Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

A Barack Obama

13-Noviembre-2008    José Arregi

Querido Barack Obama:

No soy más que un pobre franciscano perdido entre espinos y peñas que a veces florecen. Pero la inmensa ola de simpatía planetaria que Ud. ha despertado me arrastra también a mí y me permito escribirle. Sepa que también los petirrojos de Arantzazu le cantan maravillosamente, como sólo cantan cuando el otoño es más bello.


Sr. Barack Obama, nos gusta su nombre. Obama es un nombre redondo, nos llena la boca y el alma. Nos suena a queja y canto del África ancestral, y en ellos reconocemos nuestros orígenes humanos. Y Barack es un nombre árabe que significa “bendito” o “bendición” o “suerte”. Barack Obama: ¡qué hermoso es su nombre!

¡Y qué hermosa es su piel! Dice el Talmud judío que el Bendito, al crear al ser humano –que aún sigue creando, a pura fuerza de modelar y acariciar nuestro barro– mezcló las arcillas de todas las tierras (que aún no eran “países”), para que los humanos se hallaran en casa allí donde se hallaran. Luego sabemos cómo han cambiado las cosas con las fronteras. ¿Quién levantó las fronteras? Su hermosa piel las trastorna y desmiente; su piel es testigo de las muchas tierras de las que es hijo: de la Kenia de su padre negro, de la Norteamérica de su madre blanca, del Hawai de su nacimiento, de la Indonesia de su crianza. Su piel no es bronceada, es negra y es a la vez de todos los colores de la tierra. ¡Cómo nos gusta el color de su piel!

Sr. Obama, también nos gusta su palabra. Sentimos que en sus labios recupera la palabra su verdad originaria, se hace fiable, se vuelve creadora. Nace de dentro y nos llega hasta dentro, aunque sepamos poco inglés. Cuando Ud. nos dice que es preciso crear otro mundo, nosotros le creemos, y nos parece estar escuchando al Misterioso Creador en permanente acto de inventar y pronunciar el mundo como bendición y morada. Otro mundo, señor presidente, pues este mundo está malogrado, o muy malcreado.

Sr. Barack Obama. La humanidad entera está profundamente necesitada de autoestima y confianza, y Ud. se la ha devuelto. Sólo por eso, ya le queremos. Pero déjenos decirle que nuestra confianza es muy frágil, y necesita ser sostenida cada día, palabra a palabra, gesto a gesto, decreto a decreto. ¡No nos defraude, por favor! No permita que tengan razón quienes le tachan de “conservador populista o populista conservador” (J. Petras). Y permítanos decirle algunas cosas que en su hermosa talla humana no nos gustan tanto y nos causan inquietud. Por ejemplo, nos duele y preocupa que Ud. siga defendiendo la pena de muerte. ¿No le parece que ya hay en el mundo demasiada condena a muerte? ¿No le parece que si dividimos la humanidad entre justos y culpables, y condenamos a los culpables, todos acabaremos condenados y muertos?

También nos preocupan sus declaraciones sobre el derecho de EEUU a intervenir unilateralmente en el mundo para defender sus intereses. ¿No le parece que su historia y su piel dibujan otro mundo y aconsejan otra política? Necesitábamos reconciliarnos con ese gran pueblo hecho de muchas arcillas que son los Estados Unidos de América, y Ud. nos ha reconciliado, y nos sentimos mejor. No nos defraude, por favor, no permita que vuelva a reinar la pesadilla del poder de unos aplastando a otros, la pesadilla del terror en espiral. Su pueblo es nuestro pueblo. Todos los pueblos son su pueblo.

