Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Espiritualidad integral

30-Abril-2009    Atrio
    Pedro San José, autor de este artículo que hoy presentamos, muy en coherencia con la línea de espiritualidad humanista y laica que busca ATRIO, es un médico que ha seguido de cerca a Willigis Jäger, el místico benedictino de quien ya hemos hablado en ATRIO: Ser plenamente humano. Este artículo de Pedro tiene la ventaja de ser sintético y claro, recogiendo las enseñanzas del maestro y las propias experiencias. Nos enlaza también con mucho de lo presentado y discutido en ATRIO.

La Espiritualidad Integral

Antecedentes y consecuencias. Por Pedro San José

El término espiritualidad integral hace referencia a la búsqueda del fondo común que subyace en todos los caminos espirituales auténticos, en un esfuerzo de encontrar y defender todo lo que nos une, eliminando barreras y yendo al meollo de la práctica, con la diversidad que ésta se dé. Este centro o base común es la experiencia mística, que ha de desarrollarse como perspectiva en todos los aspectos y niveles de la vida humana. Por eso es espiritualidad integral, que no sustituye ni añade nada a los diferentes caminos, sino que realiza un esfuerzo de unión y de encuentro.

Proponemos una nueva forma de ver las búsquedas esenciales del ser Humano, desde una perspectiva no dogmática, de aceptación y tolerancia de lo auténtico de los diferentes caminos y tradiciones espirituales, y desde la incorporación en la práctica de todos los niveles de la vida humana: cuerpo, energía, emociones, mente y espíritu, como el todo único que somos, en una convergencia trans-confesional que venimos a llamar Espiritualidad Integral. Para ello hemos de revisar los presupuestos de los que venimos.

Vivimos un momento excepcional en Occidente. Es un momento de crisis generacional que muchos han calificado de cambio de época. Un nuevo fundamentalismo se extiende en las culturas con ánimo de confrontación, dando lugar a dogmas y cerramientos culturales. Entre ellos podemos citar:

  • 1. Un nuevo conservadurismo dentro de la Iglesia Católica, que tiende a cerrar los dogmas y alejarse de las líneas de crecimiento en nuestro siglo, con una llamada a nuevas evangelizaciones desde posturas culturales “Neocon”.
  • 2. Ofensiva “apostólica” de las nuevas y antiguas religiones cristianas, tendiendo a invadir dogmáticamente los espacios culturales de otras tradiciones (ver The Economist de 1 de Noviembre de 2007).
  • 3. Tendencia hacia la radicalización y el odio de religión de sectores influyentes del islamismo y del judaísmo.
  • 4. Confrontación de culturas desarrollada desde el 11-S, como consecuencia de la influencia cultural de EEUU, que potenció posturas conservadoras excluyentes.
  • 5. Tendencia a la búsqueda de fórmulas “exóticas” o “mágicas” para sustituir las respuestas tradicionales a las inquietudes espirituales en las sociedades industriales.
  • 6. Miedo a la “invasión oriental” que desde el desarrollo económico se traslada al desarrollo cultural.
  • 7. Influencia de la religión en la política, que se ha visto acrecentada en los últimos tiempos a costa del laicismo que parecía crecer en el siglo XX.

Todo ello ha dado lugar a guerras de religión, división cultural de las sociedades, radicalización de la confrontación política, aumento de la división cultural, justificativa de una cierta tendencia al proteccionismo económico ante la globalización, presencia y crecimiento de fundamentalismos en cada cultura, y tendencia a la implantación cultural por la fuerza de unas sociedades en otras.

Frente a estos datos, también existen otras tendencias positivas, como es la globalización cultural que permite la transmisión de tradiciones y costumbres de unas culturas a otras, el florecimiento espiritual que es resultante del crecimiento de la búsqueda de respuestas genuinas a los anhelos humanos, la generalización en el acceso a la información, y una cierta maduración existencial de las civilizaciones, de forma que hoy se dan manifestaciones más tolerantes que pueden romper los aspectos esclavizantes del dogma. También asistimos a una mayor sensibilidad planetaria ante los grandes problemas, con nuevas formas de respuesta, como se demostró en la respuesta inicial a la invasión de Irak y se está demostrando en la nueva conciencia ante el calentamiento global. Es como si asistiéramos a una tensión generacional de escala planetaria entre los signos de luz y de sombra, que han de definir el modelo de civilización global que regulará en el futuro las relaciones internacionales.

