Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Nuevo Concilio? Dos opiniones

28-Marzo-2009    Atrio
    A propósito de un artículo de Vito Mancuso y a la espera de poder ofrecer otro más extenso de Giancarlo Zizola, hemos planteado el tema de un nuevo concilio, como la única vía de salida a la profunda crisis que el movimiento de contrarreforma eclesiástica está produciendo en la Iglesia. Claro que no es para mañana y necesita preparación de base y más fracasos de la estrategia vaticana. Por eso es normal que dos estrechos colaboradores de ATRIO –GABRIEL SÁNCHEZ Y JUAN LUIS HERRERO– rechacen por ahora la reforma desde el vértice y miren a la base.

  • EL CONCILIO DE LAS COMUNIDADES…Pareció bien la propuesta a toda la Asamblea… (Cfr. 6.5-6)
  • Montevideo, 26 de marzo de 2009 – Gabriel Sánchez

Se ha hablado muchísimo de la posibilidad de un Concilio, la entrañable gente de Proconcil nos invito a firmar (y lo hicimos con gusto), un llamado a un Concilio, porque tenemos la sensación que debemos rectificar determinados rumbos…

Existe en el pueblo de Dios, con el que yo me relaciono la necesidad de releer el Concilio a partir de determinadas realidades vividas, que tiene ver con la lucha y las búsquedas de los pueblos…Hoy como nunca al derrumbarse tantas seguridades, necesitamos replantearnos colectivamente nuestra relación con Dios, con los hombres y con la creación y desde ella marcar la característica que nos pide tenga hoy la diáconia de la Iglesia al mundo…

Un planteo honesto que recoja las luchas, las vivencias, la reflexiones y la oraciones del Pueblo de Dios a lo largo y ancho del mundo, que tenga un carácter ecuménico… estamos en una emergencia civilizatoria, donde las decisiones de los hombres pueden afectar la continuidad de la especie…

Pero convendría no estar prevenidos, el Papa Benedicto XVI, ha desatado un proceso bastante particular con el acontecimiento del levantamiento de la excomunión de la fraternidad Pío X…proceso que como nunca ocupo a muchas Conferencias episcopales de todo el mundo, pues en muchos casos, afectaba la ya deprimida capacidad de los obispos de tomar decisiones pastorales sobre la Iglesia local, a la que sirven.-

Este peculiar proceso, termina con algunas afirmaciones sorprendentes hechas por el mismo Pontífice, en donde reconoce la resistencia a la medida, crea mediante la epístola (antiguo método de la Iglesia), una línea que esperamos tenga una intención dialogal…y en ella anuncio, lo que parece evidente, pero es importante se deje perfectamente establecido, que no podemos quedarnos congelados en 1963…en materia doctrinal (lo que implica que el magisterio evoluciona)…y que el problema es la interpretación doctrinal del Concilio Vaticano II…Esto se establece y me permito acordar con la postura papal, como una condición para, en la practica, dar cabida dentro de la Iglesia a la organización Pio X, pero este proceso plantea un aspecto sorprendente…el Papa entiende necesario, el dejar claro para toda la comunidad universal de los discípulos, cuál es la doctrina a aplicar para entender (interpretar)…el Concilio Vaticano II y como instrumento para hacerlo, se abre una instancia todavía poco definida, en donde se habla de la participación de diversas comisiones vaticanas…y de los obispos de todo el mundo a participar, pero de que forma….” se solicitará la participación de los obispos de todo el mundo, a través “de los organismos colegiales con los que la Congregación estudia las cuestiones que se presentan” (Zenith)

Este mecanismo debería tener otra forma de sustanciarse, que es mediante aquellos organismos que representan al colegio apostólico,(conferencia episcopales y sínodos) que es quien tiene junto al Papa, la responsabilidad del rumbo de la institución y no las congregaciones vaticanas, que en definitiva, deberían ser simples comisiones consultivas y/o administrativas…

