Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Cuando los cristianos no sabían que lo eran

29-Diciembre-2009    Ernesto Balducci
    Hoy es “martes teológico”. Ya el artículo de Castillo tiene una gran carga teológica para hacernos pensar. Precisamente en ese artículo se cita un autor, Ernesto Balducci. De él presentamos un texto escrito en 1992, unos meses antes de morir en un trágico accidente de carretera. Y seguiremos publicando cosas suyas pues fue un pionero que, sin dejar de ser escolapio, fue animador del cristianismo de base en Italia y practicó a fondo el diálogo interreligioso y con los no creyentes, recogiendo el espíritu profundo del Vaticano II.

  • SOY UN HIJO DE HOMBRE
  • Desde hace años llevo dentro de mí una añoranza de la que sólo hablo con una gran discreción y que ha llegado a convertirse en un permanente estado de ánimo: la nostalgia de los años en los que el cristiano no sabía que era cristiano. La primera vez que se comenzó a utilizar este título fue en el 43 p.C., en Antiochia (Hechos, 11,26). En todos estos primero años después de la resurrección, los discípulos de Jesús no se llaman cristianos, se contentaban con llamarse hermanos, hermanas, discípulos, creyentes. No fueron ellos quienes inventaron el nombre y esto me consuela. Ni siquiera lo hicieron los mismos judíos, ellos menos que nadie pues no reconocieron a Jesús como el Cristo (Mesías) y despreciativamente llamaban “nazarenos” a sus discípulos. La opinión más fundada es que los que utilizaron este término por primera vez fueron los empleados o los soldados romanos que, por motivos de orden público, consideraron a los discípulos de Jesús como un partido con raíces judías. ¡Fue en consecuencia el poder quien inventó este nombre! Esto es suficiente para que pueda sentirme libre de cultivar la nostalgia de los días en los que los cristianos no lo fueron de hecho y la esperanza de un tiempo en el que los cristianos no lo serán ya.

    […]

    En nuestra época, la crisis de nuestra identidad de cristianos se inscribe dentro de la crisis del cristianismo que debemos entender ahora en el sentido más radical y por lo tanto como muerte del cristianismo. Para el sociólogo agnóstico, esta muerte es un lento y definitivo desaparecer, para mí, creyente, es la entrada del cristianismo, con toda su identidad, en la oscuridad del viernes santo en el que, como en un oscuro crisol, se consumen las teologías, las instituciones jurídicas, los patrimonio culturales. Mi misma identidad de cristiano se disuelve en la Cruz, yo no quiero permanecer cristiano si eso significa quedarse encerrado en la determinación que un tal nombre evoca al utópico poeta, al marxista, al agnóstico, al inspector de policía y quizás también al empleado de la Curia. No, yo no soy un cristiano, soy sólo un hombre, como le dijo Pedro a Cornelio. Soy un hombre que considera por igual a todos los hombres como hermanos y que quiere ser considerado por todos como hermano porque, como explica Martin Hillairet, en esta atmósfera fraterna consiste el lugar del cristianismo. El corazón del cristianismo no está constituido por «nuevos ritos religiosos» sino simplemente por un hombre llamado Jesús que ha vivido la realidad banal de la condición humana.

  • […] MI HUMANIDAD TIENDE AL FUTURO
  • Me digo a mí mismo: Cristo viene a ti bajo las especies sacramentales del distinto: la mujer, el obrero, el negro, el musulmán, el budista, etc. El Dios de Jesús está escondido en toda diversidad, es el Santo. Pero su diversidad ha extendido velos entre nosotros y viene a nuestro encuentro a través de las personas diferentes a nosotros. El rostro de Dios es el rostro del hombre que no llego a comprender. Mi tarea no es hacer cristianos a los demás, sino entrar en la diversidad de los otros y comprenderlos, o al menos tomarla como medida de posibilidad del Reino. El verdadero camino de la trascendencia está en el paso hacia el otro, en el hecho de acoger la provocación del otro conservándola en mi corazón, como hacía María mientras escuchaba la palabra del Hijo, el Diverso por excelencia.

