Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿De qué INSEGURIDAD hablamos?

02-Junio-2009    Sergio Zalba
    Esta reflexión nos llega desde Argentina. Y aunque da cuenta de algunos datos específicos de ese país sudamericano, parece que refleja una tendencia universalmente generalizada: la de culpabilizar y perseguir a las víctimas.

El tema no es nuevo. Pero en los últimos meses se han encargado de acentuarlo escandalosa, descarada y asquerosamente. Me refiero a lo que se ha instalado en los medios de (in)comunicación social con el término de ‘inseguridad’.

En el caso de Argentina, que se apresta a elecciones legislativas para fin de mes, se ha convertido en un tema central de campaña. Es el predilecto de los sectores políticos más retrógrados y reaccionarios. Sospecho que en otros países del mundo ocurre algo similar.

Poner el acento en la inseguridad equivale a desacentuar las causas que la generan. Porque no se trata de la brutal inseguridad que provoca el sistema político-económico neoliberal, el mismo que destruye al planeta y segrega a millones de personas de los bienes de la tierra. Al contrario, se trata de la inseguridad que provocan los más pobres, los excluidos por ese sistema, los olvidados de siempre. Por estos pagos, también se les llama ‘pibes chorros’.

Sí, en algo tienen razón. Arrebatos, asaltos y homicidios ocurren a diario. Gran parte de sus protagonistas son niños o jóvenes consumidos por la droga y por la miseria. Eso causa perplejidad, temor y muchísima bronca. A nadie le gusta imaginarse como víctima potencial. Los reclamos entonces, parecen justificados: que haya más policía, que se equipen más patrulleros, que se modifiquen las leyes, que se reduzca la edad de imputabilidad y, los más exaltados, hasta piden la muerte para el que mata.

Lo que no quieren ver, porque no conviene a sus intereses o porque la codicia los ha cegado, es que los pibes no son violentos, son violentados, que no es lo mismo. Ese es el gravísimo problema: son personas zamarreadas por años y años de inequidad y de exclusión. Son personas, cuyas personalidades han sido amasadas por la violencia estructural, son producto de la misma sociedad que ahora no sabe qué hacer con ellos. O sí, ‘sabe’ qué hacer: sacárselos de encima escondiéndolos bajo la alfombra de los presidios o simplemente eliminándolos con un tiro en la cabeza.

Según datos oficiales, unos 600 mil adolescentes/jóvenes del Gran Buenos Aires (la zona más populosa de Argentina) no estudia ni trabaja. El 35% de ellos, dice una encuesta llevada a cabo por el mismo gobierno bonaerense, cree que en menos de cinco años va a estar muerto; o por la droga o por reyertas internas o por la policía. Ese es el contexto en el que debe leerse el texto de la mal llamada ‘inseguridad’ que acosa a los pueblos empobrecidos y desmantelados del sur del mundo.

Tengo para mí, que el día en que las víctimas dejen de ser tratadas como victimarios, tal vez algunas cosas comiencen a cambiar. Quizá se entienda que el mayor descontrol social no lo provocan los violentados y andrajosos sino los violentos de camisa y corbata. Cuando las cárceles se llenen con esos verdaderos delincuentes y se les devuelva a las mayorías sus bienes expropiados, es posible que todos recobremos la seguridad perdida. El mundo podrá ser más humano, y los humanos podremos gozar del mundo.

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