De todos modos una definición doctrinal del concilio…sin un verdadera participación en tanto Asamblea, del colegio apostólico, sería trágico, no menos trágico seria que las comunidades (no importar como se le llamen- ceb´s, comunidades populares, etc.) de los cinco continentes, no participen en este proceso… Porque el mismo tendrá el carácter de interpretar en Concilio Vaticano II, que en este estado con la existencia de interpretaciones doctrinales diversas, aún dentro episcopado, auguran momentos dolorosos, si no se hace con una participación amplia…

De todos modos para hacer oír nuestra voz, seria bueno que las comunidades a nivel de todo el orbe buscáramos reunirnos de alguna manera, para sustentar nuestras propias interpretaciones doctrinales del Concilio, con la elaboración un documento que debería tener amplia difusión…

Este será tarde o temprano, un itinerario necesario…sin Antioquia no hay universalidad…y hoy…las comunidades son Antioquia…por eso todos esperamos que Pedro se levante y nos diga…”Hermanos…Dios…no hizo distinción entre ellos y nosotros… (Cfr. Hech. 15, 1-9)…Porque un Concilio, no es una reunión de Obispos, es el Espíritu de Dios convocando a la Asamblea de los discípulos de Jesús Resucitado…

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  • ¿OTRO CONCILIO?

  • Juan Luis Herrero del Pozo
    .
    Tomado de un artículo escrito hace seis años con el título “OTRO CONCILIO? ¿OTRO PAPA? ¿OTRA IGLESIA? Breve ensayo de un librepensador cristiano .
    El autor lo envía para el debate actual el 27-III-2009

El movimiento internacional “Somos Iglesia”, junto a algunos obispos, está promoviendo una campaña a favor de un proceso conciliar que ya sugirió hace tiempo el cardenal Martini. Siendo, a mi entender, una idea sugerente, merecería, no obstante, ser mejor perfilada. ¿Existe hoy la posibilidad de un concilio ecuménico exitoso? El cuerpo de la Iglesia está tan gravemente enfermo que una dosis insuficiente de antibióticos agrave y enquiste sus males como ya ha sucedido con el Vaticano II pese a su buena intención, al salto adelante y a la mejoría temporal que produjo: a la postre el cuerpo eclesial reformó algo para que todo siga igual…o más bien, peor.

  • 1. ¿Reforma desde arriba?
  • ¿Puede un concilio al estilo clásico reformar la Iglesia? Me temo que sería poner el carro delante de los bueyes o construir la casa desde el tejado. La secular inflación de la autoridad y del magisterio secundada por la inmadurez correlativa de los creyentes, han invertido la percepción originaria: la vida, la salvación proceden no de la Ley (las estructuras, los concilios) sino del Espíritu (de Jesús) que habita todo el pueblo cristiano. La inversión fue temprana. Ante una crisis el emperador convocaba un concilio, deliberaban los obispos y apenas entendían o se enteraban los fieles. Así, a golpe de concilio jerárquico contra cada herejía naciente, el Espíritu no ha podido impedir la identificación entre aparato jerárquico e iglesia lo que, entre otras cosas, ha llevado a ésta a tales deformidades que muchos la abandonan y otros permanecemos en este inhóspito hogar a pesar de ella pero gracias a que nunca ha faltado buena gente para poner en nuestras manos la Biblia y sorprendernos con un estilo de vida semejante al de Jesús.

