Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Todos estamos en la misma barca

21-Mayo-2009    Atrio
    Con este título se acaba de publicar un libro con el diálogo entre el conocido Cardenal Martini y casi nonagenario pero abierto sacerdote Luigi Verzé, fundador de un hospital en Milán y de una Fundación y Universidad nacidas en torno a él y que llevan el mismo nombre: San Raffaele. Il Corriere della Sera ha difundido parte del interesante texto, en concreto las primeras intervenciones de ambos y lo que dijeron sobre tres temas importantes. ATRIO ofrece, con la mayor celeridad posible, la traducción completa del texto publicado hasta ahora.

    Puertas abiertas para los católicos divorciados con nuevo matrimonio. Que la Iglesia busque una solución al problema. También hay que discutir el celibato de los sacerdotes y la elección de los obispos.em>

Carlo Maria Martini: Yo no sé si estoy despierto o soñando. Sé que me encuentro completamente en la oscuridad, mientras un batir lento me hace pensar que estoy en una barca que desliza por el agua. Busco tanteando determinar mejor el lugar en el que me encuentro y me doy de cerca de mí hay un árbol, quizás el árbol maestro de la embarcación. Poco a poco me acerco para poder adherirme a él con las manos, para tener un poco de seguridad y de la estabilidad en los movimientos cada vez más frecuentes del barco en las olas. En este intento encuentro algo que me parece como una mano de hombre. Quizás es otro pasajero que busca también él apoyarse en el árbol maestro. Yo no sé quién es, como tampoco se cómo me encuentro yo mismo en esta barca. Pero el toque de esa mano me da confianza: me inclino hacia delante para poder estrujarla y para expresar mi solidaridad con alguien en esa oscuridad que estremece. Querría también intentar decir algo, aun sin saber si mi compañero de barca comprende el italiano. Pero entretanto él comienza a hacerme algunas breves preguntas, a las que contesto con mucho gusto. Se trata de una persona que no conocía, pero de quien había oído hablar. Me impresiona su interés por mí en difícil momento, en que cada uno sólo debería tener ganas de pensar en sí mismo. Dialogando así en la noche profunda, en ese momento de incertidumbre y también de peligro fueron despuntando poco a poco las primeras luces del alba. Reconocí el lugar en el que me encontraba: estábamos nosotros dos solos en la barca. Y utilizando algunos remos que encontramos en el fondo de ella, nos pusimos a remar hacia la orilla, parándonos de vez en cuando para saborear la calma del lago. Nos hemos dicho muchas cosas en esas horas. Ha quedado bien claro durante la conversación que éramos muy diferentes uno del otro. Pero nos respetamos como personas y nos a queremos como hijos de Dios. También el hecho de encontrarnos en la misma barca nos ha permitido comprendernos y acogernos tal cómo éramos. Entre lo primero que nos hemos dichos hay naturalmente un poco de autopresentación. Así que aprendí que mi interlocutor tenía realmente ochenta y nueve años, mientras que yo estoy en los ochenta y dos. Don Luigi Verzé (me enteré después que este era el nombre de mi compañero de barca) presentó su vida como la uno que había vivido sesenta y un años de sacerdote (… )

Luigi Maria Verzé: ¡Cuánto ha cambiado ahora la valoración ética eclesiástica, con respecto a la que nos imponían en los tiempos de mi niñez. Por otra parte, ya que la moral es un imperativo categórico, la gente se construye su propia ética laica secular y la Iglesia se queda con una ética cristiana incoherente porque no es hecha suya ni por los mismos fieles. Recuerdo, por ejemplo, que en mi visita a las favelas de Brasil con frecuencia yo me encontraba con mujeres pobres sin marido con un bebé en el pecho, otro en el brazo y una fila de otros que la seguían, todo engendrados de maridos diferentes. Fue necesario concluir que se debía aconsejar y suministrar la píldora anticonceptiva. El Brasil, totalmente católico hasta los años ochenta, ahora está repleto de iglesias y grupos semicristianos, organizados sin embargo por las necesidades incluso pequeñas de la gente. La Iglesia Católica está demasiado lejana de la realidad y las corrientes humanas, cuando llega el Papa, tienen más o menos el valor de las juergas y de los partidos para la diosa Iemanjà, la antigua Venus a la que todos, incluso el prefecto cristiano, lanzan tributos florales. La Iglesia, más que vivir, sobrevive en los huesos de los heroicos misioneros primitivos. Y ya que estamos en materia de práctica moral, ¿qué me dice, eminente padre, De la negación de los sacramentos a fidelísimos divorciados? Pienso que también a los sacerdotes les tendrían que quitar pronto la obligación del celibato, pues temo que para mucho el celibato sea un ficción. ¿Y no sería mejor que la consagración de los obispos se hiciera por aclamación del pueblo de Dios, hoy tan ajeno a los hechos de la Iglesia? Quizás no estamos todavía maduros para todo esto, pero ¿no cree Usted que son temas sobre los que hay que pensar orando al Espíritu?

