Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

CURSO SOBRE EL ALMA Y SU DESTINO. Recensión

29-Septiembre-2009    Bernardo Pérez Andreo
    Concluida la presentación y debate sobre el libro de Mancuso, habíamos anunciado que seguiríamos ofreciendo reseñas críticas que fueran apareciendo en revistas o nos enviasen directamente. Esta es de un teólogo laico murciano, publicada en el número 239 de IGLESIA VIVA, de inminente aparición.

El hombre y su destino en el Universo.

Una nota crítica sobre un libro imprescindible

La lectura del libro de Vito Mancuso[1] resulta hoy inexcusable para cualquier alma que quiera ser cristiana y vivir en este mundo laico que se ha fraguado casi a contracorriente del cristianismo. Esta realidad no hay que justificarla en demasía puesto que aún vivimos, al menos en este país, las luchas entre el laicismo que quiere recuperar o mantener las parcelas de la realidad que considera enajenadas y donde se siente fuerte, y cierto cristianismo que se quiere verdadero pero apenas resulta fundamentalista y casi cómico. Por esta razón, el libro no sólo es útil, sino muy iluminador tanto para unos como para otros. Su fuerza estriba en saber situar cada cosa en su sitio y en no ir más allá de lo que dicta la recta razón. Es difícil atacar sus posiciones, y aún lo es más rebatirlas, pero creo que entre lo mucho bueno que hay en él también se encuentran algunas sombras que al que suscribe le crean cierta desazón, desazón que aumenta al no ver una respuesta definitiva a lo que creo que es la raíz fundante de la fe y la única respuesta posible a un mundo que se hunde por su propio pecado.

Quiero empezar con los puntos fuertes de este libro que se compendian en la solución a las aporías que las ciencias plantean al dogma católico tal y como está planteado. Esta solución parte de una afirmación fundamental y es que los dogmas no son la verdad en sí sino expresiones más o menos acabadas de una verdad fundamental, de ahí la necesidad de seguir reformulando los dogmas. De lo contrario caeríamos en un literalismo dogmático muy peligroso que Walter Kasper ya criticaba justamente en 1967 con una afirmación que hoy puede parecer escandalosa: “no creemos en dogmas, sino en Dios”[2]. Estos dogmas que no pueden ser sostenidos y que hay que replantear son el del origen divino inmediato del alma sin participación de los padres, el del pecado original como un estado de enemistad con Dios desde el nacimiento, el de la resurrección de la carne y el de la condenación eterna al infierno como estado insuperable. Según el autor, todos ellos contradicen lo que la ciencia nos puede decir hoy del hombre, pero también contradicen la razón misma y la más pura teología cristiana.

Contradicen la ciencia porque la existencia del alma y su origen hay que buscarlos en causas naturales, de lo contrario son muchos los problemas que habría que explicar, empezando por el de las personas que nacen directamente deficientes y continuando por aquellas que sin limpieza de ese supuesto pecado han llevado una vida que puede ser llamada santa. También contradicen lo que hoy se investiga sobre el cerebro, en especial las neuronas espejo, que parecen las responsables de lo que el hombre es filogenética y ontogenéticamente. Lo que llamamos alma está tan enraizada en nuestro cerebro que si extirpamos la región prefrontal ventromediana[3] se pierde la capacidad de tomar decisiones y prever nuestra vida, una capacidad que es indispensable para que se dé una vida humana verdadera. De la misma manera, lo que conocemos como alma, no sería sino una realidad potencial en el Sapiens y sólo puede desarrollarse con el contacto con otros, es decir, que necesita de cierta imitación, como reflejan las neuronas espejo. Si no vemos a otros hacer algo, no sabremos hacerlo; si no oímos hablar, no aprendemos a hablar; si no podemos hablar, no razonamos y perdemos la posibilidad de la realidad espiritual. Como se ve, todo nos conduce al surgimiento del alma desde la realidad natural, la acción de Dios hay que buscarla en las causas segundas, no en intervenciones directas que complicarían más que explicar el origen del hombre.

