Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

No se pueden borrar los precedentes sin retractación

01-Septiembre-2008    Joan Chittister
    Vuelve la hermana Chittister a ATRIO con este artículo, escrito ya hace veinte días –cuando se iniciaba el conflicto con Rusia que sigue de actualidad– en el que demuestra como Bush ha perdido toda autoridad para protestar contra la intervención rusa. Y nosotros, como europeos, añadiríamos que Europa, con el reconocimiento de la independencia unilateral de Kosovo, fuera de la ONU , también ha perdido la razón para protestar por un gesto similar de Rusia.

Era un artículo emocionante, lleno de fuerza, y vergonzoso. En realidad, era suficiente para que al ciudadano americano lector de periódicos-promedio se le subieran los colores. Allá estaba el presidente de los EEUU, hablando con pasión por el micrófono del Jardín de Rosas [en la Casa Blanca]. Estaba vilipendiando la “dramática y brutal escala” de violencia de Rusia en Georgia, “un estado soberano vecino”, en represalia por la supresión de autonomía, por parte de Georgia, a Osetia (su provincia separatista). Esa acción, dijo George Bush con indignación convenientemente contenida, “ha dañado sustancialmente el prestigio de Rusia en el mundo”.

Era anonadante. En respuesta a la entrada de tropas rusas en Georgia en defensa de Osetia del Sur –una provincia en la frontera sur de Rusia- George Bush, arquitecto de la invasión de la todavía embrollada y dañada “nación soberana de Iraq”, declaraba al mundo que “esa acción [que Rusia emprendió] es inaceptable en el siglo 21″. Bravo, George, ¿no se te está olvidando algo?

Obviamente, parecía que Bush olvidaba que también era inaceptable la brutalidad de nuestra propia política exterior en Iraq, expuesta clara y repetidamente por nuestra propia Comisión de Inteligencia del Senado sólo unas semanas antes de su dramática condena de la brutalidad de la política exterior rusa. Esto era “tachar de negra la olla a la tetera”, como decía mi abuela, descartando las peroratas de los políticos en plena campaña electoral.

Después de que los miembros republicanos del Congreso consiguieran dejarlo en punto muerto durante años, el 5 de junio pasado se dio a conocer el informe completo de la comisión. Pero no se preocupen. Apuesto a que nadie le ha prestado atención. Y el que menos, George Bush cuyas distorsionadas justificaciones de la invasión de un país falsearon todo lo que el resto de la comunidad internacional o sabía o sabía que no sabía, sobre la exoneración ética de una maniobra que ha provocado la muerte de más de 4.100 soldados americanos, 350 de los de la “coalición de los dispuestos”, y cientos de miles de iraquíes, la mayoría civiles.

Más aún, el informe es claro: los más altos responsables del gobierno que tomaron la decisión de llevar a este país a la guerra eran conscientes de que no estaban diciendo al país toda la verdad sobre lo que sabían o sobre las razones por las que estaban decididos a llevar a cabo la invasión, a pesar de las enormes dudas sobre su legitimidad. ¿Cómo es posible que un presidente pueda hacer semejante manifestación de condenar –demonizar- a otra nación por hacer exactamente lo mismo que nosotros hemos hecho? ¿Con qué cara podemos amenazarles con el oprobio internacional mientras nos deleitamos con las virtudes inventadas e ignoramos completamente la opinión pública?

Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿en qué ha quedado aquella buena y antigua costumbre de la “confesión”?. En primer lugar, los tribunales de justicia dependen de ella. En segundo lugar, las religiones la recomiendan. Y, en tercer lugar, los sicólogos la consideran como un signo de salud mental. En cambio, en el terreno político, prácticamente todos parecen ignorarla. Espera un poco de tiempo y ya quedas liberado de todo.

En un mundo que se ha convertido en la aldea global que predijera Marshall McLuhan (escritor canadiense fallecido en 1980) en la década de los sesenta -20 años antes de que tuviéramos ordenadores personales- “el medio se ha convertido en el mensaje”. Un presidente que puede criticar a otros con gran vehemencia por hacer exactamente lo que él ha hecho, y que no puede rehacer o deshacer o solucionar o resolverlo, es todo un mensaje para el mundo. Ahora ya las palabras no tienen ningún sentido.

