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Juegos, dictadura y corrupción en China

05-Agosto-2008    Eloy Isorna
    Ante la inminente inauguración de los Juegos Olímpicos de 2008 en Pekín (Beijín) el próximo viernes, se empiezan ya a manifestar las contradicciones de un régimen que abre sus puertas al mayor espectáculo mundial pero que no ha hecho sus cuentas con la democracia. La invasión de informadores se topa con un pueblo al que se impone la mordaza. Pero hay otras opresiones calladas que contagian todo el funcionamiento de la scociedad. Vale la pena dar la palabra a Suu Kyi, la líder birmana encarcelada.

I - JUEGOS Y DEMOCRACIA

Salvo cataclismo, no previsible, no deseado ni deseable en manera alguna, el 8 del 8 de 2008 a las 8 p.m., con el augurio esperanzador del cuádruple número 8, tal como señalamos el pasado 15 de febrero de este año en ATRIO (”El 8 de la esperanza para Birmania (Myanmar)”), se inaugurarán los Juegos Olímpicos de 2008 en Pekín.

Podríamos preguntarnos qué ha sucedido con las protestas en el Tibet, con la terrible dictadura en Birmania, bajo la protección o el “consentimiento” de China, e incluso qué ha pasado con los anhelos de democracia y respeto a los derechos humanos del pueblo chino. Es verdad que los problemas siguen ahí, pero consideramos que igualmente es verdad que las protestas, las declaraciones, las manifestaciones no han sido actos inútiles. Muy al contrario han logrado trasladar a la opinión pública mundial la realidad de unas situaciones conflictivas, transidas de injusticia y ello ha obligado a actuar a muchos Gobiernos, siempre remisos a moverse en lo que no toque directamente sus intereses electorales. Esta presión de la opinión pública de muchos Gobiernos indudablemente ha llegado a Pekín e indudablemente ha dado lugar a acuerdos más o menos expresos o tácitos que esperemos faciliten en un futuro mas cercano que lejano, la cada vez más plena realización de la democracia y el respeto a los derechos humanos en el Tibet, en toda China y en Birmania.

Ahora bien el acceso a una plena normalidad democrática y respeto a los derechos humanos no es sólo cuestión de los Gobiernos. Son las propias sociedades las que deben ejercitar y exigir, dentro del campo de sus posibilidades reales, el cumplimiento, no sólo formal, de las normas democráticas y del respeto a los derechos humanos. Y esto vale tanto para los países regidos por Gobiernos no democráticos, como para aquellos que pudiéramos considerar países y Gobiernos democráticos. Porque la democracia y el respeto a los derechos humanos no es una bandera, ni una declaración de principios, ni siquiera el contenido normativo solemne de una Constitución o de una Ley cualesquiera que sea su rango. Es básicamente un modo de vida. Un componente sistemático del desarrollo de cotidianeidad personal y social en la vida de un pueblo o comunidad de personas.

La democracia y el respeto a los derechos humanos es como un aceite lubrificante que debe llegar a todos los niveles, estructuras y relaciones de la sociedad y ello exige cierto grado de cumplimiento y aceptación generalizada de un ética social conforme con la democracia y el pleno respeto a los derechos humanos. Esta ética se ve corroída no sólo por los comportamientos no democráticos de los poderes gobernantes sino también por las corruptelas sociales imbricadas en los distintos estamentos de la sociedad.

La corrupción social, los comportamientos corruptos de la población en general o de determinados cuerpos o elites, son caldo de cultivo para las dictaduras o deficiente funcionamiento democrático, y para la conculcación sistemática del respeto a los derechos humanos. Son, no pocas veces, causa y efecto de la dictadura y su mantenimiento en el poder.

No olvidemos que las practicas corruptas “consentidas”, o “fomentadas” incluso, desde el poder político, a cualquier nivel, son un arma terrible de destrucción de la cohesión y paz social, y fuente de una “compra de voluntades” para que los que dictatorialmente (abierta o solapadamente) ostentan el mando fáctico sigan manteniéndolo.

