Lugar de Encuentro de lo sagrado y lo profano

Textos de Monseñor Cañizares

28-Mayo-2006    Francisco Asensi

Atrio acaba de publicar un artículo mío en que comentaba el de Juan Goytisolo “LAS ALARMAS DEL CARDENAL CAÑIZARES”. Para que cada lector pueda juzgar por sí mismo, he creído conveniente facilitar algunos textos del cardenal (las negritas las he puesto yo para facilitar la temática). Si alguien quiere ampliar su información, he aquí la página web de la diócesis de Toledo donde se puede encontrar cartas y escritos de monseñor.

DE LA HOMILIA DE LA MISA CRISMAL (11 Abril 2006)

Que nuestro ministerio sea un verdadero oficio y servicio de amor a nuestro pueblo. Creo que todos somos conscientes de la situación delicada que vivimos. Estimo que a nadie se le oculta el proyecto de sociedad, de cultura que se está llevando a la práctica en medio nuestro. Os lo decía en la Carta Pastoral de comienzo de año.

Desgraciadamente los hechos me están dando la razón en el diagnóstico que hacía en el mes de septiembre. El laicismo, la quiebra de unos principio y criterios de juicio para el comportamiento moral de nuestra sociedad, la erradicación de nuestras raíces cristianas, la configuración de un nuevo régimen, la preterición de una historia común compartida, los problemas doctrinales, la disidencia de sectores eclesiales, etc. es todo un conjunto que reclama de nosotros sacerdotes el que nos pongamos al frente del rebaño como buenos pastores y defendamos, hasta con el sacrificio de nuestras personas, a ese rebaño que se nos ha confiado, y les proporcionemos los alimentos necesarios y los llevemos a las fuentes de agua viva que pueda saciar la sed de nuestras gentes, y sobre todo de los jóvenes, los más necesitados ene stos momentos. Clave en estos momentos precisos es predicar la sana doctrina a tiempo y a destiempo, fortalecer la comunión eclesial inquebrantable con el Papa, proclamar, testimoniar y defender el evangelio de la familia, santuario de la vida, sagrario del amor, futuro para la humanidad. En este sentido, os encargo encarecidamente que promováis con todo vuestro empeño y todas vuestras fuerzas la participación de nuestros fieles en el encuentro mundial de las familias con el Papa en Valencia. Como dice la Escritura: Fortaleced las rodillas vacilantes, dad vigor a vuestras comunidades, sed testigos de la fe y de la verdad, mártires de la fe y de la verdad que se realiza en el amor y nos hace libres.

DE LA CARTA PASTORAL (8 Septiembre 2005)

Situaciones y actuaciones políticas y socialesque provocan preocupación

Algunas legislaciones aprobadas o en curso

2. No acuso a nadie ni voy contra nadie. No pretendo ningún juicio político de nada. Simplemente trato de constatar unas situaciones que reflejan unas realidades de fondo que nos inquietan. Situaciones para una honda y grave preocupación, adversas a la voluntad de Dios y contrarias a la verdad y el bien del hombre, son, en efecto, las legislaciones aprobadas, o en curso de aprobarse, sobre algunos aspectos que atañen a realidades fundamentales como es el matrimonio y la familia, la vida o la educación. Tras estas legislaciones hay una realidad común que no puede pasar desapercibida.

