Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Dignitas personae: ¿Asentir con reservas?

24-Enero-2009    Juan Masiá
    El 8 de Diciembre la Congregación para la Defensa de la Fe publicaba una Instrucción doctrinal sobre la vida humana titulada La Dignidad de la Persona. Es el último documento emanado de la Santa Sede sobre los temas de siempre: manipulación genética, aborto, eutanasia… No se abre para nada la mano. Se puede consultar en la web del Vaticano tanto el texto íntegro como la síntesis hecha por la misma CDF. Y todos tenemos que agradecer la claridad y sinceridad con que Juan Masiá comenta este documento en una conferencia tenida en Japón que reproducimos íntegramente.

Me dice una amistad con sonrisa irónica: “¿Vas a prestar “asentimiento religioso” a la Instrucción Dignitas personae, como pide el documento?”. Justamente el mismo día, me comentan en un mail: “Supongo que disentirás, esta vez se han pasado”.Y aquí me tenéis, como de costumbre, en la frontera, incapaz de renunciar a la búsqueda de alternativas y contestando a ambos comentarios: “Otra lectura es posible”, a riesgo de me llaméis ingenuo por pasarme de “salvar la proposición del prójimo”, que diría Ignacio…

Ante el documento Dignitas personae (DP), de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), es posible asentir a sus principales criterios y principios, pero matizando -e incluso cuestionando seriamente, con disentimiento respetuoso y responsable- algunas de sus conclusiones.

Precisamente por estar de acuerdo con la mayoría de sus criterios, se puede ver uno obligado a disentir de algunas de sus conclusiones, para no perjudicar a la cultura de la vida que, tanto el documento curial como quienes lo leemos críticamente, deseamos proteger y fomentar.

Resumiendo la reacción ante la publicación de este documento, diría con el refrán: “Quien mucho abarca, poco aprieta”. De unas premisas con buenos criterios y principios deduce unas conclusiones que no parecen seguirse de dichas premisas. Hay un salto desde las premisas mayores a las conclusiones, que no se permitiría en la mejor tradición de la lógica del silogismo. En las premisas menores, ni explicitadas ni probadas suficientemente, quedan sin resolver cuestiones muy controvertidas como la del estatuto del embrión pre-implantatorio.

Sin pasar por la evaluación de esas premisas menores, resultan precipitadas o exageradas algunas conclusiones. En una palabra, me parece que el documento curial deduce de buenos criterios conclusiones insuficientes y hace aplicaciones exageradas de principios correctos.

Dicho esto, -para que no quepa duda de que asumo y apoyo los criterios del documento (no sólo con el “asentimiento religioso”que se solicita en el documento (n.37), sino con el asentimiento humano y ético de quienes defienden la cultura de la vida)-,precisamente para no hacer un flaco favor a la postura básica del documento, que comparto, me creo obligado a expresar reservas y matizar algunas de sus deducciones, en las que me produce la impresión de que se pasa y “por abarcar mucho, logra poco”, si no es que desencadena el efecto contrario a la buena intención de sus redactores.

Siguen, a continuación, unas notas marginales al documento.

Sobre la Introducción

Hay que apreciar que DP comience con “un gran sí a la vida humana” y estaremos de acuerdo con el principio fundamental de defender la dignidad de la persona desde el principio hasta el final (n.1). Pero la expresión “desde la concepción hasta la muerte natural” tendrá que ser matizada después de preguntar qué se entiende por “concepción” y por “muerte natural”. (Hay un debate difícil y delicado con posturas diversas según se piense con una biología y una filosofía en términos de “proceso” o en términos de “momentos puntuales”).

Reconoce DP que ya en el documento cuyos veinte años conmemora (Donum vitae), se daban tanto “principios” como “juicios morales” concretos (n.1). Pero atribuye a ambos el mismo peso, sin dejar lugar para que se asienta a los principos, disintiendo en algunos juicios morales concretos.

Dice que Donum vitae conserva su valor, aunque no lo prueba (n.1). Pero habría que añadir que siguen también en pie las objeciones que en su día se hicieron a aquel documento.

Tiene razón al señalar que las preguntas que vienen del campo de la biotecnología son nuevas, que su difusión en los medios nos produce a la vez esperanza y perplejidad y que no basta con apelar a la legislación o a la consulta popular (n.1).Pero, al precipitarse a zanjar la cuestión por vía doctrinal, cierra el paso al debate sereno de ciencia y ética en la sociedad plural.

El punto más flaco de esta introducción es el de publicar un documento de “naturaleza doctrinal”sobre un campo en el que no pueden darse afirmaciones de índole teológicamente dogmática.

