Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La certeza del no-conocimiento

04-Mayo-2009    Pepe Blanco Labrador
    Pepe Blanco nos ofrece hoy una reflexión muy pensada, surgida de las ideas y los debates que ha seguido muy activamente en ATRIO desde hace varios años. Pepe es arquitecto en Orense y habla de las cosas del entendimiento y del espíritu con rigor casi matemático y apertura creadora. Le agradecemos que se haya decidido a exponer sus ideas más personales al comentario y discusión. Y esperamos que sea la primera entrega de una serie enriquecedora para todos.

  • I. PRIMER POSTULADO

Me parece que puede ayudar al discurso sobre una nueva espiritualidad aceptar como postulado que la mística pertenece al ámbito de la creación. Es decir, los sucesos místicos son fenómenos naturales aunque, de entrada, pudiéramos pensar que en nuestros días son estadísticamente infrecuentes. Pero esa rareza, de ser cierta, no vendría al caso. Probablemente, hace 500.000 años, o un millón, o más tiempo aún, el pensamiento que hoy llamamos racional, era también una rareza entre los primeros homínidos y sus predecesores. Y hoy, a nadie se le ocurriría dudar de la “naturalidad” del discurso racional: la razón pertenece sin lugar a dudas al ámbito de la creación. Aceptemos que la mística, también. Creo que este supuesto se acepta sin dificultad, aunque puede haber quien lo rechace, pues de él se sigue que la mística no pertenece al ámbito de la revelación -para aquellos que admiten la existencia de éste-. Por ejemplo, a un místico judío tradicional le costaría aceptar este postulado, pues para ellos el éxtasis místico solía ser interpretado como vehículo de revelación, habitualmente del profeta Elías.

El que aún no podamos dar cuenta cabal -es decir, científica: física, bioquímica, etc.- de un fenómeno místico, tampoco tienen por qué desalentarnos a aceptar el postulado propuesto. Al fin y al cabo, los investigadores todavía estudian los mecanismos neuronales del pensamiento racional sin haber conseguido aún -que yo sepa- explicarlo neurológicamente con rigor y en su totalidad.

Si admitimos este postulado, deducimos la universalidad del suceso místico. Por su carácter natural, genéticamente condicionado, la razón, la posibilidad racional del ser humano, es la misma aquí que en China; la posibilidad mística, también. Está claro que una y otra se podrán actualizar en formas diferentes, según los lugares, épocas, etc., pero en esencia creo que podemos admitir que son las mismas siempre y en todas partes.

  • II. SEGUNDO POSTULADO

Más sorprendente puede ser, para algunas personas, aceptar el siguiente postulado: la razón, el pensamiento, las palabras, algo nos pueden transmitir acerca de lo que sucede en los estados místicos del ser humano. Acostumbrados como estamos a asociar lo místico con lo inefable, probablemente a muchos les cueste aceptar este postulado. Sin embargo, las consecuencias de no aceptarlo son dramáticas: apaga y vámonos. De entrada, el que suscribe no podría estar escribiendo estas líneas que, en conjunto, resultarían absolutamente incomprensibles a cualquier lector. Espero que, al menos uno, un lector, finalice la lectura de este texto con la certeza de haber captado algo. Con eso sería suficiente para aceptar el postulado. Si no lo aceptamos, que cada cual coja su mochila y se vaya a una cueva del Tíbet a solazarse en las cumbres esplendorosas de su solipsismo; desde allí, solamente podrá comunicarse con sus amigos para contarles que allá arriba hace mucho frío o para comentarles, horrorizado, que ha visto las huellas del yeti.

Es posible que algún día surja un Aristóteles de la mística, alguien que sea capaz de identificar y construir un lenguaje propio para la mística, como hizo Aristóteles con la razón. Hasta entonces, no nos queda más remedio que aceptar que la razón nos ofrece una cierta aunque limitada posibilidad de hablar de lo místico.

Si lo pensamos detenidamente, podremos ver que este segundo postulado no es un disparate. Nadie duda que el pensamiento racional se construye con palabras. Imaginemos ahora una hoja de papel con una serie de polígonos dibujados sobre ella: un triángulo, un cuadrado, un pentágono, un hexágono, un heptágono, un octógono, un eneágono, un decágono. Esa serie de dibujillos, ¿constituyen un razonamiento lógico? ¿Pertenecen esos dibujitos al ámbito de la razón? Me parece que está claro que no. Sin embargo, esos dibujitos son capaces de expresar un orden lógico perfectamente verbalizable, pues cada una de esas figuras tiene un lado más que la anterior y uno menos que la siguiente.

Fijémonos en el triángulo. El triangulito que he dibujado sobre mi papel, ¿es un pensamiento racional? En absoluto. Sin embargo, quienes conozcan la ciencia de la Geometría Métrica, comprenderán ese simple triangulito en toda su profundidad. A ellos el triangulito les hablará de ángulos, de alturas, de apotemas, de catetos, de hipotenusas, de baricentros,…, y de las numerosas relaciones perfectamente conocidas existentes entre todos ellos. La Geometría es un magnífico saber racional; el triangulito dibujado en mi papel, no lo es. Pero, para un geómetra, ese triangulito transporta consigo y lo expresa, todo ese saber perfecta y estrictamente racional. Y un ignorante de la Geometría, que tenga paciencia y mucha moral, se puede sentar delante del triangulito y empezar a buscar relaciones entre sus elementos, y probablemente encuentre alguna, aunque sea incapaz de demostrarla con rigor.

