Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Gracias, Miguel, por tu testimonio

18-Mayo-2006    Benjamín Forcano
    Miguel Fisac, arquitecto y hombre de fe, murió en Madrid el 12 de Mayo a los 92 años. Quien quiera recordar su vida puede acudir a la enciclopedia digital Wikipedia o la necrocológica de El Mundo. También se puede leer su testimonio sobre su ralación con el Opus Dei. Pero el testimonio profundo de su fe es el que nos trasmite aquí Benjamín Forcano.

MI QUERIDA AMIGA LA MUERTE
En el entierro de Miguel Fisac

Mi querido Miguel: te he conocido y me he emocionado. Me he emocionado desde que te conocí, porque pocas veces he visto conjugar tan naturalmente el aprecio a la vida con el amor a la muerte. Cuando cumpliste 70 años, te declaraste oficialmente viejo y te diste cuenta de que el problema más importante de tu futuro era la muerte.

Te sentiste acorralado por ella, escribes, pero brevemente, como si de un muro final se tratara. Ya en el 92, escribiste: “Ya no me siento acorralado, Muerte. Ni veo el muro final que me cerraba el paso. Sé que eres sólo una modesta percha en la que colgaré este usado traje de mi cuerpo, para continuar, más ligero y alegre, mi camino de Amor y Esperanza”. Y, desde entonces, has caminado luciendo amistosa relación con tu querida amiga la muerte, con la buena muerte: “¿Dónde te has metido, escribías en el 98, mi amiga muerte querida que no te veo?”
No es normal, Miguel, llegar a la muerte como tú has llegado. Tú nos has descubierto tu maravilloso secreto: has vivido coherentemente tu fe cristiana: “Yo no seré nunca un muerto”, dices, porque morir no es morir, ni acabar, si no seguir y continuar, entrar en el cielo para un cara a cara con Dios eternamente. La vida no es material, ni espiritual, ni temporal, es eterna, viene de la eternidad, pasa por el tiempo y vuelve a la eternidad
¿Dónde está oh muerte tu terror, si todo lo que me traes es continuidad, paso a mejor vida, liberación? “¡Qué impresionante debe salir del tiempo!, sin tener un antes ni un después, ser en plenitud de todos los sentidos con la máxima lucidez, ver la luz más luminosa que nadie haya podido ver, sentir la más bella armonía que oído humano haya podido oír, sentir un olor que ningún jardín haya sido capaz de conseguir. El Cielo eso: Una Paz infinita de Amor”.
¡Qué serenidad, qué esperanza, qué paz, qué alegría!

Gracias, Miguel, por tu testimonio. Tú, humano como nosotros, has crecido, has sabido estudiar, trabajar y aprender, has sabido sufrir y luchar, has sabido inventar, dudar y crear, perdonar y, sobre todo, has sabido ir a la esencia: el amor. Porque sin amor, la vida vale poco, o casi nada; amor a Dios y al prójimo que son la misma cosa. Por esa falta de amor, el mundo lo has visto demasiado y demasiadas veces enajenado y triste. Y te han dado pena cuantos con poca conciencia sentían horror o desespero ante la muerte.
Miguel: nos ha fortalecido, nos has liberado, nos has hecho más entrañable a ese Dios amor y a ese prójimo hermano. Has sido fiel discípulo del Evangelio.
Quiero recordarte y recordarnos las palabras que el gran teólogo Leonardo Boff, recientemente en mesa contigo, en tu casa, con algunos amigos, escribió: “La experiencia ante la muerte de Miguel Fisac, del creyente Miguel Fisac, resuena en sus textos como alegría serena, como espera ansiada, como impaciencia tranquila de quién está en la inminencia del encuentro definitivo con el Objeto más oscuro y luminoso, más hondo y deseado, más buscado y más amado del deseo fundamental del ser humano: ser uno con el Unico, “el alma amada en el Amado transformada”. Sus reflexiones nos llena de alegría y nos hacer esperar la muerte cantando”.
Gracias, Miguel. Y gracias a ti Ana y, gracias a tus hijos, nietos, familiares y amigos y a cuantos caminan en la vida trasmitiendo esa luz, esa fuerza y esa esperanza.
Hasta apronto, Miguel. Espéranos. Y sal al encuentro cuando llegue nuestra hora. GRACIAS.

Madrid, 13 de mayo de 2006 Benjamín Forcano

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