Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Innecesaria Redención

09-Marzo-2009    Juan Luis Herrero del Pozo

El 4 de Noviembre del 2007, en una particularmente amistosa Carta abierta en ATRIO, concluía José Luis Servera con una oferta de seguir el diálogo más adelante. A los pocos días sufrí un percance y… hasta hoy no he podido cumplir con calma el compromiso adquirido. Ahora bien…

El punto clave en que manifiesto un disenso claro con el posicionamiento de la dogmática tradicional que permanece subyacente en el escrito de José Luis Servera, es el de la relación entre Creación y Redención. Trascribo unas frases significativas.

Según Henri de Lubac, en su ya lejanos tiempos, “el dogma sobre el pecado original se salvaba admitiendo únicamente que la naturaleza humana por si sola no podía implicar la salvación, llámese resurrección de la persona, que es un don que Dios gratuitamente nos otorga y nos revela en la resurrección de Cristo. Sin dicha resurrección la muerte tendría la última palabra para el hombre… Existe el hombre como un todo inseparable que por su idiosincrasia es capaz de tener conciencia de sí mismo, libertad y de relacionarse con los demás personas, comunicarse con ellas y amarlas. Pero cuando muere un hombre muere todo y así quedaría sin el don de la resurrección ofrecido por Dios y manifestado en Cristo-Jesús”.

  • •1. ¿Sin Cristo nada es pensable?
  • En esta visión Jesús funge como pivote histórico absolutamente central, decisivo y necesario: en toda la evolución de la humanidad y a lo largo de millones de años el estatuto esencial e intrínseco del ser humano habría sido definido, más que por la virtud creadora de Dios, por la acción salvadora de Cristo. Completada la creación, según el Génesis, “vio Dios que todo era bueno”. Lo cual no sería exacto, al pie de la letra, más que en virtud de la prevista venida de Dios-Hijo a la tierra. Sin esta previsión divina de ‘encarnación’, el estatuto humano habría sido una verdadera catástrofe: tal como salió de las manos de su creador habría sido una “pasión inútil”, una apasionada pero fallida ansia de vivir, abocada a la desaparición en la nada en su muerte. “Cuando muere un hombre, muere todo entero”, decía el texto comentado. ¿Se advierten las graves consecuencias de tal perspectiva? Lógicamente, si se da por bueno (¡revelado!) el presupuesto de que Jesús era el mismísimo Yahvé hecho carne… es inevitable hacerle sitio en la historia, el sitio principal, más aún imprescindible, de tal guisa que sin él cualquier creación del cosmos habría sido impensable, condenada al sin sentido y a la nada (la muerte total). Y ello precisamente como remate desconcertante en el punto culminante de la evolución cósmica. Al menos en la vieja dogmática el ‘pecado original’ clásico desempeñaba un papel crucial (ya lo dice arriba H. de Lubac): éste desbarataba, sin duda, el proyecto creador primigenio de Dios -pero ¿cuál?- aunque… ¡todo sea por la encarnación de la 2ª persona de la Trinidad!

    Mito bíblico depurado, tal es, no obstante la doctrina tradicional modernizada de Creación-Pecado-Redención.

  • 2. Prosigamos la reflexión.
  • Retomando algunos viejos conceptos diríamos: conforme a la lógica recién expuesta, parecería carente de suficiente sentido (si bien coincidiría hoy en parte con el pensamiento no creyente) que Dios creara la denominada “naturaleza pura”, es decir, una humanidad ordenada hacia objetivos o fines puramente naturales, intramundanos, encerrados en lo estrictamente espacio-temporal. Sería carente de sentido, decimos, por una doble razón: 1) sería una simple aplazada condena a muerte, como único horizonte vital del ser inteligente, y 2) la chispa ‘espiritual’ por la que un ser es consciente de sí mismo y de un proyecto abierto -entiéndase como se quiera- estaría anegada por las leyes mismas en las que se agota la totalidad de comprensión de lo más estrictamente material y espacio-temporal. Pese a su raigambre tradicional la “naturaleza pura” parece para el creyente un sin sentido. Todo ser inteligente está abierto al infinito, a la plenitud de Dios, por propia naturaleza.

  • 3. La Creación se basta a sí misma.
  • A nuestro parecer la única salida es que la virtud creadora de Dios posee sentido y consistencia en sí misma, es plenificante y salvadora, no en virtud de la “redención”, en contra de lo que dice el texto citado de que “la naturaleza humana por si sola no podía implicar la salvación…”. En pura lógica de lo ya argumentado, la alternativa es cerrada: o bien Dios nos salva en Jesucristo o bien toda otra perspectiva de evolución cósmica habría de ser no la plenitud en Dios sino el retorno a la nada, el ‘anonadamiento’ universal.

    Con semejante planteamiento se pone en riesgo hasta la noción clásica de gratuidad sobrenatural: o Dios no crea el cosmos o lo hace en Cristo. Sin Cristo, además de Dios, nada es pensable.

