Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Hay que excomulgar a Jesús

23-Marzo-2009    Frederic Lenoir
    Al volver hoy a tener que elegir un texto para ATRIO tras una breve pausa, se amontonan muchos, que por otra parte están ya en otros portales. Señalamos como interesantes una nueva entrevista a Küng, un nuevo artículo de Juan Luis Herrero en El Plural añadiendo otro término al que ya había ya adjudicado aquí con interrogante a los obispos. Estos y otros muchos textos sobre la crisis en la Iglesia pueden verse cada día en Redes Cristianas que recoge todo lo más interesante .
    Nosotros hoy nos limitamos a presentar en castellano este artículo de un filósofo francés de la religión, a quien le gustaría, como a Simone Weil, considerarse más cristiano si las iglesias no se interpusieran tanto entre Jesús y el mundo de hoy.


La Iglesia católica atraviesa una crisis de una amplitud desconocida desde hace muchas décadas. Esta crisis es tan profunda que su credibilidad se ha resquebrajado en todos los círculos: en el de los no católicos, en el de los católicos culturales y en el de los fieles practicantes.

La Iglesia no es víctima de una agresión exterior: las causas de sus males actuales no provienen de los “enemigos de la fe” ni de los anticlericales. Dos graves cuestiones, que dependen de la responsabilidad de su jerarquía, han actualizado brutalmente sus contradicciones: el levantamiento de la excomunión de cuatro obispos integristas, de los que uno mantiene posturas negacionistas, y la excomunión, casi simultánea, por el arzobispo de Recife, a una madre y a un equipo de médicos tras haber practicado un aborto a una niñita de 9 años embarazada de gemelos, víctima de violaciones, y cuya vida estaba en peligro.

A esto hay que añadir las declaraciones que Benedicto XVI acaba de realizar en el avión que le llevaba a Africa, el continente más afectado por la pandemia del sida: “No se puede resolver el problema del sida con la distribución de preservativos; al contrario, su utilización agrava el problema.”

La primera cuestión ha escandalizado sobre todo por las odiosas manifestaciones negacionistas de Mons. Williamson y la triple falta del Vaticano, que no ha informado al papa de declaraciones conocidas por los medios desde noviembre de 2008; que ha promulgado el decreto el 24 de enero cuando dichas manifestaciones figuraban en la primera página de los medios del mundo entero desde el 22 de enero; y, finalmente, por la lentitud de su condenación.

Pero este levantamiento de excomunión “incondicional”, preámbulo de un proceso de reintegración en la Iglesia, ha preocupado también profundamente a numerosos católicos afectos al concilio Vaticano II (1962-1965) y a sus valores de libertad religiosa y de diálogo con las demás religiones, constantemente negados por los integristas. En la carta a los obispos hecha pública el 12 de marzo, el papa reconoce errores en la gestión del caso Williamson e intenta justificarse sobre el levantamiento de excomunión con el argumento de misericordia: “Quien anuncia a Dios como amor llevado “hasta el extremo”, debe dar testimonio del amor: dedicarse con amor a los que sufren.”

Se puede entender que, en nombre del mensaje evangélico, el papa quiera perdonar y dar una nueva oportunidad a unas ovejas extraviadas que, sin embargo, mantienen posturas extremistas e intolerantes desde hace años. Pero entonces ¿por qué la Iglesia sigue prohibiendo la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar? ¿Por qué condena con semejante dureza a los próximos de una niñita violada que le han salvado la vida al realizarle el aborto? ¿La misericordia hay que aplicarla sólo a los integristas? ¿Y cómo se puede considerar la violación de una niña como menos grave que un aborto, que además se ha realizado con el fin de salvarle la vida?

El escándalo es tal que muchos obispos franceses se han posicionado para condenar una decisión inicua que va no sólo contra la moral común, sino que también contradice el mensaje evangélico. Baste con citar el episodio en que Jesús se niega a condenar a una mujer adúltera que, según la ley, debe ser lapidada, y espeta a los ultralegalistas de la época: “El que no haya pecado nunca, que lance la primera piedra” (Juan, 8 ). Él mismo transgredió muchas veces la ley religiosa. Dostoievski había imaginado que si Jesús hubiera venido a la España de Torquemada, le habrían condenado a la hoguera por haber defendido la libertad de conciencia. Nos preguntamos si, en la Iglesia de Benedicto XVI, no habría sido excomulgado por haber predicado el amor por encima de la ley.

Nadie pide a la Iglesia que renuncie a exponer sus convicciones. Pero lo que es inadmisible es la manera teórica y a veces brutal que utiliza la jerarquía para reafirmar la norma, cuando lo que hay son situaciones concretas, singulares y complejas.

Como lo subrayaba Mons. Yves Paternôtre, obispo de la misión de Francia, la decisión de excomunión pronunciada por el arzobispo de Recife, confirmada por Roma, “es un desafío a la práctica pastoral tradicional de la Iglesia católica que consiste en escuchar a las personas en dificultad, en acompañarlas y, en cuestiones de moral, tener en cuenta el ‘mal menor’”. Se puede decir lo mismo para la lucha contra el sida. El uso del preservativo no es sin duda la solución ideal, pero, de hecho, sigue siendo la mejor defensa contra la propagación de la epidemia para todos aquellos que tienen dificultades para vivir en la abstinencia y la fidelidad defendidas por la Iglesia. Los sacerdotes africanos saben algo de eso.

La historia de la Iglesia está marcada por esta tensión permanente entre la fidelidad al mensaje de compasión de su fundador con toda persona, y la actitud de sus dirigentes que a menudo acaban por perder de vista este mensaje para privilegiar el interés de la institución -convertida en un fin en sí- o encerrarse en un juridicismo puntilloso, absurdo y deshumanizante.

El pontificado de Juan Pablo II estuvo marcado por el sello de una profunda ambigüedad: intransigente y tradicionalista en el plano moral y doctrinal, fue también un hombre de diálogo y cordial, que multiplicó los gestos elocuentes para con los humildes y las demás religiones. Benedicto XVI no es más que el heredero de la corriente conservadora de su predecesor. Y ya no hay en la Iglesia Abbés Pierre ni Sor Emmanuelles, esos “creyentes creíbles”, con ascendiente para enfrentarse a decisiones dogmáticas deshumanizantes, desempeñando así un papel catártico y sirviendo a la vez como mediadores entre los fieles y la institución.

Un cisma silencioso amenaza a la Iglesia a su izquierda, tan grave como el de los tradicionalistas. Benedicto XVI quería reevangelizar Europa. No habrá conseguido, quizá, más que reconquistar un puñado de integristas, en detrimento de la pérdida de numerosos fieles anclados en los valores evangélicos e individuos en búsqueda de sentido a quienes Roma parece no saber ofrecer más que dogmas y normas.

París, Le Monde, 19.03.09

Frédéric Lenoir es filósofo y escritor, director de Le Monde des Religions y autor de Le Christ pholosophe, 2007.

[Traducción de Maite Lesmes]

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