De otro lado, también contradicen las razones teológicas más antiguas, porque el dogma del pecado original pretende explicar cómo es posible que el mundo sea creación de Dios, por tanto buena, y en el mundo exista el mal. La única manera de conjugar esto es atribuir al hombre el mal, cualquier otra salida descargaría en Dios la culpa del mismo. Pero he aquí que el concepto de pecado original tal y como está formulado, hace recaer en Dios mismo la responsabilidad del mal, de lo contrario no se puede entender que Dios cree inmediatamente las almas de los hombres en el mismo momento de la concepción sin intervención de los padres, y estas almas nazcan alejadas de ese Dios que los ha creado. Si los hombres no participan en la creación del alma, Dios es el responsable de ese pecado de origen. Por eso Agustín defendía el generacionismo, es decir, que las almas son creadas de los padres, por eso contenían el pecado de Adán que se ha traducido de generación en generación. Pero el dogma actual defiende que el pecado es un estado de alejamiento del alma que debe ser limpiado por el bautismo y tal alejamiento debe aplicarse al creador de la misma. Es más lógico pensar que el alma procede de los padres y por ello tiene el pecado de estos. Aunque la ciencia nos dice que el alma surge desde la realidad material en la que se halla y que no es ni buena ni mala. Ahora bien, hemos de decir que tampoco es santa y sólo, como nos dice Mancuso, la formación espiritual podrá conducirle a la santidad y por tanto, según él, a la inmortalidad.

Aceptar esos dogmas debilita la imagen de un Dios amor, por mucho que se haya intentado presentarlo como una necesidad, sea del ser de las cosas o bien de la justicia divina. El Dios amor es el que está inmerso en el mismo proceso de creación y salvación del mundo. Su interés no es salvar almas, sino la realidad plena que él ha creado, porque es esta realidad la que debe ser salvada, salvada del pecado y salvada de la muerte. Ahora bien, nos indica Mancuso, la muerte no es un mal en sí, lo es cuando va asociada a un estado de perdición por no haber llegado el hombre al cumplimiento de sus más altas metas espirituales. Si el hombre se pierde, el mundo se pierde y la muerte es la consecuencia definitiva: la muerte que es fruto del pecado. Pero la muerte natural es una realidad positiva e integrada en la existencia del universo y por eso debe ser vista como una realidad que ayuda a la maduración del ser humano.

Hemos de tomarnos esto en serio porque entonces cambia toda la concepción cristiana transida de un completo platonogticismo. Con este término me refiero a la doble vertiente en la que ha caído el cristianismo desde hace quince siglos. Por un lado en el peor platonismo, en aquel que deja la realidad material en un segundo plano disminuido frente a la realidad ideal. Esta visión del mundo dio a luz un pseudocatecismo que todo el mundo es capaz de reproducir sin equivocarse como esencia de la fe. Este catecismo del platonismo vulgarizado (Nietzsche dixit), contiene las verdades esenciales del peor cristianismo posible: maldad de la materia, caída del alma, moral punitiva, dualismo antropológico, condenación definitiva, Dios sádico. Junto a este platonismo pervertido está el gnosticismo que defiende una salvación meramente intelectual e individual como trabajo esforzado del alma por conseguir desligarse del cuerpo.

Además de esta reconfiguración del dogma, que Mancuso explica con absoluta claridad y no deja resquicio para ninguna duda (creo imposible rebatirle aquí), tiene otra aportación que, no siendo novedosa en sí misma, sí lo es en la exposición. Se trata de una visión unitaria del proceso por el que el universo se crea y llega hasta la existencia del ser humano y la posible existencia más allá de la propia muerte. Aquí es deudor el autor, como él mismo reconoce, de Teilhard de Chardin en especial. Habla Mancuso de cinco discontinuidades cósmicas. De las cuatro primeras no hay duda ninguna: el big-bang, el nacimiento de la vida, el surgimiento de la inteligencia y el nacimiento de la moral y la espiritualidad. La importante es la quinta discontinuidad que él propone: el paso a una vida más allá de la muerte corporal, a la inmortalidad del alma. Este paso estaría solicitado por la misma realidad del alma que llegando a la espiritualidad libre está postulando la necesidad de su misma continuación. Aquí hace el autor algo de lo que ha renegado a lo largo de todo el libro y es recurrir al Dios tapagujeros del que hablaba Bonhoeffer. Como esta quinta discontinuidad no puede ser fundada en la ciencia, ha de recurrir a otra dimensión (122). La teleología que ha impulsado la creación hasta nosotros, puede y casi debe llevar hasta la inmortalidad del alma para que esta misma creación tenga sentido. El mismo orden que se aprecia en el mundo material invita a pensar que ese proceso de ordenación de la energía nos lleve hasta otra vida más allá de la muerte. La inmortalidad no sería sino la conservación del orden energético alcanzado por el alma que en sí no es sino una ordenación de la energía que hay en el ser humano. El ser-energía y el proceso teleológico hacia una continua ordenación de la energía serían los fundamentos para creer en la inmortalidad de las almas que han llegado a tal nivel de orden.