De acuerdo con que se deben tener en cuenta los “aspectos científicos”y confrontar lo que dicen los “expertos” con los enfoques de la “antropología cristiana”(n.2). Pero la aportación científica citada es la de la Academia de la Vida y la antropología citada es la de dos encíclicas de Juan Pablo II (Veritatis splendor y Evangelium vitae). Ambas han sido cuestionadas en su neutralidad por parte de la crítica científica y teológica. No basta, para decir de algo que es verdadero y cierto, aducir como argumento que “ya lo dijo esta instancia anteriormente”, pues equivaldría a decir que “es verdad porque os lo repito”.

De acuerdo con el modo positivo con que ve DP el mundo médico y científico al servicio de la fragilidad humana para “curar”, “aliviar el sufrimiento” y cuidar “de modo equitativo a toda la humanidad”. De acuerdo también en que no faltan en ciencia y en filosofía posturas eugenésicas. Si el equilibrio de esta afirmación del n.2 se mantuviera a lo largo del documento, en vez de decir tajantemente que no a una serie de aplicaciones tecnológicas, se habría limitado a manifestar reservas ante ellas, con lo que habría ganado el documento en credibilidad.

Hace bien el documento al dirigirse, a la vez, a “los fieles cristianos y a cuantas personas buscan la verdad”, conjugando razón y fe (n.3). Pero para ser coherente con esta actitud tendría que haberse limitado a expresar su preocupación por los posibles excesos de las biotecnologías, en vez apresurarse a rechazarlas.

Tiene razón al pedir que los beneficios de las aplicaciones tecnológicas alcancen a las personas más pobres sin discriminación (n.3) y en insistir en que no se limite el papel eclesial a una mera beneficencia consoladora, sino que aporte luz y esperanza en “los momentos de la enfermedad y en la experiencia de la muerte” (n.3).Lástima que algunas prohibiciones de la segunda y tercera parte inciten a ignorar los criterios positivos del documento por culpa del exceso de asertividad de sus conclusiones.

Sobre la primera parte

Hace bien DP en titular “procreación humana”, en vez, como se decía hace veinte años, “tecnologías reproductivas” o “reproducción artificial”. Pero no parece reconocer que las técnicas de ayuda a la procreación humana médicamente asistida puedan formar parte de un proceso tan natural como cuando no se recurre a ellas.

El primer párrafo de esta parte habla, con razón, de “estadios iniciales” de la vida humana y de “procesos generativos” (n.4). Pero, en el párrafo siguiente, pasa a la mentalidad no-procesual e insiste en un “programa bien definido y con un fin propio” (id.). Repite a continuación la cita de Donum vitae sobre respetar y tratar “como persona” (que es justamente lo cuestionable) “desde el instante de su concepción” al “ser humano” (cuando aún no está constituido como tal, ni se ha determinado si llegará a serlo). Aduce, sin probarlo, que esta afirmación es de “ley moral natural”, que presupone “una verdad de carácter ontológico” y que cuenta con “apoyos sólidos del campo científico”(n.5). Quienes estén implicados en el diálogo sereno y crítico con científicos y pensadores serios no creyentes sentirán que estas afirmaciones hacen perder credibilidad a la iglesia y cierran puertas a dicho diálogo.

De acuerdo con que “una procreación verdaderamente responsable para con quien ha de nacer es fruto del matrimonio” (n.6), no parece que se siga de ahí la exclusión de las ayudas médico-tecnológicas que prolongan, sin negarlo, el proceso relacional de amor de las personas progenitoras.

De acuerdo con reforzar (como hace el número 7) con citas bíblicas una postura de reconocimiento de la dignidad humana, afirmada por las éticas, compatible con la afirmación de su carácter sagrado por parte de la fe. Y de acuerdo, sobre todo, en las dos afirmaciones fundamentales del n. 8: que esta dignidad es la de todas las personas (sanas o enfermas, ricas o pobres) y en todas las fases de su vida (jóvenes a viejas, vidas nacientes o vidas en proceso de morir). De acuerdo también en que el amor humano que engendra vida sea reflejo del amor divino. De acuerdo en ver el matrimonio, no como mero contrato, sino como compartir proyecto de vida. De acuerdo en que, en el caso de personas creyentes, la sacramentalidad eleve estos valores (n.9). Y de acuerdo, por supuesto, en que “la iglesia no interviene en el ámbito de la ciencia médica como tal, sino invita a las personas interesadas a actuar con responsabilidad ética y social”(n.10). Lástima que, a continuación, se pase, afirmando tajantemente “la especificidad de los actos personales que transmiten la vida”, que es el principio en que se apoya luego para oponerse incluso a la procreación médicamente asistida, incluso sin donación por parte de terceras personas.

Sobre la segunda parte

Técnicas de ayuda a la fertilidad.