II- ALERTA DE LAS PRÁCTICAS CORRUPTAS: JUECES CANGURO Y DISFUNCIONARIOS EN BIRMANIA

Por ello es muy importante que voces autorizadas nos pongan en alerta de las prácticas corruptas. En este sentido es de destacar la voz universal de Daw (Señora) “Aung San Suu Kyi , que en sus frescas, vivaces e instructivas y valientes “Cartas desde Birmania” (Editorial Circe. Barcelona. 1998. traducción de Juan Abeleira. 52 cartas. 327 páginas) no ha dudado en poner de manifiesto la existencia en su país de “jueces canguro” y de “disfuncionarios”, pero también, con gran esperanza y fuerza la de la importancia, sensatez y sabiduría de las enseñanzas de los maestros budistas y de los generalizados comportamientos honestos y valientes de la población birmana, mayoritariamente perteneciente al budismo Theravada.

Como veremos las moralejas –que no moralinas– que se pueden obtener de las consideraciones de Suu Kyi tienen validez universal y también nosotros debemos de mirar en nuestro entorno y considerar en que medida nos podemos ver infectados por los males que denuncia Suu Kyi.

Nos recuerda Suu Kyi (Carta 42: “El desgobierno de la Ley”, páginas 263 a 267) que en inglés se denomina kangoroo court (tribunal canguro) a aquel que resulta ser “una farsa en la que los jueces se saltan la ley hasta alturas vertiginosas”. El tener que afrontar a “jueces canguro” en Birmania es el riesgo de alta probabilidad que Suu Kyi augura para todos aquellos que de una u otra forma pacifica quieran colaborar en el intento de restaurar la democracia perdida hace ya la friolera de 46 años. Toda una vida para las nuevas generaciones. La falta de información sistemática sobre la situación de los detenidos y la ausencia incluso de abogados defensores durante el juicio se han convertido en prácticas toleradas por los “tribunales canguro” diestros en saltarse la Ley, la propia Ley birmana, por encima de cualquier tope que se pueda imaginar.

“Quienes visitan Birmania rara vez conocen las dificultades que conlleva la vida diaria en nuestro país. En apariencia todo va sobre ruedas, y sólo quienes han vivido en Estados regidos por ineficientes dictaduras son capaces de ver lo que sucede en realidad”. Con estas palabras comienza Suu Kyi la Carta 43, que junto con la Carta 44 están dedicadas a los “Disfuncionarios” (páginas 269 a 279). Desde la adquisición de gasolina, la revisión de un vehículo, el pago del recibo de la electricidad, una gestión en telecomunicaciones, o en relación al pago de impuesto por parte de los empresarios, o incluso el mínimo y exigible trato en la asistencia sanitaria, entre otros muchos actos de la vida diaria que dan lugar a la intervención de un funcionario, son propicia ocasión para la corruptela o la franca corrupción mediante la expresa o taimada exigencia de un sobreprecio para que las cosas funcionen con normalidad. La causa más inmediata: los bajos sueldos de los funcionarios y el ejemplo generalizado de los dirigentes gubernamentales.

“Hay quien dice que los birmanos son ingeniosos por naturaleza. Lo mismo puede afirmarse de todos los pueblos que viven bajo un sistema en el que seguir el camino honrado y estrecho conduce a veces a la indigencia y obliga a ingeniárselas. En tales ocasiones “ingenio” es a menudo tan sólo un eufemismo de “deshonesto” o “corrupto” (pág. 271).

Y Suu no tienen reparo en poner los dedos en la llaga: “No es extraño que en Birmania los funcionarios sean vistos más bien como depredadores públicos que como benefactores públicos”. (Citado, pág. 273). Y aún más (Carta 44, in fine), “Hubo un tiempo en que los funcionarios de nuestro país pasaban por ser un cuerpo de elite: bien educado, bien preparado y bien pagado, capaz de prestar un buen servicio a la comunidad. Ahora por lo general dan miedo y asco o lástima. Los empleados públicos que aún no se han dejado llevar por el síndrome de la corrupción diaria - bien por principios o bien por falta de oportunidad - no pueden llevar un nivel de vida digno. Son los nuevos pobres de Birmania”.

Así suena de veraz, firme y valiente, en terribles circunstancias, la voz de la Premio Nobel de la Paz de 1991, Daw (Señora) Aung San Suu Kyi.

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