Leyes contrarias al matrimonio y la familia

2.1. La ley que tan ampliamente favorece, agiliza y abrevia el divorcio, o la que modifica el Código Civil para anular la verdad del matrimonio como unión única e indisoluble de un hombre y de una mujer en comunión de amor y de vida y abierta a la vida, son ataques a lo más básico del hombre y de la sociedad, de nuestra historia y de nuestra cultura, asentada sobre la base firme de la verdad de la familia y de cuanto ella representa. Se está socavando de este modo, dígase lo que se diga, lo que es el «núcleo central y fundamental de toda sociedad, ámbito ini-gualable de solidaridad y escuela natural de convivencia pacífica, que merece toda tutela y ayuda para cumplir sus cometidos». Se están, de hecho, postergando derechos primarios respecto a otros cuerpos sociales, entre los que se encuentra «el de nacer y crecer en un hogar estable, donde las palabras padre y madre puedan decirse con gozo y sin engaño». Con alguna de estas legislaciones, además, no se permite a los más pequeños prepararse «a abrirse confiadamente a la vida y a la sociedad, que se beneficiará en su conjunto si no cede a ciertas voces que parecen confundir el matrimonio con otras formas de unión del todo diversas, cuando no contrarias al mismo, o que parecen considerar a los hijos como meros objetos para la propia satisfacción» (Juan Pablo II, Al Embajador de España ante la Santa Sede, 18, junio, 2004). Es toda una concepción antropológica, una visión del hombre y del matrimonio, la que está en juego y en trance de desmoronarse. Esto es muy grave y de muy amplias y radicales consecuencias.

Leyes contrarias a la vida y al derecho fundamental a la vida

2.2. Otras legislaciones y proyectos tendentes a aprobar la experimentación con células madre de embriones vivos, a pesar de todo lo que se quiera edulcorar con falsedad, o la ampliación que se propone para un futuro un poco más tardío de los supuestos y facilitación del aborto, o la extensión del uso de la píldora abortiva poscoital o del día siguiente, facilitándola incluso a los niños o preadolescentes, son nuevos y terribles atentados contra la vida de seres humanos inocentes e indefensos. Una vez más nos encontramos con estas leyes, además de otras cosas, con un cambio antropológico total, con una visión del hombre donde su verdad se desvanece y donde la persona humana desaparece. Resulta una grandísima «incoherencia de ciertas tendencias de nuestro tiempo que, mientras por un lado magnifican el bienestar de las personas, por otro cercenan de raíz su dignidad y sus derechos más fundamentales, como ocurre cuando se limita o instrumentaliza el derecho fundamental a la vida, como es el caso del aborto »; con estas legislaciones, además, se está desoyendo e ignorando a «la conciencia humana que aspira a la verdad y se preocupa por la suerte de la humanidad»; legislando así, los responsables públicos, por lo demás, incumplen en cuanto garantes de los derechos de todos -que no «origen de los derechos innatos de todos»-, la obligación de defender la vida, en particular de los más débiles e indefensos, y de alcanzar las verdaderas «conquistas sociales» que son «las que promueven y tutelan la vida de cada uno y, al mismo tiempo, el bien común de la sociedad» y no el bien para algunos «a costa del sacrificio de otros» (Cfr. Juan Pablo II, Al Embajador de España).

Proyectos legislativos que cercenan la libertad de enseñanza e impiden el verdadero derecho a recibir con todo el rango y garantías académicas una formación religiosa y moral en la escuela, conforme a las propias convicciones

2.3. El Proyecto de Ley Orgánica de Educación aprobado en Consejo de Ministros, en la lógica de la promoción de una escuela única, pública y laica, inaceptable como está, además de un recorte de derechos y libertades fundamentales, es un paso más hacia la desaparición o al menos debilitamiento en su rango académico, y desnaturalización de la formación religiosa y moral -uno de los derechos fundamentales de los padres, garantizado en la Constitución Española- y hacia la laicización de la sociedad, con graves consecuencias para el futuro de los actuales alumnos y de la misma sociedad. Es el hombre, una vez más, y el bien común de la sociedad, los derechos fundamentales, que son fundamentales independientemente del «status» jurídico que se les otorgue, la familia, y la gran cuestión de la verdad lo que está en juego.

Otras campañas

2.4. Habría que añadir a estas leyes o a estos proyectos, las campañas subliminales -y no tan subliminales- favorecidas por instancias de poder en favor de la eutanasia, en favor de la calidad de vida como única vida merecedora de vivirse, o del «sexo seguro» y sin apertura a la vida, que denotan toda una mentalidad que se cierra sobre el hombre, cada día más incapaz de futuro.

