Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Religión: la música de fondo

13-Noviembre-2008    José Mª Castillo

El reciente estudio, que la Fundación Bertelsmann ha hecho sobre los valores religiosos en 21 países, pone en evidencia que la religión en España es asunto de mujeres y personas mayores. Así es. Basta asomarse a cualquier iglesia y en cualquier día de la semana (incluidos los domingos y fiestas de guardar) para darse cuenta de que, efectivamente, en los lugares de culto, fuera de casos muy raros, sólo hay mujeres y algún que otro hombre de edad.

A la gente joven, normalmente, no le interesa lo que se hace o se dice en los templos. Lo sabemos de sobra. Y a veces tengo la impresión de que asistimos resignados a este proceso de descomposición de la creencias sin saber a ciencia cierta en qué va a parar todo esto. Los especialistas que, en base a 22.000 encuestas, han hecho el estudio de la Fundación Bertelsmann, dicen que, en España, la religiosidad está presente en la sociedad, aunque muchos sólo la perciben de forma inconsciente en su vida cotidiana, como si fuera una “música de fondo”. Algo es algo. Pero ya sabemos que una música de fondo viene bien para ambientar o hacer más agradable lo que realmente estamos haciendo, que sin duda es una cosa que nada tiene que ver con la música.

¿Qué nos está pasando? Hay un hecho que salta a la vista: la oferta de gratificación inmediata que la sociedad de consumo nos hace a todas horas y por todas partes, esa oferta tiene más fuerza de atracción que todo cuanto suele ofrecer la religión hablando de la otra vida, como promesa de felicidad, y de esta vida como exigencia de no pocas renuncias. Sinceramente, cada día veo más claro que mientras la religión y sus dirigentes sigan por ese camino, religión y dirigentes van derechos a hundirse en la miseria. Y que nadie me venga con aquello del “sentido de la vida”, para hacer la barata apología de que es la religión la que “da sentido” a esta vida sin sentido. No, por favor. Sánchez Ferlosio ha dicho, hace poco, que “a la felicidad nunca se le ha ocurrido, que se sepa, preguntarse por su propio sentido… una vida feliz no pregunta por su sentido, porque se siente fin en sí misma, no está en función de nada…. Sólo la vida infeliz pregunta por el sentido, porque no lo halla en sí misma, y piensa que su infelicidad debe de consistir en estar en función de otra cosa que sea su sentido, y pregunta: ¿Dónde está mi sentido?”. Si uno dice que la religión da sentido a su vida, es que esa vida no tiene sentido.

La religión dejará de ser “música de fondo”, para muchos, el día que se convierta en “gozo de felicidad”, para todos, el día que los dirigentes y practicantes de la religión comprendamos, de una vez por todas, que la religión se puede vivir de otra manera. Es más, que se debe vivir de forma distinta. En estos días, en los que la victoria electoral de Obama nos ha hecho recordar el famoso “sueño” de Martin Luther King, en 1963, yo también me atrevo a decir que tengo un sueño. Por supuesto, sueño en las mismas cosas que soñaba Luther King. Pero me pregunto muchas veces cómo conseguir que ese sueño se haga realidad. Y no encuentro otra respuesta que el retorno a los valores que configuran la vida feliz y con sentido que a todos nos presenta el Evangelio. Lo digo sin rodeos: el Evangelio, más que un libro de religión, es un libro que enseña las claves de la vida. Las claves que explican lo que ha ocurrido en la campaña electoral de Estados Unidos. El milagro de la superación del racismo. El milagro de la recuperación del entusiasmo de los jóvenes. El milagro de una religión que no divide a la gente, sino que une a blancos y negros, a cristianos y musulmanes, a fieles e infieles, a ricos y pobres, a cultos e incultos, a todos, en la ilusión de que es posible un mundo más humano, más habitable, más fraterno.

En un libro, que acabo de escribir sobre “La Religión de Jesús”, digo que el Evangelio es una recopilación de “recuerdos”. O mejor, el Evangelio es el “recuerdo peligroso de la libertad”. Porque es el recuerdo que se refiere a aquellas tradiciones de las que nació uno de los más grandes anhelos de libertad que la humanidad ha presentido, como bien ha sabido explicar el gran pensador de la teología política, J. B. Metz. Se trata de la libertad que cuestiona nuestros miedos, nuestras represiones, nuestras inseguridades, nuestros irracionales sentimientos de culpa, nuestros desalientos, nuestras cobardías. Y también nuestras seguridades. Por eso el Evangelio es “memoria subversiva”, que nos descubre horizontes nunca imaginados. Porque nos dice que, cuando hacemos de nuestra vida un proyecto de felicidad, o sea, cuando sabemos aunar los sueños y anhelos de muchos, para fundirlos en sonrisas de alegría compartida, sin reproches ni amenazas, sin yugos que oprimen nuestras espaldas, sino con el disfrute y el encanto de la gran fiesta de todos, entonces –y sólo entonces– estamos entendiendo eso que llamamos “Evangelio”, la Religión de Jesús, el Proyecto de la Humanidad, aquello en lo que todos coincidimos.

Estoy seguro de que el día que empecemos a entender así la religión, ese día la religión no será cosa sólo de mujeres y de personas mayores. Será sin duda la cuestión capital para todos. Porque la religión dejará de ser la pesada carga que separa y divide, que canoniza a unos y se olvida de otros, que amenaza a casi todos y pone pedestales a no pocos ambiciosos. Entonces la religión empezará a ser el gran Proyecto de la Humanidad.

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