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Tenzin Gyatso, ¿el último dalai-lama?

16-Agosto-2008    Atrio
    La prensa francesa se muestra estos días interesada por la larga visita del Dalai Lama a Francia, con fuertes críticas a Sarkozy por no haberlo recibido oficialmente y , en cambio, haber asistido a la inauguración de los JJOO y haber anunciado oficialmente ya la visita al Eliseo de Benedicto XVI el mes próximo. Uno de los temas que preocupa dentro y fuera del budismo es la sucesión del jefe temporal y espiritual del Tíbet, por solidaridad con esta comunidad maltratada por China. Reproducimosde un nuevo artículo de Henri TINCQ en Le Monde el 14.08.08, en el que se informa de la compleja y novedosa cuestión.

¿Habrá que creer a Tenzin Gyatso cuando afirma que será “el último dalai-lama”? El jefe espiritual del Tíbet, huésped actual de Francia, no hace de su sucesión un tabú. El miércoles 13 de agosto, en París, ha repetido que se imaginaba pronto “jubilado”. Su edad (73 años), su salud, no son objeto de discusión. Pero lo que se juega políticamente con su sucesión está en la mente de todos, especialmente desde los disturbios antichinos de marzo, en los que muchos han visto un aumento de jóvenes tibetanos más intransigentes que este apóstol de la no-violencia. Su sucesión afecta al futuro de la identidad tibetana, de un país sometido, desde su invasión en 1950 por la China comunista, y de una función –simbólica y política- respetada.

Ironías de la historia, fue China, entonces dirigida por un soberano mongol, quien creó en 1578 la institución del dalai-lama. Entonces, el Tíbet era una especie de ‘protectorado’ chino. Este jefe mongol se entusiasmó con Sönam Gyatso, abad del monasterio de Drepoung, del que hizo su maestro espiritual, otorgándole, por primera vez en la historia, el título de dalai-lama (“Océano de Sabiduría”). Los dos hombres decidieron incluso que él sería el “tercer” dalai- lama, jefe de una rama que habría contado ya con dos niños reencarnados. Y más tarde, en 1642, será cuando el “Gran Quinto” dalai-lama añadirá a su función religiosa la de jefe temporal del Tíbet.

Equivale a señalar el carácter coyuntural de esta institución. El dalai-lama no es el “papa” del budismo, ni siquiera de esta facción minoritaria que es el budismo tibetano. El que ostenta actualmente el título de dalai-lama es el primer convencido de ello, que no ve futuro más que en una separación de las funciones espiritual y política. Para él, la teocracia tibetana debe ser remplazada por una democracia con todos los requisitos, en exilio provisional. Una democracia que él ha contribuido a fraguar desde la anexión china. Ha creado unas instituciones –una asamblea por elección, un primer ministro (Samdhong Rimpoche)-, de las que espera sean capaces de asegurar, tras su muerte, el gobierno político de su comunidad.

Con un humor a menudo exasperante –su arma favorita frente a la tragedia-, el dalai-lama evoca a veces, para su sucesión, la designación de un budista “occidental”, de una “mujer” o la hipótesis de un “cónclave” que reuniera a los más altos dignatarios tibetanos para designar al nuevo dalai-lama. Un escenario extravagante en el que nadie cree, ni siquiera el actual dalai-lama. Este hombre, que es todo menos ingenuo, sabe demasiado bien a qué se parecerá, después de su muerte, la reacción de su pueblo, en China y en exilio, y la de las autoridades chinas. Ninguno querría dejar al otro la dirección de la sucesión. La desaparición del décimocuarto dalai-lama se verá seguida de uno de los más graves altercados que haya podido enfrentar a estos pueblos vecinos y enemigos.