En esta encrucijada, como hijos de este siglo XXI nos preguntamos por respuestas, por opciones al desarrollo humano, que ha de ser refugio para todos los que en el mundo buscan encontrarse en el Espíritu, superando las divisiones de religión e ideología. Este es el enfoque de esta reflexión.

Condiciones de nuestra evolución

Nuestra asignatura pendiente. Un primer aspecto a preguntarse es si el ser humano está creciendo. Parece que todos los análisis sobre el desarrollo humano, nos llevan a decir que la especie humana no ha terminado su evolución, sino que más bien se están produciendo en esta época desequilibrios cruciales que nos llevan, o bien a nuestra propia autodestrucción, o bien a producir un nuevo salto en nuestra evolución hacia un nuevo nivel de conciencia, que permita entender una adaptación de nuestra condición humana a los nuevos escenarios en los que se expresa la vida, y que pasa por:

  • 1. Alcanzar la paz con nuestro medio natural, de forma que desarrollemos globalmente una nueva conciencia ecológica, que permita generalizar fórmulas para adaptarnos y hacer crecer positivamente nuestros ecosistemas.
  • 2. Superar las divisiones básicas de origen económico, social y cultural, que permitan superar la división social por condiciones de pobreza, de raza, de sexo, de condición física o condición religiosa o ideológica, estableciendo unas relaciones internacionales basadas en el respeto a los derechos humanos, la solidaridad y la coexistencia.
  • 3. Alcanzar la paz, la tolerancia, la solidaridad y la armonía en nuestro ámbito social, lo que supone un camino de convergencia e integración de las opciones religiosas, filosóficas o ideológicas, recuperando lo básico, aquello que ha dado en llamarse “filosofía perenne”, y que puede unirnos a todos.
  • 4. Adquirir un nuevo nivel de conciencia más luminosa, que integre nuestro entorno material con el mundo mental y emocional, avanzando hacia el espíritu en un sentido unitivo e integrador. Estas condiciones presuponen un ascenso evolutivo en la cadena del Ser por parte de los humanos. Este cambio de conciencia se está ya dando en muchos, y se atisba en otros muchos. Por ello nuestra generación parece estar con dolores de parto, con una gran tormenta de encrucijadas múltiples, de formas de ver y de actuar, con retrocesos y avances, con saltos positivos y momentos de desesperación, y sobre todo con una gran incertidumbre sobre si sabremos encontrar las respuestas que necesitamos. Es evidente que la función principal de los hijos de este siglo es poner las bases para superar la actual crisis, que nos lleve a un desarrollo armónico de nuestra civilización en los siglos venideros.

Paradigmas: Oriente vs. Occidente

Se encuentran respuestas en las grandes tradiciones espirituales. Los líderes carismáticos de estas tradiciones alcanzaron un nivel de conciencia que anticipaba la evolución a la que nos referimos. Nuestra fidelidad a su herencia ha de formar parte del patrimonio de la humanidad. Esto implica en muchos casos la recuperación de su mensaje y herencia originales, y su vinculación a la tradición global de la humanidad. Por otra parte exige una reflexión para separar estos mensajes de los dogmas que les sucedieron y que en muchos casos no estaban en el espíritu de los fundadores, y sólo han sido el intento de institucionalización de los mismos por sus seguidores, convirtiendo su esfuerzo de renovación en religiones institucionalizadas. Casi sin excepción, los mensajes de los grandes líderes de la humanidad, ya sea Lao Tsé, Budha, Jesús, Mohamed, Aurobindo, u otros, son mensajes de renovación dirigidos al crecimiento humano, fuera de todo dogma y, en general, enfrentándose a los dogmas existentes en su tiempo. Un nuevo nivel de conciencia supone una experiencia única de unidad, que produce un mensaje liberador y de integración. Por ello, el aprendizaje genuino, integrador de todo lo que es original de estas figuras gigantescas, supone un esfuerzo transconfesional y transcultural que rompe con los dogmas excluyentes y que supone un encuentro nuevo de igual a igual entre los seguidores de estos mensajes.