Llegados aquí surge un problema desde el mismo planteamiento del autor. Si el alma se construye progresivamente desde el alma vegetativa que está en el embrión, pasando por el alma sensitiva del feto y el bebé, posteriormente llegando al alma racional en el niño y el alma espiritual en el adulto educado y formado, entonces debe afirmarse que todo ese proceso de formación está, de algún modo, acumulado en esa alma, porque sin ese proceso esa alma no habría llegado al estado de ordenación energética en la que se encuentra. Esto quiere decir que la inmortalidad que se postula depende del mundo natural y social en el que el hombre está, sea por la alimentación recibida, por las condiciones del medio, por la educación, o por otros factores. Esto me lleva a plantear que el mundo, entendiendo por este todo lo que rodea al alma, debe ser visto como una estructura que impide o posibilita la inmortalidad del alma individual, con lo que hay que decir que este mundo es necesario pero no es asumido en la salvación. Estaríamos ante la imagen tan repetida de la mariposa que deja atrás la cápsula como desecho.

Ahora bien, entiendo que esta visión del mundo, que atribuyo a Mancuso, no es conforme al pensamiento cristiano más radical y tampoco es fiel a sus propios presupuestos. No es fiel a sus presupuestos porque partía el autor de una necesidad teleológica de ordenación de la energía, y aquí no se conserva, ni siquiera en sentido hegeliano, la realidad del universo. Aunque pudiéramos entender que la materia del universo se ve asumida en la energía del alma, puesto que materia y energía son lo mismo, como formulara Einstein, quedaría por explicar cómo son asumidas las miserias de los milenios de víctimas provocadas por los imperios de la historia, cómo puede redimirse el mal que sigue siendo practicado de forma inmisericorde y con una dosis enorme de barbarie racionalizada, como es el caso del Congo, de Abu Ghraib o de las cámaras de gas. La historia de la humanidad es parte primordial del proceso de creación-salvación de Dios, no un corolario que pueda ser despachado recurriendo a la necesidad o al misterio. Las víctimas claman justicia y esto es lo que el cristianismo, como vástago del judaísmo de base escatológica y apocalíptica, ha realizado desde los primeros tiempos. No es apropiado afirmar que la apocalíptica es una visión aún infantil de la fe cristiana y que sólo en los libros sapienciales se encuentra esa madurez[4]. De la misma manera cabría decir que los libros de corte sapiencial en la Biblia son la adaptación de la misma a un mundo empecatado y la legitimación de todo el sufrimiento. La corriente escatológica y apocalíptica está enraizada en la fuerza profética que nace del Éxodo, fuerza que mueve a Jesús en su anuncio del Reino de Dios.

El ser humano no se salva del mundo sino en el mundo. Se trata de salvar al hombre en sus circunstancias, de ahí que no sirva una imagen que deja intacto el dualismo que se pretendía deshacer, como el propio autor reclama. Si el mundo, no sólo la dimensión física (physis), sino también y sobre todo la dimensión histórica del mismo, no forma parte del lote salvado; si la única salvación es la del alma por medio de la inmortalidad, entonces hemos de concluir que el dualismo ha sido redefinido y que el sentido cristiano de creación se ha perdido para volver de nuevo a la visión griega, mesopotámica, egipcia o hindú. Todas las religiones tienen mucho que aportar al ser humano, pero sólo las de raíz profética se toman en serio el devenir histórico del hombre como un momento del ser divino, no como un impedimento. Y dentro de las religiones proféticas, sólo el cristianismo ha afirmado que la propia divinidad ha tomado la condición humana para que el hombre tome la condición divina. Esto también lo afirma Mancuso, pero no lo aplica a su comprensión de la salvación. Si Dios se ha hecho hombre es porque la creación entera está grávida de divinidad y eso nos empuja a analizar las condiciones concretas de esa encarnación como única hermenéutica posible del sentido del universo en plenitud. Una vez realizada tal hermenéutica descubrimos que la historia tienen un sentido en sí misma y que todo debe ser conducido hacia el punto Omega, hacia la confluencia de la resurrección del universo entero que se expresa como manifestación (parusía) de los hijos de Dios en el Hijo Resucitado.