Así como el dibujillo “nos puede hablar” sobre sesudos conocimientos racionales, aceptemos que, análogamente, el discurso racional, lingüístico, algo puede comunicarnos de lo místico a quien esté en condiciones de verlo.

Puesto que este punto me parece fundamental, abundaré sobre él. Me aproximaré a él desde otro punto de vista, con otro ejemplo.

  • III. EL CREER INTRANSITIVO DE LA MISTICA

En Física de Materiales, son bien conocidos los estados de deformación de la materia sometida a la acción de una carga. Cuando un material cualquiera, por ejemplo una barra de hierro, se somete a una carga, atraviesa un primer estado llamado de deformación elástica. Cuanto mayor es la carga, más se deforma, con la particularidad de volver a su estado inicial cuando desaparece la carga. Si la carga aumenta hasta superar cierto límite, el material entra en el llamado estado plástico de deformación. Entonces, el material se comporta como si fuera plastilina: con un mínimo aumento en la carga, se produce una deformación infinita, lo cual vale tanto como decir que pierde toda su capacidad resistente y, aunque se suprima la carga que lo sometía, ya nunca recuperará su estado inicial. El material ha colapsado. Si fuera la viga maestra de una casa, esta se derrumbaría.

Pues bien, se me ocurre pensar que habitualmente usamos el lenguaje en su estado elástico de deformación. Usamos las palabras que conocemos con sus significados habituales, más o menos adecuados a lo que percibimos, sabemos y queremos decir. Con frecuencia es inevitable forzar el lenguaje para expresarnos mejor. Entonces lo deformamos, y de ahí muchos problemas en la comunicación, pues con frecuencia sucede que lo que yo quiero decir con tal palabra, no es lo que esa palabra significa según el DRAE, o según su significado habitual en un ámbito social determinado o simplemente según el significado que le atribuye mi oyente. Esa deformación de la lengua que con frecuencia dificulta la comunicación, otras veces la beneficia, como sucede a veces con las invenciones de los buenos literatos que, deformando la lengua, la perfeccionan.

Aceptada esta comparación, podemos decir que la mística, al intentar expresarse a sí misma mediante la palabra, lleva el lenguaje a su estado plástico de deformación. El místico usa el lenguaje en su estado plástico de deformación, lo moldea a su capricho, sin tener en cuenta los límites semánticos que habitualmente constriñen el significado de las palabras.

Tal vez esto se entienda mejor contando, por ejemplo, que un místico judío no lee un versículo de la Torá, ni tampoco lo interpreta: lo abre. Abre un versículo y encuentra en él multitud de significados. Hace con el versículo lo que quiere: accede al estado plástico de deformación de la lengua.

Si lo que buscamos es aceptar la capacidad de la lengua para contarnos algo de lo que sucede en los estados místicos, parecería que nos acabamos de tropezar con un grave inconveniente: si una palabra puede expresar infinitos significados diferentes, vale tanto como decir que no sirve para nada, que no expresa nada, que es como una variable X que puede ser sustituida por cualquier valor. Y sin embargo, lo que desvela esto, es lo que llamo el creer intransitivo de la mística. Me explico:

Tradicionalmente, el verbo creer ha sido necesariamente transitivo, pues necesita un objeto directo: creemos algo o en algo. Creemos en Dios, creemos en Jesús, creemos que Dios creó el universo, creemos -los que crean- los diferentes dogmas católicos,… Este creer transitivo es el propio de la Teología y, por ende, de la espiritualidad tradicional.

La mística permite el acceso a un creer intransitivo, un creer que no necesita objeto directo, que no se refiere a una realidad determinada ni se verbaliza referido a las palabras que la expresen. Para el místico, creer no es la adhesión a un relato pormenorizado de la historia de Dios ni a una descripción de Su naturaleza, sino que para él, creer, es un estado del alma. Y es que la mística no es una fuente de conocimiento, sino de plenitud y de certeza. Lo diré con una paradoja típicamente mística: la mística es la certeza del no-conocimiento.

A mi entender, es esa plenitud lo que transparenta la lengua en su estado plástico de deformación moldeada por el místico. No importa la interpretación de las palabras, cuanto la certeza que la ilumina.

Podemos formular, en consecuencia, que la certeza que procuran los dogmas de la teología en su creer transitivo, es sustituida en la mística, por la certeza, por la plenitud que emana de la propia experiencia espiritual profunda. Es el creer intransitivo de la mística.

  • IV. HACIA UNA NUEVA ESPIRITUALIDAD

Todos los seres humanos somos, por el hecho de serlo, seres racionales, inteligentes. Pero no todos somos Euclides, Newton, Riemman o Einstein. Análogamente, me parece interesante llamar la atención acerca de lo siguiente. Al hablar de mística, tendemos a pensar inmediatamente en el éxtasis místico, siendo proclives a reducir todo lo místico a él. Pienso que no es así, sino que existe una mística en “sentido débil” que, sin llegar al éxtasis místico -mística en “sentido fuerte”-, pertenece a su mismo ámbito y está al alcance natural e inmediato de cualquier ser humano. Y creo que, para muchos, -en realidad, para todos-, ese es el punto de partida hacia una nueva espiritualidad. Si aceptamos eso, tal vez descubramos que, como sugería al inicio de este texto, los sucesos místicos, los estados místicos del alma, no son tan raros en la actualidad como podríamos temer en una primera aproximación a ellos. También podremos entender que esta “nueva” espiritualidad no es, en rigor, tan nueva. Es más, creo que siempre ha estado ahí, latente, incipiente a veces, enmascarada con frecuencia por la adhesión a los más variados creeres transitivos.

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