También supone tener la convicción de que la respuestas a las preguntas últimas están en el seno de cada corazón humano, y que corresponde a cada cual emprender el camino experimental para comprenderlas. Cada cual tiene un camino singular para acercarse a lo eterno, y los caminos genuinos y auténticos son múltiples y diversos. Esto nos coloca en la propuesta mística para el desarrollo humano, la capacidad de cada cual de conectar con la realidad última sin intermediarios o interpretadores. Se nos ha dicho que el camino espiritual del siglo XXI será un camino místico, y si no, no será. La experiencia a la que estamos llamados, la experiencia de liberación e integración de nuestra existencia con la superación de los egos, de carácter luminoso unitivo, creará las bases para nuevas formas de coexistencia entre los seres.

Nadie tiene el patrimonio de la verdad. Ni las iglesias o religiones monoteístas, ni las nuevas religiones carismáticas, ni las antiguas corrientes que proceden de oriente y que precedieron a éstas, ni tampoco las nuevas corrientes agnósticas neo-humanistas. Por ello es patética la exclusión dogmática tras una bandera o una religión. Esto es el símbolo de un ego colectivo que pretende imponerse por la fuerza o la violencia, incluso aunque se considere a si mismo dotado de una misión de servicio. Ante ello proponemos una actitud humilde y tolerante, de búsqueda y aceptación, de todo lo que une a los seres humanos, desde el profundo respeto a las revelaciones en todas las tradiciones. Esta actitud es la que nos lleva a proponer una confluencia de esta herencia en un tipo de espiritualidad libre no jerárquica.

Existe también la tendencia a asumir acríticamente las nuevas corrientes y propuestas que vienen de Oriente, trasplantando las mismas con sus ritos y formatos, realizando un trasplante cultural que nos resulta extraño. Es paradójico que cuando el Zen y otras prácticas contemplativas procedentes de Oriente están en decadencia en sus países tradicionales, florecen en Occidente. Y viceversa, que la práctica de las religiones monoteístas, e incluso de la contemplación cristiana, esté en desuso en Occidente, mientras las nuevas propuestas carismáticas de origen cristiano hagan furor en Corea y otros países de Oriente. Creo que no debemos malversar las tradiciones, pero debemos interpretarlas dentro de nuestra cultura. Una nueva posición dogmática puede llevarnos a decir que no se puede practicar el Zen si no se realiza con el formato y los ritos japoneses, o incluso si no se abrazan las bases del budismo, o a menospreciar la contemplación cristiana frente a otras prácticas. Estas posiciones son de nuevo manifestaciones egocéntricas o fundamentalistas que pueden hacer mucho daño a este florecimiento.

También son dañinas las luchas de poder que hoy se manifiestan en las propuestas de nueva espiritualidad. Tal parece que nos hayamos empeñado en un nuevo catecumenado apostólico, buscando recoger en torno a nuestra particular escuela, o nuestra particular forma de practicar, la nueva respuesta espiritual que ha de ser válida para todos. Es penoso ver como las nuevas escuelas espirituales se excluyen entre sí y se ignoran como práctica genuina. Existe una tensión, también en las nuevas búsquedas espirituales de seguir caminos excluyentes, en lugar de buscar convergencias que nos llevarían a formas más elevadas de coexistencia.

Si fuéramos capaces de identificar el paradigma cultural de la espiritualidad de las tradiciones orientales, deberíamos incluir una orientación mística actual que trasciende las actividades ordinarias y que puede representarse en la importancia de la realidad del “Vacío” como potencialidad plena. Otro aspecto crucial que caracteriza este paradigma es la multi-manifestación de lo divino, a veces representado en múltiples figuras divinas, y que también se manifiesta por la no separación entre lo divino y lo creado. Una figura particularmente interesante que sintetiza esta unión cielo-tierra es la del Bhoditsava del Budismo Mahayana. Por fin otro componente crucial de esta visión espiritualidad es la expresada en el significado del Dharma como Rueda vital, que se concreta en la rueda kármica de cada ser viviente. Esta evolución del proceso de vidas trasciende toda la espiritualidad y la ética que le acompaña, afectando a la valoración de la vida misma. El ansia del espiritual oriental es apartarse de la vida para alcanzar el nirvana, superando la cadena de vidas, y considerando las manifestaciones fenoménicas como falaces. Todo ello se manifiesta con simbolismo y ritos de gran riqueza que están intrínsecamente afincados en la evolución cultural de cada tradición.

