Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¿Justicia que castiga o justicia que cura?

26-Noviembre-2009    José Arregi

Hola amigas, amigos:
¡Ojalá les vaya mejor en otros planetas! En el nuestro, en esta nuestra pequeña Tierra verde y azul, las cosas no van bien, a pesar del esfuerzo de mucha gente buena. El océano del dolor es más grande que todos los océanos juntos, pues también los océanos están llenos de dolor.

Los remedios del pasado han fracasado: ¿es que no le vemos aún? Millones de Auschwitz y Gulags, Guantánamos y Abu Grahibs, ejércitos y muros: todo ha sido un fiasco. No aliviaremos el inmenso dolor del mundo hiriendo y matando al que hiere y mata. La Tierra no da para más cárceles. Es preciso que demos un gran paso adelante y que reemplacemos la lógica del castigo por la lógica de la curación. Sí, nosotros podemos.

Mientras lo escribo, pienso: ¿No serán todo esto ideales ingenuos, pensamientos débiles, sueños vacíos de una mañana de otoño triste y bella en Arantzazu? ¿Quién soy yo para impartir consejos, yo que nunca he tenido un hijo que educar, ni asuntos públicos que gestionar, ni siquiera un convento que dirigir? Así es, pero ¿cómo llegaremos a un futuro sin soñarlo?

Supongo que es inevitable que unos padres digan a su hijo irresponsable: “Este fin de semana te quedarás sin TV ni juegos de ordenador” (al fin y al cabo, poca cosa perderá por ello). Y supongo que es mejor que no se lo perdones el sábado al mediodía, si realmente quieren que su hijo aprenda a ser responsable. Y supongo que ninguna sociedad puede funcionar sin algún tipo de recompensas y sanciones, a menos que nuestra pobre especie Homo Sapiens et Insapiens dé un gran salto evolutivo (que tal vez algún día llegará). Y doy por sentado que un ladrón debe devolver todo lo que ha robado, y tal vez con intereses. Y que toda víctima debe ser reparada en todos los sentidos de la mejor manera posible. Todo eso lo doy por supuesto, pero quiero ir más allá: ¿en qué consiste la justicia cuando alguien ha matado a alguien?

La ley del talión (”ojo por ojo, diente por diente, muerte por muerte”) significó un gran progreso en la humanidad hace tres mil años. La ley del talión regulaba y controlaba la venganza, tan vieja como la humanidad y tan difícil de dominar: si te rompen un diente, tú no puedes romper dos, si te matan un hermano, tú no puedes matar dos. Pero hubo quien dijo: “Amarás a tu enemigo” y “Vencerás al mal a fuerza de bien”. Pero era muy ingenuo, y no se lo creímos. Y, casi dos mil años más, seguimos enseñando que es preciso expiar el crimen con el castigo, que es preciso compensar el mal cometido con el mal padecido. Es el viejo derecho penal, la vieja teología del castigo todavía tan presente.

En el siglo XIX se dio un gran paso en la filosofía del derecho: “La pena de un criminal no es para expiar el mal cometido, sino para impedir que vuelva a cometerlo él u otros; más aun, la pena es para regenerar al criminal y convertirlo de malhechor en bienhechor”. Así reza nuestra filosofía. Pero no rezan así nuestros peores instintos. La filosofía cambió, los sentimientos no, y el código penal muy poco. Seguimos manteniendo el viejo sistema penitenciario aunque ya no responde a la moderna filosofía. ¿Crees de veras que la cárcel convierte a alguien de malhechor en bienhechor? No. ¿Para qué es entonces una cárcel? ¿Crees que la cárcel disuade a los delincuentes? No. Ni siquiera lo hace la pena de muerte allí donde se aplica. ¿Para qué es entonces una cárcel? Me dirás: “Al menos mientras está en la cárcel, un asesino no mata”. Olvidas que también en las cárceles hay violencia y asesinatos (eso lo olvidamos todos). Si la cárcel no regenera al malhechor y no lo vuelve bienhechor, y ni siquiera lo disuade, y si únicamente es un lugar donde tener a buen recaudo a la gente peligrosa, entonces lo propio sería aplicar prisión perpetua a la gente peligrosa (y yo no estoy seguro de ser menos peligroso que el más peligroso de los hombres, y tal vez lo más seguro sería encerrarnos a todos). Pero sería el reconocimiento de un fracaso, un vergonzoso y humillante fracaso de la humanidad. Lo hemos inventado todo para matar y no hemos inventado aún nada mejor que una cárcel para impedir que alguien mate. Hemos invertido muchos miles de millones para encontrar cien litros de agua preciosa agua entre las rocas de la Luna, y no hemos encontrado aún el camino a la preciosa fuente fuente de bondad que se oculta en el corazón de un malhechor, para hacerla brotar.