    En esta premisa baso mi respuesta a la pregunta: ¿por qué sigo siendo cristiano? Sigo siendo cristiano para ser totalmente hombre. Cuando digo totalmente no me refiero a las dimensiones existenciales contenidas en la totalidad de la humanidad; el hombre verdadero es la realización de las posibilidades que subyacen como una semilla en la profundidad del ser humano “homo absconditus”. Decimos y somos hijos de Dios, pero no sabemos propiamente quienes somos. Lo sabremos cuando veamos a Dios cara a cara. Mi identidad está por lo tanto en el futuro y podrá expresarse solamente cuando la humanidad alcance su plenitud. Esta plenitud es el reino de Dios. Yo no vivo para la Iglesia, no vivo para dilatar la comunidad de los cristianos. Vivo para que venga el Reino. La Iglesia a la que pertenezco es un signo y un instrumento de este futuro, pero este futuro va mucho más lejos, yo mismo la sobrepaso manteniéndome fiel.

    Ayer era cura y llevaba sotana, signo distintivo de la institución a la que representaba. Hace unos dos años, en un debate en Milán, una pía señora me preguntó por qué no llevaba sotana. «Conviene que se sepa con quien se está tratando, un agente de policía lleva uniforme, si lo necesito sé a quien dirigirme». Bueno, pues yo no soy agente de policía de Dios. Quisiera ser como el Cristo, simplemente un hijo de hombre, alguien que defiende al hombre por ser hombre.

    Como decía al principio, mi identidad es no tener ninguna, o mejor una que se sitúa en el futuro, una que descubro sólo cuando digo «Venga tu reino en la tierra como en el cielo».

    Expongo de manera resumida Dios, la Iglesia, el mundo: ayer creía que Dios amaba a la iglesia y la enviaba al mundo para salvarlo; hoy creo que Dios ama al mundo y que la Iglesia es un signo y un instrumento de ese amor que la precede y la sobrepasa. Ayer me definía situándome dentro de la Iglesia y viendo el mundo como una realidad a conquistar por la Iglesia; hoy, me sitúo en el mundo y vivo dentro de la iglesia como quien anticipa simbólicamente el futuro del mundo.

    Mientras ayer miraba el mundo a partir de la Iglesia, hoy miro la Iglesia a partir del mundo y me siento a la mesa de la iglesia, la mesa eucarística, precisamente porque en ella se escuchan las palabras que revelan los secretos escondidos desde la creación del mundo, porque allí se elaboran las esperanzas que todos los seres humanos necesitamos.

    Es cierto que existe todavía, y cómo es de incómoda, una Iglesia que se expresa con el lenguaje de la prudencia política, que reviste de sagrada la moral dominante.

  • UN PEDAZO DE VASO DE ARCILLA
  • Esa Iglesia no me interesa, contemplo su ocaso con corazón gozoso. En mí esa Iglesia está ya casi muerta. Pero su decadencia es directamente proporcional al surgimiento de la Iglesia como asamblea de quienes no se preocupan de saber quien son, pues saben que no tienen aquí abajo una ciudad permanente (y por lo tanto no necesitan estar registrados) y buscan la ciudad futura, la ciudad hacia la que vamos todas las personas, cada una con su diferencia. Se cuenta que en el tiempo posterior a los apóstoles se daba a los cristianos que salían de viaje un trozo de un vaso de arcilla. Cuando volvieran se les reconocería porque su trozo encajaría perfectamente con los otros. Sí, sé que la realidad en la que vivo es solamente un fragmento, mi identidad es solamente un trozo de un todo. Mi presunción de ayer era querer concentrar el todo en los estrechos límites de mi pedazo. Entonces decía «nosotros cristianos» con gran orgullo.

    Quiero ser fiel a mi fragmento mientras espero que se realice la totalidad. El camino hacia este futuro es el mismo camino que me conduce hacia el hermano para unirme a él, no en lo que él es (ya que su verdad es sólo otro pedazo) sino en lo que él busca. Así me siento en casa en cualquier parte de este mundo. Soy finalmente católico, precisamente porque ya no lo soy, porque soy un hijo del hombre.

      Fragmentos de un epílogo al libro del sacerdote obrero, Paul Gauthier, Los Evangelios del tercer milenio (Ed. Qualevita 1992)
      [Traducción de ATRIO]

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