Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Resucitar a Lorca y a Falla

22-Diciembre-2008    Honorio Cadarso

Nos cuesta traspasar los horizontes de la época en la que viene transcurriendo nuestra vida, entender hasta qué punto nuestro país de hoy, nuestra iglesia de hoy, con sus luces y sombras, son herederos de generaciones anteriores. Parece como si pensáramos que antes de Franco o de la primavera de los 60 y del Vaticano II todo fue integrismo, fundamentalismo, oscurantismo religioso, macionalcatolicismo.

Y no. Manuel de Falla fue un fervoroso católico y un gran amigo, casi un alma gemela del…¿agnóstico? ¿ateo? ¿comunistoide? Federico García Lorca . José Bergamín, ensayista, poeta, que movilizó a todos los intelectuales del mundo en defensa de la República española, era también un fervoroso católico y un comunista “hasta la muerte, pero ni un paso más”. Juan Ramón Jiménez, que en su poesía se nos revela como místico, desde una espiritualidad laica, dió a conocer a Rabindranat Tagore en lengua española. Y ¿qué decir de la religiosidad de Miguel de Unamuno?

Intelectuales católicos de nuestro país de la primera mitad del siglo XX se alinean con lo más progresista y aperturista del pensamiento europeo. Intelectuales católicos que fueron barridos de la escena española por el vendaval de la guerra civil de 1936.

Alcalá Zamora, primer presidente de la República, era católico; como también José Antonio Aguirre, primer lehendakari del gobierno vasco. Manuel Azaña, en sus escritos, se declara partidario de un estado laico en el que se respeten y acepten todas las religiones. José María Gil Robles, líder de la CEDA católica y de derechas, aceptó el régimen republicano, y luego en los 70 intentó poner en marcha junto con Ruiz Jiménez, UD de Cataluña y PNV una Democracia cristiana que propugnaba un estado laico y federal. Desgraciadamente la fórmula DC estaba ya pasada de moda.

Hablemos de la Jerarquía. De un Vidal y Barraquer a quien intentaron linchar elementos izquierdosos y desde el otro lado Franco no le permitió volver a su sede de Tarragona. Que se negó a firmar la pastoral de apoyo a Franco de 1937. De un Fidel García Martínez que difundió en su diócesis de La Rioja la Mit brennerder sorge de Pío XI contra el nazismo y por ello fue defenestrado por el régimen en los 50. Este mismo obispo, tras pasar por la cuenca minera asturiana, sería partidario de superar los Círculos católicos de obreros y plantearse una postura más avanzada en el terreno de lo social. Y de Mateo Múgica, obispo de Vitoria…

La España de entre 1900 y 1938 vive un clima ideológico en el que tienen una importancia primordial la Institución Libre de Enseñanza, que pretende arrancar de las manos de la Iglesia el “monopolio” y la dictadura sobre el sistema educativo español; convive con una Generación del 27 que señala la edad de plata de las Letras españolas y alumbra a los Buñuel, Picasso, Dalí, Lorca, etc. Y Manuel de Falla.
Un sector quizá no muy numeroso, pero sí muy cualificado de cristianos españoles, si no se alinean con estos movimientos, conviven respetuosamente con ellos. El primer valedor de Miguel Hernández fue el canónigo de Orihuela Luis Almarcha (después obispo de León) y su gran amigo fue Ramón Sijé, un católico ferviente. Antonio Machado y José Ortega y Gasset fueron siempre teólogos, en busca de Dios con el corazón y la razón.

Qué habría pasado, cómo habría evolucionado la Iglesia española, sin el desgarro terrible y devastador de la guerra civil de 1936? Creo que vale la pena reflexionar sobre este interrogante.

¿Qué queda de las ideas religiosas, sociales, civiles, que tuvieron los Manuel de Falla, Alcalá Zamora, Miguel de Unamuno, José Bergamín?

Una cosa es clara: los españoles de hoy, los cristianos de hoy, tenemos la responsabilidad de respetar ese riquísimo patrimonio, de honrar la memoria de los que lo vivieron y enriquecieron, de intentar recuperar todos los valores que representaron y que tal vez aún no han sido recuperados. Sería quizá difícil decir si hoy estamos en posiciones más avanzadas que ellos, o hemos perdido terreno. A primera vista, uno se atreve a aventurar que los proyectos de la República, tal vez demasiado ambiciosos para lo que permitía aquel momento de la historia, iban mucho más allá, en materia de democracia y de justicia social, que los que animan a esta España de hoy. La hora de Europa y de la Iglesia, desde luego, ha cambiado. Hay quien añora lo del nacionalcatolicismo, según parece. Pero, desde la perspectiva de un cristianismo con el reloj puesto al día, tal vez hay valores que los católicos más clarividentes de aquel tiempo habían conquistado y llegaron a disfrutar, que todavía no hemos reconquistado.

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