De acuerdo en que repita, como Donum vitae, que las técnicas que se presentan como una ayuda para la procreación “no deben rechazarse por el hecho de ser artificiales” y que “deben ser valoradas moralmente por su relación con la dignidad de la persona” (n.12). Pero no se sigue que la procreación médicamente asistida, que prolonga la relación de amor de los progenitores para que fructifique, tenga que considerarse necesariamente como “sustitución”, en vez de como “ayuda”.Falla la premisa menor. Se puede sacar otra conclusión con el mismo principio.

De acuerdo con favorecer cuanto sean “auténticas terapias”, pero no se sigue que para ello se requiera que se lleven a cabo “sin que el médico tenga que interferir directamente en el acto conyugal”(n.13). (A menos que se presuponga una moral fisicalista y estática, de actos y no de actitudes, de momentos y no de procesos. Ese era precisamente un punto controvertido de moral fundamental en las dos encíclicas citadas).

Fecundación in vitro y eliminación voluntaria de embriones

Expresiones como “el número de embriones sacrificados es altísimo” son inapropiadas. Al decir “sacrificados” se prejuzga la cuestión del estatuto del embrión pre-implantatorio, que está por resolver. Lo mismo al afirmar el “derecho a la vida de cada embrión”. Como se decía antiguamente en latín, qui nimis probat, nihil probat: por probar demasiado, se acaba no probando nada. O, en castellano, “quien mucho abarca, poco aprieta”.

Reconociendo lo delicado del tema de la llamada “selección genética”, bastaría, para tener credibilidad, con manifestar reservas sobre el modo de llevarla a cabo. Pero DP aduce como argumento el “trato puramente experimental de los embriones”(n.15), con lo cuál su fijación en este tema le impide poder criticar serenamente los intereses socio-político-económicos que pueda haber. Ha perdido la ocasión de enfocar las cuestiones de moral social, por culpa de la obsesión con el tema de proteger” desde el primer instante”.

Hay que reconocer que el enfoque de estas terapias en términos de “oferta y demanda” o “deseo y satisfacción” es cuestionable y criticable. Hemos oído de labios de especialistas decir: “Yo tengo una técnica que satisface el deseo del cliente que la paga, y punto”. Pero generalizar diciendo que las técnicas de fecundación in vitro presuponen “que el embrión no merece pleno respeto cuando está en competición con un deseo que hay que satisfacer” (n.15) equivale casi a un insulto contra los progenitores que recurren a estas terapias.

Cuando dice DP, en el n. 16 que “el deseo de un hijo no puede justificar la producción del mismo”, está presuponiendo la incompatibilidad del deseo con la procreación. ¿Por qué llamar “producción” a lo que puede ser “procreación responsable”? Además, el fisicalismo de una moral estática aparece en el mismo número, al asentar el criterio de que “no es éticamente aceptable la disociación de la procreación del contexto íntegramente personal del acto conyugal” (n.16). No se sigue.

La inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI)

En el n. 17 sí que se han pasado al decir “intrínsecamente ilícita”. La razón aducida es que “la concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que antecede la fecundación”(n.17). Se ve que el problema no es de bioética, sino de mentalidad fisicalista, puntual y estática en el modo de ver la sexualidad, la conyugalidad y la procreación, en vez de ser personal, procesual y dinámica. Ahí es donde se dividen dos maneras de pensar en moral que no dialogan entre sí.

La congelación de embriones

Decir que los embriones no utilizados quedan “huérfanos” es utilizar un lenguaje metafórico peligroso, pues prejuzga la cuestión de su estatuto (n.20).No se ve por qué no pueden ser donados para adopción pre-implantatoria o usados para investigación. La única razón aducida es que Juan Pablo II dijo que esos “miles y miles de embriones congelados son titulares de derechos esenciales” y que “hay que tutelarlos jurídicamente como personas humanas”(n.19).

El congelamiento de óvulos

Aquí sí que ya el pasarse llega al extremo, por decir que incluso la congelación de óvulos “es moralmente inaceptable” (n.20). Es una lástima, porque lo que sí habría sido necesario plantear es la cuestión de respeto a la mujer, las condiciones de la donación de óvulos, las comercializaciones de las mismas, etcétera. Pero, una vez perdida credibilidad a causa de la afirmación anterior, pierde DP la oportunidad de poder hacer estas críticas necesarias desde el punto de vista de moral social y de justicia.

La reducción embrionaria

Aquí sí que hay que estar de acuerdo en que la reducción embrionaria llevada a cabo cuando ya la gestación es avanzada es un “aborto intencional selectivo” (n.21), para cuya prevención se debería evitar la implantación simultánea de demasiados óvulos fecundados. Pero, al haber perdido credibilidad a causa de las afirmaciones anteriores sobre el estatuto del embrión, ya no tiene fuerza DP para insistir en denunciar este punto. El principio aducido de que “el fin no justifica los medios” es válido. Pero es un arma que ha sido usada ya en casos en que no era aplicable y, por tanto, al usarla ahora ya no hace efecto.