Las preguntas que se derivan de ese mensaje son todavía mucho más inquietantes: ¿la honestidad en las relaciones humanas es algo del pasado? ¿Es la negación la mejor estrategia política global actual cuando la verdad podría ser una respuesta mejor? ¿Es la proyección a una escala internacional, ahora, una enfermedad sicológica? ¿Y no es ya la autocrítica, el don del sacramento de la reconciliación, una virtud? Y si no es así, ¿qué presagia esto para el sistema político y la salud mental de un país en los próximos años, independientemente del partido que gobierne o del candidato que sea elegido? Esta falta de poder ejercer la autocrítica, ¿nos impide operar en el terreno internacional? ¿Tenemos problemas serios más allá de la simple confusión de la temporada electoral, con sus anuncios y contra-anuncios en vez de la discusión franca o de las sinceras promesas electorales?

Recuerdo perfectamente dónde estaba cuando Dwight Eisenhower* admitió que había mentido al país sobre el hecho de que estábamos espiando a la Unión Soviética con aviones U-2 que llevaban un equipamiento para provocar el suicidio antes de ser capturados. En todo el país se pudo oír la primera fractura del caparazón nacional. Después de aquello, el hecho de que los presidentes “tenían que mentir” por una razón o por otra se convirtió en rutinario.

Pero ahora, con el discurso del Jardín de Rosas, algo mucho más preocupante está en el ambiente. Ahora, parece, los presidentes se mienten a sí mismos, al mundo y a nosotros de una manera tan tremenda que la verdad ha quedado desfigurada. “¿Qué es la verdad?” preguntó a Jesús otro político, Pilatos. Esta es una pregunta que necesita una respuesta ahora más que nunca. Si en una democracia no volvemos lo esencial del discurso político veraz, ¿cuánta democracia queda, realmente?. ¿Y cuánto cinismo se ha instalado en su lugar? “Ninguno dice la verdad”, dijo el joven sentado a mi lado en el avión refiriéndose a la historia de John Edwards. “Yo no pienso votar”, continuó. “Todos son iguales. Un día dicen una cosa, y la opuesta al día siguiente”. Quizás funcionan así. Pero la cuestión es por qué. Quizá nosotros queremos ser seducidos por historias sobre nuestra integridad nacional. Quizá nunca exigimos la clase de confesión política que podría salvar nuestro prestigio en el mundo.

Desde mi punto de vista, debemos hacer algo pronto para enfrentarnos a esta forma de hablar. O no podremos echarles la culpa a sórdidos sinvergüenzas y a ladrones profesionales. De lo contrario, contemplaremos cómo el sistema político declina a una gran velocidad, vestido con trajes de Brooks Brothers y blusas de seda. Después de todo, es muy sutil la diferencia entre invadir un país y “liberar una nación”, entre nuestras bombas atómicas y las de ellos, entre nuestro ántrax y el de ellos. Sin embargo, estoy segura de que en la cultura de Madison Avenue nosotros tenemos muchas mejores razones para utilizarlas que ellos. Y si no es así, nosotros, al menos, contaremos nuestras mentiras con mucha más clase y una indignación mucho mejor controlada que ellos.

    *Nota de la traductora. Dwight Eisenhower, general del ejército estadounidense durante la 2ª Guerra Mundial, fue el 34º presidente (republicano) de los EEUU (1953-1961). En 1960, queriendo mejorar las relaciones con la, entonces, Unión Soviética propuso la negociación de un tratado para prohibir las pruebas de armas nucleares en el aire y en el mar. Pero el 1 de mayo de 1960 los soviéticos derribaron un sofisticado avión ‘de reconocimiento’ U-2. La Unión Soviética difundió imágenes del avión (prácticamente intacto) sin decir nada sobre el piloto (que había sobrevivido). Esto indujo al gobierno de Eisenhower a pensar que había muerto y explicaron que era un avión de investigación metereológica que, por error, había entrado en territorio soviético. Al cabo de unos días la Unión Soviética dijo que el piloto había sobrevivido y confesado su misión, lo que impidió la firma de este tratado durante el mandato de Eisenhower. Fue, creo, la primera vez que un presidente de EEUU reconoció públicamente haber mentido al país.

    [La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter. Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

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