Desde Jesús mismo, a esta realidad que engloba la salvación en sus dos aspectos: redención y liberación, los cristianos denominamos Reino de Dios, Basileia Tou Theou en el griego neotestamentario. Esta Basileia, esta soberanía de Dios, es la expresión más acabada de la unificación de todas las dimensiones del hombre: la natural, puesto que se da en el mundo físico; la personal, puesto que se refiere a la persona que realiza su salvación mediante el acto liberador; la comunitaria, en el sentido de que es en la comunidad donde se realiza esa liberación; la social, porque es una organización del mundo social del hombre; y la histórica, porque abarca a todas las generaciones que desde el mismo Abel están en la creación del Reino. Pero el Reino se opone y se le oponen, los reinos de este mundo, aquellas realidades socio-históricas que impiden que los hombres puedan vivir la comunión y la fraternidad como medio de theosis. Todos los imperios, desde el mismísimo nacimiento de las sociedades agrarias complejas, hace unos 8 mil años, se han opuesto a esta realización. El Reino de Dios, que también puede ser llamado Imperio de Dios, se opone a estos reinos y lucha contra ellos, como lo hicieron los Hapiru contra los egipcios, los profetas contra los tiranos reales, los Macabeos contra los seléucidas, los cristianos contra el imperio romano y todos los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas.

Esta contienda universal, esta conflagración cósmica, concluirá con la resurrección de la carne como única manera posible de asegurar la revolución permanente del universo. Un momento de esta resurrección de la carne lo constituye la constante transformación de materia y energía que hay en el universo. En los seres humanos, la energía que los constituye se transforma por completo en un nuevo ser, el ser resucitado a partir de la relación mantenida con Dios por medio de esa lucha contra el reino del pecado y la muerte que conlleva, por eso nace la Iglesia, como máquina de resurrección del universo entero por medio de los hijos de Dios que libran la batalla contra el reino de este mundo, hoy el Imperio Global Postmoderno[5]. La Iglesia es la expresión de la necesidad de una salvación colectiva, universal, plena y cath-olica (que abarca a toda la realidad y a todos los hombres). Es imposible salvar un alma si la carne que es su matriz, su madre, no se salva también; pero no es posible salvar la carne si no se salva el mundo físico de la que nace y el mundo social en el que se desarrolla su energía anímica. Pero más importante, es imposible salvar el alma y su carne si no se salva la historia entera que es la que ha generado, como parturienta, a los hombres. Por tanto, la salvación es única y universal, pero también la perdición puede ser única y universal. Dios no se ha guardado un as en la manga para ganar la partida al final. El destino de la creación-salvación depende por entero de los hombres, esa es la máxima consecuencia de que Dios creara un universo en donde la libertad es real y no una mera pantomima, pantomima en la que se convertiría en universo si la salvación estuviera asegurada en virtud de la omnipotencia divina.

El acto creador es el primer episodio de la teodramática: Dios ha querido devenir y eso es el tiempo, pero para devenir había de renunciar a la aseidad para abrazar la r(el)atio. He aquí la primera kénosis divina: el engendramiento del logos (ratio) como abandono de la aseidad y el nacimiento del tiempo[6]. Esta relación fundante se expresa como aliento vital que insufla vida en el corazón mismo del devenir. El Espíritu expresa la relación esencial de la divinidad, pero también se expresa ad extra la vida en el universo. Las cuatro fuerzas que rigen el universo: gravedad, electromagnetismo, nuclear débil y nuclear fuerte, son la expresión física de esta vitalidad desbordante. Los átomos se mantienen unidos por la fuerza que atrae electrones y protones; las galaxias giran por el amor que se profesan los astros; los animales se procrean debido al espíritu vital que anida en ellos; los hombres construyen el Reino por la fuerza abrasadora del Espíritu Santo que les empuja a la comunión en el ágape del Hijo.