La desfiguración del Derecho. Parece que ya no hay Derecho. Se crean derechos inexistentes, y no se cumplen los verdaderos derechos

3. Me es duro decirlo, pero creo con toda sinceridad, que estamos entrando o inmersos en un mundo en el que parece que se cuestiona la existencia misma del Derecho -con mayúscula-. Parecería que ya no hay Derecho. Literal y sencillamente quiero decir que, en la práctica, se anula la posibilidad del Derecho al convertirse éste en la decisión del poder u obra del consenso. Lo que son verdaderos derechos -los referentes a la vida, la familia o la educación- no se asumen en su verdadera identidad, ni se acatan, más bien se hace propaganda en contrario y hasta se legisla, a veces, contra ellos; y sin embargo «se crean» derechos inexistentes como el «derecho al aborto», o a «acortar la vida», o a unirse personas del mismo sexo y a considerar matrimonio a esa unión. El Derecho siempre ha estado al servido del bien común, que pasa por el bien de la persona, para implantar la justicia y defender lo justo, para proteger al débil y al indefenso, lo que es fundamental e inalienable para el bien común y el bien de la persona humana: la vida, la familia, la justicia, la verdad… Hoy entre nosotros, sin embargo, se aprueban leyes, expresión de lo que debería ser aplicación y garantía del Derecho, que van precisamente contra la vida, la familia, lo justo, lo verdadero y lo bueno. Es más, ahora parece incluso, insisto, que se quieran inventar y reconocer derechos inexistentes, actuando de un modo arbitrario que excede a las capacidades de los Estados, lo cual dañará, sin duda muy seriamente, al hombre y al bien común.

De la negación de la verdad al totalitarismo.

La dictadura del relativismo

Se nos está instando a asumir un horizonte de vida y de sentido en el que ya nada hay en sí y por sí mismo verdadero, bueno, justo en sí y por sí mismo, porque ya no tiene cabida la existencia de una verdad última. Hemos entrado en una mentalidad relativista, escéptica, y subjetivista, que niega la posibilidad y la realidad de principios estables y universales, de la verdad, en definitiva, o de acceder a ella, paso ineludible hacia cualquier forma de totalitarismo. «De la negación de la verdad al Estado totalitario», titula un excelente trabajo de investigación uno de nuestros sacerdotes sobre un autor de nuestro tiempo de gran influencia en la actual situación política de España, del que cito alguna de sus conclusiones. «La negación de la verdad y del bien -dice- es el motor que impulsa el proceso de expulsión de la religión del ámbito público. Si el bien y la verdad no pueden conocerse entonces sólo puede ligarse la ley a un sentido procedimental. Es una manera de entenderse los hombres, de vivir en comunidad sin matarse, de garantizar un marco donde cada individuo pueda realizar su ‘plan de vida’ sin causar daño a los otros. Gracias a este primer paso -relativista a pesar de afirmaciones que pretenden matizarlo o negarlo- la religión queda reducida al ámbito de lo privado. Hay un segundo paso. La visión contractualista de la sociedad se vuelve absoluta. Porque el Estado no tiene límites. No hay Dios, no hay ley natural, no hay ninguna verdad sobre el bien que esté encima de la voluntad del Estado. Es un Estado absoluto. La libertad del individuo es ilimitada según esta concepción filosófica. Cada hombre es libre para hacer lo que quiera. No hay ninguna ley superior que indique lo que se puede o no realizar. Sin embargo, para hacer posible la vida en la sociedad se realiza un pacto, a través del cual cedemos nuestros ilimitados derechos al Estado. Él velará para que estos ilimitados derechos se puedan cumplir asegurando al mismo tiempo solidaridad y seguridad. El Estado por tanto aparece sin límites morales, sólo procedimentales (…). El Papa Juan Pablo II alerta en la encíclica Centessimus annus del peligro: ‘Si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas para fines de poder. Una democracia sin principios se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia’ (CA 46) (…) La conclusión es clara: una democracia sin principios se convierte en un estado totalitario porque es ilimitado su poder moral y bajo la apariencia de defensa de la libertad y de lo plural lo que hay es una imposición de un monismo naturalista. Si ninguna concepción del bien y de la verdad tiene cabida en el Derecho, entonces lo que hay es -bajo apariencia de libertad- la imposición de unas leyes cuyo único principio es que no hay ningún principio trascendente. El pluralismo supuestamente es aceptado, pero con la excepción de aquellos que creen conocer la verdad. Estos no pueden ser aceptados porque son un peligro para la democracia» (L. Petit).

