Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

La mujer discriminada también en otras confesiones cristianas

01-Agosto-2009    Atrio
    Se podría pensar que el escándalo de una iglesia cristiana que no acepta la plena igualdad de las personas sin discriminación de género es exclusivo de los católicos. Pero el presidente Cárter nos da un testimonio de cómo lo vivió él tan profundamente en la Convención Bautista que le hizo abandonar su querida iglesia, a la que había pertenecido por más de sesenta años…

Perdí mi religión por la igualdad

Por Jimmy Carter (presidente de EEUU entre 1977 y 1981).

Durante demasiado tiempo se ha discriminado contra las mujeres y las niñas por una retorcida interpretación de la palabra de Dios.

He sido cristiano practicante toda mi vida [tiene 85 años], y diácono y profesor de la Biblia durante muchos años. Mi fe es para mí fuente de fuerza y consuelo, de la misma manera que las creencias religiosas lo son para cientos de millones de personas en todo el mundo. Por esta razón, mi decisión de romper con la Convención Bautista del Sur después de 6 décadas fue difícil y dolorosa. Fue una decisión totalmente ineludible cuando los líderes de la Convención, citando unos versículos de la Biblia cuidadosamente escogidos en los que se decía que Eva había sido creada en segundo lugar con respecto a Adán y que era responsable del pecado original, ordenaron que las mujeres deben estar supeditadas a sus maridos y les prohibieron ejercer de diaconisas, pastores o capellanes en el ejército.

Esta visión de que, de alguna manera, las mujeres son inferiores a los hombres no es privativa de una religión o creencia. A las mujeres se les impide tener una responsabilidad completa e igual a la de los varones en muchas religiones. Tampoco, por desgracia, esta actitud queda restringida a las paredes de las iglesias, mezquitas, sinagogas o templos. Esta discriminación, injustificadamente atribuida a una Autoridad Superior, ha servido de excusa para privar a las mujeres de la igualdad de derechos a lo largo y ancho del mundo durante siglos.

En su manifestación más repugnante, la creencia de que las mujeres deben estar totalmente supeditadas a los deseos de los hombres es una excusa para la esclavitud, la violencia, la prostitución forzada, la mutilación genital y las leyes nacionales que no tipifican la violación como delito. Pero también es la razón para que millones de niñas y mujeres no puedan ejercer control sobre sus propios cuerpos y sus propias vidas, y se les continúe negando el acceso a la educación, la salud, el empleo y los puestos de influencia en sus propias comunidades.

El impacto de estas creencias religiosas llega a todos los aspectos de nuestras vidas. Explican porqué en muchos países los chicos reciben una educación antes que las chicas; porqué a las niñas se les impone cuándo y con quién se tienen que casar; y porqué muchas se enfrentan a desmesurados e inaceptables riesgos en el embarazo y el parto, porque sus necesidades básicas de salud no están cubiertas.

En algunos países islámicos se restringen los movimientos de las mujeres, se les castiga por exponer accidentalmente un brazo o el tobillo, se les priva de una educación, se les prohibe conducir un coche o competir con un varón por un puesto de trabajo. Si una mujer es violada, con frecuencia es severamente castigada por ser la culpable del delito cometido contra ella.

Las mismas ideas discriminatorias subyacen debajo la constante diferencia de género en el salario, y explica porqué hay tan pocas mujeres en puestos directivos en países occidentales. Las raíces de estos prejuicios se hunden profundamente en nuestras historias, pero su impacto lo seguimos sufriendo cada día. No sólo lo sufren las mujeres y las niñas. Nos daña a todos. Los datos objetivos indican que invertir en las mujeres y en las niñas beneficia enormemente a la sociedad. Una mujer con estudios tiene hijos más sanos, y tiene más probabilidades de darles una educación. Gana más e invierte lo que gana en su familia.

Es sencillamente contraproducente para cualquier comunidad discriminar contra la mitad de sus habitantes. Necesitamos cuestionar y desafiar estas actitudes y prácticas interesadas y anticuadas -como estamos viendo en Irán donde las mujeres están en primera línea de la batalla por la democracia y la libertad.

Sin embargo, entiendo porqué muchos líderes políticos pueden ser reacios a meterse en este campo de minas. La religión, y la tradición, son áreas poderosas y muy sensibles a ser cuestionadas y desafiadas. Pero mis compañeros del Consejo y yo, que profesamos diferentes credos y tenemos diferentes trayectorias, no necesitamos ya preocuparnos en conseguir votos o en evitar controversias, y estamos profundamente comprometidos con cuestionar la injusticia allá donde la veamos. Los miembros del Consejo es un grupo independiente de líderes mundiales prominentes, reunidos por el ex-presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, quienes ofrecen su influencia y su experiencia para apoyar la construcción de la paz, tratar de resolver las principales causas del sufrimiento humano y promocionar los intereses compartidos por toda la humanidad. Hemos decidido prestar una atención especial a la responsabilidad de los líderes religiosos y tradicionales para asegurar la igualdad y los derechos humanos, y recientemente hemos publicado la siguiente declaración: “Es inaceptable la justificación de la discriminación contra las mujeres y las niñas basada en la religión o en la tradición, como si hubiera sido ordenada por una Autoridad Superior”.

Hacemos un llamamiento a todos los líderes para cuestionar, desafiar y cambiar las nocivas enseñanzas y prácticas que justifican la discriminación contra las mujeres, por muy arraigadas que estuvieren. Pedimos, en particular, que los líderes de odas las religiones tengan la valentía de reconocer y resaltar los mensajes positivos de dignidad e igualdad que todas las religiones principales del mundo comparten.

Los versículos de las Sagradas Escrituras cuidadosamente elegidos para justificar la superioridad de los varones son fruto del tiempo y el lugar -y la determinación de los líderes hombres de mantener sus posiciones de influencia- más que verdades eternas. Pasajes similares se pueden encontrar para justificar la esclavitud y tímida aceptación de gobernantes opresivos.

En las Sagradas Escrituras también se encuentran lúcidas descripciones en las que las mujeres aparecen como eminentes y veneradas líderes. Durante los primeros años de la iglesia cristiana las mujeres fueron diaconisas, sacerdotes, prelados, apóstoles, profesoras y profetas. No fue hasta el siglo IV cuando los líderes cristianos dominantes, todos ellos hombres, distorsionaron y dieron la vuelta a las Sagradas Escrituras para perpetuar sus posiciones de influencia dentro de la jerarquía religiosa.

Lo cierto es que los líderes religiosos hombres han tenido, y todavía siguen teniendo, la opción de interpretar las enseñanzas sagradas para exaltar o para supeditar a las mujeres. Por sus propios intereses egoístas, han elegido mayoritariamente hacer lo segundo. Esta elección constante proporciona las bases y la justificación para la persecución y abuso de las mujeres que invade todas las sociedades en todo el mundo. Esto viola claramente, no sólo la Declaración Universal de Derechos Humanos, sino también las enseñanzas de Jesucristo, del apóstol Pablo, Moisés y los profetas, Mahoma y los fundadores de otras grandes religiones, quienes han clamado por el trato justo y equitativo de todos los hijos e hijas de Dios. Ya va siendo hora de que tengamos el valor de cuestionar y desafiar estos puntos de vista.

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