Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Adviento en el duelo

04-Diciembre-2008    José Arregi

Hola, amigas, amigos:
Isaías, ese extraordinario profeta y poeta del Adviento, nos acababa de anunciar en la liturgia de ayer:

    “Arrancará en este monte el velo que cubre todos los pueblos,
    el sudario que tapa a todas las naciones.
    Destruirá la muerte para siempre.
    Enjugará las lágrimas de todos los rostros” (Is 25,7-8).


Pero he aquí que, al mediodía, una pistola maldita volvía a cubrir nuestro pueblo con un sudario de muerte y duelo. Nos han hundido de nuevo en un mar de desesperación, miedo y lágrimas amargas. Si era lo que pretendían, lo han conseguido, pueden estar contentos. Pero ¿pueden estar de verdad contentos sumiendo en tanto llanto a la familia de Iñaxio Uria y a sus amigos, arrancando la alegría a todo un pueblo?

Uno puede tener dudas acerca de este proyecto de tren de alta velocidad. Yo también las tengo. Otro puede tener razones en contra. Muchos las tienen, y son legítimas. Pero quienes han matado a Iñaxio Uria apelarán en vano a esas razones u otras. No les creemos. No nos merecen crédito. Ya no poseen legitimidad alguna. Y si apelan al Pueblo Vasco, saben que este pueblo, casi enteramente -la mayoría a gritos, muchos en silencio- está en contra de ellos. Actúan contra el pueblo, y contra sí mismos y los suyos, y contra sus supuestos objetivos, y contra todo lo humano.

O desesperar o ceder: ésa es la cruel alternativa que nos plantean, con la pistola en la frente. Pero no podemos desesperar, y no podemos ceder (¿ceder a qué? Ya ni siquiera sabemos a qué habría que ceder exactamente, si hubiera que ceder, de tan dudosos y contradictorios que son los objetivos que dicen perseguir).

¿Qué nos queda, entonces? Nos queda aún la voz del profeta del Adviento:

    “De las lanzas forjarán arados, de las lanzas podaderas.
    No alzará la espada pueblo contra pueblo,
    no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4).

¿Será un mero sueño, una ilusión? En nuestras manos está que no sean sólo sueño e ilusión, sino un asidero firme para la esperanza de cada día. Cuidemos la esperanza, no cejemos en el empeño. Y sigamos el camino cargando al muerto, a todos los muertos -sí, a todos los muertos de todos los bandos, de todos los días-, sin dejarnos cegar por el odio, sin ceder a oscuros deseos de venganza, sin negar la palabra y el diálogo con todos, sin ilegalizar partidos, sin torcer el derecho en nombre de la justicia, buscando con intención pura toda posible vía de solución.

Vuelve el adviento en medio de la tristeza:

    “Saldrá un renuevo del tronco de Jesé…
    Habitará el lobo con el cordero,
    la pantera se tumbará con el cabrito,
    el novillo y el león pacerán juntos.
    Un muchacho pequeño los pastorea” (Is 11,1.6).

Vuelve el adviento como volverá la primavera y la flor del espino. Dios es el Adviento, la venida, el que viene. Viene Dios, siempre presente en el corazón de cuanto es, y siempre ausente de nuestros ojos y de las palabras que lo quisieran atrapar y del planeta en que quisiera encarnarse. Dios no es el Eterno Inmóvil, es el Eterno Adviento en medio de todas las soledades. No es el Eterno Inmutable, es el Eterno Prójimo de todas los abandonados a su suerte. No es el Eterno Omnipotente, es el Eterno Compasivo de todas las criaturas que padecen. No está en el cielo, es el cielo en la entraña de la tierra, es el cielo que la tierra está llamada a ser. Dios no viene del cielo a lo grande, viene humildemente de esta humilde tierra que somos, de esta misteriosa materia llena de Dios y de milagros.

¿Pero cómo vendrá Dios si no lo engendramos y lo hacemos crecer? “La justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, la salvación mira desde el cielo”, dice el salmo (Sal 84). ¿Quién hará que la justicia y la paz se besen en todos los pueblos? ¿Quién hará brotar la salvación de Dios en el seno de la tierra? ¿Quién hará realidad el Adviento de Dios, y lo hará crecer en la tierra haciendo que, allí donde azota la guerra, crezca la paz como un río, haciendo que, allí donde hiere el poder, reine la justicia como un bálsamo? En nuestras pobres manos está que se extienda en la tierra el poder de la ternura.

Dios lo hará. Dios en todo corazón que se conmueve, Dios en toda mirada que transforma, Dios en toda palabra que consuela, Dios en todo labio que besa, Dios en toda mano que cuida, Dios en todo gesto que arriesga y defiende al que no tiene defensor.

¡Que tengan paz Iñaxio Uria y su familia! ¡Que todos tengáis paz y que la justicia y la paz se besen!

José Arregi

Para orar

    Jesús, nuestra alegría,
    el simple deseo de tu presencia es ya el comienzo de la fe.

    Y, en nuestra vida, el hecho muy oculto de una espera
    hace que broten fuentes:
    la bondad, el amor desinteresado y también esa armonía interior
    que viene del Espíritu Santo en nosotros.

    Jesús, alegría de nuestros corazones,
    tu Evangelio nos asegura que el Reino de Dios está en medio de nosotros.

    Y se abren en nosotros las puertas de la sencillez y de la inocencia.

    Cristo Jesús, sé nuestra paz, tú que nos dices: No temáis, estoy aquí.

    Bendícenos, tú que nos das un frescor de Evangelio
    cuando la confianza del corazón está al comienzo de todo.

    (Taizé)

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