Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La purísima gratuidad. 3: Agradecer la gratuidad

01-Diciembre-2008    Juan Masiá

Terminaba el artículo anterior con la cita de Juan: “Quienes acogieron la luz de la Vida” (1,9.12) recibieron la capacidad de hacerse filiación divina. María, símbolo de la humanidad que acoge ser agraciada, agradece la gratuidad. Recibe “de su plenitud” (Jn 1, 16-17) la capacidad de responder agradeciendo la gratuidad (”charin anti charitos“).

Las espiritualidades orientales resaltan la gratitud como vivencia religiosa fundamental, olvidada en un Occidente polarizado en obligación y pecado, redención, expiación, penitencia y nociones semejantes… Lucas pone en boca de María el Magnificat, sabiendo que no era pensable, por muy inspirada que estuviera la aldeana de Nazaret, la improvisación de tal canto que, sin embargo, expresa atinadamente la vivencia de responder con gratitud y alabanza a la gratuidad con que son agraciadas las personas más frágiles de la humanidad por parte del Dios que “desbarata los planes arrogantes y derriba del trono a los poderes opresores” (Lc 1, 51-52) para liberar a quienes son injustamente empobrecidos/as.

Lucas destaca el tema central de la gratuidad, enmarcándolo en dos expectativas de maternidad. Isabel y María simbolizan lo que hay de promesa y don en todo nacimiento. Isabel, demasiado entrada en años para concebir. María, demasiado joven. En ambas, como en toda gestación, mezcla de zozobra y esperanza. Lo que va a nacer viene de ellas y de sus cónyuges, pero a la vez las desborda. Todo nacimiento es creatividad esponsal y don de espíritu divino. Al “hacer los hijos que Dios da y recibir como don divino los hijos que los progenitores engendran, María e Isabel simbolizan gratitud por la gratuidad, gracias por la vida. El ser humano despierta a la realización de su humanidad, liberado para la capacidad de gratitud y alabanza, cuando el animal vulnerable se convierte está en el animal agradecido.

Me decía un monje budista japonés que había visitado monasterios en Europa: “¿Por qué tantas figuras orantes, en cuadros o estatuas, están con las manos tensas y apretadas? Parecen sufrir en vez de alabar o agradecer”. Le invité a fijarse en otras clase de pinturas con las manos están destensadas en apertura de receptividad. Me comentaba una profesora japonesa de psicología su extrañeza ante la información religiosa en Europa y su desazón ante los comentarios en Internet del mundillo eclesiástico, sobre todo en algunas áreas de habla hispánica. “El problema, me decía, no es que unos sean más conservadores y otros más progresistas, sino que se huele y respira crispación y agresividad, en vez de alabanza y acción de gracias, que deberían ser la tónica de la auténtica espiritualidad”.

He contado en varias ocasiones el episodio de la anciana japonesa agradecida. En un día de tiempo espléndido, en el jardín de la Casa de Oración, diviso al otro lado de la verja a una anciana con expresión tímida de no decidirse a llamar a la puerta. “Buenas tardes. Buen tiempo, ¿verdad?”. Al fin se atreve a pedir un favor: que la dejen pasar a cortar malezas en el jardín. Lo interpreté como una forma indirecta de solicitar trabajo por horas, pero me había equivocado. No estaba pidiendo limosna. Simplemente, le apetecía cortar hierbas en un día soleado. Pero su casa no tenía jardín. Pedía, por favor, un espacio prestado. Así lo hicimos. Aceptó un té antes de regresar y dijo: “¡Cómo se agradece este sorbo después de trabajar!”.

“Se agradece” es la expresión para traducir del japonés la palabra arigatai. Cuatro veces volvió a repetir la anciana esta palabra antes de despedirse. “Se agradece -dijo- poder hacer lo que he hecho a mis años”. “Se agradece -prosiguió- poder cortar hierba bajo este cielo y con esta brisa”. “Se agradece -añadió- poder limpiar de malezas un jardín como éste”. “Se agradece -repitió antes de marcharse- que me hayan prestado su jardín haciéndome el favor de permitirme trabajar en él”.

Recuerdo este episodio, lo llamo el “Magnificat de la anciana”, como expresión típica de la importancia cultural de la gratitud en las tradiciones orientales. La palabra utilizada por esa anciana, en su forma gramaticalmente intransitiva (arigatai: “se agradece”, en vez de “yo agradezco a alguien”) me parece clave. La vivencia de admiración evoca trascendencias que la desbordan. Un poeta japonés medieval expresó su admiración ante la naturaleza así:

    Hay aquí un no sé qué.
    Ignoro su nombre.
    Se me saltan las lágrimas de gratitud.

En la era de las primeras misiones cristianas se disputaba en Japón sobre la traducción de términos teológicos. Había dos corrientes opuestas. Los partidarios de usar palabras latinas y explicarlas usaban la fonética gurashia para traducir el término latino gratia. En cambio, los que preferían los caracteres pictográficos chino-japoneses traducían gracia como on-chô (juntando dos caracteres que significaban respectivamente “desde arriba” y “favor”: favor recibido por parte de alguien superior). La primera opción resultaba demasiado extranjera y tenía el inconveniente de requerir explicaciones. La segunda daba lugar a malentendidos, ya que sugería el favor que un soberano hace de noche a la favorita de turno. Frente a ambas tendencias surgió una alternativa feliz. La intuición del pueblo sencillo dio lugar a una expresión nueva: go-taisetsu (go: honorífico; taisetsu: importante). Esta noción ha quedado como un modelo de lo que hoy día se llama inculturación. En efecto, es muy común en el lenguaje cotidiano japonés el uso adverbial de esa misma expresión (taisetsu ni) con el significado de importarle a uno mucho una persona o cosa, concernir profundamente, cuidar con esmero, preocuparse por, tomar muy en serio, etcétera. Al usar esa expresión para traducir el significado de gracia se estaba diciendo que a Dios le importa mucho cada persona, que cuida amorosamente de ella.

Cuando tuve que comentar en la homilía del primer domingo de adviento la frase de Isaías (”Oh, Dios, Tú eres nuestro padre y liberador… somos arcilla y tú el alfarero”), compartí con la comunidad la gratitud por las experiencia de haber sido recipientes de la liberación. En boca de María pone Lucas en el Magnificat la conciencia de liberación y la vivencia de gratitud: “Agradezco con toda mi alma a mi Liberador”. De esta vivencia de agradecer la gratuidad quien ha sido liberado/a, brota la entrega a la tarea de liberar. La teología de la gratitud y gratuidad radical es madre y raíz de la teología de la liberación, inseparables la raíz mística y la proyección política en la fe de quienes viven el convencimiento de que “Dios cuida amorosamente, incluso hasta de alguien como yo, que no se lo merece”.

Haz hoy mismo tu APORTACIÓN (Pinchar aquí)

Escriba su comentario

Identificarse preferentemente con nombre y apellido(s). Se acepta un nick pero con dirección de e-mail válida.

Emplear un lenguaje correcto, respetar a los demás, centrarse en el tema y, en todo caso, aceptar las decisiones del moderador