Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Mujeres en la Última Cena

09-Abril-2009    Juan Masiá
    La actividad fundamental de esta tarde-noche del Jueves Santo es revivir la escena y las palabras que Juan nos presenta en los capítulos 13 a 17. Leonardo da Vinci la “fotografió” en un ambiente del renacimiento. Con el mismo derecho Juan Masiá describe la escena en este artículo -que publica hoy La Verdad de Murcia y que nos ha ofrecido a ATRIO- con rasgos modernos y la mayor fidelidad a las palabras de Jesús cuando ve que su Hora ha llegado.

Salomé, Marta, Myriam, Susana y Ana, de acuerdo con María, la madre de Jesús, y apoyadas por ella, consiguieron sitio, a pesar de Pedro, en la cena pascual. Jesús se alegró: «No sois sirvientas, sino amigas» (Jn 15,15), cuando yo no esté, recogeréis el testigo para curar, dar esperanza y pasar haciendo bien, (Act 10,38).

Salomé, la esperanzada, sentada junto a Tomás, el positivista, dijo: «Jesús, parecemos brotes de olivo en torno a tu mesa (Ps 127,3), las chicas y chicos de tu koinonía (Jn 1,3),aunque algunos retoños, como mi vecino están una miajica retorcidos (Jn 20,25)». «Mejor, completó Jesús, sois sarmientos de la vid, con la savia de vida de Abba, que su Espíritu de vida y fructifiquéis en unión» (Jn 15, 1-5).

Terció en la conversación Ana, acurrucada en el hueco que quedaba entre Juan y Jesús -Juan reclinándose sobre Jesús y Ana colándose por debajo de su brazo–: «Jesús, todo eso te lo hemos oído otras veces; pero tú hoy tienes algo serio que te preocupa, no te lo calles, te he estado mirando toda la tarde y tienes una cara que me angustia, desahógate, hombre, desahógate, que se te nota turbado». «Tú siempre tan intuitiva, Ana. Pues sí, me siento fuertemente agitado; pero ¿qué voy a decir?: Abba, líbrame de esta hora? ¡Pero si para esto he venido, para esta hora! ¡Abba, que irradie tu gloria!» (Jn 12, 27-28).

Pedro se impacientó y dijo: «Acaparáis las mujeres el tema, además con preguntas y comentarios que aguan la fiesta». «Así es, dijo Felipe, mejor pedirle al Maestro que nos aclare donde está Abba y por dónde hay que ir para encontrarlo». «Pero Felipe, dijo Jesús, ¿con tanto tiempo de amigo mío todavía no te has dejado envolver por la ternura de Abba? Yo soy el camino hacia la vida verdadera de Abba. Yo estoy en Abba y Abba en mí» (Jn 14, 10).

«Pero qué poca vista tienes Felipe, dijo Ana, mírale a Jesús a los ojos, deja que te absorba hasta meterte dentro de Él, te verás reflejado en ellos y al mismo tiempo descubrirás a Abba». «Bien dicho, Ana, porque Abba y yo somos uno, Añadió Jesús» (Jn 14,9).

Interrumpió Tomás: «Ana, come y calla». Le dió un codazo Susana: «El que tiene que callarse eres tú. Queremos que siga hablando el Maestro. Yo he dejado hoy a mi marido haciéndose la cena él solo, porque no quería perderme esta Pascua». «Bueno, Susana, dijo Jesús, pero que no se te haga tarde para estar con él a la vuelta, que el amor es más importante que los sermones. En realidad todo lo que yo os tengo que decir se reduce a esto, que os queráis cada vez más y mejor para que, al ver la gente como os queréis, descubran el sentido de la vida, ese es mi encargo encarecido (yo no diría mi mandamiento, sino mi testamento)» (Jn 13, 34-35).

Estaba el ambiente un poco tenso y lo percibió Marta, que dio un giro a la velada. «Venga, id pasando los platos, y que no se quede el cesto del pan en el rincón de Mateo. Santiago, acerca las verduras. Y tú, Andrés, levántate a preparar las copas, que no tengamos que ser siempre las mujeres las que van y vienen del comedor a la cocina».

Mateo pasó el pan y Andrés trajo las copas.
Jesús se incorporó y dijo: «Esta no es una cena cualquiera. Es la Pascua, el tránsito. Es el paso de quien tiene que asumir un trance y separación amargos. Mirad este pan que se desgarra en pedazos, así ha sido mi vida. Pues aquí pongo yo mi vida. Ahora no lo entendéis, pero os lo recordará el espíritu cuando ya no esté yo con vosotros (Jn 16,7)». «Pero nosotras no queremos que te vayas, Jesús, dijo Ana, que se pare el tiempo esta noche, te queremos y no te soltamos, Rabboni» (cf. Jn 20, 16). «No, Ana, dijo Myriam, tenemos que asumir que Él se vaya, nos conviene, para que retorne de otra manera desde Abba. Entonces comprenderemos que Él está en Abba y Abba en Él, Él en nuestro corazón y nosotras en el suyo. Comprendo tu estado de ánimo, Ana, yo también quisiera estrecharle con fuerza y retenerle, pero presiento que Él nos dice: Soltadme, que subo a mi Abba y vuestro Abba» (Jn 20,17).

Juan no decía nada, pero miraba sucesivamente a Myriam y a Jesús, mientras sugería silencio a Ana con un gesto sobre sus labios. Y entonces Jesús siguió diciendo. «Tiene razón Myriam. Ya no beberé más este vino hasta compartir de otra manera en el ágape sin fin, cuando Abba reine por completo (Lc 22,18). Has hablado bien Myriam. Yo te digo que tú te llamas Myriam, pero en adelante te llamarás Petra y sobre esta Petra, de la mano de este Juan, se construirá la asamblea de quienes prolonguen la cosa que empezó en Galilea» (cf. Mt 16,18 a la luz de Jn 20).

Pedro callaba consternado. Judas había salido ya a la oscuridad de la noche. Juan se ofreció a acompañar a Susana hasta su casa.

Jesús decidió salir al huerto de los olivos, acompañado de Pedro y Santiago, que se quedaron dormidos de cansancio, Jesús oraba sudando y diciendo: «Abba, si es posible que pase este cáliz…» (Mt 26, 42; Mc 14, 36; Lc 22, 42). Myriam y Ana se quedaron despiertas a su lado, como ángeles, ayudándole a asumirlo y tratando de asumirlo ellas…

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