Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Enrique Miret, cristiano ecuménico y teólogo seglar

13-Octubre-2009    Juan José Tamayo

Con el fallecimiento de Enrique Miret Magdalena el catolicismo español pierde una de sus voces más autorizadas. Desde mediados del los años cincuenta se mostró crítico del nacionalcatolicismo, enfrentándose a las autoridades religiosas y políticas, que intentaron silenciarle sin conseguirlo dada su independencia ideológica.

Como dirigente de la Acción Católica, escritor, conferenciante y profesor de teología defendió un cristianismo renovador en sintonía con los nuevos climas culturales, dio a conocer la “nueva teología” europea y se adelantó en una década a las reformas propuestas por el concilio Vaticano II. Lo conocí hace cuarenta años, siendo yo estudiante de teología. Tuve la oportunidad de tratarlo más de cerca y de conocerlo mejor, durante los ocho años de su presidencia de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII (1996-2004), cargo del que dimitió al cumplir 90 años, pero con todas las luces mentales encendidas. Fueron años en los que fortalecimos los lazos de amistad y tejimos una complicidad heterodoxa en plena sintonía.

Mientras imperaba en España la apologética del catolicismo, Enrique Miret estuvo muy atento al fenómeno religioso y a su evolución, haciendo análisis críticos del catolicismo cultural español. Tengo delante La revolución de lo religioso, uno de sus mejores obras de sociología de la religión, donde estudia las sucesivas crisis y metamorfosis de la religión. Se trata, a su juicio, de una crisis profunda provocada por la secularización, pero también por la incoherencia de las propias religiones; una crisis necesaria y positiva que ayuda a liberar a las creencias de sus adherencias supersticiosas y de sus tendencias mágicas. Miret no se queda en el fenómeno eclesiástico. Va al fondo de la religión que, en la mejor tradición de Pascal, intenta compaginar la doble racionalidad: la del corazón y la de la mente. Coincide con el humanista español Juan de Valdés, amigo de Erasmo de Rotterdam, en que el cristianismo “no consiste en ciencia sino en experiencia” y con Henri Bergson en que la mística es la quintaesencia de la religión.

En medio de un catolicismo conformista, Miret vivió y practicó un catolicismo crítico del poder, de todo poder, el político y al religioso, teniendo como guía la crítica jesuánica a los príncipes de este mundo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, los dominan como señores absolutos y sus grandes los oprimen con su poder”. Su crítica se centró sobre todo en las autoridades eclesiásticas por abusar de sus funciones y erigirse en Poder Absoluto suplantando a Dios. Fue crítico igualmente de las instituciones, tanto eclesiásticas como políticas, al olvidarse que son sólo mediaciones al servicio de fines humanitarios y liberadores. Pero su crítica no fue ácida, y menos iconoclasta, sino serena y constructiva. Y lo era por talante y por convicción. La práctica del yoga le ayudó a templar sus denuncias.

En un clima de sumisión al orden establecido, fue un intelectual comprometido con la libertad durante cerca de sesenta años, primero con dictadura en defensa de los derechos humanos, después, en la democracia, participando activamente en la vida política, social, cultural y económica como presidente de la Copyme, Ymca, Mensajeros de la Paz, y defendiendo los derechos humanos de los sectores más desprotegidos, especialmente de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes marginados. Esta tarea le tuvo ocupado durante sus cuatro años al frente la Dirección General de Protección de Menores durante el primer gobierno de Felipe Gonzalez, llevando a cabo una profunda renovación de los métodos educativos en los centros de menores

En una época en que la teología era monopolio de los clérigos, Miret tenía muy a gala el ser teólogo seglar y así lo hacía constar al pie de cada uno de sus escritos. Ha sido el único presidente seglar de los cinco que ha tenido la Asociación Juan XXIII. La secularidad se deja sentir en sus textos, escritos en un lenguaje laico, en plena sintonía con la ciudadanía y muy alejado de la jerga eclesiástica. Un lenguaje en total correspondencia con su estilo de vida seglar. En esa clave, pero sin por renunciar a la profundidad teológica, reformuló los grandes temas del cristianismo en sus artículos de opinión, entrevistas, libros y conferencias

Lo que no significa que se dejara llevar por las modas del momento. Todo lo contrario. Miret era un gran conocedor de los clásicos de la teología, de la filosofía y de la mística, sobre todo del siglo XVI, que pusieron los cimientos para el pensamiento moderno y para el discurso crítico, y a quienes citaba como autores de referencia para una teología abierta en un mundo mayor de edad en sentido kantiano. Su obra teológica más emblemática a este respecto es sin duda El nuevo rostro de Dios, en la que recurre a la experiencia y al lenguaje simbólico de los místicos, entra en la mente de los agnósticos, con quienes muestra una gran sintonía, y, desde su formación científica –era químico- dialoga con la ciencia.

En un clima político y cultura de religión única, destacó muy pronto por su apertura y hospitalidad hacia otras religiones y movimientos espirituales, sobre todo las minoritarias y perseguidas, por los que abogó durante la dictadura ante las autoridades civiles y a quienes defendió frente a las condenas de la jerarquía católica. Fue un creyente ecuménico que defendió y practicó la libertad religiosa antes de que se aprobara la Declaración sobre Libertad Religiosa en el concilio Vaticano II.

Vivió una espiritualidad interreligiosa en la que convivían armónicamente y sin contradicción las distintas herencias espirituales de Oriente y de Occidente. Muchas veces le oí citar un texto del sufí murciano Ibn al Arabí, ejemplo de interespiritualidad: “Mi corazón se ha convertido en receptáculo de todas las formas religiosas: es pradera de gacelas y claustro de monjes cristianos, templo de ídolos y Kaaba de peregrinos, tablas de la Ley y pliegos del Corán. Porque profeso la religión del amor y voy adondequiera que vaya su cabalgadura, pues el amor es mi credo y mi fe”.

Así era mi entrañable amigo el teólogo seglar Enrique Miret Magdalena. Así le recordaré siempre y así me gustaría que lo hicieran quienes le conocieron.

    Juan José Tamayo es secretario general de la Asociación de Teólogos y teólogas Juan XXIII.

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