, que su muerte prematura le impidió contestar, puede parecer demasiado paradójica para ser inteligible. Puesto que culto y plegaria nos parecen ser la expresión misma de la religión, las actividades que por excelencia distinguen a una persona religiosa de otra que no lo es.

Quizá la mejor manera de definir la palabra “religioso” sería preguntar, por ejemplo, cual es la diferencia que media entre una película religiosa y una película cristiana. La mayor parte de la gente, sin detenerse a reflexionar, tendería a igualar ambos términos. Pero es evidente que cabe hacer en ellos una distinción importante. Una película cristiana es la que incluye unos juicios cristianos en el enfoque de las situaciones, unos valores cristianos en las relaciones personales, unos discernimientos cristianos en la finalidad y en el sentido de la vida. Una película religiosa, en cambio, es la que se refiere a una zona determinada de experiencia o actividad. El suyo puede ser un tema bíblico, puede referirse a las monjas o a Lourdes, o puede centrarse sobre algún movimiento o experiencia religiosa. Es posible que una película cristiana no tenga específicamente nada que ver con la religión, mientras que una película religiosa, como sabemos de sobra, puede ser profundamente no cristiana.

Lo “religioso”, en el sentido técnico de órdenes religiosas, es la antítesis de lo “secular”. Hace referencia a aquel compartimiento de la vida que está en oposición al “mundo”; y en un sentido popular, aunque no técnico, incluye todas aquellas actividades que se desarrollan alrededor del santuario. Es una zona particular de experiencia o actividad en la cual el hombre se halla distanciado del mundo o incluso “separado” totalmente de él, y que posee su propia sicología y sociología. Una “renovación religiosa” implica que se retoque de nuevo esta zona de experiencia y actividad, mientras que un proceso de secularización significa su agostamiento o decadencia. Y universalmente se supone que las Iglesias manifiestan un marcado interés por lo primero y deploran amargamente lo segundo.

Semejante suposición es sobre la que Bonhoeffer yergue su interrogación. Pero, ¿acaso pretendía con esto que ya nadie acudiera a la iglesia o que los hombres dejaran de recitar sus plegarias? Evidentemente no. Ya que de lo contrario no habría preguntado cuál era la significación del culto y de la plegaria en una ausencia total de la religión, pues resulta obvio que tanto uno como otra carecerían de sentido. ¿Cómo hemos de contestar entonces a su pregunta? Planteemos la cuestión, como él hace, primero por lo que respecta al culto -plegaria pública, liturgia, culto propiamente dicho- y después en lo que se refiere a la plegaria privada - devoción personal, piedad, “vida espiritual”.

A primera vista, la liturgia y el culto conciernen esencialmente a lo que tiene lugar en un edificio consagrado, a lo sagrado mejor que a lo común, a la “religión” mejor que a la “vida”. Más que pertenecer, en realidad constituyen virtualmente aquella área o zona de la experiencia que ejerce un atractivo peculiar sobre las personas de “tipo religioso”, sobre las personas que “se complacen en esta clase de cosas” o que “de ellas obtienen algún beneficio”. El culto y el hecho de acudir a la iglesia carecerían de sentido para la mayor parte de personas si no fueran expresión de su interés por la religión.

