Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Los obispos hablan de la crisis

16-Diciembre-2009    Honorio Cadarso

El documento de la Conferencia episcopal española sobre la crisis económica, firmado el 27 de noviembre y dado a conocer a la prensa en este último fin de semana, tendríamos que valorarlo como un gesto de responsabilidad y un hacer frente a los problemas que hoy vive nuestro mundo. Otra cosa es su contenido. En el que hay elementos positivos, reflexiones de hondo contenido evangélico, aunque uno, con toda humildad pero con toda libertad, se atreve a plantear a los Obispos preguntas y reservas y críticas.

Hay un párrafo en el que se constata (eso, simplemente se constata, ni se condena ni se aplaude) que el mundo está sometido a crisis (económicas) periódicas. En opinión de quien esto escribe, y creo que en la de muchos más, esas crisis no son fruto de un orden irreversible, fatal, inevitable. Esas crisis son evitables con una reforma política:y sería muy evangélico clamar por esa reforma que haga imposibles esas crisis.

Tanto más cuanto que los obispos confiesan que habría que abordar el tema de la crisis desde una visión de SUS CAUSAS y de sus víctimas. Pero de sus causas y de la eliminación de esas causas, sólo dicen vaguedades, como combatir la codicia y crear conciencia del bien común… y cosas por el estilo.

Cierto, hay un momento en el que los obispos se excusan de no profundizar en el tema con el clásico “desplante” o latiguillo tan recurrente en la doctrina social de la iglesia: “no tenemos soluciones técnicas que ofrecer”.
Lo cual se nos antoja una manera de echar balones fuera. Porque es curioso también que en el conjunto del documento se haga reiterativamente una alusión a las víctimas de la crisis, a las cuales hay que ayudar… Esas víctimas son los pobres, los países subdesarrollados, las familias, especialmente las más numerosas, los jóvenes, los pequeños y medianos empresarios, los emigrantes…

Y el caso es que en varios momentos los obispos insisten, y creo que esta insistencia es muy positiva, en que “el desarrollo debe alcanzar a todo el hombre, y a todos los hombres”. ¡Bravo! Y ya puestos en esta tesitura, sres. obispos, ¿por qué no remachar que los grandes banqueros, los que roban y saquean y condenan a muerte por hambre a la humanidad, son ellos también víctimas de esta crisis económica, que los ha reducido de su condición de seres humanos en puros robots, tiranos y genocidas? ¿Por qué no hay ni una palabra de estas en su discurso? El desorden económico afecta, de acuerdo, a los económicamente oprimidos, pero los opresores son también víctimas de sus propios excesos.

El problema no lo tienen los que no tienen lo suficiente, lo tienen los que viven aplastados por unas riquezas que, cuidado seres obispos, no las han recibido de Dios, como parecen ustedes insinuar en algún lugar del documento, sino de su rapiña y voracidad. Dios no puede ser causante de un exceso de riqueza que apasta y envilece a la persona humana. Si quieren atribuirle a alguien la causa de esta situación, ¡cárguensela al Diablo!

Pero quizá el mayor reproche que me atrevería a hacer al documento es el tratamiento que da al problema de la natalidad y el aborto. Se dice por activa y por pasiva que una política de fomento de la natalidad engrandece a los pueblos y una política de freno de la natalidad los lleva a la ruina y la decadencia. Se ensalza el derecho a la vida, se condena por activa y pasiva el aborto.

¿Cómo no vamos a defender el derecho a la vida? Ahí todos estamos de acuerdo. Pero, señores obispos, ¿a qué vida? El alto nivel de natalidad se da en Filipinas, en toda el África, en China, en la India. ¿Creen ustedes que este alto nivel de natalidad está dando a esos países un alto bienestar y grandeza? Verdaderamente ¿desean ustedes para la persona humana el disfrute del derecho a la vida como lo están disfrutando los filipinos, los chinos, los indios, los africanos?

Señores obispos, nuestro planeta tiene una capacidad equis para admitir como inquilinos a un número equis de seres humanos. Ustedes y todos os seres humanos tenemos, creo yo, la obligación de mantenernos dentro de eses límites que nos pone la capacidad del planeta. Por supuesto garantizando una distribución equitativa de los recursos del planeta para todos los seres vivientes. Pero la tierra no se puede estirar como un chicle. Que es lo que parece que intentan o predican ustedes.

Por lo demás, no hay demasiadas alusiones, ni demasiado explícitas, a la necesidad de un compromiso de los cristianos de cara a la reforma del sistema político que da todo el poder a los ricos y niega todo poder a los pobres. Sólo se hacen alusiones explícitas a actividades de carácter puramente asistencial, de caridad-limosna, de aportar “el 1,5%” de no sé qué. Si tan serio y tan grave es el problema, se me antoja que los remedios no son suficientes…

Y todo ello sazonado con frecuentes alusiones al nombre de Dios, a la ausencia de Dios de este mundo moderno, y a la Iglesia samaritana. Efectivamente, esa iglesia samaritana de Vicente Ferrer, de la teología de la liberación, de los cristianos comprometidos en la reforma de las instituciones. ¿O tal vez se refieren ustedes a otra iglesia?

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