Un mundo sin Dios o con Él.

Dios lo verdaderamente y más decisivo para el hombre

4. Esta situación no es imaginaria o virtual, es real, es la que está instalada en ciertos ámbitos del poder, y que se va extendiendo y afianzando en la sociedad, sobre todo entre los sectores jóvenes, ante la pasividad o la resignación, como si nada ocurriera. Pero esto es grave. Y unido a esto, la irrupción de una pretendida nueva revolución cultural y social en la que Dios sobra y hay que eliminarlo. No anda muy lejos de ahí, incluso con mucha mayor radicalidad, un Nobel de Literatura, quien, en un reciente artículo aboga por la desaparición de Dios y la erradicación de su nombre de la esfera humana y de la sociedad porque constituye, para él, el problema capital que impide la paz y el entendimiento entre las gentes y los pueblos. Esta manera atea de pensar sustenta la opinión de poderes que crean o imponen una mentalidad que se va extendiendo más de lo que pueda parecernos.

Lo que está en juego detrás de todo, lo digo una vez más, es un mundo con Dios o sin Dios: es Dios mismo. Esto es lo más grave que le puede pasar al hombre y a nuestra civilización. Es lo más decisivo. La suerte del hombre está en Dios. Somos de Dios, creación suya, estamos en sus manos; Él nos ha redimido, nos salva y nos ama con amor perpetuo y sin límites; en Él está la vida eterna, nuestra vida plena, el futuro y la meta. Somos de Él y para Él. El corazón humano trata en vano de extraer vida de otras fuentes, pero en realidad se destruye, como demuestran tantos signos de nuestro tiempo, en los que son evidentes las consecuencias trágicas de la ausencia de Dios. En esta ausencia de Dios se funda la crisis de nuestra cultura, y tenemos que confesar que también la crisis de la Iglesia es en buena parte la consecuencia de una cierta marginación de la realidad de Dios. Por lo mismo, sólo se superará tal crisis y se devolverá a nuestra Iglesia diocesana y a nuestras parroquias toda su vitalidad, si desparece ese «silencio o ausencia» de Dios, si volvemos a Dios, si se le devuelve a Dios el lugar vital y central que le corresponde en el corazón, en el pensamiento y en la vida del hombre.

El Papa Benedicto XVI en la vigilia con los Jóvenes del Encuentro Mundial de Colonia, ha hablado directamente de aquello que salvará siempre a la humanidad: «Sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo. En el siglo pasado hemos vivido revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones. Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¡qué puede salvarnos, si no es el amor!» (Benedicto XVI). Esta es la situación que vivimos y ésta es la respuesta que necesitamos hoy en España, en nuestra sociedad, en nuestra diócesis.