Por eso, nos atrevemos también a pedirle que, de ahora en adelante, no termine sus hermosos discursos diciendo “Dios bendiga a América”, para no herir a Dios y no humillar a los otros pueblos. Siga invocando la bendición, siga invocando al Bendito, pero no para unos contra otros, pues eso es la mayor contradicción con la bendición y el Bendito. Le sugerimos que concluya sus bellos discursos diciendo: “Dios nos bendiga, Dios nos bendice. Todos los pueblos son pueblos benditos de Dios. Que la bendición llegue a todos. Que nosotros bendigamos a todos los pueblos, y a todas las ballenas y a todos los vivientes, para que Dios sea bendición universal, pues no puede haber otro Dios, ni otra América, ni otro planeta de Dios”. Y no olvide que los tres millones de habitantes de su ciudad Chicago consumen tanto como los noventa y siete millones de Bangladesh. No puede haber bendición para unos si no la hay para otros. Eso sucedía en las viejas historias del Antiguo Testamento, pero hoy no puede suceder. O hay bendición para todos o no la hay para nadie. ¿Y cómo haremos para que la vida sea bendición para todos?

Querido Sr. Obama, sea Barack para toda la tierra. Le necesitamos. Juntos, ¡sí, podemos! Yes, we can. Le deseamos paz y bien.

José Arregi

    Para orar

    “Sobre el tiempo presente”

    Escribo desde un naufragio,
    desde un signo o una sombra,
    discontinuo vacío
    que de pronto se llena de amenazante luz.

    Escribo sobre el tiempo presente,
    sobre la necesidad de dar un orden testamentario a
    de transmitir en el nombre del padre, /nuestros gestos,
    de los hijos del padre,
    de los hijos oscuros de los hijos del padre,
    de su rastro en la tierra,
    al menos una huella del amor que tuvimos
    en medio de la noche,
    del llanto o de la llama que a la vez alza al hombre
    al tiempo ávido del dios
    y arrasa sus palacios, sus ganados, riquezas,
    hasta el tejo y la úlcera de Job el voluntario.

    Escribo sobre el tiempo presente.

    Con lenguaje secreto escribo,
    pues quién podría darnos ya la clave
    de cuanto hemos de decir.
    Escribo sobre el hálito de un dios que aún no ha
    sobre una revelación no hecha, /tomado forma,
    sobre el ciego legado
    que de generación en generación llevará nuestro nombre.

    Escribo sobre el mar,
    sobre la retirada del mar que abandona en la orilla
    formas petrificadas
    o restos palpitantes de otras vidas.
    Escribo sobre la latitud del dolor,
    sobre lo que hemos destruido,
    ante todo en nosotros,
    para que nadie pueda edificar de nuevo
    tales muros de odio.

    Escribo sobre las humeantes ruinas de lo que creímos,
    con palabras secretas,
    sobre una visión ciega, pero cierta,
    a la que casi no han nacido nuestros ojos.
    Escribo desde la noche,
    desde la infinita progresión de la sombra,
    desde la enorme escala de innumerables números,
    desde la lenta ascensión interminable,
    desde la imposibilidad de adivinar aún la conjurada luz,
    de presentir la tierra, el término,
    la certidumbre al fin de lo esperado.

    Escribo desde la sangre,
    desde su testimonio,
    desde la mentira, la avaricia y el odio,
    desde el clamor del hambre y del trasmundo,
    desde el condenatorio borde de la especie,
    desde la espada que puede herirla a muerte,
    desde el vacío giratorio abajo,
    desde el rostro bastardo,
    desde la mano que se cierra opaca,
    desde el genocidio,
    desde los niños infinitamente muertos,
    desde el árbol herido en sus raíces,
    desde lejos,
    desde el tiempo presente.

    Pero escribo también desde la vida,
    desde su grito poderoso,
    desde la historia,
    no desde su verdad acribillada,
    desde la faz del hombre,
    no desde sus palabras derruidas,
    desde el desierto,
    pues de allí ha de nacer un clamor nuevo,
    desde la muchedumbre que padece
    hambre y persecución y encontrará su reino,
    porque nadie podría arrebatárselo.

    Escribo desde nuestros huesos
    que ha de lavar la lluvia,
    desde nuestra memoria,
    que será pasto alegre de las aves del cielo.
    Escribo desde el patíbulo,
    ahora y en la hora de nuestra muerte,
    pues de algún modo hemos de ser ejecutados.

    Escribo, hermano mío de un tiempo venidero,
    sobre cuanto estamos a punto de no ser,
    sobre la fe sombría que nos lleva.

    Escribo sobre el tiempo presente.

    (JOSE ANGEL VALENTE)

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