Y no obstante, el sacramento que constituye el corazón del culto cristiano es la negación permanente de semejante concepción. Puesto que es la afirmación del “más allá” en el centro de nuestra vida, de lo sagrado en lo común. La sagrada comunión es el punto donde lo común, lo comunal, se convierte en vehículo de lo incondicional, a semejanza de Cristo que se hizo reconocer cuando partió y distribuyó el pan. La sagrada comunión es comunión, vida de comunidad, en profundidad, al nivel en que no nos hallamos en la mera vinculación de la fraternidad humana sino “en Cristo”, en que no estamos simplemente en el amor sino en el AMOR: Unidos a Aquel que es el fondo y el renovador de todo nuestro ser. Por lo menos, esto es lo que debería ser la comunión. Pero demasiadas veces no es el lugar donde lo común y lo comunal entran en contacto con el más allá que está en su centro, como lo trascendente en, con y debajo de ellos, sino precisamente lo contrario. Ha dejado de ser comida sagrada para convertirse en un servicio religioso en el que nos volvemos de espaldas a lo común y a la comunidad y, en devoción individualista, vamos a “comulgar” con el “Dios de fuera”. Así, alcanzamos la esencia de la perversión religiosa cuando el culto se convierte en un reino en el que nos apartamos del mundo para “estar con Dios”, incluso si sólo es para recibir en él la fuerza que necesitamos para volver de nuevo al mundo. En este caso, la totalidad de lo no-religioso (en otros términos “la vida”) es relegada al dominio de lo profano, en el sentido estricto de que es profano todo lo que se halla fuera del fanum o santuario. El lugar sagrado donde efectuamos nuestro encuentro con Cristo, ya no se halla, como en la parábola de las ovejas y de los machos cabrios, en las relaciones corrientes de la vida: se halla en el seno del círculo de lo “religioso”, de donde saldrá el creyente para llevar el amor de Cristo al “mundo secular”. En este sentido, el culto y la liturgia no son el encuentro de lo sagrado en lo común. La esfera de lo religioso constituye el sancta sanctorum, y así retrocedemos a la concepción sacerdotal judía acerca de la relación existente entre lo sagrado y lo secular, concepción que fue destruida por la encarnación, cuando Dios declaró sagradas todas las cosas y el velo del templo se rasgó de arriba abajo.

Para el cristianismo, en cambio, lo sagrado es la profundidad de lo común, igual que lo secular no es una sección sin el Dios de la vida, sino el mundo -el mundo de Dios, el mundo por el que Cristo murió- escindido y alienado de su verdadera profundidad. La finalidad del culto no consiste en retirarse desde lo secular a la zona de lo religioso, y menos aún huir de este mundo para refugiarse en el “otro mundo”, sino en abrirse al encuentro de Cristo en lo común, abrirse a aquello que tiene el poder de atravesar su superficialidad y redimirlo de su alineación. La religión no es una función especial de la vida espiritual del hombre, sino la dimensión de profundidad en todas sus cosas.

La función del culto estriba en hacernos más sensibles a estas profundidades; enfocar, agudizar y profundizar nuestra respuesta al mundo y a los demás más allá del interés inmediato (gusto personal, interés propio, preocupaciones limitadas, etc.) y en función del interés último; en purificar y corregir nuestros amores a la luz del amor de Cristo; y en encontrar, en Él, la gracia y la fuerza de llegar a ser una comunidad reconciliada y reconciliante. Todo cuanto logre este resultado o ayude a lograrlo es culto cristiano. Todo cuanto no nos lleve a alcanzar este objetivo no es culto cristiano, por muy “religioso” que sea. El test decisivo del culto y de cualquier liturgia consiste en dilucidar hasta que punto nos hace más sensibles al “más allá en el centro de nuestra vida”, al Cristo en los hambrientos, en los desnudos, en los vagabundos, en los prisioneros… Sólo si somos más capaces de reconocer así a Cristo después de asistir a un acto de culto, será cristiano este culto y no una piadosa escenificación de religiosidad con atuendo cristiano. No otra cosa es lo que implican las palabras de Jesús: “El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.

Debemos aceptar que la totalidad de nuestra práctica religiosa y de nuestra asistencia a la iglesia sean sometidas a semejante test y tener la osadía de someternos a sus consecuencias…

El mensaje que nos da Robinson, interpretando a Bonhoeffer, sobre la función principal de la liturgia en el culto cristiano queda muy claro. Sin embargo, nos podemos preguntar ¿en el culto cristiano y en sus liturgias atiborradas de palabras cúlticas y agrícolas, propias de otras épocas históricas se nos ayuda a vehicular, fomentar y profundizar el ser cristianos desde la realidad en que vivimos y desde la comunión con los demás? Toda liturgia como servicio público debe ser un instrumento adaptado al tiempo en que se vive y capaz de sensibilizarnos más ante las exigencias evangélicas, no separándonos del mundo, sino ayudándonos a descubrir la profundidad de lo profano en lo común.

Pienso que esta labor no es sólo ni principalmente de la iglesia jerárquica, sino sobre todo, de la iglesia Pueblo de Dios, que busca constantemente su fidelidad al Jesús del Evangelio. Desde esta perspectiva se deben observar los esfuerzos de tantas comunidades cristianas que se afanan en encontrar nuevas formas que de una manera natural y fiel al evangelio les ayuden a profundizar en su fe.

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Los comentarios están cerrados.