Un laicismo esencial e ideológico con sus consecuencias y expresiones

Todo esto encaja perfectamente dentro del laicismo esencial e ideológico que viene expresado en las leyes o los proyectos legislativos a los que me he referido. Dios no cuenta, Dios queda relegado a la esfera de lo privado, aún más, Dios no tiene que ver con el mundo, no es real, no es el origen, guía y meta de todo el universo. Todo está sujeto al hombre y a la decisión del hombre, a su libertad. Así tampoco cuenta la verdad que nos precede y de la que no podemos disponer. No hay verdad. Dejará de ser cierto que «la verdad nos hará libres» (Jn 8, 32), para pasar a la certeza de que «la libertad nos hace verdaderos», según una desafortunada expresión que parece pretender enmendar la plana al mismo Jesucristo. La realidad de la naturaleza obra del Creador y a Él referida deja de tener valor. Deja de existir lo bueno y lo malo en sí mismo, porque ya no hay bueno ni malo por sí mismo, en toda circunstancia y lugar, siempre. Dependerá de las circunstancias, de los intereses, de los fines que se persigue. El fin justifica los medios. Todo es cálculo y estrategia, todo se mide por la proporción de los efectos. Todo queda, en fin, sometido a la elección y decisión del hombre, en su individualidad del sujeto, en la individualidad de la mayoría, en la individualidad del que detenta el poder. Pero eso es una dictadura, la «dictadura del relativismo», a la que se refirió al comienzo del Cónclave quien después sería elegido Papa Benedicto XVI. Estamos, pues, ante un cambio epocal, ante el impulso de una ideología que pretende hegemonizar todo, ante una verdadera revolución cultural, reflejo de un mundo sin Dios, que se vuelve contra el hombre, se diga lo que se quiera. En eso estamos y a eso vamos.

Es a lo que se llama «modernidad o modernización», la gran meta a la que, nos dicen, hay que aspirar, cuyo ingrediente imprescindible habrá de ser el laicismo, como ideología, y la mundanización de todo, sin mirada a lo alto, o la preocupación exclusiva por la tierra y por las metas de esta tierra sin apuntar más allá de este horizonte, porque estorbaría para su progreso y desarrollo. Así se está construyendo una «sociedad de arqueros» que apuntando con su flecha a la tierra nada más, se quedan cortos, a un paso de sí mismos o en sí mismos, sin horizontes amplios, sin vuelos, y con el riesgo de que su misma flecha rebote sobre ellos y los hiera y hasta los aniquile; no miran al cielo, a lo lejos, no tienen una mirada de amplios horizontes, y así tampoco pueden poner las metas en un gran futuro, menos aún en la vida eterna, que es el grande, verdadero y único futuro al que todo hombre está llamado.

Un proyecto cultural que conlleva la erradicación

de las raíces cristianas5. A esta situación se refirió amplia y constantemente el siempre querido y recordado Papa Juan Pablo II. Su diagnóstico ha sido siempre certero; me remito, por ejemplo, a las encíclicas «Veritatis Splendor», «Evangelium Vitae» y «Fides et Ratio» y a la Exhortación Apostólica «Ecclesia in Europa». Es un clima, pudiéramos decir, general en Occidente, que en España está teniendo una intensidad especial y se está impulsando con una aceleración inusual, lo cual nos indica que nos hallamos ante un gran proyecto político y cultural, apoyado por fuerzas poderosas y anónimas, que tratan de impregnar y configurar todo y en todas las esferas de la vida; que tratan de penetrar los criterios de juicio y de pensamiento, con esta mentalidad desde los medios de comunicación a la escuela, desde la familia a la política, todo. En este proyecto y como algo inherente al mismo entra, así se palpa en muchísimas manifestaciones y acciones políticas y sociales, la erradicación de nuestras raíces más propias, de la tradición más genuina y noble que hemos recibido y en la que hemos nacido y vivido, y de la base religiosa y cristiana que la sustenta, con el consiguiente y paulatino cercenamiento de la misma libertad religiosa. Entiéndase todo esto referido de manera clara a la fe católica que es la de nuestro pueblo, la que es tan frecuentemente, zaherida y atacada, en nuestros días, en medios de comunicación y en otras actuaciones.

