Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La Purísima gratuidad. 4 y 5: Arriesgarse a prometer y a perdonar

11-Diciembre-2008    Juan Masiá

Vimos en los ensayos anteriores los dos primeros temas sobre María, símbolo de Humanidad: la “Purísima gratuidad”, agraciada y agradecida, capaz de sentirse gratificada y capaz de agradecer. Hay que añadir otras dos capacidades humanas radicales: la capacidad de arriesgarse a prometer y la capacidad de atreverse a perdonar lo imperdonable.

En el riesgo de decir“Fiat… Hágase“, en la Anunciación, y en el silencio del Stabat Mater dolorosa al pie de la cruz, se nos presenta una imagen de María como símbolo de la humanidad, capaz de arriesgarse a prometer en medio de incertidumbres y de arriesgarse a perdonar lo imperdonable. Tanto en una promesa matrimonial ­­-o su equivalente en el caso de unos votos religiosos- como en la audacia de una madre que perdona al asesino de su hijo, hay un salto imposible de racionalizar: el enigma del animal capaz de prometer y capaz de perdonar. Dos de las capacidades más representativas del ser humano.

Leyendo el Sí mismo como otro (1990) y La memoria, la historia y el olvido (2000), del añorado Paul Ricoeur, nos da qué pensar el hermeneuta francés sobre dos características del animal vulnerable que somos: la capacidad de prometer y la de perdonar. Ambas, por cierto, acompañadas de incertidumbres. Nadie puede demostrar de antemano que cumplirá su promesa, simplemente se “atestigua”, empeñando la propia palabra. Solamente se demuestra a posteriori, cuando se ha cumplido. Nadie puede estar seguro de que no van a cambiar ni las circunstancias ni la propia actitud e identidad en el futuro. Y, sin embargo, la persona se compromete a no cambiar la decisión de cumplir lo prometido, con todo el riesgo que ello implica.

El doble icono de la Anunciación y el Stabat Mater (despojado el primero de literalismos históricos y biologizaciones sobre el tema de la virginidad -solamente comprensible como metáfora de la gratuidad- y depurado el segundo de dolorismos masoquistas) pueden configurar el díptico ideal para expresar la doble capacidad humana de la promesa y del perdón.

Prometer es arriesgarse. Decía Paul Ricoeur que, en el proceso de crecimiento de una vinculación amorosa de pareja,

    1) lo que comenzó por un azar o casualidad,

    2) se fue cultivando temporalmente con el cuidado de la relación,

    3) cristalizó en un momento dado mediante una promesa con riesgo,

    4) se ha ido consolidando a lo largo de una vida,

    5) acaba por convertirse en un destino, a fuerza de re-elegir a diario la propia elección.

Se promete que se compromete uno a seguir siendo uno mismo, aunque ni uno sea “el mismo de antes” ni el entorno y circunstancias sean lo mismo. Seguir siendo “él mismo” (con acento), aunque ya no sea “el mismo de antes” (”el” sin acento).

Perdonar lo imperdonable y ser perdonado gratuitamente es algo que ocurre también en puro contexto de riesgo.

Se arriesga quien reconoce la culpa, al confesarla y solicitar un perdón que solamente la víctima puede otorgar. Se arriesga la parte agresora a que la víctima se resista a otorgar ese perdón (la fe budista en Amida o la fe cristiana en Jesús arropan este riesgo con la seguridad de una instancia absoluta perdonadora que acoge el arrepentimiento, aun en los casos en que la víctima no perdone…).

Se arriesga la parte perdonadora a que su perdón sea recibido a la ligera por la parte criminal y minusvalorado por quienes a su alrededor la consideren ingenua. Cuesta entender la postura del padre de la parábola de los dos hijos (Lucas 15), hasta que se tiene la experiencia de ver cómo una madre perdona a un hijo o hija que se ha portado imperdonablemente con ella, o cómo, por ejemplo, el padre y madre de una víctima del atentado del once de marzo en Atocha pedían que, en vez de venganza, orásemos juntos en silencio para que se corte la espiral de violencia.

María, símbolo de humanidad y de pura gratuidad, es símbolo de pasar por estos riesgos. Se arriesga a decir “Fiat” y se arriesga a estar de pie en silencio juxta crucem.( Nota: Redacto estas líneas disfrfutando como música de fondo el Stabat Mater, de Karl Jenkins, Royal Liverpool Philarmonic Chorus and Orchesta, que una buena amistad me ha regalado, ¡gracias!). Riesgo en la promesa: porque María ya está embarazada (y, por cierto, no milagrosamente) cuando el ángel la anima diciendo que “el Altísimo la cubrirá con su sombra” (en el budismo, la expresión “bajo su sombra” connota, “al amparo de Buda”, y en la Biblia, a la sombra de la Ruah creativa). Pero María vive la incertidumbre y el riesgo de no saber si José acogerá a su novia, una vez la vea embarazada. Riesgo también en el perdón, porque la madre al pie de la cruz no tiene de antemano pruebas de lo que pueda significar un mundo de resurrección y vida eterna en el seno de la Vida de la vida. Tanto María de la Anunciación como María de la Soledad son Marías de la “O”, esa “Oh” de admiración con que cantaban las antiguas antífonas el adviento de “buena esperanza”, pero que no son canto de cuna adormecedor, sino una “Oh” de esperanza arriesgada, incierta y atrevida que da el salto de prometer y de perdonar, no apoyándose en el tranmpolín de las pruebas, sino en el riesgo de la fe.

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