Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Abrir las compuertas a Dios

31-Julio-2008    Gonzalo Haya Prats

El mes pasado, aquí en ATRIO, comenté un capítulo de Torres Queiruga sobre la oración de petición. No hace falta que le pidamos nada a Dios porque Él sabe lo que necesitamos y está deseando darlo; pedírselo supone cierta desconfianza en su atención permanente. Basta con expresar nuestros deseos, desahogarnos con Él.

De un modo semejante, la Revelación no es la Palabra de Dios “caída del cielo”. La revelación es el descubrimiento humano progresivo (evolución del dogma) –expresado por comunidades o personas espirituales en el lenguaje de su propia cultura- de lo que Dios nos está diciendo a todos en nuestro interior.

¿Por qué no lo ha dado o comunicado antes? Por la resistencia de lo contingente – de lo finito, lo limitado, lo creado- ya sea la naturaleza de las cosas o nuestro yo autista, que quiere defenderse del Infinito.

¿Pasividad, conformismo? ¿Esperar a que Dios nos dé lo que necesitamos? No; nuestra actitud no debe ser pasiva. Debemos vencer las resistencias de la naturaleza o de nuestro yo. Somos creadores junto con Dios. En el siglo XVII se propuso la canalización del Tajo. Algunos teólogos dijeron que si Dios lo hubiera querido canalizado ya lo hubiera hecho así. Falso; Dios quiere que nosotros cooperemos con Él para completar la creación.

Tampoco cuando estamos enfermos vale el decir “que sea lo que Dios quiera”. Tenemos que poner los medios para que la vida –que Dios desea, que nos está dando Dios- venza las resistencias de nuestro organismo enfermo.

Ya lo hacemos. Construimos pantanos y acudimos a las medicinas o a las intervenciones quirúrgicas, pero después la mayoría ruega para que llueva o para que se cure el familiar enfermo. El pueblo dice “A Dios rogando y con el mazo dando”.

Parece que, si no seguimos rogando, vamos a caer en una pasividad que, en realidad, oculta una cierta desconfianza. No es así. Podemos seguir cooperando con el Dios de la vida si intensificamos nuestro deseo de vivir, aquí y ahora, la vida que Dios quiere difundir en este mundo.

Y el deseo de vivir es la mejor cooperación con Dios para recrear la vida. Bien lo sabía Sancho cuando le dice a su señor que “no se deje morir sin más ni más”; y bien saben los médicos cuánto influye en la curación la voluntad del paciente. Tanto la psicología como la parapsicología siguen descubriendo el efecto de la mente en el mundo físico. A este efecto podemos atribuir los milagros: la confianza expresada en la oración –como un deseo intenso- es la que actúa sobre el organismo físico.

Lo que no podemos es evitar la muerte. La vida que quiere darnos Dios cede ante la inexorable muerte. ¿Es la muerte un fracaso de la vida, un fracaso de Dios? La muerte es un tránsito. “La vida son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”; pero, como muy bien intuyó Antonio Machado, la mar es el infinito.

    Y cuando llegue el día del último viaje,
    y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
    me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
    casi desnudo, como los hijos de la mar.

La muerte de la flor abre el camino del fruto. Para san Pablo la resurrección es el fruto del cuerpo que muere enterrado como la semilla: “se siembra corruptible, resucita incorruptible”.

Dios nos está dando la plenitud de la vida; sólo tenemos que abrir las compuertas para dejar que nos inunde. Como en una exclusa, tenemos que abrir las compuertas para que entre el agua y nuestra nave suba de nivel, y vaya ascendiendo de exclusa en exclusa, hasta alcanzar la altura del mar infinito.

¡Abramos las compuertas a Dios!

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