    ¿Qué consistencia es atribuible, pues, en virtud del misterio originario a la naturaleza humana? El texto comentado añade “por sí sola”. Aquí hay trampa porque en ningún caso creyente se baraja la hipótesis de una creatura no habitada y dinamizada por Dios en el proceso creador y evolutivo. El fundamento óntico del proceso es en sus más íntimos pliegues el propio Dios.

    Hecha esta aclaración marginal ¿cuáles son, pues, la consistencia y potencialidades de la naturaleza humana creada por Dios, y ello en cualquier caso, es decir, por su constitución intrínseca con independencia del llamado misterio de la redención… (Que, dicho sea de paso… ¿redimir de qué? Si hoy en día se entiende por ‘pecado original’ la precariedad y pobreza propia de la finitud, es claro que de ésta no nos libra ningún bautismo, no nos libra [que nadie se escandalice] ni Cristo).

    Cuando Dios creó el mundo podemos asegurar con el Génesis “Y vio Dios que todo era bueno”, por su propia virtud creadora, no por alguna redención posterior. Al crear algo Dios lo hace en serio, sin necesidad de retoques o correcciones ‘salvadoras’ posteriores (sin taller exógeno de reparación). Por consiguiente, lo crea dotado de todos los medios necesarios. Es decir obviamente dotado de la capacidad de sortear las vicisitudes del camino y los altibajos de su propia libertad en construcción. La fuerza creadora ‘continua’ que contempla la teodicea es, ella misma, salvadora.

    Estas potencialidades naturales están presentes para conducir la naturaleza humana hacia su fin que no puede ser otro que Dios, “hiciste, Señor nuestro corazón para Ti…”. No es ésta una meta añadida, sobrenatural, Dios no se entrega a medias ni con reservas. Sin duda “todo es gracia” (Bernanos) pero una gracia que no puede no ir incluida en el mismo don creador en razón de la estructura interna del ser inteligente.

    El ser humano es por la naturaleza que ha recibido “capax Infiniti”, (es la paradoja que H. Cadarso mencionaba tan a punto en su comentario). Las facultades espirituales del ser inteligente están abiertas por su propia naturaleza al Infinito, al Absoluto. Ni una ni otra implican de entrada límite alguno. No existe verdad ni bondad parcial, limitada, en que las facultades del ser inteligente encuentren plena satisfacción y quietud definitivas. Analícese la dinámica interna de las facultades humanas (en la línea de Bergson y Blondel) y se entenderá cómo el anhelo de Infinitud no constituye una finalidad ‘sobre-natural’: “hiciste, Señor, nuestro corazón para ti…y no se aquietará hasta que no descanse en ti”.

  • 4. La Creación, germen de Resurrección
  • En la misma línea se impone tratar el tema de la ‘inmortalidad’ o del ‘más allá’ del ser humano. Se nos ha pretendido convencer de que esos anhelos de alguna supervivencia difusos, no muy definidos pero omnipresentes en las infinitas culturas de todos los tiempos eran vanas ilusiones fantasmagóricas…Y, curiosamente, los mismos pensadores creyentes se vuelven súbitamente adeptos de un materialismo craso y pretenden dar razón cabal del misterioso ser que somos reduciéndolo a su dimensión escuetamente material, físico-química, a su vez atenazada por la ley de la entropía: cualquier realidad viva se agota, muere y desaparece, también el ser humano, que es mortal en todas sus dimensiones, incluidas las que escapan a la observación empírica (¡) (materialismo empírico que, por principio, no debiera agotar su comprensión cabal). En una palabra, la naturaleza humana está abocada a la extinción. Sólo Cristo la hace saltar a otro nivel estatutario óntico y existencial. Diríase que los teólogos cristianos de acendrada creencia más fideísta que crítica han preferido alinearse con las perspectivas más materialistas del proceso vital del ser humano -recién aludidas- con tal de ‘hacer sitio’ (dar razón) a un Cristo “idolizado” desde siglos como ser divino. Es sorprendente hasta qué grado el ‘pecado original’, en cuanto contratiempo y hasta fracaso del plan originario había devenido el gozne de la llamada historia de la salvación: “¡oh dichoso pecado que nos valió tan gran salvador!”. Desbaratada con el evolucionismo la idea de una primera pareja, única fuente, por su trasgresión, de toda la debacle histórica de la creación… es inútil que, como de costumbre, pretendamos salvar el dogma tradicional del pecado original mediante el sucedáneo de la precariedad de toda realidad finita. Es inútil, se ha roto el hilo conductor de toda la dogmática y ésta queda herida de muerte. ¡Qué fuerza y trascendencia adquieren las observaciones de H. de Lubac aducidas al comienzo! Si suprimimos el pecado original no nos queda otro remedio que reducir la naturaleza humana a una piltrafa para justificar un tan gran salvador.

  • 5. ¿Jesús resucitó? ¡Como todos!
  • Y así fue efectivamente. El pobre ser humano estaba condenado como cualquier animalito, prisionero de la entropía, a la muerte como extinción total. (Mediante una pirueta R. Lenaers lo salva en “Otro cristianismo es posible”, cap.12, diluyéndolo en Dios como gota en el océano, muy al gusto del monismo oriental). Sólo y exclusivamente la resurrección de Jesús aporta a la humanidad la capacidad de resucitar, impensable sin Jesús.

