Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

El amor es Dios

18-Agosto-2008    Gonzalo Haya Prats

Dios es amor. Estamos acostumbrados a oírlo y a decirlo, y es cierto; pero en el fondo suponemos que Dios es un amor sublime, que tiene muy poco que ver con el amor que experimentamos aquí entre nosotros. Si acaso, en alguna acción heroica percibimos un eco de ese amor que define a Dios. Nuestro imaginario se representa a un Dios que está en los cielos y, como una especie de sol, nos envía sus rayos a la tierra.

El amor es Dios. Todo amor es una manifestación de Dios. La filosofía, la teología, y la mística nos dicen que Dios está sustentando –recreando continuamente- a todos los seres. El catecismo nos decía que Dios está en todas partes por “esencia, presencia y potencia”; pero esta arcana expresión nos afectaba muy poco. Ignacio de Loyola concretaba más: “mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando el ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender…”, pero a esa página de los ejercicios espirituales llegaban pocos.

El amor es la mayor manifestación de Dios, que está dándonos el ser. Es la mayor concentración de Dios que puede experimentar cada uno de nosotros.

Dios está en nosotros tratando de manifestarse, pero necesita nuestra ayuda para que le hagamos visible. Es como una placa fotográfica que tiene que ser revelada; como el botón de una flor a punto de romper. Cuando nosotros superamos nuestro egoísmo y nos entregamos a los demás, revelamos esa placa y se manifiesta Dios. El amor – Dios- ha podido expandirse.

Donde hay dos reunidos en nombre de Dios, allí está Él, porque ambos están abiertos a comunicarse, y de ese modo están manifestando la presencia Dios amor. Ubi caritas et amor, Deus ibi est. “Donde hay caridad y amor, allí está Dios”, canta la liturgia.

Amor es todo movimiento centrífugo de comunicación con los demás. Amor es la fuerza que rompe la concentración egoísta. Hay amores más puros y amores más interesados, pero todo movimiento mínimamente desinteresado hacia los demás ya lleva algo de amor, algo de Dios.

Cuando un inmigrante sin papeles –musulmán, cristiano o ateo- entrega una cartera con 2.500 euros, que ha encontrado tirada en la calle, está actuando la fuerza centrífuga del amor; su acción es una manifestación –una epifanía- de Dios.

Tenemos una imagen demasiado antropocéntrica de Dios. Aunque conscientemente lo neguemos, le atribuimos una figura, una piel, unos límites. Dios es persona, pero la persona no necesita un cuerpo delimitado; nosotros seguiremos siendo personas después de que nuestro cuerpo sea incinerado o inhumado.

Cuando seamos capaces de imaginar, que Dios es espíritu, es energía (dynamis), es brisa suave, es onda expansiva… entonces podremos comprender que el amor es Dios.

Somos nosotros los encargados de dar a luz a Dios en nuestras relaciones generosas de amor. Somos Theotókos –madre de Dios- madres que dan a luz a Dios en nuestro espacio temporal. Estamos llamados a cooperar en la creación, en la expansión de Dios.

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