Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Moltmann critica la esperanza que propone el papa

24-Julio-2008    Atrio

Si ha habido un teólogo protestante que se hay ido ganado la confianza de todo el mundo católico en los últimos años por su teología seria y equilibrada, ha sido Jürgen Moltmann. Empezando con Teología de la Esperanza (1968) y Cristo Crucificado (1972), su último libro, escrito junto con su esposa, parecía ya su testamento espiritual: Pasión por Dios: una teología a dos voces (Sal Terrae, 2007). Nada le urgía a entrar en polémica. Por eso es más interesante su breve pero incisiva crítica a la manera como Benedicto XVI ha hablado (y dejado de hablar) de la esperanza. ¡Cuanta distancia respecto a la Gaudium et Spes!.

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Horizontes de Esperanza: una crítica a la Spe salvi

Por Jürgen Moltmann. En el quincenal norteamericano The Christian Century, 18-5-2008.


    “Somos salvados en la esperanza” (Spe salvi facti sumus). La encíclica Spe salvi del papa Benedicto XVI, publicada a finales de 2007, comienza con esta cita de la carta de Pablo a los Romanos (8:24). Inmediatamente, Benedicto continúa hablando de la redención: “Según la fe cristiana, la « redención », la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente”. El teólogo alemán protestante Jürgen Moltmann, quien durante años ha construido una teología de la esperanza, comenta esta encíclica. (Nota introductoria de The Christian Century)

Si comparamos la encíclica del papa Benedicto XVI sobre la esperanza, Spe salvi, con el documento del Vaticano II, escrito en 1965, sobre “El gozo y la esperanza”, o Gaudium et Spes (conocida también como la “Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual”), la peculiaridad de la encíclica de Benedicto nos llama la atención inmediatamente. La encíclica de Benedicto va dirigida, espiritual y pastoralmente, a los personas que pertenecen a la Iglesia, a los obispos de la Iglesia Católica y a “todos los creyentes cristianos”. Limita la esperanza cristiana a los fieles, a quienes separa de aquellos otros del mundo “que no tienen esperanza”. Por el contrario, la Gaudium et Spes comienza expresando la profunda solidaridad de la iglesia con “la familia humana universal”. Describe esta solidaridad de la siguiente manera: “El gozo y la esperanza, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, especialmente de los pobres o de los afligidos por cualquier causa, son el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias de los seguidores de Cristo. Nada hay que sea verdaderamente humano que no tenga eco en sus corazones”. El documento del Vaticano II se dirige y responde a las preocupaciones del mundo de hoy: la dignidad y los derechos humanos, como también la paz y el desarrollo de la comunidad internacional.

Ninguna de estas preocupaciones se discute en la encíclica de Benedicto, que no comienza ni con la solidaridad de los cristianos con todas las gentes ni con el “Dios de la Esperanza” universal, sino más bien con el “nosotros” subjetivo y eclesial: “en la esperanza somos salvados”. Nosotros y no los otros, la iglesia y no el mundo. Esta es verdaderamente una descarnada distinción entre los que creen y los que no creen o los que creen de otra manera: nosotros tenemos esperanza -los demás no la tienen.

“La fe es esperanza” dice el primer epígrafe después de la introducción y es la expresión principal de confianza de la encíclica. Sin embargo, significa exactamente lo contrario. “Esperanza es sinónimo de fe”. El carácter distintivo de la esperanza cristiana se desmorona con esta formulación. La encíclica podría haberse titulado “somos salvados a través de la fe”. Me pregunto porqué se ha alterado así Pablo y toda la tradición teológica de la fe.

La encíclica se posiciona apologéticamente en respuesta a las quejas modernas de que la esperanza cristiana es “individualista” y, por el contrario, la llama comunal. Siempre se ha visto la salvación como una “realidad social”. “Esta concepción de la «vida bienaventurada» orientada hacia la comunidad se refiere a algo que está ciertamente más allá del mundo presente, pero precisamente por eso tiene que ver también con la edificación del mundo”. Sin embargo, esta sección termina con una advertencia: “¿Acaso no hemos tenido la oportunidad de comprobar de nuevo, precisamente en el momento de la historia actual, que allí donde las almas se hacen salvajes no se puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo?”..

¿Qué le falta al escrito del papa? Lo que le falta es el evangelio del reino de Dios, el evangelio que Jesús mismo proclamó. Lo que le falta es el mensaje que encontramos en Pablo del señorío de Cristo resucitado sobre los vivos y los muertos y sobre el universo entero. Lo que le falta es la “resurrección del cuerpo y la vida del mundo futuro” como aparece en el credo. Lo que le falta es la salvación de una creación gimiente y la esperanza de una nueva tierra en la que more la justicia. En resumen, lo que le falta es la esperanza de la promesa envolvente de Dios que viene: “mirad, vengo a renovar todas las cosas”. Limitando la esperanza al estado de bendición de las almas en la vida eterna, Benedicto también excluye las promesas proféticas del antiguo testamento. Así es difícil diferenciar la esperanza cristiana de una religión gnóstica de salvación.