    En nuestra teoría las cosas son diferentes. “¿Jesús resucitó? ¡Como todos!”, reza el cap. II,7 de la 2ªP de mi libro “Religión sin magia” (El Almendro, Córdoba). Creer en la resurrección de Jesús no equivale a negar sin ella cualquier otra, como si cualquier otra sólo fuera posible gracias a la de Jesús. Ésta no nos otorga la nuestra sino su sentido: las fuertes experiencias interiores post-pascuales de los seguidores proyectan un seísmo de claridad sobre la secular penumbra de creencias en alguna ‘inmortalidad’: Dios es siempre justo y fiel, los verdugos no triunfan definitivamente sobre las víctimas, la Muerte no ha ganado la partida a la Vida, ¡JESÚS VIVE!, todos los seres humanos se han beneficiado siempre de la misma justa benevolencia de Dios. La fuerte experiencia vital de Jesús y de sus amigos -las mujeres sobre todo… ¡aquel arrebatado “Raboni” (mi Maestro) de la Magdalena- rasgaron definitivamente el velo de lo que la humanidad oteaba desde siempre ¡una vida para siempre”. Este genial desvelamiento ha llegado a ser para muchos la iluminación cálida de la estancia húmeda y oscura de la existencia ¡Cuántos desde entonces saborean la vida sin temor a la muerte!

    Jesús no introduce el hecho de la ‘vida para siempre’ sino el SENTIDO de lo que ya estaba ahí desde la Creación sin que nadie se aventurase a describir, porque “ni ojo vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado, lo que Dios ha preparado para los que confían en él” (Is. 64, 4 ; 1 Co 2,9). Esto explica porqué no es exagerado considerar el evento jesuánico como un hito de la humanidad.

  • 6. Jesús ¡cuanto más humano, más divino!
  • Cuando se ha frecuentado con un corazón mínimo el personaje de Jesús lo menos decente sería un comportamiento blasfemo. Tanto es así que muchos no hemos comenzado a ser conquistados por la colosal grandeza y entrañable ternura del humilde Maestro hasta tanto no se nos ha caído a pedazos la blasfema identificación que pronto hicieron los cristianos helenistas confundiendo metáfora y realidad.

    Se equivoca quien interprete que despojamos a Cristo de su ser profundo. Al contrario, cuanto más descubrimos su tierna y sólida humanidad más intuimos cómo será ese itinerario de acercamiento y unión con el totalmente Otro, el Padre en el que todos somos hermanos. Aquí desfallecen las palabras y hasta dan miedo porque pueden ser entendidas en desdoro de la seriedad de nuestro seguimiento tras sus huellas.

  • 7. Fracaso del gran ecumenismo.
  • Después de grandes esperanzas a mediados del siglo pasado el ecumenismo agoniza. Jesús, de indudable carisma aglutinante se ha convertido en motivo de separación y discordia. Su figura ha derivado hacia lo más ambiguo, su misión habría sido fruto de una elección divina privilegiada y arbitraria, absolutamente único salvador en toda la tierra y a través de millones de años, por encima de cualquier otra religión conocida o por conocer. Endurecido en sus contornos morales, entendidos como más apremiantes que todos los derechos humanos conocidos. Es el mago de occidente, su propiedad cultural. El instrumento de su suplicio, la cruz, se hace adorno de pechos femeninos y remate de monumentos y símbolos reales… El Jesús, buen camino para muchos se ha prostituído en pedregal intransitable, en piedra de tropiezo…

    Del seguimiento de Jesús hemos hecho una maraña de fórmulas abstractas, elucubraciones ininteligibles, leyes amenazantes, ritos vacíos o suntuosos, guiños al poder y al dinero, complejas estructuras jurídicas y organizativas, ya lábiles y caquéxicas aunque siempre esclavizantes… Merecemos aquel aviso contra la levadura desvirtuada o la sal que no sala…

    Pienso que sigue vigente aquello del teólogo Tillich, Jesús sólo resucitará de la tumba de esta iglesia. Tal sería el sentido hoy del “cuanto peor, mejor”.

    En breve: Dios se entregó por amor todo entero en el Don de la creación, nada puede añadir. Siendo el máximo Presente, la Realidad más íntima, es al mismo tiempo el Fundante de nuestra autonomía y responsabilidad: todo depende de nosotros “como si Dios no existiese”. Nada nos separa de la tarea común a todos los seres honestos de llevar adelante esta historia, secular, laica. Dios habita la Realidad cotidiana o no está en ningún otro lugar.

    A lo largo de millones de años, en todas las culturas, nunca han faltado mujeres y hombres de Dios de gran capacidad de arrastre. Jesús ha sido uno de los más grandes. Nadie tiene la vara de medir estas realidades.

    Logroño 7 marzo 2009

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