    Quien echa un vistazo sin prejuicios dogmáticos a la historia de la Iglesia –la que más se ve– ¿saca la conclusión de que ha estado más sana que enferma? Papas, obispos y abades, salvo excepciones, han ambicionado el prestigio, se han aliado con los ricos y poderosos y, lo que es peor, se han identificado con el poder de Dios. Grosera o sutilmente, según casos. Pura traición al Espíritu (de Jesús). Y si afrontamos las grandes crisis de la unidad, la de Oriente y Occidente, la de las iglesias reformadas y la romana, ¿fue el pueblo cristiano el principal agente de la división o más bien la jerarquía en los concilios? ¿Quién es hoy el mayor obstáculo a la reconciliación? Pablo VI reconocía que el papado. En efecto, el centralismo dictatorial del Papa, la disolución de la colegialidad episcopal, el endurecimiento del Derecho Canónico (en el que, por otra parte, sobran tres cuartas partes), el nuevo Catecismo, el hostigamiento inmisericorde de los teólogos…son otros tantos obstáculos a la unidad y a la misma vitalidad católica. ¿Quién haría hoy la tan maniquea atribución de responsabilidades que ha hecho tradicionalmente la Iglesia de Roma a los que llamamos hermanos separados?

    Y ¿los fieles de a pie? Segregados de la clase dirigente –sobre todo las mujeres-, sin nunca poder decidir y ser apenas consultados, permanecen dentro del rebaño mientras fuera sólo hay intemperie. Mas en cuanto llega la primera madurez histórica se produce en muchos una progresiva desbandada o en otros la cómoda instalación en el pacto con la mediocridad (¿el evangelio? ¡Utopías!). En esas estamos. Hemos abandonado las riendas en manos de las estructuras, de la ley, de los concilios por no fiarnos demasiado del Espíritu, o fiarnos tan mal que le trasladamos nuestra responsabilidad. En estas condiciones ¿qué se puede esperar de un Concilio como el anterior? Sería caer una vez más en la trampa de una solución desde arriba.

    2. Profundo desencuentro intraeclesial.

    Más que cualquier institución, la Iglesia se revitaliza desde la base. Y, sobre todo, cuando la tarea es monumental y se imponen no sólo reformas parciales sino una refundición desde abajo hasta la cúspide de toda la estructura. Posiblemente ni en los ámbitos más alertados existe conciencia suficiente de en qué medida puede y debe hacerse esta refundición, indoctrinados como estamos para creer que el esquema básico de la Iglesia salió de la mente de Jesús y, por ello, es inamovible. En la macro-estructura actual, gigantesca catedral, sólo un poco de oro y plata pertenece a la experiencia originaria de los primeros seguidores. El resto es vulgar metal y, en gran parte, ganga desechable. No porque forzosamente lo sea toda adquisición histórica pero si revisable y adaptable al tiempo presente.

    La misma reforma litúrgica del Vaticano II, por ejemplo ¿se atrevió con lo importante o quedó en maquillaje de un fósil? ¿Qué impide así la recuperación total del ágape fraterno en la Eucaristía? ¿Se ha procedido a desempolvar el espíritu de lo que debería ser el Derecho Canónico dando carta de ciudadanía a los derechos humanos y al sentido democrático? ¿Cómo respetar la pluralidad dentro de la unidad? ¿Basta con rehabilitar a Galileo sin recuperar también la Reforma y la Modernidad para adecuar al mundo de hoy un pensamiento cristiano de conceptos ininteligibles e in-significantes?

    ¿Qué altas jerarquías propician una nueva fractura de la comunidad cristiana, expulsando a los más dinámicos hacia las fronteras de “su” catolicidad mientras se identifican con el talante de los movimientos más conservadores (Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Focolares…)? A muchos nos resulta más fácil entendernos con protestantes, incluso con agnósticos, pero imposible, por estéril, con neoescolásticos, profesores (en paro) de Seminarios vacíos, mayoría de obispos, teólogos de la curia vaticana, etc. con quienes las palabras de siempre no tienen el mismo contenido. A semejanza del fundamentalismo islámico no han pasado por el crisol de la Ilustración.