Si tú tienes dos hijos y uno de ellos mata al otro por sinrazón o crueldad, tú que eres madre y lo has parido con dolor, ¿acaso lo llamarías “maldad”?, ¿dirías acaso de un hijo de tus entrañas que es “malo” sin paliativos?, ¿lo querrías ver pudrirse literalmente en la cárcel durante diez, veinte o cuarenta años? A tu hijo, seguro que no. ¿Y a otros hijos de otras madres como tú, a ésos sí? Es la vieja historia de Caín y Abel; ambos eran hijos de Eva. La sangre de Abel siguió gritando en la tierra recién estrenada; no sabemos lo que hicieron Adán y Eva con Caín, y aún no había cárceles, pero ya había vengadores; y Dios le puso a Caín una señal de protección en su frente para que nadie lo matara ni lo maltratara tampoco a él, el asesino, y quiero pensar que esa señal de protección convirtió a Caín de nuevo en hermano y bienhechor, y los pobres Adán y Eva lo ayudaron y el pobre Abel también lo ayudó desde la entraña de la tierra, madre de todos.

Hace falta un gran salto en la civilización. Un gran salto en la justicia. Más allá de una justicia vindicatoria (¿de qué sirve hacer sufrir al malhechor para hacerle expiar su crimen?). Más allá de una mera justicia penal (¿de qué nos sirve un sistema penal que no regenera al criminal?). Un gran salto hacia una justicia que mira, sí, a curar todas las heridas de la víctima, pero también todas las heridas del victimario. Un gran salto hacia una justicia humana. Es la justicia que a ti te gustaría que se aplicara contigo, si tú fueras el victimario. Pues bien. “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti. Trata a tu prójimo como a ti te gustaría ser tratado”. Sólo eso.

Si a ti te han matado a un hijo o a una madre, o están matando a todo tu pueblo, yo querría estar en silencio junto a ti toda una eternidad, y dejar que desborden en ti todos los ríos de dolor y de ira. Pero en algún momento, no sé cuando, te querría decir, con la voz muy baja, con los ojos muy bajos: “¡Ánimo, tú puedes! Tus lágrimas pueden curarte. Tu memoria puede sanar. ¡Que tus lágrimas te curen! ¡Que tu memoria se sane! No te dejes arrastrar por la ira, el rencor. Busca consuelo más adentro en ti. Y trata, sí, trata también de mirar más adentro en el otro, pues sólo entonces te curarás”.

No sé cuánto tiempo habría que dejar transcurrir antes de hablar así; cualquier tiempo sería una eternidad. Jesús entró en esa eternidad en el momento mismo en que le estaban crucificando, y murió perdonando y prometiendo el paraíso al buen ladrón, que era asesino, y no era bueno porque no fuera asesino, sino porque miró a Jesús, y a aquel otro asesino que no miró a Jesús, Jesús también lo miró. Yo no puedo pedir eso a nadie, pero es lo que quiero seguir soñando.

Sea lo que fuere lo que piensas de todo lo dicho, déjame que te diga, amigo, amiga: ¡Que la mirada de Jesús cure tus heridas!

José Arregi

    Para orar

    “No hagáis daño a ningún ser viviente”:
    he ahí el camino eterno, permanente e inalterable de la Vida.

    Quien cede a la violencia no obtendrá ninguna protección
    para la abundancia de la riqueza, ni en esta vida ni en la otra.

    Perdona a todas las criaturas, y que todas las criaturas me perdonen.
    Para todas tengo amistad, para ninguna enemistad.

    Quien vive de la espada es presa del miedo.

    A quien tratas de golpear no es, en verdad, otro que tú mismo.
    A quien tratas de gobernar no es, en verdad, otro que tú mismo.
    A quien tratas de torturar no es, en verdad, otro que tú mismo.
    A quien tratas de convertir en esclavo no es, en verdad, otro que tú mismo.
    A quien tratas de matar no es, en verdad, otro que tú mismo.

    Aprende que la violencia es la raíz de todas las miserias del mundo.

    Todos los seres desean vivir, ninguno desea morir.
    Matar es, pues, algo terrible.
    Los que creen en la paz no deben jamás incurrir en eso.

    Toda arma, por poderosa que sea, siempre puede ser reemplazada por otra superior;
    pero ningún arma puede ser superior a la no-violencia.

    Sí, la violencia es el nudo de la esclavitud. Sí, es falsa apariencia.
    Sí, es la muerte. Sí, es el infierno.

    (Plegaria jainista. El jainismo es una religión hindú fundada por Mahavira en el s. VI a.C.).

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