Con tal de oponerse a China, cuyo intervencionismo cínico en todos los asuntos religiosos es bien conocido, los tibetanos se apoyarán en su arma favorita: la tradición.
Históricamente, la sucesión de un gran maestro se hace a través de la búsqueda de un niño “reconocido” –el ‘tulkou’- como su reencarnación tras una serie de visiones y consultas a oráculos, después confiado a unos “altos funcionarios”, educado y entronizado en su mayoría de edad. Esta tradición se remonta al siglo XII, antes incluso que la institución del dalai-lama. El primer niño así reconocido como “reencarnación” de un maestro fue el karmapa, pero éste no era más que el jefe de la rama Kagiupa. Es en el s. XVI cuando este proceso de sucesión del dalai-lama fue controlado por la rama Gelugpa que es la que gobierna desde entonces todo el Tíbet.

Por consiguiente, los tibetanos no renunciarán a este modo de designación. Tenzin Gyatso mismo no ha descartado nunca la idea de reencarnarse en un niño reconocido. Y todos los expertos apuestan por el hecho de que a su muerte, los tibetanos elegirán esta antigua tradición para preservar su identidad. “No irán a buscar a un monje peruano o a una mujer tailandesa”, asegura Frédéric Lenoir, autor de un magnífico ensayo -“Tíbet, el momento de la verdad”- (Plon, 236pp., 18,90 euros). Mal que les pese a los chinos, y según lo que han aprendido por experiencia, los tibetanos irán a buscar a un niño en cualquier parte menos en China, fuera del Tíbet ocupado - lo que sería una primicia histórica-, probablemente en la comunidad en exilio de la India.

¿Qué margen de maniobra les quedará entonces a los chinos? Se percibe que éstos miran de soslayo con impaciencia la sucesión de un personaje tan molesto como Tenzin Gyatso quien, por su influencia sobre los tibetanos, por su resistencia no violenta y por su proyección internacional, habrá contribuido enormemente a ensuciar la imagen del régimen. Pekín no querrá dejar a nadie más que a él la tarea de controlar la designación del décimoquinto dalai-lama.

Si la “reencarnación” tiene lugar en India o en Occidente, el régimen chino tendrá que “reconocer” a otro personaje, del que hará –como con el panchen-lama, alto cargo honorífico- un simple fantoche. Recordemos que, desde su reconocimiento en 1995 en el Tíbet, el panchen-lama legítimo, Gadhun Choekyi Nyima, fue secuestrado, a los tres años, y hecho prisionero por la policía china, con el fin de “reeducarlo”. Desde entonces, el mundo está sin noticias sobre su paradero. Regularmente se elevan peticiones, sobre todo de las Naciones Unidas, para que China libere “al prisionero político más joven del mundo”. Mientras, el panchen-lama “oficial”, es decir, el encontrado y designado por los chinos, a raíz de manipulaciones que ellos guardan en secreto, es el hazmerreir de todos los tibetanos.

Un escenario casi análogo se produjo con el décimoséptimo karmapa, otra personalidad eminente del budismo. Una rivalidad opone a Thayé Dorje, considerado como un usurpador por las tres cuartas partes de los budistas tibetanos, y al karmapa legítimo, Orgyen Trinley Dorje, de 23 años, reconocido en 1992 como reencarnación del décimosexto karmapa, entronizado y protegido por el dalai-lama. Su huída del monasterio Tsurphu en el Tíbet, para librarse de la mano de hierro china, conmocionó al mundo entero. Entre Navidad de 1999 y el primer día del año 2000, el joven atravesó, a pie, las montañas heladas del Himalaya, hasta Dharamsala en la India, capital de los tibetanos en exilio.

Este karmapa legítimo goza de una gran consideración en el ámbito tibetano. Y el dalai-lama ya no hace misterio del papel que tendrá que representar después de su muerte. Casi lo ha entronizado. No como su sucesor directo –un karmapa no puede convertirse en dalai-lama-, sino para su autoridad espiritual y el gobierno temporal de su comunidad.

Traducción para ATRIO de Maite Lesmes.

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