Cuarenta y tres años de pensamiento cristiano
16-Febrero-2009 Antonio DuatoCuarenta y tres años pensando. Las personas se han renovado pero la línea se ha conservado. Hoy hay más seglares que clñérigos en el consejo. Se intenta siempre un pensamiento creativo no repetitivo. Desde el rigor y la coherencia intelectual. Con libertad crítica fundada en las exigencias más profundas de verdad y solidaridad heredadas de Jesús. Iluminando tanto los problemas de los hombres y del mundo como los problemas de la Iglesia. Estas son las credenciales de IGLESIA VIVA, revista trimestral de pensamiento ctistiano. Ahora acaba de aparecer el número 236, ¿Un nuevo capitalismo? En él hay dos importantes artículos, entre otros.
La historia milenaria del occidente cristiano nos acusa de haber traicionado este evangelio y de habernos guiado por la razón cínica e indolente. La razón crítica y compasiva que debe acompañar a todo cristiano, nos obliga a cambiar de rumbo, a convertirnos. Sabemos que, como también reitera el evangelio, esto es muy difícil para quien es rico, pero no lo es para Dios. La Iglesia del siglo XXI, ante una crisis como ésta, debería priorizar lo que sin duda es el problema más importante de nuestro mundo, en vez obsesionarse con cuestiones referidas a sus propios intereses institucionales, y atreverse a poner en juego sus talentos para que la praxis de Jesús se convierta en bienaventuranza fecunda.
Estamos convencidos de que, si quienes seguimos confesándonos cristianos y “ejerciendo de ricos” tuviéramos el valor para convertirnos y actuar en consecuencia, cambiarían las cosas. Si no tenemos valor para adecuarnos a lo que nos exige una visión responsable y creyente de la crisis, al menos, no tengamos la hipocresía de justificarnos con argumentos propios de la razón cínica o indolente.
Tenemos la certeza de que, si la Iglesia, incluida la presencia pública del Papa en sus alocuciones reiteradas, jugase lo fundamental de su anuncio a esta carta, no sólo sería más fiel al Evangelio y aparecería más cordial y solidariamente humana, sino que el anuncio de la fe resultaría mucho más creíble. Más creíble sobre todo para lo mejor de la humanidad, es decir, para aquellas personas que, sensibles al dolor de los demás, comprometen su vida en ayudarles “de obra y de verdad”.
Y ello sin entrar en otra dimensión del problema, la de los presbíteros que tienen que gestionar esta situación. Los curas recorren kilómetros en coche o a pie de una parroquia a otra, agotándose y sin sentirse encarnados en una comunidad concreta. El recurso a los jubilados es una falsa solución: aparte de que su permanencia no será muy prolongada, su capacidad de animar una celebración con creatividad e impulso se encuentra muy reducida.
En otros lugares los líderes laicos se ven constreñidos a llamar al primer cura disponible, el cual no siempre se armoniza bien con aquella comunidad a la que llega catapultado. Cuando los presbíteros no viven en las comunidades, no comparten los acontecimientos de la vida de las personas, no tienen tiempo de conocerlas. El servicio de “predicadores itinerantes” es un desafío para los propios curas. La repetición de la acción sacramental aquí y allí hace que las celebraciones se realicen de manera rutinaria y mecánica, no se vive lo nuclear del acontecimiento sacramental, no se logra la vinculación entre sacramentos y comunidad. Cuando un ministro queda separado de la vida de la comunidad, se pierde una parte sustancial de su significado. Los propios curas están preocupados porque les parece que se convierten en magos de los sacramentos y que lo que celebran no tiene vínculos reales con la experiencia vivida de la comunidad. Los sacramentos se convierten en actos mágicos que suceden cuando llega el cura.
Por consiguiente, hay que dejar sentado que la vida sacramental de las parroquias sin presbítero resulta precaria e incierta en el próximo futuro. Sin embargo, lo que permanece constante es la fidelidad del laicado. Los laicos continuarán yendo hacia delante frente a las adversidades. Probablemente, gracias a su acción, la Iglesia asumirá un modo de ser completamente nuevo.
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