El diagnóstico pre-implantatorio

Reconociendo que es delicada la cuestión de la relación entre esta práctica y las actitudes sociales frente a la discapacidad, así como la existencia de tendencias eugenésicas contra las que hay que precaver (n.23), se pasa DP al decir tajantemente que es “una práctica abortiva precoz” y al juzgar que el diagnóstico pre-implantatorio es siempre “expresión de mentalidad eugenésica”(n.22). Por pasarse en estas afirmaciones, resta fuerza a lo que dice a continuación, que es bien importante, acerca de no discriminar a nadie por ninguna razón.

Nuevas formas de intercepción y contragestación

Aunque reconoce DP que las técnicas de intercepción y contragestación “no provocan un aborto cada vez que se usan”, sin embargo, dice tajantemente que “la intencionalidad abortiva generalmente está presente en la persona que quiere impedir la implantación de un embrión en el caso de que hubiese sido concebido y que, por tanto, pide o prescribe fármacos interceptivos”. Se presta a confundir contracepción y aborto, con el consiguiente peligro de perder credibilidad para hablar sobre el tema del aborto y de angustiar excesivamente con el tema de la contracepción al equipararla al aborto. (Aunque reconocía hasta el mismo Juan Pablo II , en Evangelium vitae 13, que son específicamente diferentes). Es, sobre todo inadmisible, que hayan utilizado en este párrafo la expresión “pecado de aborto” para referirse a la intercepción y contragestación. Esta afirmación, aplicada en el campo de la pastoral, puede conducir a angustiar indebidamente a quienes la tomen al pie de la letra.

Tercera parte

Terapia génica

Estaremos de acuerdo en distinguir la diferente dimensión de la terapia génica en células somáticas y en células germinales (n.25).Pero no hacía falta aducir como razón que “necesita ser realizada en un contexto técnico de fecundación in vitro y, por tanto, es susceptible de todas las objeciones éticas relativas a tales procedimientos”. De nuevo se han pasado y, por generalizar en contra de la fecundación in vitro, pierden fuerza para insistir en el punto que querían recalcar: la diferencia entre la terapia somática y la germinal. Lástima que al hablar así resten fuerza a las afirmaciones importantes del párrafo siguiente (n.27) que ponen en guardia contra la mentalidad eugenésica, las desigualdades e injusticias en el trato de las personas, las pretensiones de “estigmatizar a quienes no poseen dotes particulares” etc. Insistamos en que es precisamente por valorar positivamente este principio fundamental que preside este documento (la dignidad de toda persona en todas las fases de su vida) por lo que lamentamos que se hayan pasado en los juicios concretos sobre determinadas tecnologías, perdiendo así crdibilidad para transmitir el criterio fundamental.

La clonación humana y otros procedimientos de manipulación biológica

De acuerdo en distinguir entre la reproductiva y la terapéutica, bastaría haber manifestado fuertes reservas contra la segunda, sin necesidad de acudir a la expresión problemática de “intrínsecamente ilícita”. (n.28). En cuanto a la primera, al decir que es “sacrificar una vida humana para finalidades terapéuticas” está de nuevo prejuzgando la cuestión del estatuto del embrión (el punto débil de toda esta instrucción, con el que se hace daño a sí misma). Lo mismo vale para su oposición al uso de células troncales embrionarias o los intentos de hibridación y otros usos de “material biológico”. Había fuertes razones socio-político-económicas para manifestar reservas ante todas estas manipulaciones por razones de justicia y ética social, pero se ha perdido credibilidad para hacer esas denuncias por culpa de haberse polarizado en el tema del estatuto del embrión.

Conclusión

Nos agrada que repita en la conclusión su insistencia en el sí a la vida y en la defensa de la cultura de la vida, así como en la defensa de la dignidad humana de todas las personas en todas las fases de su vida y en evitar la discriminación, sobre todo de los más pobres. Le damos a estos criterios no sólo el “asentimiento religioso” que pide DP , sino el asentimiento humano y ético. Por eso mismo lamentamos que (quizás por las presiones de las tendencias fundamentalistas en diversas partes del mundo y el deseo y buena intención de conciliar posiciones dentro de la pluralidad) DP haya sacado conclusiones exageradas a partir de buenos criterios, provocando la reacción contraria en muchas personas del mundo científico y del pensamiento, tanto creyente como no creyente, y poniéndonos la tarea muy difícil(¡en la cuerda floja!) a quienes tratamos de conjugar, en la tarea universitaria católica, la fidelidad creativa con la honestidad intelectual, el asentimiento creyente y el disentir respetuoso y responsable.

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