Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

¡Basta ya!

19-Diciembre-2009    Atrio
    La protesta contra el método que se sigue en la Iglesia Católica para nombrar obispos es antigua y universal. No se reduce al último nombramiento del obispo de San Sebastián. No se resuelve apelando a la suprema y universal autoridad del papa. De hecho, son otros hombres de menor nivel los que, amparándose en el papa y en el secretismo, consiguen en cada momento hacer más presión en la curia romana, para llevar el agua a su molino. Y esto puede y debe cambiar. IGLESIA VIVA en su último número –el 240– lanza un grito: ¡Basta ya! que aquí reproducimos y sometemos a diálogo, pidiendo que en los comentarios se deje aparte el caso último, discutido ya en otras entradas.

    ¡Basta ya!

    Ante los últimos nombramientos episcopales

Desde hace treinta años la inmensa mayoría de los nombramientos episcopales en la Iglesia española responden a un determinado perfil eclesial. En conjunto no personifican el pluralismo de la comunidad católica, sino de una parte de la misma. Esta alarmante anomalía nos ha llevado a dar cabida en este número de la revista a dos documentos eclesiales relacionados con el procedimiento de elección y nombramiento de obispo para una Iglesia local. El primero de ellos es un manifiesto hecho público y firmado por un numeroso grupo de cristianos de la diócesis de San Sebastián tras la noticia del nombramiento de monseñor Munilla como obispo de la diócesis guipuzcoana. El segundo es una valiosa reflexión sobre el actual procedimiento eclesial de elección y nombramiento de obispos, hecha por el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao, en mayo de 1995. Cabe también recordar que ese mismo año Iglesia Viva (número 180, págs. 495-502) ya publicó un artículo de Joaquín Perea titulado “ Nombramientos de obispos en el Pais Vasco”.

Digámoslo sin eufemismos. Cada día que pasa, dicho procedimiento resulta más inaceptable en y para una Iglesia local, Pueblo de Dios, cuyos miembros quieren vivir adultamente su fe en Jesucristo. Objetivamente es una afrenta a la comunión eclesial que, como dijo el Vaticano II, no es simplemente “un sentimiento impreciso”, sino una realidad orgánica. La ofensa no radica en que el candidato elegido y nombrado obispo no sea del gusto de un número mayor o menor de católicos de la diócesis. El agravio consiste en que el procedimiento seguido termina irremediablemente por imponer un obispo, pues no cuenta en absoluto con el consentimiento de la Iglesia local expresado a través de sus instituciones sinodales. El modo de proceder de la Iglesia actual está en las antípodas de lo que pedía en el siglo III la Tradición Apostólica de Hipólito: «Que se ordene como obispo a aquél que, siendo irreprochable, haya sido elegido por todo el pueblo»; o de las muy conocidas palabras del papa Celestino I: «Nadie sea dado obispo a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo…». Los obispos son elegidos, destinados y enviados a las diócesis en razón de opacos intereses eclesiásticos y al Pueblo de Dios se le invita y exige recibirlos como quienes vienen en nombre del Señor.

La oscuridad del procedimiento seguido, el desprecio de la realidad orgánica de comunión (consejos, instituciones, etcétera) de cada Iglesia local, la ausencia de criterios eclesiales públicos y contrastables para la elección del candidato y la falta absoluta de medidas de control del poder de quienes mueven los hilos de todo el proceso, lo han corrompido y empecatado. No se cuestiona la Ley Universal de la Iglesia que reconoce al Papa, su pastor universal, la autoridad y responsabilidad de nombrar libremente a los obispos o confirmar a los que han sido legítimamente elegidos. El argumento es otro: tal como de facto se ejerce esa autoridad y esa responsabilidad se han convertido en un ejercicio de poder absoluto, totalmente ajeno al estilo y a la voluntad de Jesús de Nazaret: «Los reyes de las naciones gobiernan como señores absolutos… pero no [sea] así entre vosotros” (cf. Lc 22, 25-26).

En el caso concreto de los dos últimos nombramientos episcopales (San Sebastián y Oviedo) la voluntad de poder tiene una característica aun más lamentable: el presidente de la Conferencia Episcopal Española, miembro relevante de la Congregación de los obispos, quiere demostrar quién manda en el episcopado español y configurarlo a su imagen y semejanza. Con tales nombramientos se busca implantar entre nosotros, quieras que no, un modelo de Iglesia que no es el que propuso el Concilio Vaticano II, sino precisamente el que defendía la corriente minoritaria que, no pudiendo imponerse en aquella asamblea ecuménica, ha ido poco a poco de manera unas veces solapada, otras veces clamorosa y siempre torticera, sofocando los anhelos más nobles de reforma y renovación de la Iglesia deseados por el conjunto del pueblo de Dios.

Ha llegado la hora de reclamar con mansedumbre, libertad y fortaleza evangélicas la reforma del procedimiento actual. Es tiempo de practicar una comunión que entrañe «luchar por la pureza de la Iglesia contra la Babilonia en la Iglesia». De acogerse al consejo del Papa actual, cuando hace cuarenta años escribía: «si siempre hubiera de esperarse a decir la verdad hasta que no pueda ser malentendida ni se pueda abusar de ella, jamás se podría proclamarla», aunque este testimonio sea «precisamente en la Iglesia un testimonio de dolor, que encierra desconocimientos, sospechas y hasta condenación».

[Siguen los dos documentos anunciados que pueden verse en la web de Iglesia Viva, artículo ¡Basta ya! ].

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