Si, por otra parte, fuéramos capaces de sintetizar la esencia de la tradición espiritual occidental, incluiríamos otros componentes diferenciados. El principal es que el occidental no desea apartarse de la vida, sino que se incardina en ella para transcender desde la misma. El espiritual occidental no renuncia a su componente personal racional, sino que intenta partir de él para trascender. Por tanto busca la integración de lo material en su proceso de búsqueda. Otro componente capital es su particular relación con lo divino, que parte de una percepción dicotómica de dios y criatura, para avanzar en un sentido unitivo, siendo el gran descubrimiento de esta espiritualidad en su evolución mística la aceptación del “Dios dentro” o del carácter divino de las criaturas, consecuencia de la experiencia mística genuina. La experiencia es monoteísta, y aunque en esencia es común a las experiencias en otras tradiciones, se manifiesta culturalmente de forma diversa, como bien se expresa en los versos de San Juan de la Cruz, el Cantar de los Cantares, o dentro de la tradición sufí, en los versos de Rumi. Por fin el envoltorio reduce la riqueza simbólica, tendiendo en la evolución espiritual al minimalismo y el simbolismo sintético, por lo que se reduce la tendencia al ritual transcultural.

La confluencia entre las dos evoluciones es lo que actualmente se está dando. Defendemos aquí que se produzca una confluencia. No una implantación acrítica de Oriente en Occidente. No existen fórmulas únicas, o caminos más verdaderos que otros.

La espiritualidad integral

No hemos, pues, de buscar aquí tampoco nosotros una fórmula mágica, que unifique artificialmente nuestra forma de entender las propuestas de las tradiciones y nos dé la solución a nuestros anhelos. Renunciamos a una sola solución. Queremos más bien unirnos a un movimiento integrador, intentando discernir por nosotros mismos las propuestas auténticas de las que no lo son. No debemos pretender crear una nueva escuela, una nueva capilla, sino más bien administrar junto con todo el que quiera, las diferentes herencias que recibimos, y aceptar la diversidad de interpretaciones en la práctica espiritual. No todo vale, pero sí existen diversidad de caminos. Cada cual debe escoger su sistema espiritual, su camino a la cima de la montaña, y guiarse en él. La opción por una espiritualidad abierta e interpretada desde nuestra cultura, es nuestra seña de identidad. En ella las prácticas sufíes, las prácticas del Samatha Vipassana, interpretadas en nuestra cultura Occidental, la práctica del Zen no ritual y convertido en vida, la práctica contemplativa dentro de la Cábala, la que recibimos de nuestra herencia mística cristiana, y muchas otras, tienen cabida.

El camino espiritual en nuestro siglo ha de ser un camino de maduración del ser humano. Esta maduración, esta individualización, parte del rechazo a los dogmatismos. Y si rechazamos los dogmatismos también rechazamos a las figuras paternas, los gurús y supuestos maestros que se erigen en su defensa. El patrimonio de la humanidad se encuentra en los grandes maestros indiscutidos, que como lumbreras adelantadas nos mostraron el camino; y algunos de nosotros podemos también ser guías o acompañantes de otros en su búsqueda, pero mucho cuidado con erigirnos en centro de nada, o en símbolos de dogmas o verdades eternas, ya que la fuente del conocimiento se encuentra en cada corazón humano, y esta fuente es singular.

Nuestro camino de maduración nos llevará a la tolerancia y la solidaridad, a aceptar una práctica transreligiosa y a servirla con humildad, anonadados por la grandeza de lo que todos somos, y así comprenderemos las palabras del maestro Jesús: “el que quiera hacerse mayor entre vosotros hágase el último”.

Nuestro punto de atención se dirige a explorar en nuestra práctica vital, cómo esta posición de ascenso al Espíritu influencia nuestras concepciones sociales, políticas, económicas o nuestra práctica vital o profesional ordinaria. No se trata de proponer un sistema de prácticas sincrético, sino más bien de incluir el componente espiritual y sus consecuencias en las diferentes áreas del quehacer humano.

Una propuesta y práctica de Espiritualidad Integral no es pues una nueva escuela, ni un nuevo camino, ni un nuevo método, ni una síntesis superior entre los mensajes. Es tan sólo un proceso de convergencia, de ir al meollo, a lo que realmente importa, y de sacar las consecuencias de situarse allí para contemplar nuestra vida y su desenvolvimiento, para sacar las consecuencias para nuestras propuestas sociales, y nuestras propuestas personales, en libertad, autonomía e independencia, sirviendo a esta perspectiva sin fronteras, junto con todos aquellos que lo deseen.

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