    La fractura en el seno de la Iglesia es profunda: las cosmovisiones, el soporte cultural (antropológico, filosófico, psicológico, sociológico) de ambos sectores son como de galaxias mentales distintas. El proceso cultural divergente se inició por lo menos en el Renacimiento (el de la separación de oriente-occidente fue otro), echó raíces en la crisis protestante y culminó en la Ilustración seguida de la modernista. Por eso pregunto: ¿qué éxito podría lograr un nuevo concilio mientras subyazgan las dos cosmovisiones que dieron lugar a las rupturas anteriores? ¿exponerse a sacar a la luz y consagrar la hoy latente? En el Vaticano II hubo obispos, nombrados por Pío XII, que eran teólogos inteligentes y, aún así, las reformas que lograron fueron a cambio de la ambigüedad de los textos ¿Qué podríamos esperar hoy de un concilio de obispos en su inmensa mayoría cuidadosamente seleccionados por Juan Pablo II, máximo responsable de la actual involución?

    Me temo, por lo dicho, que la Iglesia está hoy abocada a un callejón sin salida si la buscamos en la tradicional asamblea conciliar compuesta únicamente de obispos que, de entrada, el sector progresista no puede aceptar. Aunque se permitiera la incorporación, mediante representantes, del pueblo cristiano con facultades decisorias, hipótesis hoy imposible desde la jerarquía, tampoco sería una solución. Mediando el abismo de las dos cosmovisiones que separan a los creyentes es imposible un lenguaje común que permita entender (en el sentido de enterarse) lo que unos y otros afirman y pretenden en lo doctrinal, en lo moral, en lo pastoral, en lo celebrativo, y en lo organizativo. Y sería un fiasco. Sin entendimiento mutuo, sólo cabría la imposición. Es preciso, pues, un proceso previo como postula la corriente “Somos Iglesia” aunque sin, tal vez, imaginar lo dilatado que será en el tiempo.

    La dificultad está en el contenido de éste. A mi entender el proceso preconciliar debería ser doble pero simultáneo: 1) hacia adentro, revitalización de las comunidades cristianas en relativa autonomía, dado que, siendo iglesias, disponen de lo necesario por sí mismas sin que esta libertad tenga por qué menguar la comunión con las demás y 2) hacia afuera, superar el narcisismo eclesiocéntrico “saliendo a las encrucijadas de los caminos” para ponerse al servicio de los pobres, excluidos y víctimas.

  • 3. Revitalización, en autonomía, de las comunidades
  • De entrada, un saneamiento del enfoque básico. A lo largo de los siglos, sobre todo en occidente, los concilios de la Iglesia han privilegiado las estructuras sobre el espíritu y la ortodoxia sobre la ortopraxis: los monjes, ascetas y santos se preocupaban de las virtudes evangélicas, los jerarcas de la organización: lo que había que creer, las leyes que observar, las jerarquías a las que someterse y los ritos que preservar. Podían ser los “herejes” grandes hombres espirituales tanto como sus detractores, a veces corruptos hombres de mundo, pero lo decisivo para ser apartado sin piedad de la comunión eclesial (excomunión) era la ortodoxia. De nuevo la carreta por delante de los bueyes, la doctrina por delante de la experiencia vivida, la ley por delante del Espíritu.

    La prioridad, pues, de todo cristiano y de cualquier comunidad es la vida como descubrimiento de Jesús y conversión a su Evangelio. Hoy nadie piensa deber convertirse ¿ no somos ya cristianos casi por nacimiento?: sin enterarnos demasiado o nada, se nos van distribuyendo papillas, vacunas y sacramentos. Lo de la “perla de gran valor” o del “tesoro escondido”, a fuerza de oírlo de siempre, parece una obviedad. ¿Hacia dónde nos vamos a volver (convertir) si de siempre estamos ahí? Sin embargo, éste es el primer paso de la vivencia cristiana. Probablemente la mayoría deberíamos integrar un catecumenado de adultos (¡lástima que los neocatecumentales lo hayan adulterado!).