Reducción de la fe a la esfera de lo privado y restricción de la libertad religiosa

6. A eso, con toda lucidez, naturalidad y valentía se refería el Papa Juan Pablo II en el último de sus discursos a Obispos españoles en la «Visita ad Limina» del pasado enero, ya mencionada. «En el ámbito social, decía, se va difundiendo una mentalidad inspirada en el laicismo, ideología que lleva gradualmente, de forma más o menos consciente, a la restricción de la libertad religiosa, hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública. Esto no forma parte de la tradición española más noble, pues la impronta que la fe católica ha dejado en la vida y en la cultura de los españoles es muy profunda para que se ceda la tentación de silenciarla. Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esta ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental».

Extensión de la mentalidad laicista y su repercusión en las nuevas generaciones

7. Esta mentalidad ha calado, está calando, en nuestra sociedad, de manera particularmente intensa, aunque no exclusivamente, entre la nuevas generaciones de niños y de jóvenes, totalmente inermes, débiles e indefensos frente a toda la gran fuerza y el inmenso poder de las enseñanzas y mensajes que se trasmiten en medios de comunicación, sobre todo en ciertos programas, en algunas enseñanzas escolares, en el ambiente que nos rodea y con la fuerza de la propaganda en favor de medidas legislativas o modelos de sociedad que se están adoptando. El deterioro de la familia, al que se la intenta llevar y que la va minando desde dentro, frecuentemente también indefensa ante el poder y la avalancha de esa ideología y sistema de vida, incapaz por lo mismo de educar, es otro factor de difusión y caldo de cultivo para que toda esa mentalidad y forma de ver las cosas cale en el alma y en el pensamiento de los pequeños y jóvenes. A eso hay que añadir el actual proyecto escolar que de manera aparentemente inocua ha ido inculcando, sutil y eficazmente, el predominio de la razón instrumental, del subjetivismo y del relativismo, la ausencia de la pregunta por el sentido de la vida y el valor de la verdad. Hoy nos encontramos con no pocos jóvenes inmersos, mental y vitalmente, en esta mentalidad dominante, lejos de los criterios de pensamiento y del juicio de valor que entraña la fe en Jesucristo, y aun la misma recta razón.

Repercusiones en la educación y para la enseñanza religiosa escolar

8. Por eso, el mismo Papa Juan Pablo II, en el mencionado discurso referido a España, se refería a la educación y a la escuela y, en concreto, a la enseñanza religiosa escolar como algo fundamental a mantener y tutelar. Decía: «En el contexto social actual, están creciendo las nuevas generaciones de españoles, influenciadas por el indiferentismo religioso, la ignorancia de la tradición cristiana con su rico patrimonio espiritual y expuestas a la tentación de un permisivismo moral. La juventud tiene derecho, desde el inicio de su proceso formativo, a ser educada en la fe. La educación integral de los más jóvenes no puede prescindir de la enseñanza religiosa también en la escuela, cuando lo pidan los padres, con una valoración académica acorde con su importancia. Los poderes públicos, por su parte, tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y asegurar las condiciones reales de su efectivo ejercicio, como está recogido en los Acuerdos parciales entre España y la Santa Sede de 1979, actualmente en vigor». Esto se ve amenazado por el intento de llevar a cabo el modelo de escuela pública, impuesto por una ideología, aunque esté en contra del sentir de los ciudadanos que, en su inmensa mayoría, como se demuestra año tras año -así hasta veinticinco años ya- piden para sus hijos formación religiosa y moral católica, porque la consideran básica y fundamental para su educación.

