Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Pasión por la vida

20-Abril-2009    José Bada
    De entre las muchas cosas recibidas para publicar, selecciono hoy este pequeño escrito de un buen amigo de Zaragoza que ya se ha asomado por aquí. Hace dos años, cuando aquellas manifestaciones en la plaza de Colón, ya le publicamos Sigue la ceremonia de la confusión . Después quedó en el cajón otro escrito sobre la sed y la cultura del agua. No queremos que pase un día más sin dar a conocer este su brindis por la vida.

No es el lince, ni el Papa, ni los condones, ni Darwin… No es ese el tema del que me apetece escribir precisamente cuando rompe la primavera en los campos - el romero, la aliaga, el tomillo… - y se rompe la hora en el Bajo Aragón o mueven los pasos, lentamente, en el Sur mientras salta la saeta.

No es ese el tema ni el momento, aunque no falten motivos y pretextos, se lleve a la calle la polémica y la Iglesia salga en procesión contra un proyecto de ley sobre el aborto. Me disgusta la algarabía y la movida cuando el caso no es un tema sobre el que se pueda charlar por no callar, gritar, quitarnos la palabra en las tertulias…, sino un problema personal y social sobre el que se debería pensar más y actuar más en conciencia y respetando más la conciencia de los otros.

Estoy en contra del aborto, con matices, y en favor de la vida sin duda alguna. Lo que no obsta para que esté en favor de una ley que despenalice la interrupción del embarazo en determinados supuestos y momentos. Desde un punto de vista ético no me parece correcto hablar de derecho al aborto, no lo hay contra la vida. Ni siquiera contra la vida del lince, claro, y con mucha mayor razón, faltaría más, contra la vida de un embrión humano. Como no lo hay incluso para matar la hierba porque sí, sin sustancia o para fastidiar, aunque tengamos derecho a descansar en ella y a comer verdura para saciar el hambre.

Conocí en Dachau a un clérigo que cuidaba su jardín con esmero, no pisaba el césped en vano ni mataba una mosca sin necesidad. Era discípulo del Dr. Schweitzer, que hizo del “respeto a la vida” una mística y el principio de su filosofía moral. Pero dejemos Dachau, ese horror inolvidable, y despidamos con simpatía al Dr. Schweizer. Dejemos también a un lado, al lado del corazón, los sentimientos morales y las convicciones personales más íntimas y digamos, sin embargo, lo que parece inexcusable: 1) que un cigoto no es un bebé, ni una bellota una encina, y 2) que no todo precepto moral ha de ser necesariamente legal. Confío que nadie, ni siquiera los obispos, confundan un niño con un cigoto. Y espero –¿contra toda esperanza?– que no pretendan transformar en ley para todos lo que ellos creen ser una exigencia moral del Evangelio. La confusión entre moral y legal lleva a la desmoralización de la sociedad y a la pérdida de la distancia crítica frente a las leyes establecidas. Y a la Iglesia, a la intolerancia o a un cristianismo “esbafado” y sin tensión escatológica.

……

Dicho lo que tenía que decir, me apetece decir lo que quería. Sólo dos palabras para celebrar en esta pascua la vida, rescatando del olvido la memoria de Teilhard de Chardin y uniendo su nombre, por qué no, al de Charles Darwin quien por cierto no fue ateo sino agnóstico. Nació Teilhard en la Auvernia, pasó su infancia en el campo y su noviciado en Aix-en-Provence. Estudió teología en Jersey (Inglaterra) y se ordenó de sacerdote en 1905. Movilizado en 1914 actuó de camillero, fue condecorado con la Legión de Honor y preparó en las trincheras parte de su tesis doctoral. Se doctoró en Ciencias en 1922 y un año después se marchó a China, donde pasó la mayor parte de su vida y participó en el descubrimiento del “Sinanthropus”. Murió en Nueva York el 10 de abril de 1955, día de Pascua, como había deseado según se cuenta que dijo antes en la embajada francesa. Así que este mismo mes murió Pierre el 10 y el 19 Charles 73 años antes.

Teilhard describe el fenómeno de la evolución tal como se ofrece a la observación científica, desde los elementos materiales a los seres vivos y de la vida animal a la vida humana en la que emerge la reflexión y aparece la persona. Pero advierte que no se puede fijar científicamente con exactitud el momento preciso de esa emergencia ni en la evolución de la especie ni en la formación del individuo, ya que se trata de un salto que solo permite observar que un ser concreto se halla todavía más acá o existe ya más allá de ese salto. Se conoce pues la diferencia, por ejemplo entre un cigoto y un niño, pero se ignora todo respecto a la diferenciación.

En su prólogo al Himno del Universo (Trotta, 2004) resume A. Fierro el mensaje de Teilhard de Chardin: “La pasión por la vida (…) y la racionalización científica característica del pensamiento moderno no eliminan toda religión y toda mística; antes, al contrario, pueden hacer surgir modos de creencia y de vivencia referidos al ’sentido’ de la vida y de la acción”

José Bada
5.4.2009

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