Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

A Nagore, Carolina, José Diego

19-Noviembre-2009    José Arregi

Queridas Nagore, Carolina, querido José Diego:
Un terrible huracán os arrastró aquella noche de San Fermín del año 2008, en nuestra querida Pamplona, y sembró de ruina, de angustia, de muerte vuestras jóvenes vidas. ¡Pobres vidas! Nagore, una mano que momentos antes parecía amiga de pronto se volvió loca, se tornó brutal, y te asfixió. A ti, alegre estudiante de enfermería, a tus 20 años. ¡Pobre Nagore, pobre madre tuya!

Carolina, esa mano era la de tu novio adorado, tu camarada médico, tu chico 10, con quien salías desde hacía tres años; tú estabas de guardia en la Clínica velando, curando, cuidando enfermos con tus manos enamoradas, mientras muy cerca de allí se agitaba el torbellino que te hizo naufragar. José Diego, querido José Diego, un huracán te arrebató a ti el primero, ¡y cuánto desearías ahora que te hubiera arrebatado solamente a ti!

Nagore, Carolina, José Diego, yo no sé qué deciros, ni si debo escribiros a los tres a la vez. Me estremece dirigiros a los tres juntos, pero ¿cómo no hablaros juntos a los tres, si es el mismo huracán el que os devastó? ¡Ojalá hubiera una mirada, una palabra, una mano que os pudiera consolar a cada uno en vuestra pena singular e indecible!

Querida Carolina: la noche más alegre de Pamplona se convirtió para ti en la noche más triste, y aún te envuelve aquella tristeza. Tú estabas ajena a todo, tú cuidabas a tus enfermos y, de pronto, proyectos e ilusiones infinitas, todo se derrumbó. Perdiste el amor, perdiste la inocencia, perdiste la esperanza. Pero Jesús te dice: “¡Ánimo, Carolina, no temas, yo estoy contigo! Volverá el consuelo, volverá el amor. Sigue curando heridas con tus manos de médico. Yo también soy médico y sé curar heridas”.

Querida Nagore: ¡oh!, tú fuiste la más desafortunada, tú fuiste la más herida. La pena de los tuyos es inmensa, y también la ira. Pero yo quiero imaginar que tú nos dices: “No lloréis por mí, yo ya encontré consuelo, ya descanso. Creedme: entre todas las personas desgarradas de aquella noche terrible, yo soy la más afortunada, pues ya vivo en la Vida”. Sí, háblanos así, querida Nagore, haz que sintamos que nos hablas así desde más allá de las fronteras de este mundo triste. Tú eres así lo quiero creer la única que puede recordar sin enfermar el horror de aquella noche. Tú eres la única cuya memoria está sanada de la angustia, del miedo, del rencor. Di a tu pobre madre: “Ama, Jesús está contigo, y yo también juntamente con él, y juntos te consolaremos como en otro tiempo a la viuda de Naín, y a todas las madres que perdieron a sus hijas a manos de la crueldad o de la locura. Yo comprendo vuestra pena y vuestra ira, pero os pido en nombre de Jesús, en nombre de la bondad, en nombre de la justicia: No os dejéis ganar por la tristeza, ni por el rencor; no os concentréis en mi nombre para reclamar castigo. Mi gran herida no se curará hasta que se curen vuestras heridas por mí. Y vuestras heridas por mí no se curarán hasta que dejéis de pedir más castigos. Os lo pido en el nombre del Dios de la Vida y del Amor en quien vivo. En Él no conozco castigo. Y ahora entiendo que la justicia no consiste en hacer pagar, sino en curar el daño”. Sí, Nagore, háblales así a tu madre y tu familia, háblanos así. Cuídanos con tus manos de ángel enfermera, hasta que nuestra memoria se cure del todo.

Y tú…, ¡querido José Diego! No puedo dejar de sentir que la tuya es la mayor desgracia, la más difícil de aliviar. Tú también lo perdiste todo, y más que todo: pasaste de ser un chico perfecto a ser un criminal. ¡Qué tristes deben de ser tus días y qué negras tus noches en la cárcel! ¡Qué insoportables deben de ser las voces de gente de Pamplona pidiendo más penas para ti! Jesús te dice: “José Diego, yo vine a buscarte desde siempre, y no te dejaré nunca. Te lo juro por mi Dios y por tu Dios: yo te busqué y te encontré en los duros caminos de Galilea, y compadecí tus dolores y contemplé tu bondad. Sí, yo creo en tu bondad, y quiero que también tú vuelvas a creer. Yo quiero enjugar con mis manos tus lágrimas de día y de noche, junto con las lágrimas de todos los que lloran, y quiero que vuelvas a mirar el cielo. Quiero que vuelvas a quererte, quiero que vuelvas a vivir. José Diego, quiero que vuelvas a ser médico de cuerpos y de almas, como yo, conmigo, con nuestro Dios, para que todos los cuerpos heridos y las almas enfermas se curen. ¡Lo necesitan tanto!”.

Nagore, Carolina, José Diego: os vimos llegar con tres heridas, la de la muerte, la de la vida, la del amor. ¡Que nuestra mano ponga en vuestras llagas el bálsamo de Jesús!

    Parar orar

    Que todos los seres que existen,
    débiles o fuertes,
    largos, grandes, medianos,
    bajos, pequeños o gruesos,

    que todos los seres que existen,
    conocidos o desconocidos,
    cercanos o lejanos,
    nacidos o por nacer,
    que todos los seres sin excepción estén felices.

    Que nadie engañe ni desprecie a otra persona en ningún lugar.
    Que no desee el daño de los demás con enojo.
    Así como una madre protege a su única hija o hijo a costa de su propia vida,
    de la misma forma uno debe cultivar un corazón sin límites hacia todos los seres.

    Que los pensamientos de amor llenen todo el mundo,
    arriba, abajo y a lo largo;
    sin ninguna obstrucción, sin odio, sin enemistad.
    Parado, caminando, sentado o acostado, mientras despierta,
    una debe cultivar esta meditación de amor.
    Su vida traerá el cielo a la Tierra.

    (Plegaria budista)

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