Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

E pur si muove…

06-Febrero-2009    Juan Carrero

Puede ser que, en estos últimos días, el Juez Fernando Andreu Meralles también haya susurrado la famosa sentencia de Galileo Galilei. Sobre la globalización de la justicia, como continuación del método de la no violencia de Gandhi no hay parón ni marcha atrás.

Ni el poder aparentemente invencible de lobbies y gobiernos
que pretenden la impunidad para sus crímenes de lesa humanidad,
ni la falta de magnanimidad (disfrazada de realismo) por parte de quienes manipulan las legislaciones en función de la “diplomacia”,
acabarán con la generosidad y la lucidez de aquellos que no se rendirán hasta alcanzar la globalización de la justicia.
Porque frente a la barbarie global no hay otra alternativa que la de la justicia global.
Nadie podrá detener esta etapa evolutiva de nuestra especie en la que ya estamos y que llamamos globalización.
Lo que sí está en nuestra mano es el humanizarla. En esta batalla se juega la vida o la muerte de millones de seres humanos.

Hace unas semanas, en un artículo publicado en este mismo diario referente a los criminales ataques israelíes a Gaza, destaqué lo importante que sería “el fortalecimiento de los mecanismos de la Justicia Universal”. Seguramente ésta se está convirtiendo cada vez más en “el” instrumento, por excelencia, de lo que Gandhi llamaba “no violencia activa”, fundada en la fuerza de la verdad. Una no violencia equidistante entre el paradigma que proclama que la fuerza militar es la única partera de historia, por un lado, y el “pacifismo” cómplice, por otro. De hecho, la bronca reacción del Gobierno israelí frente a la aceptación de la querella por parte de Fernando Andreu, que ha sido noticia en estos días, deja en evidencia que la incipiente Justicia Universal no es tan inocua como muchos pretenden. Preocupa, y mucho, a los criminales, ya sean israelíes o ruandeses. Y también molesta, y mucho, a aquellos para los que lo prioritario es la diplomacia de salones y canapés y no la vida de millones de seres humanos que depende directamente de de la ejecución de ciertas sentencias.

Quienes en España y otros países ponen palos en las ruedas de ese carro que avanza despacio pero sin pausa hacia una justicia global que acabe con barbaries globales como la que sigue sufriendo el Congo, antes o después quedarán en evidencia ante la historia. ¿Utopía?, ¿idealismo? No lo creo. Todo cambio revolucionario de paradigmas encuentra siempre las mismas resistencias, las mismas sonrisas condescendientes de los sabios y entendidos, de los mediocres cortesanos de turno bien instalados en los confortables palacios del poder. Ya le sucedió a Galileo Galilei. Einstein también decía que sólo hay una ley más poderosa que la de la inercia física: la de la inercia mental. Y Gandhi, al que Einstein calificó como “el” verdadero sabio de su siglo, planteó su autobiografía como el relato de sus experimentos con la verdad, que era para él la fuerza más poderosa de la historia.

Y es que los cambios de conciencia son seguramente más profundos y determinantes que los tecnológicos. Muchos creen que el antónimo de “utopía” es “realismo”. Yo creo más bien que es “mezquindad”. Y su sinónimo es “magnanimidad”. Porque la realidad no es algo que esté ahí fuera, sino que la creamos y recreamos nosotros mismos cada día, cada hora. Nuestra especie tiene, en lo más hondo de ese sorprendente fenómeno evolutivo que es la conciencia humana, un irrefrenable impulso de rebelión ante la injusticia y la mentira. Un impulso más poderoso y universal que el de la maldad. ¿Me alejo demasiado de nuestra realidad cotidiana? No lo creo. Se trata simplemente de algo tan novedoso y antiguo a la vez, tan revolucionario, como aquel “E pur si muove”. Aunque algunos sólo son capaces de ver en la audacia de Fernando Andreu, una búsqueda de protagonismo u otra inconfesable motivación. Pero seres como él, o como Carlos Castresana, o Baltasar Garzón, o Víctor Hortal, o Jordi Palou, cambiarán antes o después nuestra historia.

Entre tanto, en el corto plazo, quizá se acabe para algunos la época del voto útil y comience la del voto en conciencia. Porque la vida o la muerte de millones de congoleses y ruandeses depende directamente del cumplimiento del Auto que Fernando Andreu emitió hace ahora exactamente un año, el 6 de febrero de 2008, o de la perduración en el poder del actual gobierno de Ruanda. Pero nuestro Gobierno parece que prefiere ser el paladín universal del asistencialismo a África y del arte solidario en las cúpulas de lo políticamente correcto. Donar 790 millones de euros al riquísimo Congo es menos complicado que el enfrentarse con los genocidas del Frente Patriótico Ruandés y con sus poderosos padrinos internacionales, que lo están asolando y expoliando. La globalización de la justicia será uno de los grandes hitos de nuestro futuro. Una justicia no manipulada como la del Tribunal Penal Internacional para Ruanda, cuya competencia ha sido reducida al año 1994 por los vencedores y sus poderosos padrinos.

Fernando Andreu ha brindado al pueblo español la oportunidad de hacer historia y de ser el pueblo hermano del Congo y Ruanda. De allí hemos retornado hace sólo una semana y sabemos bien lo mucho que para ellos significa España. Aún hay tiempo de responder a sus expectativas. Existe un justo medio entre el de pretender que nuestro Gobierno sea el Quijote que “desfaga” todos los “entuertos” de nuestro mundo y el de no hacer absolutamente nada frente a los asesinos de 9 españoles excepcionales y de millones de ruandeses y congoleses, a pesar de la voz unánime del Senado y del Congreso que le exige actuaciones eficaces contra esos asesinos. Nuestra utopía, la de almas grandes (mahatmas) como Gandhi y Luther King, está hecha de generosidad y, a la vez, de sentido de la realidad.

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