    El ser cristiano se realiza necesariamente (como el ser persona) comunitariamente. La comunidad no es un lujo ni tampoco una quimera de perfección. La comunidad no es un compartimento de la gran Iglesia sino su realización concreta: su ser es vivir el Evangelio y con la vida (en el bautismo) recibe todos los medios y dispone de todos los recursos para su desarrollo. Ni el Derecho Canónico ni ley alguna pueden impedirle vivir el evangelio. Para vivir no se necesita permisos. Por tanto, nada ni nadie son obstáculos para reunirse en asamblea eucarística. En todo proceso humano rige el principio de subsidiaridad: sólo se acude arriba en lo que es imposible hallar abajo. Si la autoridad se reserva algo en exclusiva contra este principio de vida, comete un abuso y es inmoral obedecerle. Fuera de la comunidad sólo necesitamos servicios de comunión con las otras comunidades. Y hablando de comunión ¿se preguntan alguna vez los jerarcas si procuran ellos no romperla con las demás iglesias? ¿o eso acompaña mágicamente al cargo?

    Bastan estas pinceladas para descubrir hasta qué punto la revolución en la Iglesia puede comenzar por cada comunidad. La reforma se hará en la base o no se hará. Reformas conforme a estos principios apuntan ya, por aquí y por allá, en todo el mundo y representan un proceso imparable. Entre tanto, las viejas cristiandades clásicas se vacían por falta de sangre nueva, por la sangría de las sectas o simplemente por la edad de sus miembros. Aunque nunca faltarán refugios de algodón para quienes son incapaces de vivir a la intemperie y sacrifican la libertad del espíritu a la seguridad del estuche de doctrinas y leyes. Ninguna religión se libra, en razón de la precariedad humana, del fundamentalismo.

  • 4. “Salir a las encrucijadas de los caminos”: una Iglesia “samaritana”.
  • ¿Así de simple? No. No basta que las comunidades asuman su responsabilidad. Es preciso hacerlo en la buena dirección. Es preciso superar el secular narcisismo eclesiocéntrico. Porque es materialmente imposible reavivar en una pequeña o gran comunidad la auténtica experiencia cristiana de la fe al margen de su núcleo más sustancial: el espíritu del sermón del monte (las “bienaventuranzas”) y éste no es asumido con sinceridad sin el talante “samaritano” de la escandalosa parábola: hay que priorizar a los excluidos de la historia. Hablando del banquete del Reino Jesús apremia igualmente a “salir a las encrucijadas de los caminos”. En otro lugar decisivo, él mismo se identifica con el pobre: “Tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de beber…” (Mateo 25).
    A millones nos gritan hoy estas mismas palabras gentes marginadas y sufrientes que nuestra avidez de dinero, nuestro consumismo hedonista y derrochador y, en general, las políticas económicas genocidas que consentimos (¡por eso somos todos culpables!) arrumban a las cunetas de la muerte. Sin un sobresalto general de conciencia, sin una movilización masiva de creyentes y no creyentes (¡ahí está el auténtico ecumenismo!) no hay solución para este planeta y para esta humanidad herida. A la hora de la verdad seremos juzgados sobre el amor; y en versión actual, sobre solidaridad, talante “samaritano” y –mientras faltan pan y agua para todos- austeridad de vida…

    Los pobres nos reconciliarán. Es claro que va para largo superar la fractura intraeclesial derivada de nuestras profundas diferencias en la comprensión de las cosas más importantes (cosmovisiones, paradigmas…). ¿No sería bueno, puesto que no nos entendemos, volcarnos literalmente todos en el problema sin duda número uno de la humanidad? Esto sí que exigiría ya un gran concilio con este lema: “aparcando nuestras disidencias intestinas ¿cómo movilizarnos a favor de los hambrientos y sedientos de la tierra?”. Sólo la opción personal y comunitaria por la radicalidad evangélica de vida (conversión) y por las víctimas de nuestro tiempo, las de cerca y las de lejos, puede situarnos en el sólido terreno de una unidad contagiosa. Cuando la persona o la familia están sumidos en una crisis grave, nada más sano que volcarse en los demás.

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