La encíclica critica la fe del mundo moderno en la idea de progreso y en los espejismos humanos de grandeza. Como la fe en el progreso fue descartada por las catástrofes de las dos guerras mundiales del siglo XX, la crítica del papa parece la muerte de un cadáver. Lo mismo se aplica a la crítica de la moderna Edad de la Razón y de las modernas revoluciones de libertad socialista y burguesa. Queda descartado el entusiasmo del filósofo moderno Emanuel Kant por la ilustración mientras se ignora el feudalismo y el absolutismo que no reconocían ningún derecho. A continuación, se declara culpable de “errores fundamentales” al cadáver del marxismo. El verdadero error de Marx es el materialismo. “Olvidó que el hombre siempre sigue siendo hombre. Olvidó al hombre y olvidó la libertad del hombre. Olvidó que la libertad siempre será también libertad para el mal”. Raras veces se ha expresado el anti-marxismo tardío más suavemente.

El papa se apropia de la “auto-crítica” de la modernidad que expresaron los filósofos de la Escuela de Frankfurt Theodor Adorno y Max Horkheimer en su tratado de “la dialéctica de la ilustración”. “El hombre necesita a Dios, de lo contrario no tiene esperanza”. Sin embargo, esto no convencerá a personas pensantes de hoy puesto que ya han asimilado esta auto-crítica y no necesitan de la teología para ello.

Apoyados por el Concilio Vaticano II, los teólogos católicos y protestantes abordaron el diálogo cristiano-marxista en la década de 1960 a través del católico Paulus-Gesellschaft. Los participantes trataron de acercar a los marxistas humanistas, quienes estaban familiarizados con el mal y conocían el poder de la muerte, a la gracia y la esperanza de la resurrección. Milan Machovec y Roger Garaudy entendieron bien la deficiencia de las esperanzas inmanentes de la edad moderna, y nosotros los teólogos, por nuestra parte, asumimos su pasión por la liberación de los oprimidos y por los derechos de los humillados. La “teología de la esperanza” y la “teología de la liberación” surgieron de un compromiso cooperativo y crítico con la situación de la modernidad. La “teología política” dio forma a marcos más amplios de la profunda solidaridad de la iglesia “con toda la familia humana”.

La frase “un mundo sin dios es un mundo sin esperanza” conduce a error, en su simpleza, pues un mundo sin dios también es empíricamente un mundo con resignación y terror en el nombre de dios. La esperanza depende del Dios de Israel y de Cristo, del Dios de la resurrección del reino que viene a la tierra. Solamente éste es el “Dios de la esperanza”. Solamente este Dios es el “El que viene”.

La encíclica hace bien en señalar “entornos para el aprendizaje y la práctica de la esperanza”. La primera que nombra es “la oración como escuela de esperanza”. Ciertamente es correcto. Pero la oración es exactamente en el mismo grado una escuela de fe. ¿Qué es lo que une la esperanza con la oración? Es la vigilia. En las tentaciones de Getsemaní, Jesús sólo pregunta esto a sus discípulos adormecidos: “así que no habéis podido manteneros despiertos conmigo una hora? Vigilad y orad, que no caigáis en la tentación”. La oración siempre se relaciona con el despertar al mundo de Dios y con el despertar de los sentidos. En la oración oímos y hablamos, en la vigilia abrimos los ojos y todos nuestros sentidos, atentos a la llegada de Dios a nuestra vida y al mundo. Orar con Cristo pertenece a la espiritualidad de los sentidos alertas por lo que “vemos” a Cristo en los pobres, los enfermos, y los presos. Esa vigilia es el entorno adecuado para el aprendizaje de la esperanza.

Finalmente, la encíclica señala “el juicio como un entorno para el aprendizaje y la práctica de la esperanza”. Tampoco esto es falso. Pero quiero dirigir la vista desde el final hacia el comienzo. El origen de la esperanza es el nacimiento, no la muerte. El nacimiento de una nueva vida es una ocasión para la esperanza. La vuelta a la vida de una vida ya vivida es una ocasión para una esperanza aún mayor. Y cuando los muertos resucitan entran en la esperanza de vida ya realizada. El entorno para el aprendizaje de la esperanza en la vida, por tanto, es la posibilidad de volver a empezar de nuevo, un nuevo comienzo, la verdadera libertad.

Benedicto XVI termina con un himno a María, la doncella del Señor humilde y obediente, que se convierte en la madre de todos los fieles y en “Madre de la esperanza”. Esto está en la Biblia, pero también está la otra María, la María que se alegra en el Señor su Salvador: “Él ha mostrado la fuerza de su brazo, ha dispersado a los orgullosos de corazón. Ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha ensalzado a los humildes; a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió vacíos (Lucas 1:51-53). Ella toma la canción de Ana del libro de Samuel y alaba al Dios revolucionario de los profetas. Pablo vio que este Dios estaba trabajando en la comunidad de Cristo: “Dios eligió a los débiles del mundo para avergonzar a los fuertes. Dios eligió a los humildes y despreciados del mundo, y lo que no es, para reducir a la nada lo que es… El que se gloríe, que se gloríe en el Señor (1 Cor 1:27b-28, 31).

El Dios que hace justicia para los que sufren la violencia, el Dios que ha resucitado a Jesús crucificado y degradado, ese es el Dios de la esperanza para María, los profetas y los apóstoles.

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