La segunda kénosis es la renuncia a la omnisciencia, sólo si Dios renuncia a ella es posible la existencia de la libertad en el universo. Las leyes físicas están regidas por el azar y la necesidad, ese azar es el ámbito físico de la libertad en el universo, sin el azar aún estarían las moléculas combinando proteínas sin dar con nada nuevo, pero por su causa la materia pudo llegar a la consciencia y ésta alcanzó el espíritu, pero una conciencia libre puede negar su origen en la comunión amorosa de todo lo existente y querer vivir para sí mismo, de aquí nace el mal en todos sus niveles, hasta Llegar a las estructuras de pecado que son los reinos de este mundo, donde los hombres son masacrados en virtud de una razón instrumental que lo reduce todo a conseguir el máximo beneficio para unos cuantos en el planeta. Esta era la consecuencia negativa de la segunda kénosis, pero era necesario asumirla como condición para poder devenir, ser en relación. Sólo hay amor si este es libre y sólo hay conciencia espiritual si nace del hombre, luego la libertad es condición imprescindible para la comunión, y ésta es el camino para la divinización plena y definitiva de todo lo existente, cuando Dios sea todo en todas las cosas existentes, cuando Dios sea definitivamente.

La última kénosis está por realizarse, precisamente cuando Dios sea todo en todas las cosas. En ese instante, todas las cosas serán en Dios y Dios será todas las cosas en sí mismo. El proceso de la renuncia absoluta de Dios a sí mismo como devenir de Dios en todas las cosas es lo que llamamos creación-salvación. Este proceso está plagado de muchas kénosis, tantas como seres humanos que las aceptan en su vida entre los últimos, siendo los más pequeños y servidores y al final en la muerte como final definitivo de su kénosis. Pero quien entra en el proceso kenótico ha entrado en Dios mismo que deviene con el universo en su Kénosis divina y Vive en El que Es hasta que todo el universo se haya consumado, entonces veremos los cielos nuevos y la tierra nueva donde habita la justicia, conoceremos como somos conocidos y el mar ya no existirá. El proceso habrá concluido y la Vida se extenderá sin fin para todos aquellos que la perdieron. Los que no aceptaron la kénosis y vivieron su vida, la perderán definitivamente.

Estas tres kénosis divinas tienen un correlato negativo, una ganancia por sobreabundancia en Dios mismo. La única de sus dimensiones que no sufre kénosis porque lo es en sí misma es el amor benevolente. Omnipotencia y omnisciencia quedan asumidas en la pura benevolencia divina. Es la misma benevolencia la que ha provocado todo el proceso kenótico que ha dado lugar al universo, al ser humano y a la asunción de todo en Dios mismo. El final es una perijoresis ampliada que llega a abarcar la entera creación. El amor es la última realidad que permanece, la única substancia, porque Dios es Amor y los que aman están en Dios.


[1] Vito Mancuso, El alma y su destino, Tirant lo Blanch, Valencia 2009.

[2] Walter Kasper, Geschichtlichkeit der Dogmen?” Stimmen der Zeit 179 (1967) 401-416.

[3] Cf. Antonio Damasio, El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, Crítica, Barcelona 2008, 53.

[4] “La apocalíptica es la expresión de un estadio inmaduro de la espiritualidad, de una incapacidad de la conciencia de aceptar el mundo tal como es, en su lógica impersonal”, Vito Mancuso, El alma y su destino…, 265.

[5] He tratado esta misma temática en Bernardo Pérez Andreo, “Una alternativa cristiana a la globalización postmoderna” Carthaginensia 23:43 (2007) 1-44.

[6] Una crítica al concepto de logos puede verse en Bernardo Pérez Andreo, “Alternativa cristiana al (des)orden mundial: logos, imperio y cristianismo” Revista Iberoamericana de Teología 5 (2007) 69-90.

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