Carlo Maria Martini: Hoy hay no pocas prescripciones y normas que no siempre son comprendidas por el simple fiel. Por eso, la Iglesia aparece demasiado alejada de la realidad. Desafortunadamente estoy de acuerdo en que las corrientes de personas que van a manifestaciones religiosas no siempre las viven con profundidad. Es necesario prepararlas, es necesario después que se dé un seguimiento de reflexión en el ámbito de alguna parroquia o del grupo. Yo no creo, sin embargo, que se pueda decir que en países como Brasil, la Iglesia no vive sino que sobrevive sólo en los huesos de los primeros misioneros heroicos. La Iglesia vive allí también en personas sencillas, humildes, que hacen el propio deber, que aman, que saben comprender y perdonar. Es esta la riqueza de nuestras comunidades. Tantos seglares de estas naciones y también tantos laicos cercanos a nosotros son serios y comprometidos. Usted me pregunta qué pienso sobre el rechazo de los sacramentos a fieles divorciados. Yo me he alegrado para la bondad con que el Santo Padre ha quitado la excomunión a cuatro obispos lefebvrianos. Pienso, sin embargo, en otros muchos, que hay muchas personas en la Iglesia que sufren porque se sienten ellos mismo marginados y que sería necesario pensar también en ellos. Y me refiero, especialmente, a los divorciados que se han vuelto a casar. No a todos, porque no debemos favorecer la falta de consideración y la superficialidad, sino promover la fidelidad y la perseverancia. Pero hay algunos que hoy están en una situación irreversible y sin culpa. Han incluso contraído nuevos deberes hacia los hijos tenidos del segundo matrimonio y no existe ningún motivo para volver la historia atrás; más bien, sería insensato aconsejarle esto. Retengo que la Iglesia debe encontrar soluciones para estas personas. Dije a menudo, y repito a los sacerdotes, que ellos están formados para construir el hombre nuevo según el Evangelio. Pero en la realidad ellos tienen que a entonces ocuparse también en recomponer huesos rotos y salvar a las personas que han naufragado. Estoy contento de que la Iglesia se muestre a veces benevolente y apacible, pero retengo que debe tener este talante con todas las personas que lo merecen realmente. Son, sin embargo, problemas que no puede resolver un simple sacerdote ni un obispo. Es necesario que toda la Iglesia se ponga a reflexionar en estos casos y, guiada por el Papa, encuentre un camino de salida. Después de esto Usted afronta un problema muy importante, diciendo que a los sacerdotes habría que quitarles la obligación del celibato. Es un asunto delicado. Creo que el celibato es un gran valor, que permanecerá siempre en la Iglesia: es una gran signo evangélico. No por esto es necesario imponerlo a todos, y ya en las iglesias católicas orientales no es exigido a todos los sacerdotes. Veo que algún obispos proponen dar el ministerio presbiteral a hombres casados que tengan ya una cierta experiencia y madurez (viri probati). No sería sin embargo oportuno que ellos fueran responsables de una parroquia, para evitar un crecimiento adicional de clericalismo. Me parece mucho más oportuno de estos sacerdotes ligados a parroquias un grupos que opera con movilidad. Se trata de todos modos de un problema grave. Y creo que cuando la Iglesia lo afronte tendrá ante sí años realmente difíciles. No faltarán quienes digan que aceptaron el celibato sólo para sólo llegar el sacerdocio. Por otra parte, estoy seguro que habrá siempre muchos que escogerán el celibato. Porque los jóvenes son idealistas y generoso. Además, hay en el mundo algunas situaciones especialmente difíciles, en algunos continentes especialmente. Pienso sin embargo que usted toca a los obispos de esos Países presentar estas situaciones para encontrarles soluciones. Usted se pregunta incluso si no sería más conveniente que la consagración de los obispos sucediera por aclamación del pueblo de Dios. La elección de los obispos siempre fue un problema difícil en la Iglesia. En las antiguas situaciones en las que participaba mucho más el pueblo, se producían riñas y muchas divisiones. Hoy quizás la elección ha sido puesta demasiado arriba. Yo me acuerdo que un cardenal canonista intervino en una reunión para decir que eso no era justo que la Santa Sede hiciera dos procesos de selección para la misma persona: uno debería ser hecho en el lugar y el segundo por el Nuncio. En cuanto a la participación de la gente, hay alguna diócesis en Suiza y en Alemania donde se hace, pero es difícil de decir que las cosas vayan sin duda mejor. En conclusión, se trata de una realidad muy compleja. Sin embargo la manera presente de elegir a los obispos deben ser mejorada. Son temas sobre los que habría que reflexionar mucho, y hablar también sobre ellos mucho más. En los sínodos surgió algo sobre ello, pero luego no se profundizó jamás en ello. El problema, sin embargo, existe y debe poder hacerse una discusión pública al respecto.

    El cardenal Carlo Maria Martini y don Luigi Maria Verzé se encontraron varias veces entre el febrero y abril de 2009. Sus conversaciones, a las que asistió Armando Torno como moderador, fueron registrados, transcritas y releídas después por los dos. Están dedicadas a los problemas más relevantes del mundo contemporáneo y tocan tanto de ámbito religioso como laico. A menudo ellos afrontan temas delicados, otras veces hacen el análisis de una Iglesia amada y servida a la que ofrecen continuamente su total entrega; jamás se olvidan de subrayar que el amor de Cristo es la solución más alta. El cardinal y el sacerdote hablaron con mucha libertad, como puede suceder entre dos personas expertas y autorizadas con décadas de fe a las espalda. El resultado es de alguna manera único: una conversación sin fingimiento; o mejor, una serie de conversaciones en las que se encuentran espacio crítico, aperturas, recuerdos, posibilidades, tentativas y muchísimas esperanzas a que todos pueden adherir: es una propuesta abierta que se transforma, entre una pregunta y la sucesiva respuesta, en una reflexión libre y profunda. En ella está contenido, aunque entre temas aparentemente distantes, una invitación continua a la fe. El libro nacido de estos diálogos, que constituyeron el corazón de las visitas de don Verzé al cardenal Martini, se titula Estamos todo en la misma barca (Editorial San Raffaele, 96 páginas y 14.50 €).

[En el plazo de una semana desde ATRIO haremos un pedido colectivo del libro para reducir costes de envío: si alguien quiere un ejemplar -en italiano, se supone- encárguelo a antonio.duato@atrio.org] .

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