Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

OTRO CRISTIANISMO ES POSIBLE. 11

27-Enero-2009    Equipo ATRIO

11. ¿Creer que Jesús resucitó? ¿O creer en el que vive? (En este vínculo aparece el texto del capítulo de Lenaers)

En la disyuntiva del título R. Lenaers opta por el segundo interrogante. El primero le parece descriptivo y heterónomo (‘al tercer día’). En cuanto a las diferentes y densidades del “creer que” y “creer en” se queda también con el segundo “creer en el que vive” por se sentido de compromiso y entrega hacia Jesús. No se trata de meras palabras.

  • 1. El contexto Judío

- es la única cultura que de entrada no creía en una vida después de la muerte sino en una existencia de sombras en el Sheol.

-sólo en el siglo II a.C. creen que la fidelidad de Dios y su justicia fundaba una segunda oportunidad de vida en esta tierra (el caso de los mártires bajo Antíoco) mediante un despertar del cuerpo (por lo que se rechazaba la cremación, práctica prohibida en la iglesia hasta no hace mucho). Este despertar corporal es el que los judíos tradujeron como ‘resurrección’ (lo que relativiza y devalúa la fuerza de este término).

La noción de la Justicia de Dios añadió el escenario del Juicio final de todos los despertados a puro trompetazo.

  • 2. La afluencia de paganos

Propició la prevalencia de su antropología: el ser humano es una realidad compuesta de dos partes que se separan en la muerte y se vuelven a reunir en la resurrección.

Y así quedó la versión popular -¡y oficial!- ante la que nadie pestañea pese a ser ajena a cualquier pensamiento adulto moderno: un organismo muerto y descompuesto volverá a la vida por un mágico trompetazo del ángel, burlando la entropía como quien burlara la mismísima gravedad. El bueno de H.S. Reimarus, teólogo y filósofo del XVIII, ante tal absurdo, juzgó menos insensato dudar de la muerte real de Jesús.

  • 3. Las apariciones.

Pablo es el primero que recurre de pasada al A.T.: “resucitado al tercer día según las Escrituras”… Menor fuerza probativa tiene aquella visión de Ez. 37 de los “huesos desecados”. Este tipo de lenguaje sólo pretende dar fe de que Dios, siempre fiel, se ha reservado la última palabra pese a la muerte de Jesús.

La crítica histórica es muy severa con el conjunto de relatos de las apariciones: flagrantes contradicciones en cuanto a personas, lugares y número, construcción mágica de Jesús atravesando muros, encendiendo un fuego para cocinar… Todo concurre a tener que armarse de mucha credulidad para poder considerar las apariciones como acontecimientos históricos.

No obstante lo cual se impone una evidencia: en el ánimo de aquellos hombres y mujeres llenos de miedo después de la muerte del Maestro un cambio insospechado se ha producido; aseguran sin titubear: “lo hemos visto“.

  • 4. ¿Realmente lo vieron? O ¿cómo lo vieron?

En el imaginario popular cristiano la respuesta es indudable: Sí, lo vieron.

Sin discernir en los relatos realidad y símbolo, se entendieron las apariciones como manifestaciones tangibles corporales de Jesús: ése era el dogma indiscutible de la fe cristiana. Tan es así que a la mayoría de laicos y clérigos les suena aún a herejía la simple afirmación de que la resurrección de Jesús no fue la ‘revivificación’ de su cadáver. Lo que lleva parejo que su sepulcro no tuvo por qué quedar vacío.

¿Lo vieron realmente? Si fue así se trata de la sensación por la que la luminosidad de una imagen real impactó la película de la retina y mediante el nervio óptico alcanzó el cerebro de Jesús.

Sabido es que en la visión el punto de partida, la imagen, puede ser real o ilusoria. Los videntes de las apariciones marianas, las reconocidas como las docenas de no reconocidas, pueden ser sinceros creyendo ver a María pero en una mentalidad autónoma no cabe la posibilidad de tal milagro. Se van a quedar en el paro todos los expertos heterónomos en milagros, apariciones y estigmas.

¿Qué pudo ocurrir, pues, a los primeros videntes cristianos? Salvo que demos por válido el axioma de la heteronomía debemos afirmar tajantemente desde un espíritu crítico mínimo que los discípulos NO VIERON, lo que se dice ver, el cuerpo desangrado de Jesús vuelto a la vida y degustando con ellos un pescado.

Pero la psiquis humana es más que mera percepción sensorial.

Por motivos (que no hace al caso ahora), dentro de las tinieblas del desaliento total por la muerte del Maestro se fue abriendo paso la antigua fe de que Dios es fiel a sus promesas y de que, no habiendo rematado Jesús su misión, tendría que ‘despertar’ y volver como otros profetas habían hecho. Así tomó cuerpo, sin especial dificultad, la convicción experiencial íntima de que Jesús vivía. Experiencia subjetiva fuerte que se proyectó en forma de visión corporal. Ni siquiera afirmamos, pues, que el contenido de esa experiencia interior fuese acertado. ¿No es del mismo rango que la de los discípulos nuestra experiencia interior de fe? ¿no es parecida nuestra certeza sin alcanzar la evidencia?

En cualquier caso ‘lo que vieron’ junto a lo que se comunicaron unos a otros adquirió en ellos tal vigor, que el mismo impulso del espíritu de Jesús les empujó a comunicarlo a los cuatro vientos. Y en ese proceso la experiencia interior fue adornándose con variados matices tan propios del alma oriental que cuando exagera hasta parece que miente.

  • 5. La perspectiva contraria.

Los defensores de la revivificación, es decir, de una resurrección corporal acuden a una argumentación racional: el sepulcro quedó vacío según los relatos. Por eso mismo los judíos podían desmontar la patraña y no lo hicieron. Lenaers, junto a otros, replica: pasaron dos meses hasta los primeros anuncios (Pentecostés); los judíos no se habrían expuesto a la contaminación legal con un cadáver que, por lo demás, sus feudos tuvieron amplio tiempo de ocultar; los ajusticiados por los romanos iban a una fosa común…

Pongámonos en la peor de las hipótesis: quien sea va al sepulcro de Jesús y resulta que encuentra su cadáver. ¿Y qué? Para los más conservadores habría sido catastrófico. Para los creyentes modernos que no entienden la resurrección de Jesús según parámetros corporales… no pasaría nada.

  • 6 . ¿Jesús vive realmente hoy?

Eso hemos dicho, mas no sin algunas precaución importante para no seguir prisioneros de lo mítico. Sin los procesos bioquímicos sabidos no hay vida, procesos que concluyeron en Jesús de modo que, en este sentido, Jesús no vive. Sin embargo, algo queremos afirmar con la Biblia cuando aceptamnos decir “el Dios viviente“. Aquí el concepto salta más allá de lo experimental y, si somos creyentes, tal concepto aplicado a Dios no nos parece indigno al igual que cuando aseguramos “Dios es amor”.

“Viviente” es una realidad, dice Lenaers, que supera cualquier bioquímica. Si este misterio (el de Dios) es amor como confiesa el creyente, el ser humano que ama se vuelve un solo ser en la medida de su amor y participa en la misma medida en su riqueza de vida creadora. Este es el sustrato del concepto humano de resurrección” (p.141).

  • Dos observaciones:
  • - según esta visión de la resurrección todos resucitamos en el mismo instante de nuestra propia muerte ¿Resucitó Jesús, pues? ¡Como todos!
  • - “volverse un solo ser” con Dios, prosigue Lenaers. Cabe preguntarle de qué habla realmente ¿de unión o de identificación? Queda pendiente.

Logroño 26 enero 09

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