Campañas contra la Iglesia como reaccionaria y

contraria a la modernidad, y de descrédito de la religión

y de la moral de la Iglesia. Incidencia de estas campañas

9. Al mismo tiempo se va trasmitiendo de modo incisivo y sembrando en las mentes de muchos la idea de que todo ese conjunto de normas y de criterios de actuación y de vida son propios de un mundo moderno, progresista y de futuro, conquista de la modernidad y obra de la democracia, a la que se exalta y se la identifica con esa ideología y ese conjunto de criterios permisivos y relativistas. En la siembra de esas ideas se presenta a la Iglesia como enemiga de la modernidad y de la democracia, lo cual resulta alta y absolutamente intolerable. Así cada día se va incidiendo más en el rechazo a la Iglesia y el arrinconamiento de lo religioso a lo íntimo y privado del hombre. Se agravará esa posición hostil y de rechazo, si a esto se añade que lo que Iglesia propugna es una pervivencia del pasado y una vuelta a posiciones inquisitoriales propias de otros tiempos. Asimismo esta ideología y propaganda muestra a la Iglesia como reaccionaria ante la ciencia y al progreso; como contraria y adversa de la libertad; como enemiga del disfrute y bienestar; como misógina, homófoba y represiva del sexo; como dictadora de las conciencias y ávida de poder; como insolidaria ante la realidad y consecuencias de ciertas enfermedades, como el SIDA. La cosa se empeora, si en ciertos ámbitos escolares, en lecturas que se recomiendan o en programas de TV, se muestra lo religioso, y, más en concreto, al cristianismo como factor de división, de hostilidad, o de violencia. (Por lo demás, así eran presentadas las religiones en el libro de las «Propuestas para un debate», del Ministerio de Educación para una reforma educativa). La consecuencia es que hoy nos encontramos, en buena parte de los casos, con adolescentes y jóvenes que son, por un lado, hijos de nuestro tiempo, dominados por la mentalidad imperante que antes he descrito y, por otro, que tienen todo ese peso de la ideología y de la propaganda contraria a la Iglesia. No es extraño que no pocos vivan alejados de la Iglesia, incluso con hostilidad hacia ella, manteniendo una distancia tan enorme que les hará difícil escuchar y aceptar lo que la Iglesia propone.

Eliminación de lo católico en este proyecto cultural y social

10. En esta situación, personas y grupos influyentes que configuran ciertas esferas de poder tratan de implantar un proyecto cultural y social donde queda eliminada la realidad católica, «propugnan la laicización del Estado y pretenden configurar una sociedad laica, sin ninguna referencia religiosa ni moral, sin otra norma objetiva que el pleno reconocimiento de una omnímoda y quimérica libertad que termina siendo un auténtico nihilismo moral» (F. Sebastián). Esto lleva aparejado en el proyecto de sociedad que propugnan, la eliminación deliberada de lo católico en la vida pública, su reducción al ámbito de lo privado, o su equiparación o equivalencia a otras religiones muy minoritarias en nuestro país. A esto se añade que «en nuestra sociedad está apareciendo con fuerza una corriente de pensamiento que considera que la democracia crece solamente cuando la religión ha sido eliminada de la vida pública. Para quienes opinan así, la democracia solamente puede realizarse en un clima de estricto laicismo, en el que las instituciones públicas desconocen la vida religiosa de los ciudadanos y ésta pasa a ser una actividad estrictamente privada» (F. Sebastián).

La desmembración de la unidad dentro de

este proyecto no resulta casual

11. A todo este cambio cultural, social, político y religioso, que conlleva la erradicación de lo católico en la vida de las gentes de nuestra sociedad y el intento de eliminación de nuestras raíces, no resultaría tal vez extraño el movimiento por parte de algunos de desmembración de la unidad de los pueblos de España. La pérdida de la unidad de España podría contribuir también a la superación de aquellos principios y valores que la sustentan y aquellas raíces que la alimentan. La negación y pérdida de éstos podría representar la negación de la identidad de aquélla. Estamos viviendo un momento difícil y delicado para España. Los católicos españoles sabemos que la fe católica y sus raíces en España, que constituye uno de los primeros patrimonios de nuestro pueblo, y la suerte de la Iglesia católica corren ciertos riesgos. Es necesario ser muy conscientes de ello, ser muy lúcidos ante su importancia y su alcance. Hoy se nos llama a creer y a mostrar con obras y palabras, en el corazón de esta sociedad y en medio de los pueblos de España, la verdad del Evangelio, la salvación de Jesucristo y la esperanza de la vida eterna

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